La tapia
En esa tapia que se ve desde la ventana, un enamorado ha trazado con spray un corazón atravesado por una flecha. Es Año Nuevo, otro año más. En esa tapia anochece muy pronto ahora, pero dentro de poco, cuando oigas graznar las grullas cruzando el cielo, te sorprenderá que a media tarde el sol se demora sobre ese corazón de spray hasta dorarlo por completo y ésa será la señal de que está creciendo el día. La savia entonces celebrará su fiesta y cuando se inflen las gemas de todos los árboles, puede que la vida te haya obsequiado ya con la primera puñalada, pero la naturaleza mandará abejas de oro a libar en esa herida y la convertirán en miel si logras que la confundan con la primera flor de primavera.
A medida que el aire se haga dulce, el deshielo creará arroyos luminosos en el monte y de la misma forma en la ciudad los manantiales que brotan en la puerta de las aulas dejarán correr adolescentes llenos de amor por las calles de abril y algunos se amarán por primera vez contra esa tapia, junto al corazón de spray, que lleva frente a tus ojos un tiempo indefinido.
El verano pasado soportó el calor tórrido del asfalto en medio de la ciudad desierta, pero esta vez un mendigo instalará su lecho de cartones muy cerca en la acera para compartir con él la misma soledad mientras estés lejos.
En el mar habrá fiestas bajo las estrellas, las risas de los amantes sonarán contra el cristal de las copas y una música te llevará hacia una isla desnuda.
El fragor de las chicharras te hará olvidar que el mal existe y tal vez la dicha será sólo una mirada o una brisa por debajo del vestido de lino o el ritmo de unos versos de Horacio compartido con un mismo chasquido de labios. Cuando regreses a la ciudad, el mendigo ya se habrá ido y será septiembre. El corazón de spray seguirá en la tapia y será otra vez sólo tuyo.
Si vuelves con otra herida, la cubrirán las hojas amarillas bajo la lluvia oblicua de otoño y ese infortunio no será sino la misma melancolía que hace fermentar el humus de los jardines.
Formando una lanza cruzarán el cielo lívido las aves en busca del Sur y tú podrás obligarlas a que atraviesen la memoria de todos tus placeres, mientras la tarde vuelve a cerrarse muy pronto sobre la tapia. Ha pasado un año, otro año más. Los valses de Strauss de la orquesta de Viena formarán de nuevo una nube de azúcar para cubrir todas la tragedias del planeta junto a ese corazón de spray, hoy oscurecido, pero una tarde te sorprenderá que el sol se demora hasta prenderlo en llamas y la vida volverá a empezar.
El autor, español, es escritor y columnista del diario El País de Madrid