La tumultuosa vida de Svetlana, la hija de Joseph Stalin que escapó de Rusia pero no de la sombra de su padre
Svetlana Stalina, nacida en 1926, era niña mimada de su papá, Josef Stalin, el temible hombre fuerte de la Unión Soviética. Pero con el correr de los años, las cosas cambiaron y ella se hartó de los controles infernales de su padre y, más tarde, del Partido Comunista sobre su vida, y decidió volar hacia otros destinos.
En marzo de 1967, Svetlana tomó una decisión que sorprendería al mundo: pidió asilo en la embajada de Estados Unidos en la India y abandonó su tierra natal. Escapaba con esta deserción de una tortuosa vida de dolores y opresión. Murió en Estados Unidos, a los 85 años. Había cambiado su nombre dos veces, pero hasta el último día de su existencia supo que no había podido jamás escapar del todo de la implacable sombra de su padre.
Svetlana nació en 28 de febrero de 1926. Su progenitor, cuyo verdadero nombre era Iosif Dzhugashvilien, en ese entonces ya manejaba las riendas del poder en Rusia y era Secretario General del Comité del partido Comunista de la URSS. La pequeña y única hija mujer del líder soviético tuvo una infancia acomodada y casi feliz entre los muros del Kremlin. Aparecía en fotos y ceremonias recibiendo el afecto de su padre, en imágenes que funcionaban como parte de la maquinaria de propaganda con la que el partido exaltaba la vida y obra del mandamás de la Unión Soviética.
Con una institutriz personalizada, la pequeña Svetlana creció mimada y entre algodones, ajena a las purgas y al terror que esparcía su padre por el vasto imperio soviético como una manera de acaparar cada vez mayor poder. Para el líder comunista oriundo de Georgia, la niña era su "pequeño gorrión" o su "pequeña mariposa".
El fin de la inocencia
Pero con una serie de sucesos puntuales, Svetlana, ya en el ingreso a su adolescencia, comenzaría a darse cuenta de lo cruel que podría llegar a ser su padre. En primer lugar, fue testigo de la frialdad de su papá en plena Segunda Guerra Mundial, cuando se negó a hacer un intercambio por la vida de su propio hijo Jacob.
Este joven, que era medio hermano de Svetlana y de Vassili, el otro hijo de Stalin, había sido capturado en el frente por los nazis, que exigían al mandatario comunista intercambiarlo por el Mariscal de Campo alemán Friedrich Paulus, que había caído prisionero del Ejército Rojo en Stalingrado. Pues bien, Stalin se negó a hacer esta negociación. "¿Cómo voy a intercambiar un Mariscal de Campo por un soldado raso?", dijo entonces. Jacob se suicidó en 1943 en el Campo de Concentración alemán de Sachsenhausen.
Aproximadamente por la misma época, Svetlana viviría una decepción aún más íntima. Ella tenía 17 años y había comenzado un romance con un artista y cineasta judío 20 años mayor que ella llamado Aleksei Kapler. Pero Stalin, que a lo largo de su biografía demostraría acciones de claro carácter antisemita, no aprobó la relación, acusó al novio de su hija de ser un espía inglés, y lo envió a un campo de trabajos forzados en Vorkuta en el círculo polar ártico, del que recién pudo regresar una década después.
Allí se dio cuenta la "pequeña mariposa" de lo que podía ser capaz su padre y también de la escasa libertad que tendría para decidir su destino encerrada en una "cárcel de oro" moscovita. Sobre el final de su vida, cuando ya se llamaba Lana Peters, dio una entrevista al medio Wisconsin State Journal y confesó: "Mi padre me quebró la vida dos veces".
En esa ocasión narraba que la primera vez había sido cuando Stalin deportó a su gran amor. La segunda, cuando quiso estudiar arte y el líder comunista le dijo que no la dejaría estar entre "bohemios" y que ella debería estudiar historia y convertirse en una "marxista educada".
Y fue también en esos tiempos de adolescencia cuando Svetlana se enteró de algo terrible. Le habían dicho que su madre, Nadezhda, había fenecido de apendicitis cuando ella tenía seis años. Pero mucho tiempo después supo que en realidad la mujer se había suicidado luego de tener una agria discusión con su esposo en medio de una fiesta, a la vista de todos, según narra el documental del cineasta alemán Jobst Knigge, La hija de Stalin.
Dos bodas y un funeral de Estado
Ya con su mundo de fantasías de la niñez completamente destrozado, Svetlana nunca pudo abandonar la oscilación de sus sentimientos entre el amor y el odio a su padre. Se casó a mediados de los 40 con Grigori Morozov, a quien su padre nunca quiso conocer. Más tarde se divorció y volvió a casarse en 1949 con Yuri Zhadanov, el hijo de un alto directivo del Partido Comunista. Esta relación si fue aprobada -y hasta promovida- por Stalin.
El fruto de su primer matrimonio fue su primer hijo, Josef, a quien su abuelo se negó a conocer. En tanto, con su segunda pareja, Svetlana tuvo en 1950 a su hija Yekaterina. Ambos se quedarían en la Unión Soviética años después, tras la fuga de su madre.
En el año 1953, Stalin, moría a causa de una hemorragia cerebral. Los cambios de los tiempos que llegaron a la URSS de la mano del nuevo Secretario General del Partido Comunista, Nikita Kruschev, no fueron demasiado favorables para Svetlana.
La administración postestalinista comenzó a denunciar los crímenes cometidos por el georgiano muerto y su hija perdió así sus privilegios. De ser la heredera del líder de Rusia se había transformado en la descendiente de un déspota sanguinario al que todos odiaban. Quizás fue por ello que, en 1957, cambió su apellido al de su madre y comenzó a llamarse Svetlana Alilúyeva.
En 1963, la hija de Stalin conocería a Brajesh Singh, un político comunista indio que visitó Moscú en ese año, y del que ella se enamoró perdidamente. El Partido Comunista no le permitió casarse con este hombre, que para ella igual siempre fue su marido, hasta el momento de su muerte, en 1966.
Huída de Rusia
Pero el dolor por el fallecimiento de su amor, le daría a Svetlana la oportunidad de saltar hacia su preciada libertad. Solicitó permiso para viajar a la India a esparcir las cenizas de su pareja en el río Ganges. Y una vez en Nueva Delhi, tomó la intempestiva y firme decisión de desertar de su país.
EL 6 de marzo de 1967, con 41 años recién cumplidos, Svetlana se presentó dispuesta a jugárselas a todo o nada en la embajada de Estados Unidos en la India. Allí se encontró con un agente de la CIA estadounidense llamado Robert Rayle, a quien le costó creer en un principio que esa mujer de pecas, pelo rojizo y ojos celestes casi transparentes era la hija del dictador soviético.
Pero la convicción que tenía Svetlana, su ansiedad por escapar y, sobre todo, su pasaporte soviético, convencieron al agente de que se trataba, en efecto, de la persona que decía ser. Los detalles de su escape fueron narrados en una magnífica biografía de la hija del líder soviético, escrita por Rosemary Sullivan, llamada La hija de Stalin: la extraordinaria y tumultuosa vida de Svetlana Alilúyeva.
La mujer le dijo al estadounidense que tenía intenciones de huir de su país y que tenía apenas unas horas antes de que en la embajada soviética se dieran cuenta de que ella había escapado.
Aún antes de recibir la autorización para proceder a dar asilo a esta para nada común disidente, Rayle y Svetlana se habían subido a un avión con destino a Roma. De este modo, la hija del dirigente comunista más importante del último siglo de la historia rusa había comenzado su partida hacia el país más emblemático del occidente capitalista.
Llegada a Estados Unidos
El 21 de abril de 1967, luego de una breve estadía en Suiza, llegó a los Estados Unidos. Allí daría una conferencia de prensa donde aceptaría las atrocidades cometidas por su padre en Rusia, pero le atribuiría la responsabilidad de ello al "Partido Comunista, al régimen y a la ideología en su totalidad".
En términos geopolíticos, el momento que eligió Svetlana para huir de su patria no era el mejor posible. Eran tiempos en que tanto los estadounidenses como los soviéticos habían comenzado un deshielo en las tirantes relaciones signadas por la Guerra Fría. Más allá del revuelo causado por la ilustre desertora, ambas potencias prefirieron evitar el conflicto.
Svetlana quemó su pasaporte soviético y se instaló en Nueva Jersey. Había escrito en secreto un libro de memorias llamado 20 cartas a un amigo, que se convirtió en best seller en Estados Unidos y que la transformó a ella en millonaria.
A comienzos de la década de los 70, Svetlana encontró el amor en el nuevo mundo y se casó con William Peters, mano derecha del prestigioso arquitecto Frank Lloyd Wright, con quien tendría a su hija, en el año 1971. Como una prueba más de que la heredera de Stalin no podía abandonar del todo el universo de su padre, su beba estadounidense fue bautizada Olga, como la madre del dictador Georgiano.
Poco tiempo después, Svetlana se divorció por tercera vez. Y en 1978, se cambió el nombre nuevamente, y pasó a llamarse Lana Peters.
Regreso a la URSS
Svetlana, ya convertida en Lana Peters decidió, para sorpresa de muchos, regresar a su madre patria. Lo hizo en 1984 con su hija Olga, con la intención de volver a ver también a sus dos hijos rusos.
En su regreso, fue usada como elemento de propaganda de un régimen que, bajo el comando de Konstantin Chernenko había vuelto a reivindicar la figura de Stalin. Ella pudo reencontrar a su hijo Jacob, pero no así a Yekaterina, que nunca le perdonó a su madre que la haya abandonado cuando era adolescente.
Decepcionada porque el escenario con el que se encontró no era el que se imaginaba, el "pequeño gorrión" decidió remontar vuelo nuevamente. Estuvo un tiempo en Inglaterra y luego regresó a Estados Unidos.
El final
La exSvetlana transitó las últimas décadas de su vida con un perfil bajo, tratando de pasar lo más desapercibida posible. En el condado de Richland Center, en Wisconsin, la mujer, que había denunciado en su momento haber sido perseguida por agentes de la CIA y la KGB, atravesó sus últimos años casi en el anonimato y la pobreza.
El 22 de noviembre de 2011, a los 85 años, la "princesa del Kremlin" moría a causa de un cáncer de colon. Falleció convencida de que su padre, aun siendo un hombre terrible y cruel con amigos y enemigos, la había amado.
En la biografía de Sullivan quedó asentada una afirmación de Svetlana que expresa la sensación que la acompañó durante toda su vida: "Donde quiera que vaya, aquí, en Suiza, en India, o donde sea, siempre seré una presa política del nombre de mi padre. Haga lo que haga, o diga lo que diga, su sombra siempre me envuelve".
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