El exmonarca Constantino II murió a los 82 años en una clínica privada de Atenas, casi cinco décadas después de haber perdido su corona
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Para las nuevas generaciones, hablar de monarquía griega es volver muy muy atrás. El rey griego más popular en el siglo XXI es Leónidas, el monarca espartano que murió en el 480 a.C. en el paso de las Termópilas tratando de evitar la invasión persa.
La novela gráfica 300 de Frank Miller (publicada en 1998) y, sobre todo, la película del mismo nombre dirigida en 2006 por Frank Snyder, basada en el cómic, nos grabaron esa idea de un rey griego musculoso y guerrero que volvía de la batalla, como decían en la antigua Esparta, con el escudo (victorioso) o sobre el escudo (muerto, cargado por sus compañeros).
Una imagen muy distinta a la de Constantino II, el exmonarca griego que falleció esta semana a los 82 años en una clínica privada de Atenas, 48 años después de haber perdido su corona y haberse convertido en el último rey de Grecia.
Pero, si bien la historia de Leónidas muerto en combate no tiene punto de comparación con la noticia de un rey caído en desgracia que muere en un hospital, el origen de la monarquía griega en el siglo XIX sí guarda relación con aquel combate en las Termópilas. Ambos reyes son parte de un enfrentamiento secular contra el invasor que vino de Oriente.
En la Antigüedad fueron los persas, que intentaron dos veces invadir Grecia sin éxito. En el Medioevo, los otomanos, que -tras la caída de Constantinopla en 1453- avanzaron por Europa del Este y ocuparon toda Grecia desde inicios del siglo XVI. Hasta que comenzó una lucha por la independencia griega que atrajo a poetas y reyes.
La guerra por la independencia
En febrero de 1821, un grupo de griegos del grupo independentista Philikí Etaireía (“Hermandad Amistosa”) ingresó en Moldavia, ocupada entonces por los turcos, pero fueron vencidos. Su derrota no evitó que estallaran revueltas contra el dominio otomano tanto en la Grecia continental como en las islas del Mar Egeo que derivaron en enero de 1822 en una declaración de independencia. Pero, la historia estaba lejos de haber terminado.
Entre 1822 y 1824, las tropas turcas intentaron recuperar el control del Peloponeso, pero los griegos resistieron. Lo que no pudieron evitar fue enfrentarse entre ellos y la independencia corrió peligro cuando se pelearon las facciones de Theódoros Kolokotrónis y Geórgios Kountouriótis.
Para cuando Kountouriótis consolidó su liderazgo la causa griega tenía otro problema mayúsculo: Egipto. Con el apoyo marítimo egipcio los turcos volvieron a entrar en Atenas en 1826. La independencia de Grecia fue salvada entonces por la intervención de otros poderes extranjeros, en este caso, Gran Bretaña, Francia y Rusia, cuyas flotas destruyeron los barcos egipcios.
Además de la acción de los gobiernos, esta guerra atrajo a cientos de personas que quisieron luchar por la independencia griega: los philhellenes -o amantes de Grecia- que ayudaron monetariamente o incluso yendo a combatir al frente, y entre los que destaca Lord Byron, el poeta inglés que murió en la localidad griega de Missolonghi el 19 de abril de 1824.
“Fue un movimiento global inspirado en la Grecia Antigua, en la literatura clásica, en la idea de la democracia nacida en Atenas y de Grecia como cuna de la civilización europea; otros lo vieron como una lucha entre la cristiandad y el despotismo oriental”, indica a BBC Mundo la historiadora belga Gonda van Steen, autora -entre otras obras- del libro Liberating Hellenism from the Ottoman Empire (Liberando al helenismo del Imperio Otomano).
En 1832, 11 años después de aquella incursión griega en suelo moldavo, las potencias europeas declararon en Londres que Grecia era un Estado bajo su protección. Pero no todo salió como los “protegidos” querían. Los griegos, en su lucha por la independencia, habían soñado con una república y terminaron con una monarquía.
El ejemplo americano
“La Guerra por la independencia o Revolución Griega solía presentarse como un hecho histórico en sí mismo, con todo lo que inspiraba la Antigua Grecia y el deseo de restaurar esta antigua civilización, pero los historiadores hoy en día la ubican en lo que se llama la era de las revoluciones”, le dice a BBC Mundo Roderick Beaton, autor -entre otras obras- del libro Greece: Biography of a Modern Nation (Grecia: biografía de una nación nueva).
“Es interesante para una audiencia latinoamericana que esa era comenzó en ese continente, en 1776, en Norteamérica, aunque la independencia griega tuvo lugar en medio del período revolucionario sudamericano”, añade el historiador británico.
Incluso, dice Beaton, hay personajes en común. El almirante escocés Thomas Cochrane, por ejemplo, aceptó en 1817 comandar la flota chilena contra la armada española y su captura de la nave Esmeralda en el puerto de Callao tres años después contribuyó no solo a la independencia de Chile sino también a la de Perú.
Tras regresar a Europa, fue empleado por los griegos con el mismo fin, pero no logró el éxito que había alcanzado en los mares australes. El mismo Lord Byron, dice Beaton, antes de comprometerse con la lucha de los griegos, había hablado de ir como voluntario a Sudamérica.
“El precedente de las revoluciones sudamericanas es relevante para la independencia griega, además, porque muchos de estos Estados americanos se convirtieron en repúblicas, y los griegos también intentaron que este nuevo Estado europeo fuera una república, basada en el modelo americano”.
Pero, en el viejo modelo europeo, señala el historiador británico, a diferencia de lo que ocurría en el nuevo mundo, un Estado debía tener un rey.
Otto primero, Jorge después
Una corona necesita un rey y las potencias fueron a buscarlo a Baviera, actual Alemania. Otto von Wittelsbach, segundo hijo del rey Luis I, fue el elegido.
Para Beaton, hay dos razones detrás de la elección de un rey extranjero. Primero, que para aquella Europa, ser rey significaba pertenecer a una de las familias reales europeas. Segundo, porque los mismos griegos no confiaban tanto en ellos mismos como para que uno solo acumulara ese poder real.
Sin embargo, Van Steen añade que muchos revolucionarios griegos sintieron que habían cambiado el despotismo oriental por el despotismo occidental, y para ellos la monarquía griega arrancaba desde el inicio con el pie equivocado.
A pesar de este rechazo de algunos griegos, el 6 de febrero de 1833 Otto y sus consejeros bávaros llegaron a Grecia. Muy pronto los altos impuestos y su condición de católico hicieron que los griegos se rebelaran. Diez años después de haber ascendido al trono, Otto debió hacer dos grandes concesiones: otorgar una Constitución y comprometerse a que el próximo rey sería ortodoxo, no católico.
“El factor religioso fue muy importante, y es una clara muestra del error de cálculo de estas potencias europeas al elegir un rey sin consultar realmente a los griegos. Otto se volvió un entusiasta de lo griego, muy patriótico, pero no quiso cambiar su religión, algo que sí hizo su sucesor”, explica Beaton.
El 23 de octubre de 1862, tras nuevas fricciones con sus súbditos e incluso con los poderes que lo pusieron en el trono, el monarca bávaro fue depuesto y regresó a Baviera. Para mayor complicación, en todos sus años en Grecia no había tenido descendencia.
El próximo rey, entonces, no vendría de Bavaria sino de más al norte: Dinamarca. Jorge I gobernará Grecia entre 1863 y 1913 y se volvería uno de los monarcas constitucionales más exitosos de Europa. Durante su reinado, Grecia se convertirá en un Estado europeo moderno. Solo que sus sucesores no fueron tan afortunados.
Un siglo complicado
En el siglo XX Grecia sufrió una invasión nazi, dos guerras mundiales, varios golpes de Estado y un enfrentamiento entre su gobierno y guerrillas comunistas. A Jorge I lo sucedió su hijo mayor, Constantino, quien ya desde el primer momento enfrentó un dilema con su nombre.
“Aunque es un nombre griego muy popular, se trata de un nombre romano, el del emperador que adoptó el cristianismo y fundó Constantinopla. Él fue Constantino I y el último emperador de Constantinopla fue Constantino XI, quien murió peleando con los otomanos. Entonces, cuando subió al trono muchos se preguntaron si se iba a llamar Constantino I o Constantino XII”, explica Beaton.
Una vez resuelto este problema de identidad, el nuevo Constantino I tuvo que enfrentar un problema más grave: la Primera Guerra Mundial.
Su posición neutral, pero esencialmente proalemana (era cuñado del emperador alemán Guillermo II), le costó el rechazo de sus aliados occidentales y de los mismos griegos, especialmente del primer ministro Eleuthérios Venizélos. Entonces, en 1917, se vio obligado a cederle su poder a su segundo hijo, Alejandro.
Pero, la muerte de Alejandro y la caída de Venizélos del poder le permitieron volver al trono en 1920, para abandonarlo de nuevo tras una revuelta militar en 1922. Su hijo mayor, Jorge II, lo sucedería, para perderlo un año después, también por levantamientos militares, y partir al exilio.
En marzo de 1924, la Asamblea Nacional griega votó el fin de la monarquía y proclamó a Grecia como república. Pero la corona sería restaurada en 1935 gracias a un plebiscito que dejó varias dudas. Más interrogantes generó un año después el apoyo de Jorge II al general Ioannis Metaxas, quien subió al poder suspendiendo Parlamento, partidos políticos y derechos constitucionales.
Si este apoyo decepcionó a los griegos, la indignación aumentó cuando en abril de 1941 el rey volvió a irse tras la invasión nazi. “Pasó casi todo su exilio en Londres y, en todos los sentidos, era más británico que griego”, dice Beaton.
“En 1946 hay otro referendo para ver si el rey puede volver. Pero está claro que los británicos, por motivos prácticos, hicieron todo lo posible para que Jorge II regresara”, añade Van Steen.
Jorge II moriría a inicios de 1947 y ascendería al trono su hermano Pablo. Él sobrevivió al conflicto político generado por el enfrentamiento entre el gobierno griego y las guerrillas comunistas. Sin embargo, la monarquía tenía los días contados.
El último rey de Grecia
Pablo, quien gobernó hasta 1964, fue el padre de Constantino II y de su hermana Sofía, quien sería reina de España. Pero para la historiadora Van Sateen, la persona más controvertida de esa familia sería la reina Federica, de origen alemán y descendiente directa de la reina Victoria de Inglaterra.
“Los griegos la acusaron de pertenecer a las juventudes hitlerianas, que es algo que ocurrió con la mayoría de jóvenes alemanes; fue sin duda la figura fuerte de la monarquía e influyó en su marido y en su hijo”, recuerda Van Steen.
La historiadora añade que otro elemento que vuelve a la reina una figura controvertida fue un programa de adopción que envió unos 3000 huérfanos para ser adoptados por familias greco-americanas en Estados Unidos, que ella investigó en uno de sus libros.
Los pocos años en el trono de Constantino II se caracterizaron por su enfrentamiento con el primer ministro George Papandreou, como ya había ocurrido con otros reyes y otros políticos griegos.
Esto terminó en 1967 cuando los militares protagonizaron un nuevo golpe de Estado. Aunque al principio se lo acusó de apoyar este levantamiento, Constantino II intentó luego un golpe contra el golpe y falló. De nuevo, la monarquía griega debió partir al exilio, esta vez, para nunca más volver.
En 1974, un plebiscito arrojó que casi el 70% de los griegos no quería saber nada con la corona, en lo que Beaton define como “el único referendo genuinamente libre sobre la monarquía en Grecia”.
Las propiedades reales fueron confiscadas y en 1994 Constantino II incluso perdió su pasaporte griego, porque se negaba a adoptar el apellido Glücksburg, lugar de origen de la casa danesa de la cual descendía.
Tras pasar varias décadas en el exilio en Reino Unido, en 2013 se mudó a Grecia como un ciudadano más, razón por la que que su último adiós no será un funeral de Estado. Un último desencuentro en una historia de casi dos siglos.
*Por Matías Zibell
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