La tragedia aérea que dejó 159 muertos y de la que solo sobrevivieron un padre y su pequeña hija
El terrible accidente ocurrió en diciembre de 1955; detalles estremecedores de un vuelo que terminó de la peor manera
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Al abrir los ojos, Gonzalo Dussán Monroy no halló nada más que oscuridad. Se imaginó en la casa de sus familiares y por un momento hasta sintió vergüenza de pensar que había perdido el conocimiento en medio de la fiesta de bienvenida que le habían preparado en Cali.
Pero, el fuerte dolor en la espalda y el intenso frío lo depositaron en la terrible realidad: Gonzalo fue uno de los cuatro sobrevivientes, junto a su hija Michelle, de 6 años, del terrible accidente aéreo ocurrido el 20 de diciembre de 1995, en zona rural de Buga, Valle del Cauca, cuando el Boeing 757 chocó de frente contra el cerro de San José causando la muerte de 159 personas.
Siete meses antes del siniestro aéreo, Gonzalo y su familia decidieron que las vacaciones de fin de año las pasarían en Cali, pues en la búsqueda de mejores oportunidades él había llegado 15 años atrás a Norteamérica, donde conoció a su esposa, Nancy Delgado, con quien vivía en Nueva Jersey (Estados Unidos) y llevaba muchos años sin regresar a su tierra. ”Era una fecha especial –recuerda Gonzalo–. Diciembre, la familia, Feria de Cali. Todo estaba listo para que fueran unas excelentes vacaciones. Mi primo, Edison Claros, también viajaba con su familia”.
Gonzalo trabajaba en la multinacional Johnson & Johnson y también, producto de su experiencia en contabilidad, ayudaba a las personas con sus impuestos. Pidió una licencia para tomar unos días libres, retiró un dinero y esperaba que la tormenta que desde días atrás azotaba el noroeste de Estados Unidos no interfiriera en sus vacaciones.
Pero desde las oficinas de American Airlines lo llamaron ese miércoles 20 de diciembre para avisarle que su vuelo había sido suspendido por las condiciones climáticas. ”Primero nos dijeron que la pista estaba cubierta de nieve, que no podíamos salir ese día –rememora Gonzalo–. La desilusión, obvio, pero era cierto, la tormenta que azotaba al país por esos días era fuerte, fue lo primero que pensé cuando empezó a nevar”. Gonzalo y su familia se disponían a desempacar en medio de la desazón y esperando que se reprogramara pronto su vuelo cuando sonó nuevamente el teléfono de la casa.
Incertidumbre y desconfianza
Media hora después de haber recibido la noticia sobre la suspensión de su vuelo, una operadora de American Airlines llamó de nuevo a Gonzalo Dussán para indicarle que la pista de despegue del aeropuerto internacional de Newark se encontraba despejada y el vuelo se realizaría esa misma tarde.
Gonzalo, su esposa y sus hijos Michelle y Gonzalo Junior, de 13 años, iban con sus primos en una van rumbo al aeropuerto en medio de la tormenta que todavía golpeaba con fuerza. Era tanta la nieve que por un momento el vehículo se deslizó por la carretera y giraron varias veces, pero por fortuna no hubo un accidente y pudieron continuar hacia el aeropuerto. ”Por lo general esos vuelos salen siempre en la mañana –explica Gonzalo–. Sobre las 9 de la mañana estábamos chequeándonos para poder realizar el viaje y minutos después pudimos viajar hasta Miami, que es de donde salen los vuelos para Cali”.
“Debido a lo que había ocurrido nos tocó correr, había mucho estrés, todo era corriendo, con afán. Eso lo llena a uno de incertidumbre y hasta desconfianza”. El despegue del avión desde Miami tuvo que haber sido a las 4:40 de la tarde de ese 20 de diciembre, no obstante, debido a todo lo acontecido, despegó sobre las 6:35 PM”, agregó.
Las 3 horas y 50 minutos que aproximadamente toma el viaje desde Miami a Cali fueron tranquilas, o por lo menos así lo recuerda Gonzalo, pues los detalles suelen ser borrosos a la hora de buscarlos en la memoria. Él está seguro de que iba sobre el pasillo, en la fila 16.
Su hija Michelle iba en la ventana y en la mitad Nancy; Gonzalo Junior estaba sobre el lado izquierdo, durante todo el viaje estuvo con un primo de su edad de un asiento a otro, pues aunque viajaban 155 personas, muchas sillas se encontraban sin dueño. Cuando el piloto anunció que pasaban por Barranquilla, Gonzalo se levantó de su asiento para afeitarse. El agite de las horas previas le había impedido hacerlo, así que entró al baño, se afeitó y volvió a tomar asiento. Todos se miraban felices por estar cerca de Cali luego de tantos impases. El reloj marcaba las 9:41 p. m.
“Faltaban unos 15 minutos antes de llegar al aeropuerto –recuerda Gonzalo–. Por el parlante nos avisaron que debíamos ajustar la silla y estar preparados. Recuerdo que les dije a mis hijos que el Valle se veía muy lindo con sus lucecitas de noche, que a un lado podíamos ver la cordillera Occidental y al otro lado la Central, y hasta discutieron por asomarse a la ventana, pero finalmente Gonzalito se fue unos puestos más adelante para sentarse”. Gonzalo recuerda una vibración. Era fuerte, se supone que normal, pero cada vez se hacía más intensa. Con temor se miraban unos a otros sin decir nada. De repente, las luces se apagan, todo es oscuridad, hay gritos y la vibración se hace insoportable.
Lejos de casa
El frío era tan fuerte que Gonzalo reaccionó en búsqueda de una cobija. Ahí recordó que no estaba sobre una cama ni había llegado a Cali. La superficie era dura y no podía levantarse por causa de un fuerte dolor de espalda.- ¡Auxilio, auxilio! –gritaba en medio de la oscuridad–. A lo lejos respondió Michelle, le pidió que le llevara agua con hielo porque tenía sed.
”Me logro medio parar y comienzo a dirigirme hacia donde yo la escuchaba –explica Gonzalo–. Logro llegar, no sé cómo pude llegar ahí, pero logro llegar donde estaba ella. Cuando la intento levantar me dice que le duelen mucho las piernas, así que le digo que me espere ahí, porque estoy viendo una luz al costado”.
Gonzalo se arrastraba en medio de láminas y asientos, ya era de día. Pudo llegar a afuera, vio las partes del avión, vio la maleza, los árboles, se cayó y volvió a pararse. Mientras caminaba pudo escuchar a su hijo pedir auxilio, nunca pudo verlo. Siguió caminando, cayó de nuevo, se paró y vio a dos personas en muy mal estado pero aún vivas. El dolor en su espalda se hacía más fuerte.
Gonzalo se sentó cerca de esas personas. No les entendía lo que decían, solo las escuchaba quejarse. Tomó una manta que había cerca y se arropó para esperar un rescate, pues aún en su mente era confuso dónde estaban y qué había pasado. Media hora después de sentarse vio pasar un helicóptero. El vehículo se detuvo sobre él y volvió a alejarse. Regresó y le lanzó una cuerda por la que descendió un rescatista.
Desde la 1:40 p. m. empezaron a llegar los sobrevivientes del accidente al Hospital Universitario del Valle (HUV), en Cali, quienes fueron identificados como Mauricio Reyes y Mercedes Ramírez. Gonzalo asegura que su llegada, la última, se dio entre 3:30 y 4:30 PM. ”Los paramédicos que sacaron a mi hija me dijeron que ella estaba encima como de 80 personas muertas –sostiene Gonzalo–. Mi hijo alcanzó a ser transportado al hospital, pero murió. Tuvo muchos golpes en su cuerpecito, tuve la oportunidad de hablar con los paramédicos y me dijeron que lloraba mucho. Finalmente llegó al hospital y sufrió dos paros respiratorios que le causaron la muerte. Me queda la satisfacción de saber que estuvo con vida, que sobrevivió, luchó y llegó al hospital”.
Tras el accidente, Michelle sufrió fractura en el fémur izquierdo, perdió nervios desde la pelvis hasta su pie, edema cerebral mínimo y laceraciones. Mientras tanto, Gonzalo tuvo una lesión medular en su cervical 7. “Todo fue un conjunto de milagros –aclara Gonzalo–. Yo allá arriba me habré caído unas tres veces y cuando llegué al hospital los médicos me dijeron que tenía un aplastamiento en la médula, que si me hubiera caído se partía y podía quedar cuadripléjico, fue un milagro, no encuentro otra palabra”.
EL TIEMPO registró en aquel entonces el siniestro del Boeing 757 de American Airlines como el peor accidente en la historia de la aviación colombiana hasta ese momento y el más grave de una aerolínea estadounidense desde el atentado con una bomba en 1988 de un avión de Pan Am cuando sobrevolaba Lockerbie (Escocia), en el que murieron 270 personas.
En un comienzo se especuló sobre las posibles causas del accidente, que incluían desde problemas con el inglés del controlador de la torre del Aeropuerto Bonilla Aragón, en Palmira, hasta atentados terroristas fundamentados en comunicados que recibieron el lunes 18 de diciembre los diarios Miami Herald y The New York Times en los que se advertía de ataques con bombas a aviones que volaran de Venezuela y Colombia a Estados Unidos.
Según las conclusiones de las investigaciones de la Aeronáutica Civil de Colombia y de la Junta Nacional del Transporte de los Estados Unidos –publicadas por EL TIEMPO en 1995– la tripulación del avión fue la culpable del accidente porque no ejecutaron correctamente en la computadora su aproximación a la pista de aterrizaje, no se dieron cuenta de la situación, y no recurrieron a la navegación básica por radio al encontrarse con datos confundidos sobre su ubicación.
El piloto Nicholas Tafuri, de 57 años, había efectuado a menudo ese vuelo, pero al producirse el accidente el avión estaba a cargo del primer oficial Don Williams, de 39 años, que aunque era experimentado hacía su primera aproximación a Cali. Adicionalmente, los pilotos dieron una orden incorrecta y oprimieron la tecla R, que el computador entendió como aproximación Romeo (en Bogotá) y orientó la dirección del avión hacia la izquierda, lo que fue desviando la trayectoria del aparato hacia la región montañosa.
La Aeronáutica Civil y la aerolínea dijeron que el aparato de 47 metros de largo estaba desviado de la ruta por lo menos 13 millas hacia el este, y que descendía hacia el aeropuerto cuando chocó contra la montaña a poco más de 9000 pies de altura sobre el nivel del mar.
La punta del avión se enterró en el cerro de San José y el avión se partió a la mitad. Gonzalo vuelve a atribuir todo a las manos del milagro, pues la fila en la que estaba le permitió quedar al interior del avión, a pocos metros de donde se partió.
Redención
Michelle Dussán fue dada de alta un mes después del fatal accidente. Tuvo que seguir más de ocho meses en su largo proceso de recuperación y solo hasta marzo de 1996 pudo caminar de nuevo. Gonzalo vivió casi seis meses con un cuello ortopédico que le impedía estirarse para besar a su hija cada vez que la tenía cerca.
”La pequeña de seis años poco habla y poco quiere recordar. En sus ojos negros y la expresión de su rostro se nota la ansiedad que le produce hablar de regresar lo más pronto posible a su tierra natal, Summer Ville, en el estado norteamericano de Nueva Jersey. Allí espera reunirse nuevamente con su abuela Luisa Monroy y sus primas, para jugar y compartir momentos de alegría. Durante el accidente en el cerro San José de Buga del avión que venía de Miami, murieron el hermano de la niña, Gonzalo Dussán, y su mamá, Nancy Delgado”, registró EL TIEMPO en 1996.
En varias oportunidades se le vio a la menor con una figura del Señor de los Milagros de Buga que la acompañó durante su estadía en Cali, la tierra de sus padres que soñaba conocer junto con su hermano Gonzalo Junior. Al regresar a Nueva Jersey, Gonzalo asegura que recibió una ayuda del fondo de empleados de Johnson y le ofrecieron su trabajo nuevamente, pero pidió un tiempo de reposo, ya que estaba de luto por la muerte de su esposa y su hijo.
La experiencia acercó mucho más a Gonzalo con la espiritualidad. Asegura que se aferró más a la oración y junto a su hija empezaron juntos este proceso de sanación física, mental y espiritual.
Las heridas internas fueron tan fuertes que Gonzalo solo pudo viajar a Estados Unidos un año después luego de un largo tratamiento psiquiátrico. Su vuelo de regreso también lo realizó en uno de la línea American Airlines. ”Uno queda con temores, incertidumbre, los nervios se le afectan mucho, uno no puede ver cosas fuertes porque le causan miedo –analiza Gonzalo–. Esa parte nerviosa debió ser tratada y yo solo podía volar con los ojos cerrados, no podía abrirlos para nada. Después de un evento así ya no te arriesgas a nada, piensas que todo va a salir mal”.
Su nueva vida aferrado a Dios lo llevó a conocer a María Victoria, con quien se casó en 1999. Junto a ella realizó un curso para ser pastores entre el 2006 y el 2014 en Cali. Tras su grado volvieron a Estados Unidos, esta vez al estado de Florida, donde también vive su hija Michelle, quien tiene una hija de 8 años.
La pareja se dedica a labores sociales, tienen grupos de oración y de vez en cuando Gonzalo aún ayuda con sus impuestos a las personas. Asegura que esta experiencia hizo que su vida se dedicara en un 80 por ciento al servicio de Dios. Mientras tanto, Michelle vive en la ciudad de Pompano Beach junto a su pareja y su hija. Ella también hace parte de los grupos de oración que se congregan en la vivienda de Gonzalo.
La familia hoy se dedica a servir a Dios, guiar a jóvenes y predicar la palabra en Florida, el hogar que hoy acoge a un padre y una hija sobrevivientes a una de las peores tragedias aéreas del siglo XX. ”Nosotros físicamente ya no sentimos dolor –explica–. Pero sí quedan impedimentos como movilidades y cosas que uno podía hacer pero ya se le dificultan también por la edad. Nos dedicamos junto a mi esposa a orar por familias, personas enfermas y también ayudamos con ropa y cuidado u ofrendas a personas afectadas por eventos como el del huracán María, en Puerto Rico”.
Aún no disfruta mucho de viajar, pero en diciembre de 2017 voló por 16 horas hasta Israel. Durante el vuelo su esposa tuvo problemas por piedras en el riñón y tuvo que estar de pie a su lado orando y acompañándola. ”Fue un viaje muy bonito –agrega Gonzalo–. Pese a la emergencia lo disfruté bastante, aunque ya no me guste mucho volar. Mi vida dio un cambio de 180 grados, yo era muy apático a Dios, a lo espiritual, pero ya después del accidente me involucré al estudio de Dios y hoy día es gracias a él que hemos sanado como familia”.
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