Ananda Rosso, cordobesa, de 31 años, se enteró a los 28 que era superdotada y eso cambió su vida.
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Ananda Rosso vuelve a ese recuerdo, al día en que su inteligencia quedó expuesta frente a todos sus compañeros de curso. Fue en una clase de matemática de segundo año, cuando uno de sus compañeros pasó al pizarrón a resolver un ejercicio. Todos quedaron satisfechos con el resultado, pero ella no. Sabía que estaba mal. Quería pasar desapercibida, pero su voluntad de contestar fue más fuerte. “Ese ejercicio está mal”, dijo en voz baja. La profesora la hizo pasar al frente a resolverlo. Ella deslizó la tiza con rapidez, como si ni estuviera pensando lo que escribía. Se salteó varios pasos, y mostró su resultado. No solo sus compañeros, la docente también quedó perpleja. “¡Parecés superdotada!”, exclamó.
“Me sentí muy avergonzada, porque sabía lo que iban a comentar mis compañeros. Ellos nunca me aceptaron”, recuerda la joven cordobesa, de 31 años.
Ananda se sintió sola, incomprendida, gran parte de su vida. En la primaria, en una escuela de Capilla del Monte, mientras sus compañeras pasaban el recreo jugando a las princesas, ella se recluía a leer sobre astronomía, geografía y dinosaurios. Le gustaba memorizar cosas, quizás porque sabía que tenía una memoria prodigiosa. Cuando tenía apenas ocho años, aprendió todas las capitales del mundo en tan solo dos días. Sus compañeros de escuela con suerte sabían lo que era un mapa.
La diferencia con sus pares se volvió aún más evidente en la secundaria. “Las chicas hablaban de novios y a mi me parecía un sinsentido. Nada de lo que decían me interesaba. A veces, decía que me gustaba alguno y hablaba de estupideces solo para encajar, porque quería que me aceptaran. Me sentí siempre muy sola. Muchas veces, pensé: ‘si me saco notas más bajas, a lo mejor me empiecen a aceptar más’. Pero después caí en la cuenta de que no iba a servir”, recuerda.
El bullying, al que estaba acostumbrada desde que tenía memoria, se volvió más violento en los últimos años de colegio. Le pegaban con plasticola sus libros, le arrancaban hojas, la insultaban. “Era algo de todos los días: ir al colegio y que me tiraran papelitos, que me escondieran los útiles. Son cosas pequeñas, pero cuando pasan todos los días es muy desgastante. Ir al colegio era un calvario”, se lamenta. Como respuesta, ella solo se recluía aún más.
La falta de una vida social “normal” siguió durante años
Más allá de sus logros académicos -fue mejor promedio del colegio y también de la carrera de Psicología- logró hacerse algunas amigas en la universidad, todas mujeres adultas. Pero sus relaciones amorosas nunca funcionaban ni duraban. Eso cambió después de obtener su psicodiagnóstico, a los 28 años.
“Como psicóloga, quería hacer una capacitación en niños y adolescentes con altas capacidades. Ya sospechaba que yo misma tenía un alto coeficiente intelectual -IQ-. AsÍ que me puse a googlear sobre el tema y me enteré de que Mensa Argentina -organización que identifica y pone en contacto a personas con un elevado IQ- estaba por hacer una toma de exámenes en Córdoba dos meses más tarde. Y me presenté”, dice.
De las 20 personas que se presentaron, Rosso era la única mujer. “Todos los demás tenían un aspecto nerd: el típico estereotipo con remera de videojuegos -dice entre risas-. Me sorprendí muchísimo cuando me dieron el resultado, y estaba dentro del percentil 98 -indicador de superdotación-. Si bien siempre me sacaba buenísimas notas, tenía muy idealizado a Mensa. Me imaginaba que ahí iban a estar los grandes cráneos de la Nación, y yo no me consideraba así”.
La noticia de ser superdotada, que implica estar dentro del 2% de las personas más inteligentes del mundo, la sorprendió a tal nivel que al principio eligió no contarlo. Sentía que no encajaba dentro de aquel grupo selecto. Pero cuando asistió al primer encuentro anual de Mensa Argentina, en Santa Rosa de Calamuchita, nunca se sintió tan parte.
Había unas 40 personas de todas las edades -la organización tiene un total de 400 miembros activos-. “Esperaba encontrar en Mensa físicos, astrónomos, y me encontré personas como yo, con historias similares de ‘no encajar’. Me sentí identificada con muchas de ellas, y a su vez, me sirvió a mi propia identidad y mis dudas que traía desde niña”, dice. La mayoría le contaron que se dedicaban a la informática, a la programación, a la contaduría o a la abogacía.
“En ese primer encuentro lo conocí a él -cuenta, refiriéndose a su novio, Christian Ivanoff-. También era de Córdoba. Me puse a charlar. Cuando terminó, los dos nos volvimos juntos a Córdoba capital. En esos primeros tres meses, cuando empezamos a salir, me di cuenta de que con él no tenía que andar explicando mis chistes ni los comentarios que hacía. Y a él le pasaba lo mismo conmigo. Nos deshabituamos de dar explicaciones. A los dos nos gusta mucho el espacio y las cuestiones existenciales. Nos pasamos horas divagando. Nunca había tenido ese tipo de charlas con alguien”, dice. Ella e Ivanoff están juntos desde hace dos años y siete meses.
-¿Tienen experiencias de vida parecidas?
-Compartimos muchas vivencias. Pero, en lo que es rendimiento académico, no. A él le iba mal en el colegio. Tenía muy mal comportamiento, muchas amonestaciones. Era el líder dentro del grupo, porque desafiaba mucho a los docentes y tenía buenos argumentos. Pero tampoco sentía que encajaba en el grupo. Al igual que yo, no le gustaba ir al boliche, no le veía sentido. En la universidad, los dos podíamos ir a clases habiendo estudiado poco y sacarnos buenas notas.
Ivanoff obtuvo su psicodiagnóstico a los 29 años, pero desde que era adolescente sabía, o tenía una idea, de que era superdotado. A los 14, descubrió Mensa en un artículo de diario que tenía ejercicios de lógica. “Si los sacabas bien, podías postularte para entrar a Mensa. Y él los sacó a todos, pero se olvidó del tema durante años”, cuenta Rosso. Hoy, su novio, además de trabajar en un importante estudio de abogados, es delegado de la regional de Córdoba y vocal de la comisión argentina de Mensa.
La vida profesional de Rosso también cambió desde que ingresó a esta organización. Además de trabajar con casos de violencia familiar y de género y de mantener un negocio junto a su pareja, hace dos años que se desempeña como la psicóloga evaluadora nacional de Mensa Argentina, en otras palabras, corrige los trabajos de las personas que participan de las tomas de examen de la organización y capacita a los profesionales que se encargan de tomarlos. Además, es la presidente de la Fundación Mente Creativa, dedicada a la asistencia de niños y jóvenes con Altas Capacidades Intelectuales (ACI), así como también a su entorno familiar y educativo.
Un test vocacional de 2 carillas
Según Rosso, la mayoría de los miembros de Mensa se dedican a las ciencias exactas o económicas. Ella es de los pocos que se abocó a una ciencia social. Cuando salió del colegio, no sabía que estudiar. Le interesaban tantas cosas diferentes que estaba desorientada. “Cuando fui a hacerme el test vocacional, me salieron dos carillas con opciones de carreras: desde Ingeniería civil hasta diseño de interiores. A la psicóloga le llamó la atención. El informe decía: ‘inteligencia sobresaliente y alto sentido de justicia’ -cuenta-. Entre las muchas opciones, elegí psicología porque pensé que iba a ser una herramienta para entender la mente de las personas, que me interesaba mucho”.
Hoy decide dedicarse a los niños con ACI por dos motivos. Primero, porque cree que es un área muy invisibilizada en el país, tanto a nivel social y escolar como también legislativo, por lo cual la mayoría de los niños y adolescentes con ACI sufren la falta de comprensión de sus pares.
Pero la elección de esta especialización también tiene que ver con su propia experiencia. “Es una temática que me toca muy de cerca, sobre todo en lo referente al bullying, al no encajar en casi ningún espacio y desconocer el por qué. Creo que es bueno que un niño sepa desde pequeño que posee altas capacidades, para que no considere que tiene algún tipo de deficiencia. Las dificultades que poseen las personas con ACI no suelen ser propias de esa persona, sino de un entorno, en el cual muchas veces no encajan”, dice.
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