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No era la primera vez que desafiaba las gélidas temperaturas de los inviernos más crudos. Acostumbrado al clima áspero del sur argentino, también había hecho la experiencia en las frías tierras de Noruega y Suecia . Sin embargo, cuando en 2021 tuvo la oportunidad de viajar un lugar mítico para el estilo de vida que eligió, no dudó ni un instante en seguir su corazonada.
“Creo que nunca decidí de manera consciente vivir en Alaska. El desafío de poder llegar hasta acá fue en su momento tan grande que no tuve tiempo para planificar una estadía más allá de ese objetivo puntual. Hoy, después de más de un año y medio, y reflexionando sobre la dimensión del proyecto que estamos encarando, entiendo que es una oportunidad única que no todos están dispuestos a sacrificar ciertas comodidades para perseguir un sueño”.
“Quería saber si ellos también podían disfrutar”
Oriundo de la localidad de San Isidro, en el norte de la provincia de Buenos Aires, fue a sus 18 años -cuando terminó la escuela secundaria- que Miguel Isla Casares sintió una suerte de “llamado” de la naturaleza. “Mi hermano había viajado a Ushuaia y conocido un criadero de perros de trineo. Me consiguió un contacto y de una semana para la otra fui a hacer mi primera temporada en esa disciplina. Me voló la cabeza”.
En Caviahue, en la provincia de Neuquén, dio sus primeros pasos en ese deporte y, en cuanto comenzó a familiarizarse con las necesidades y cuidados de los perros con los que pasaba los días, surgió una pregunta que cambiaría su vida para siempre. “Quería saber si esos perros podían disfrutar igual que yo de la actividad física, del entorno y de la adrenalina de recorrer aquellos magníficos paisajes cubiertos de nieve unidos por el espíritu de equipo. Me obsesioné con esa pregunta y así seguí trabajando”.
“Saludables y felices, algo que recuerdo todos los días”
En 2013 Isla Casares viajó a Noruega. Allí pasó dos inviernos completos y trabajó de sol a sol para aprender todo sobre las carreras con perros de trineo. De la mano de Sigrid Ekran -una musher noruega que conquistó dos veces el campeonato del mundo de larga distancia-, el equipo de perros le dio los conocimientos y las herramientas necesarias para regresar a Ushuaia y soñar con armar la manada propia de perros argentinos. “En esa experiencia me quedó claro que lo único que el perro necesita es estar saludable y ser feliz. Es algo que recuerdo todos los días”.
De aquella travesía nórdica, Miguel regresó con tres perros: Zion y otros dos que adoptó en Noruega. Con ellos y siete canes más conformó Equipo Tres Cuartos y se dispuso a cumplir un sueño: participar y completar la tradicional y legendaria carrera Iditarod Trail Sled Dog Race. Surgida en 1925 a partir de un brote de difteria en Siberia y cuando los pobladores alcanzaban medicamentos a los enfermos mediante trineos tirados por perros, desde entonces la carrera se ha convertido en un clásico para muchos fanáticos del deporte tanto en Europa como en los Estados Unidos.
Para poder ser parte de las clasificatorias para la competencia principal, el equipo tuvo que recorrer, de principio a fin, al menos tres trayectos oficiales de cuatrocientos kilómetros cada uno. El desafío final de Iditarod consiste en cubrir 1.800 km desde Anchorage hasta Nome. Entre esos puntos, los competidores cuentan con 26 puestos de control para reabastecerse. “A mi criterio, es la competencia más dura del mundo. Estar a temperaturas que pueden llegar a -40° cuidando a un equipo de 14 atletas corriendo casi 200 km por día fue un desafío gigante”.
Desde luego, la hazaña no es nada fácil. Y Miguel tuvo que adaptar su estilo de vida. Los últimos meses en Ushuaia, antes de partir hacia Alaska, llevó una vida nómade con sus perros. En el trineo cargó durante ese tiempo una carpa que trasladó a lo largo del valle y con el objetivo de poder entrenar. “Era importante que todos nos acostumbráramos a estar afuera, en la naturaleza y tener una base que se pudiera armar y desarmar fácilmente para poder simplemente ir marchando y, por ejemplo, cada seis horas parar al costado del camino a descansar”.
Inviernos con -50 C° y calzado especial para no congelarse los pies
Luego de muchos meses de esfuerzo, Miguel y su equipo de perros están cada vez más cerca del objetivo. Y fue en ese contexto de inmensa felicidad que llegó la oportunidad de instalarse en Alaska para continuar trabajando en el deporte. “La profundidad de la cultura del mushing en Alaska es cien veces más grande de lo que pude imaginar. Estuvimos en competencias increíbles, a un nivel que solo pudimos soñar. Hay equipos que están literalmente en otro planeta en términos de cuidado, entrenamiento, nutrición y competencia. Estar en un ambiente competitivo con mi familia es un desafío para mí. Me produce una alegría muy grande saber todo lo que tengo por aprender yo. Los perros están más que aptos para cualquier desafío”.
Desde entonces, la familia multiespecie vive en el Parque Nacional Denali, en la cordillera de Alaska. Los fabulosos paisajes del área, que comprenden varios ecosistemas, se hicieron famosos gracias a la película Into the Wild de 2007, dirigida por Sean Penn y protagonizada por Emile Hirsch que narra las aventuras de Christopher McCandless. También conocido por su pseudónimo Alexander Supertramp, fue un excursionista estadounidense, cuyos viajes y andanzas, unidas a su sencillo estilo de vida, terminaron por convertirlo en un icono popular- famoso por haber vivido en él durante cuatro meses y haber fallecido en las cercanías del parque.
Miguel trabaja a tiempo completo en el criadero de Jeff King, una leyenda de Iditarod ya que se coronó cuatro veces campeón de esa competencia y gran jugador de ping-pong. Allí, las temperaturas en invierno puede alcanzar los 50 grados bajo cero. Al comienzo, Miguel y los perros se instalaron en una pequeña cabaña de madera sin electricidad ni agua corriente. La calefacción, a leña, aseguraba pasar las horas de la noche al resguardo del frío.
“En este contexto, el frío excede lo que es el confort para vivir. Es muy fácil tener un accidente con estas temperaturas. Durante el día el abrigo se elige de forma inteligente y se usa en capas. Es indumentaria de nieve, un poco más técnica a la que usaba en Ushuaia y en mayor cantidad. Hay botas especiales que evitan que me congele los pies ya que hay jornadas que pasamos más de diez horas al aire libre. Los perros se adaptan con mucha más facilidad que yo. Ellos usan botitas y capas cuando hace falta”.
Para poder residir en forma temporaria en Alaska también tuvo que gestionar una visa deportiva. “La gestión de la visa fue una locura por el poco tiempo con el que contaba -tenía que tramitarla antes de que me venciera la visa de turista- y por la complejidad de la misma. Finalmente, después de once meses de llenar formularios, cumplir con los pagos y de tolerar la incertidumbre, me aprobaron una visa P1 de atleta profesional independiente que me permite estar en el país durante cinco años y con posibilidad de trabajar y renovarla, algo fundamental para poder cubrir mis gastos ya que aquí no cuento son sponsors”.
“Son la compañía más sabia del planeta”
Miguel asegura emocionado que a veces le cuesta creer que finalmente llegó donde fantaseaba diez años atrás. “Yo veía videos en YouTube de este lugar y estar acá es como un sueño. Denali es uno de los lugares más impactantes en los que viví tanto por las condiciones de nieve como por la comunidad que vive acá. Es un pueblo muy atento con gente agradable”.
De todos modos, reconoce que la cultura es individualista y él siente que choca con ese aspecto. “Aquí la soledad es un desafío diario. Para mí es fundamental poder compartir algo tan hermoso con otros que sienten como yo. Eso es algo que aprendí en Ushuaia y que llevo a todos lados. Acá se me hace un poco difícil pero seguramente sea algo que forme parte del aprendizaje de mi paso por este lugar, siempre acompañado por estos perros. Nada hubiera sido posible sin ellos. Disfruto cada minuto de esta experiencia, son la compañía más sabia del planeta”.
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