La trágica historia del joven que fue exhibido en un zoológico como si fuera un mono
Ota Benga era negro y pigmeo, y en 1906 el zoológico de Bronx decidió exhibirlo dentro de una jaula con primates. Durante 20 días, el joven fue parte de la muestra de la “Casa de los monos” y los neoyorkinos fueron partícipes de una exposición humillante. Aunque la esclavitud había sido prohibida en Estados Unidos hacía 40 años, el prejuicio racial continuaba latente, y Ota lo vivió en carne propia.
Medía 1,2 metros, pertenecía a una comunidad pigmea del interior de Congo, en África, y tenía menos de 15 años cuando fue obligado a vivir en cautiverio junto a orangutanes y chimpancés.
La traumática experiencia lo marcó y 10 años después de ser tratado como un animal, Ota tomó un arma y se suicidó. Estaba hundido en una profunda depresión, no encontraba sentido a su existencia y no había podido integrarse a la sociedad.
Un pigmeo “por encargo”
La vida de Ota estuvo enlazada con la de Samuel Phillips Verner, un presbiteriano blanco, misionero y antropólogo que había nacido en 1873, y que a partir de 1895 había comenzado a realizar viajes al continente africano. Su abuelo había sido un plantador sureño y dueño de esclavos, y su padre, un líder de la Reconstrucción, durante la era del Partido Supremacista Blanco.
De acuerdo al libro Ota Benga, el pigmeo en el zoológico, escrito por el nieto de Verner en 1992 y reseñado por The New York Times, durante su segundo viaje a África a Samuel Verner le encargaron “conseguir” pigmeos para ser exhibidos en la Exposición Universal de Saint Louis, que era organizada por el Gobierno estadounidense junto a la Louisiana Purchase Exposition Company. Y en 1904, regresó de su travesía con casi una decena de los pigmeos requeridos.
Según crónicas de la época, Verner y Ota se conocieron en un mercado de esclavos en el interior de la actual República Democrática del Congo. Ota había sido esclavizado por la tribu Baschile y el antropólogo lo “compró” por cinco dólares, aunque la transacción no fue en efectivo y hubo intercambio de productos para “adquirir” a Ota, quien se estima que tenía alrededor de 12 años. Ese momento fue para Ota una liberación, pero resultó ser su perdición.
Una vez que Verner “consiguió” a Ota, pudo reclutar a otros pigmeos de la tribu Batwa, también en Congo. Pero Ota no hablaba el mismo lenguaje que sus coterráneos y no lograba comunicarse con ellos, dado que él mismo pertenecía a otra comunidad.
El 23 de mayo, el grupo partió hacia hacia Nueva Orleans, a donde llegaron el 26 de junio. Ota había viajado más de 32.000 kilómetros.
Los diarios de la época estaban ansiosos por la exhibición y anunciaban a los pigmeos con bombos y platillos. La sociedad estaba impacientes por ver con sus propios ojos a un grupo de hombres pigmeos en la feria mundial, donde se expuso como “colección exótica” a varios pueblos indígenas del mundo occidental.
El 4 de septiembre de 1904, el diario St. Louis Post-Dispatch le dedicó una página entera a contar sobre la exhibición de los congoleños. “Mis aventuras cazando pigmeos en África”, era el titular y el racismo con el que se referían sobre los hombres exhibidos era alarmante.
Al hablar de Ota lo describían como el “liliputiense negro”, y hasta aseguraban que “parecía un mono”.
La exhibición fue un éxito y, de acuerdo a los diarios del momento, por cinco centavos, Ota mostraba sus dientes, que estaban afilados en punta. Este detalle llevó a la prensa a inventar rumores, lo comparaban con un “animal salvaje” y advertían que con ellos comía carne humana.
Para demostrar que Ota tenía “dueño”, detallaban que el joven “pertenecía a la compañía que organizaba la exhibición.
Un trunco regreso y la vuelta a Estados Unidos
El Estado Independiente del Congo, como era denominado el territorio pese a ser propiedad privada del rey Leopoldo II de Bélgica, se había asegurado que los pigmeos llevados a la exhibición volverían a su lugar de origen. Pero el destino de Ota fue otro.
Cuando la feria terminó, Verner se dispuso a llevar a los pigmeos de vuelta a su tierra. El resto de los pigmeos volvió a su comunidad, pero al llegar a su país, Ota se enteró de una noticia que cambió sus planes.
De acuerdo a la ONG que lleva el nombre del pigmeo, en su regreso a Congo, Ota, quien pertenecía a la comunidad Chirichiri, descubrió que su gente había sido aniquilada por el rey belga Leopoldo.
Entonces, decide volver a Estados Unidos con Verner.
De vuelta en el continente americano, su cuidador negoció entregarlo al Museo de Historia Natural de Nueva York. Sin embargo, el acuerdo no prosperó, porque Ota no era lo suficientemente “dócil”.
Luego, Ota consiguió un trabajo en los subtes de la ciudad, pero la situación tampoco funcionó y al poco tiempo pierde su trabajo.
La vida en “La casa de los monos”
Sin un objetivo claro, en 1906, Verner decide entregar a Ota la Sociedad Zoológica de Nueva York para su cuidado y mantenimiento.
Durante su estadía en el zoológico, las autoridades lo alojaron en “La casa de los monos”, donde Ota debía compartir una jaula con orangutanes y chimpancés.
Pronto, el zoológico anunció una nueva exhibición. Por primera vez, entre los animales enjaulados, mostrarían a un hombre.
La noticia de la “Exhibición de un pigmeo” circuló rápidamente en la sociedad y el 8 de septiembre de 1906 una multitud de personas asistió al zoológico para observar al joven entre los primates.
De acuerdo a la crónica contemporánea de The New York Times, “al igual que sus compañeros de alojamiento, los orangutanes y los monos, Ota tiene una habitación dentro del edificio”. El objetivo era que Ota entretuviera a los visitantes, cuyo número aumentó exponencialmente durante la muestra.
Durante sus exhibiciones, Ota se dedicaba a tejer o a utilizar el arco y flecha que le habían brindado para “caracterizarlo” como “primitivo”.
Cada tanto el congoleño tenía permitido salir de su jaula, pero su guardián no dejaba nunca de vigilarlo.
A pesar de los intentos por deshumanizar a Ota, su presencia en el zoológico generó una fuerte repercusión y rápidamente varios sectores de la sociedad comenzaron a criticar la exposición y su cautiverio junto a los monos.
Los primeros en alzar su voz fueron los ministros negros de las iglesias baptistas, quienes protestaron por el confinamiento de un ser humano en un jaula y, en nombre de Ota, solicitaron al alcalde de Nueva York que se terminara la muestra del pigmeo africano con los monos en el zoológico.
Los defensores de los derechos de Ota calificaron la situación de “degradante”. Además de varios pastores y reverendos, múltiples iglesias se indignaron por el episodio. La exhibición de un humano enjaulado con monos no había pasado desapercibida.
Al respecto, el reverendo afroamericano James H. Gordon, director del asilo de huérfanos negros Howard en Brooklyn se quejó: “No nos gusta esta exhibición de uno de nuestra raza con los monos. Nuestra raza, creemos, está lo suficientemente deprimida sin la necesidad de mostrar a uno de los nuestros con los simios. Creemos que somos dignos de ser considerados seres humanos, con alma”. Su propuesta era conseguir la custodia y llevarse a Ota al hogar que tenía para que el joven pudiera desarrollarse.
Pero las excusas por parte de Verner y de las autoridades continuaban: que si Ota estaba con los monos era para cuidarlos, que el cartel que indicaba que estaba en la jaula era para evitar que se hicieran preguntas sobre él y que el guardia lo cuidaba para evitar que se escapara.
La libertad y su suicidio
La presión de los ministros baptistas por liberar a Ota fue tan grande que el 28 de septiembre, 20 días después de que se lo exhibiera por primera vez, consiguieron que el joven abandonara el zoológico. Ota fue llevado al hogar Howard, donde intentaron, como se decía en la época, “civilizarlo”: le enseñaron a usar reloj y a no fumar pipa frente a las mujeres, y comenzó a aprender a hablar inglés.
Cuatro años más tarde, en 1910 Ota se fue a vivir al Lynchburg Theological Seminary and College para estudiantes negros en Virginia, donde la poetisa Anne Bethel Spencer le enseñó a leer y escribir. Luego, llegó a trabajar en una fábrica de tabaco.
Según describieron personas que lo conocieron en esa época, Ota solía golpearse el pecho y decir: “Soy un hombre. Yo soy un hombre”.
Pero Ota no pudo superar sus tristezas y en marzo de 1916 se suicidó pegándose un tiro. Tenía alrededor de 25 años.
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