La velocidad de la luz: así es ir a ver una obra de teatro a la villa 31
El micro escolar que nos lleva a la villa 31 tiene los vidrios empañados y los asientos están pegajosos. Afuera la llovizna no para, pasamos por la Universidad de Derecho, el MALBA y doblamos por Salguero para finalmente desembocar en la Parroquia Cristo Obrero dentro de la villa 31. Es un sábado a la mañana, el barrio está silencioso, circula poca gente.
Todos los que estamos ahí nos anotamos por mail para ver la obra La velocidad de la Luz . Una señora me cuenta que ella trabajó muchos años en el Ministerio de Salud y venía a la villa a vacunar chicos y como sigue en contacto con los curas de la parroquia, se enteró de esta iniciativa. La señora, bastante maquillada, con un piloto negro brilloso y con botas de goma, acepta el té dulce que nos sirven unos jóvenes organizadores de la obra.
En la espera recorro un poco el espacio. No tardo en chocarme con la tumba del Padre Mugica. Un hombre del público se acerca a besarla y reza en silencio. En las paredes hay una gigantografía del Papa Francisco de espaldas saludando a la Plaza San Pedro colmada, la lluvia cae sobre el techo de chapa y el repiqueteo se mezcla con aplausos y gritos que vienen de adentro, la emoción de quienes saldrán a escena traspasa el telón, en este caso, una puerta corrediza.
Entramos a la capilla, los bancos fueron reacomodados de manera tal de que quede un espacio grande en el medio, en las paredes hay cartulinas y fotos pegadas. Cerca del altar, unas 8 mujeres están sentadas con sus charangos, un hombre con una quena y otro con una guitarra eléctrica. Las cuerdas de la eléctrica empiezan a generar un clima íntimo e intrigante. Una señora pasa al centro y nos da la bienvenida con una pregunta incómoda y conmovedora: "¿Con qué persona que ya no está les gustaría encontrarse?". Algunos miran para abajo, y otros solamente sonreímos cerrando un poco los ojos, porque es inevitable que una imagen no se cruce en nuestra mente.
Un bombo me saca de los recuerdos y Mari, la mujer boliviana vestida con una pollera de colores y peinada con dos trenzas largas que vive desde muy chica en la villa, cuenta que en su país se celebra el día de los muertos. "¿Por quién quiere que se le rece?", le preguntan al muchacho que está al lado mío, se le entrecorta la voz y pide que le recen a su hermano. Acompañadas de bombo, bandoneón y charangos recrean uno de esos festejos: comen, bailan y toman hasta casi no poder caminar.
Marco Canale es creador escénico y director de esta obra de site specific, es decir, escrita para ser presentada en la parroquia como escenario. Cuenta que la idea surgió cuando volvió en 2014, luego de 12 años fuera del país: "Me sentía casi un extranjero y quería entender Argentina desde el punto de vista de gente mayor y de distintos contextos. Hay una frase de Mugica que me gusta mucho que dice que las villas son el subconsciente de los porteños". Fue así como empezó a hacer un taller de teatro para adultos mayores en la 31 y en paralelo uno en el barrio de Olivos. Entre todos los participantes, en su mayoría mujeres, fueron escribiendo esta historia de migraciones, de amores, asesinatos. Con el tiempo, tres de las mujeres que hacían el taller en Olivos se unieron al de la villa. "Sentíamos que políticamente la gente de la 31 es la que siempre sale para afuera: a laburar, a llevar a los chicos al hospital y que los que estamos afuera nunca entramos. Así que pusimos la base en la 31, donde ya eran 12 personas", dice Marco, que trabaja en proyectos donde lo escénico se cruza con la biografía, la investigación y la historia.
La música andina acompaña los relatos de cada una de estas mujeres bolivianas, peruanas; también paraguayas. El desarraigo de sus países y la esperanza de encontrar en la Argentina un futuro mejor atraviesa su historia o la de sus padres. Estas mujeres abren su corazón, cuentan sus tristezas, sus logros, sus sueños y van recreando situaciones de su vida en compañía de todo el elenco que cumple variadas funciones: imitar el sonido de una fogata, actuar del marido de una poniéndose un sobrero y un bigote. "Algo muy fuerte que me sigue emocionando, es la fe de estas mujeres entendida como una fuerza que va más allá de ser creyente no. Hay una fuerza de la espiritualidad muy potente", dice Marco.
La magia del site specific es estar ahí, en ese lugar que para muchas de ellas tiene un alto contenido espiritual, porque esa parroquia la construyó el Padre Carlos Mugica y ahí está enterrado. La obra no es un homenaje, Mugica es nombrado apenas una vez por una de las protagonistas, por ser quien la recibió cuando llegó de Paraguay y le regaló un par de botas. La Parroquia Cristo Obrero es el espacio de encuentro, que permite estas expresiones artísticas y que invita a quienes no vivimos en la villa a conocer estas historias en primera persona.
Al salir de la capilla, la señora con la que había charlado al inicio me dice que no la tome de loca pero que sintió que el Padre Mugica estuvo presente y juntas miramos lo que hay escrito arriba de la puerta, una frase de Mugica: "Señor, quiero estar con ellos a la hora de la luz".
La velocidad de la luz se presentará los sábados 3 y 10 de noviembre a las 10hs
Entradas gratuita. Con reserva vía mail ( lavelocidaddelaluz2018@gmail.com ) o Facebook.
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