La tildaron de “fenómeno” y “bestia”, pero los monstruos resultaron ser los demás
Julia Pastrana fue exhibida como “la mujer más fea del mundo”; explotada por un marido cruel, no tuvo paz ni siquiera en la muerte
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La sala del teatro neoyorquino Gothic Hall, en Broadway, estaba repleta aquella tarde de diciembre de 1854. Los espectadores aguardaban ansiosos la presencia sobre el escenario de la que había sido promocionada como “la mujer mono”, “la mujer oso” o también con el horrible mote de “la dama más fea del mundo”.
Minutos más tarde, una muchacha diminuta con un vestido rojo apareció en escena y el bullicio del público cesó de cuajo. Todos permanecieron en silencio ante la imagen de Julia Pastrana, el “fenómeno” humano que habían ido a ver. Una expresión de estupor llenó el aire del teatro cuando la luz alcanzó la figura de la joven en el escenario.
Es que la mujer presentaba una apariencia fuera de lo común. Estaba completamente cubierta de pelo, incluso en buena parte de su rostro. Además, poseía una mandíbula prominente proyectada hacia adelante que le daba un aspecto todavía más bestial. Sin mediar presentación alguna, la joven entreabrió su protuberante boca y comenzó a cantar.
Mientras entonaba melodías con su voz de mezzosoprano, la muchacha bailaba con una gracia sutil que encantó de inmediato a los presentes. Su primer número fue saludado con un estruendoso aplauso. La mujer que habían ido a ver como a un fenómeno grotesco los subyugó con su talento.
Así fue la primera presentación de Julia Pastrana fuera de su México natal. Tenía solo 20 años. Pero antes y después de esa actuación festejada con aplausos y vítores, la vida de esta muchacha estaría signada, para mal, por su apariencia y los abusos de un marido explotador, a la sazón, su representante.
Incluso luego de su prematura muerte, el cuerpo de esta frágil y talentosa mujer sería exhibido como el de un fenómeno monstruoso y solo encontraría reposo definitivo más de un siglo y medio después de su último aliento.
Una infancia desgraciada
La existencia de Julia Pastrana fue tortuosa desde los comienzos. Nació en 1834, en Santiago de Occoroni, un pueblo pequeño del estado de Sinaloa, en México y su condición física la que la marcaría durante toda su vida. Padecía un desorden genético llamado hipertricosis generalizada congénita, que provocaba que todo su cuerpo estuviera cubierto de abundante pelo.
Además, la recién nacida tenía también hiperplasia gingival, una afección que provocaba que su boca fuese más abultada de lo común. Incluso se decía que había nacido con dos hileras de dientes, aunque sus biógrafos no se han puesto de acuerdo en este punto.
Claro que a mediados del siglo XIX, las características físicas de la niña estaban lejos de ser explicadas por la medicina. Para la comunidad indígena en la que había nacido, la pequeña era un fenómeno extraño de la naturaleza, y su madre tenía que esconderla de la vista de sus vecinos para que no la señalaran con espanto.
Pero la desgraciada vida de la pequeña apenas comenzaba a desarrollarse. A los cuatro años, su mamá murió y la niña huérfana quedó al cuidado de un tío alcohólico y codicioso. El hombre, que no tuvo jamás un gesto amoroso hacia su sobrina, vio que podía sacar provecho de ella y pronto la vendió a un circo trashumante que visitó el pueblo asegurando que se trataba de “un gran fenómeno de la naturaleza”.
Hacia finales de la década de 1830, Pedro Sánchez, un acaudalado hombre que había sido gobernador de Sinaloa, vio a la pequeña entre los fenómenos del mismo circo, y decidió comprarla. Sánchez la tomó como criada, la explotó en todo momento y la exhibió también como un objeto ante los amigos y parientes que lo visitaban.
Pero, en casa del exgobernador, Julia aprovechó sus (pocas) horas libres para formarse intelectual y artísticamente. Aprendió a leer y a escribir y comenzó a cantar y bailar. Poseía una inteligencia portentosa y una enorme sensibilidad artística, de acuerdo con un perfil del diario estadounidense Chicago Tribune.
De México a los Estados Unidos
“Ella creció y desarrolló su talento con un espíritu de artista. Siempre se habla de los rasgos físicos por encima de todo, como si eso fuera su identidad, y su identidad no excluye su parte física, la incluye, pero en esa inclusión debe estar también el aspecto interior de ella”, dice Laura Anderson Barbata, la artista mexicana que dedicó 10 años de su vida a repatriar los restos de Julia Pastrana, en un documental sobre la vida de esta mujer realizado por la TV Azteca en 2013.
Pero más allá de sus dotes como artista, la joven permanecía encerrada en la mansión de Sánchez, y sería tratada durante toda su vida como un mera y grotesca mercancía. Así, en el año 1854, uno de los espectadores ocasionales de Julia en casa del exgobernador, Francisco Sepúlveda, que era funcionario de aduanas de Sinaloa, decidió comprar a la joven, que ya para entonces contaba con 20 años.
Sepúlveda llevó a Julia Pastrana a los Estados Unidos, con la intención de exhibirla en teatros y espectáculos de circo. “La dama extraordinaria”, como también era llamada, comenzó a convocar a multitudes.
Pero a poco de llegar a los Estados Unidos, apareció en la vida de la artista Theodore Lent, un buscavidas estadounidense que fue contratado por Sepúlveda para traducir los contratos de las presentaciones de Julia Pastrana.
Cruel como marido, explotador como representante
Lo que ocurrió entonces fue que Lent vio en la muchacha barbuda la oportunidad de obtener un rédito económico extraordinario y entonces diseñó un artero plan para “adueñarse” de ella. El hombre la cortejó, la encandiló con palabras llenas de dulzura que ella jamás había escuchado, e inmediatamente, le propuso casamiento. Ella aceptó.
Luego de realizarse el casamiento, Lent se convirtió en el representante exclusivo de Julia. Lejos de tratarla con amor conyugal, el flamante empresario del ambiente artístico fue brutal con ella. Explotador y déspota, la mantenía encerrada hasta que comenzaran las funciones y, cuando paseaba con ella por la calle, la ocultaba por completo con un velo. “Si quieren ver a la dama más fea del mundo (así la llamaba), tendrán que pagar”, era su lema.
La vida de la muchacha como fenómeno de circo continuó en diversos escenarios de Estados Unidos, y también de Europa. Encerrada en un cuerpo que provocaba horror a los espectadores, y presa de una vida de soledad y ocultamiento a la que la sometía su esposo, Julia encontraba el único consuelo y felicidad en sus presentaciones. Allí podía cantar y bailar para un público que, superado el pavor inicial, finalizaba encantado por sus dotes artísticas.
Además de su apariencia, el hecho de que Julia hubiera nacido en una población mexicana pequeña y alejada de los escenarios estadounidenses o europeos donde se presentaba, alimentaba todo tipo de mitos, como que fue criada en una cueva por lobos, o que había nacido de la cruza entre un orangután y una mujer. Todos estos horrores de interpretación se convertirían en trucos promocionales para ofrecer un mayor atractivo a sus presentaciones teatrales o circenses.
En tiempos en los que la ciencia estaba en la búsqueda de “el eslabón perdido”, Pastrana era exhibida como un ejemplar “mitad animal, mitad humana” o como “el híbrido extraordinario”, para atraer también la mirada de los científicos, que se acercaban a contemplarla.
Los afiches promocionales de la época y los nombres y apodos que recibía esta mujer deshumanizada con afán de lucro son una muestra de lo cruel que puede ser una sociedad con alguno de sus miembros, simplemente por la circunstancia de haber nacido diferente.
Explotada incluso tras su muerte
En el año 1860, cuando el marido representante y la esposa artista estaban en una gira por Rusia, ella descubrió que estaba embarazada. Pero esta aparente buena nueva para Julia terminaría de la peor manera. El 20 de marzo de ese mismo año nació el bebé de la dama extraordinaria. Por diversas complicaciones, el pequeño, que también tenía hipertricosis, sobrevivió solo 36 horas a su nacimiento.
Absolutamente desolada, Julia no sobreviviría mucho tiempo a la muerte de su hijo. Una infección derivada de falta de higiene en el parto acabaría con su vida cinco días después. El 25 de marzo de 1860, la artista murió en Moscú, Rusia. Tenía 26 años.
Pero ni siquiera allí acabaría su triste historia.
El codicioso viudo de Julia vendió los cuerpos de su mujer y su hijo a un médico de la Universidad de Moscú, que los embalsamó. Pero luego, el señor Lent, que no tenía el menor escrúpulo a la hora de buscar ganancias, volvió a percibir que podía lucrar con sus familiares fallecidos, y volvió a comprar sus restos momificados.
El representante vistió con atuendos de bailarina a su esposa y también puso sobre un pedestal de madera el cuerpo del bebé, y se lanzó con ellos a recorrer diferentes museos, circos y centros de exhibición europeos. Aunque parezca increíble, en 1864, Lent conoció en Suecia a otra mujer barbuda, conocida como Zenora. Y también la sedujo, se casó con ella, y la presentaba como la “hermana perdida” de Julia Pastrana.
Los restos de Julia Pastrana, sin descanso
Entonces, Lent continuó su recorrido por Europa, exhibiendo a su nueva esposa, y los cuerpos momificados de Julia y de su hijo. Unos años después, el ambicioso representante fue víctima de demencia, y terminó encerrado en un manicomio ruso, donde moriría en 1884.
Tras la muerte de Lent, los restos de Julia y de su bebé siguieron recorriendo el mundo y distintas exposiciones por décadas, hasta que a comienzos de 1970, en Suecia, la exhibición de los restos de la artista y el pequeño recibió el rechazo e la opinión pública y fue retirada de la vista del público.
Años después, los cuerpos embalsamados de Pastrana fueron hallados en el Instituto Forense de la Universidad de Medicina de Oslo, en Noruega. Lamentablemente, pocos años antes, habían sido sustraídos por un grupo de vándalos, y abandonados en un descampado. Los restos de la mujer quedaron deteriorados, pero el bebé fue devorado casi íntegramente por roedores.
En el año 2003, Laura Anderson Barbata conoció la historia de Julia Pastrana, se conmovió con ella y decidió que la mujer mal llamada “más fea del mundo” debería tener una sepultura final en su tierra y una ceremonia en la que se rindiera homenaje a su dolorosa vida.
El reposo final de Julia Pastrana
Anderson luchó por su objetivo, hasta que logró que el gobernador de Sinaloa tramitara la repatriación de los restos por la vía diplomática. Finalmente, el 11 de febrero de 2013, los restos de Julia Pastrana llegaron a México desde Noruega.
Un día más tarde, la dama extraordinaria, dentro de un ataúd blanco, fue despedida con una misa y una ceremonia en el cementerio de Sinaloa de Leyva. Cientos de personas despidieron a la artista como lo merecía, con una lluvia de gladiolos y alelíes y un aplauso cerrado. Sus restos fueron depositados en el panteón histórico del mencionado camposanto.
Su tumba se excavó más profundo de lo habitual y la tapa de la misma se selló con más cemento “para que nunca nadie la profane”, le dijo un funcionario público del estado de Sinaloa al cronista del diario mexicano El Universal.
“El retorno de Julia Pastrana es una oportunidad que se nos presenta para hacer una revisión acerca de la historia, de cómo han sido tratadas las personas en el pasado y cómo por lo mismo se siguen cometiendo estos horrores. El retorno es una manera de materializar la memoria, es restaurarle a Julia su dignidad”, dijo Anderson en el citado documental de la TV Azteca.
Julia Pastrana conseguiría, entonces, su reposo final 153 años después de su muerte. “La dama más fea del mundo”, “la mujer mono”, “la mujer oso”, “la mujer barbuda”, “el eslabón perdido”, o como sea que fuera llamada, esta frágil muchacha y artista excepcional demostró que la verdadera monstruosidad no estaba en su aspecto, sino en quienes la hicieron vivir una existencia miserable.
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