La ruta hacia la verdad
La jurista argentina Inés Weinberg de Roca integra el Tribunal Penal Internacional para Ruanda, que juzga el genocidio que se perpetró en 1994 en ese país, cuando murieron un millón de personas. Dice que en ese lugar, conocido como el Tíbet del Africa, impresiona tanto la pobreza como la importancia que la gente le da al bien común
Hace seis años, Inés Weinberg de Roca se despidió de su hijo adolescente, su marido y su perrita Yorkshire para ir a trabajar. Dejó su casa en un coqueto barrio porteño y se mudó a lo alto de una colina en Arusha. En esa ciudad de Tanzania funciona el Tribunal Penal Internacional para Ruanda. La Asamblea General de las Naciones Unidas había elegido a Weinberg para el cargo de jueza. Pero al llegar a Arusha le informaron que había sido transferida a la Cámara de Apelaciones del Tribunal de la ex Yugoslavia y Ruanda, con sede en La Haya. Ahí vivió mientras el equipaje que había despachado para su casa de Africa daba vueltas por los mares del mundo. Hasta que, en 2005, fue destinada al Tribunal Penal Internacional para Ruanda y se instaló en Arusha. El mandato de la jurista argentina -única latinoamericana en un tribunal multicultural, integrado por representantes de diversas partes del mundo- termina este mes. Entonces, Inés Weinberg volverá a su despacho y a lo que más extraña: la cotidianidad de un desayuno en familia. No es la misma después de haber dedicado los últimos años a juzgar los delitos de lesa humanidad cometidos, frente al silencio internacional, en el genocidio ruandés de 1994.
Parte de su camino está a la vista de todos: la última semana de noviembre se estrenó en Buenos Aires Los 100 días que no conmovieron al mundo , un documental de factoría argentina rodado en Africa, que recoge la experiencia de la jueza en el tribunal. El año pasado, un equipo de nueve personas, del que participaron Susana Reinoso -periodista y mentora del proyecto- y la cineasta Vanessa Ragone, recorrió el territorio tras las huellas del genocidio. Y acompañó a la jueza en su primera visita oficial a Ruanda, un país del tamaño de la provincia de Tucumán y cinco veces su densidad de población.
Antes de viajar a Ruanda con el equipo documentalista y el tribunal, la doctora Weinberg había estado allí en una visita particular. Se había quedado perpleja ante el paisaje de ese país chiquito y diferente en el corazón del continente. Le dicen "el Tíbet de Africa" y "el país de las mil colinas": está rodeado de montañas y lagos, y en sus valles verdes se eleva una neblina que irradia una luz muy suave. En medio de ese paisaje que la jueza Weinberg y quienes estuvieron describen como bellísimo, ocurrió una de las matanzas más brutales y masivas de los últimos años. Asesinadas a golpes o a palazos, quemadas vivas o descuartizadas con machetes, se estima que hubo casi un millón de víctimas entre abril y julio de 1994. La ola de crímenes contra los tutsis -aunque también fueron masacrados hutus opositores- no distinguió niños, vecinos ni amigos; y fue alentada desde los medios de comunicación. En una conferencia sobre Ruanda -incluida en el libro Ebano (Anagrama)-, el periodista polaco Ryszard Kapuscinski decía: "Nadie obtendrá cifras exactas de cuántos muertos hubo. Lo que más aterra de todo esto es el hecho de que unos hombres inocentes han dado muerte a otros hombres inocentes. Incluso si no se tratase de un millón, sino, por ejemplo, de un solo hombre inocente, ¿acaso no sería prueba suficiente de que el diablo mora entre nosotros, sólo que en la primavera de 1994 se encontraba precisamente en Ruanda?"
Inés Weinberg quiso conocer los caminos por donde anduvo el diablo, y al tiempo de llegar a Tanzania se fue por su cuenta a Ruanda. Lo recuerda mientras prepara café en su casa porteña, donde está de visita. "Si te dicen Callao y Santa Fe, vos te ubicás y conocés. Pero si te dicen en la colina de al lado , es difícil. Conocer la geografía ayuda a comprender mejor la prueba del expediente", dice la jueza, de voz elegante, a tono con la ropa que lleva, un rito de otros tiempos, de esa vida que recupera un rato en la intimidad de su cocina. Por la ventana se cuela la tarde apacible de los barrios residenciales, el canto de pájaros y los jardines en primavera.
Inés Weinberg creció en una familia judeoalemana, estudió derecho en la Universidad de Buenos Aires, se doctoró en la Universidad de La Plata y cursó un posgrado en el Instituto Max Planck de Alemania. Fue asesora de la Cancillería y del Ministerio de Justicia, docente, conferencista, autora de libros sobre derecho internacional y derechos humanos. Desde 1993 se desempeñó como jueza federal y en 2000 pasó a la Corte de Apelaciones. Después, esta mujer que habla cuatro idiomas fue elegida jueza del Tribunal Penal Internacional para Ruanda y viajó por primera vez a Africa.
-¿La vida allá resultó muy diferente de lo que imaginaba?
-¡Es tan distinto! La primera reacción del que llega es irse. Después te empieza a gustar, y se empieza a ver todo lo positivo.
-¿Qué lo hace un sitio tan duro?
-Impresiona la pobreza extrema. Arusha tiene más habitantes de los que te das cuenta. Hay mucha gente que no posee nada de nada, ni una casucha. El paisaje es imponente. El clima pasa de la época de sequía a la de lluvias. Cuando no hay un polvo espantoso, hay un barro espantoso. La ciudad tiene sólo dos calles asfaltadas: una la hicieron cuando la visita de Bill Clinton y la otra, cuando fue Kofi Annan. El 10 por ciento de la población tiene electricidad y los cortes duran horas. Hay días sin cocina ni agua caliente. En el fondo, nada es tan molesto. La gente es tan cordial que eso pasa a otro plano.
Inés Weinberg ofrece agua helada en vasos altos, sobre una bandeja plateada. La bebe con devoción africana. Cuando volvió a Arusha, se instaló en una casa en la cima de una colina, con un jardín igualito al de la película El jardinero fiel . Cuando se quitaba la toga y volvía a su casa, había noches en que le parecía una suerte no tener con quien hablar sobre las atrocidades relatadas.
-¿Qué vuelve a su cabeza de todo lo que escuchó sobre el genocidio?
-La sensación de que puede ocurrir en cualquier parte. Se puede pensar "es cosa de africanos; no nos puede pasar". Pero al escuchar cómo corrieron todos con la idea de "si no somos los primeros, ellos nos atacan", uno entiende que el miedo deshumaniza. Hay que estar muy seguro de uno para no salir corriendo. Los testimonios de matanzas y violaciones masivas impactan. También lo es enterarse de que un abogado defensor dijo a las víctimas que, si no podían recordar el color de los calzoncillos de cada uno de los que las habían violado, el hecho no podía ser. Espeluznante.
-¿Cuál es la parte que más le cuesta?
-Escuchar a los testigos. Cómo un grupo arrastró a su mujer y a su hijita a un lugar donde las mataron, con detalles. Al morir entre 600 mil y 1 millón de personas, no hay nadie que no tenga a alguien cercano. Los testigos, después de tantos años, tampoco saben qué es lo que pasó exactamente. Son años de conversar sobre lo ocurrido. Pero se ve que las sociedades no pueden continuar si no hay algún tipo de reparación. No es fácil poner pruebas, pero se convierten en procesos simbólicos. Los acusados van muriendo. No es sólo castigar al culpable, sino saber lo que ocurrió. Quién murió, cómo, quién fue responsable, aunque a esa persona ya no se la pueda hacer individualmente responsable; es importante y necesario para que la sociedad pueda seguir funcionando. Sólo que los tiempos generalmente no son los que la víctima desearía.
Un documental sobre la injusticia
La historia del documental es la historia de una nota. Hace dos años, Inés Weinberg fue entrevistada por Susana Reinoso, periodista de La Nación. Susana venía reuniendo recortes sobre Ruanda desde 1994. "Me interesaba mucho cómo los medios de comunicación habían actuado en el genocidio. Pueden ser partícipes activos en la construcción de una democracia sólida o cómplices execrables de la dictadura. Cuando me hablaron de la jueza argentina en el tribunal, quise conocerla", explica Reinoso. Publicada la entrevista, la periodista -que también es abogada- y la jueza almorzaron. Siguieron hablando de Ruanda.
-Hay una novela en tu vida en Africa, dijo la periodista.
-La cuento si vos la escribís, dijo la jueza.
Con esa idea, Susana contó la historia de la jueza a un amigo, que le dijo:
-Además de una novela, es un documental.
Susana Reinoso investigó y el azar confabuló. En noviembre de 2007, con el apoyo del Incaa, un equipo de nueve personas pasó 20 días en Tanzania, Kenia y viajó a Ruanda como parte del convoy de Naciones Unidas, con la jueza Weinberg y otros miembros del tribunal. Reinoso se ocupó de las entrevistas de Los 100 días que no conmovieron al mundo. Fue un viaje intenso. En palabras de la periodista: "Estar en Ruanda fue como haber viajado 200 años atrás. Se respira que algo puede estallar, como si en un momento se fuera a encender la chispa que causó un millón de muertos. Todo es tan desmesurado en Africa. Fue una carga emocional y de angustia muy grande. Los que te cuentan la historia no son los que la padecieron, sino quienes protagonizaron la masacre".
Las camionetas blancas de Naciones Unidas formaban una larga caravana en las rutas semidesiertas de Ruanda. En un instante se detuvieron. En minutos se juntaron centenares de chicos. A la jueza le costaba desentrañar lo que veía: "Si nos pedían cosas puntuales, no les entendíamos. Querían las botellas vacías de agua mineral, porque las usan de cantimplora. Una colega había comprado un trozo de pan y quiso repartirlo. El chofer lo partió en cientos de pedacitos mínimos para que alcanzara. Lo logró. Uno piensa: no es chocolate, es pan. Son chicos que no van a la escuela, viven a la intemperie, en medio de la nada, y no saben cuándo van a comer su próxima comida", cuenta Weinberg.
-¿Qué la entusiasmó a participar del documental?
-Poder contar esta experiencia con el Tribunal. Buenos Aires es como un pequeño pueblo, vive muy alejado de todo lo que no nos concierne. Me incluyo en eso. Acá, Africa no existe. Los que hoy están con mucho interés en Africa, además de los europeos, que sienten culpa, son los chinos. Ellos necesitan materia prima y Africa necesita infraestructura. Parece un buen acuerdo. En Arusha las carreteras que van a los parques nacionales fueron hechas por los chinos. Africa es muy diferente de lo que imaginamos. Es Discovery Channel más pobreza y desesperanza. La historia de la señora que trabajaba en mi casa, viuda y con cuatro hijos, es un ejemplo de cómo es vivir allá.
Weinberg cuenta que hace unos meses decidió dejar su casa en la colina y mudarse a un hotel. "Al no haber nadie en todo el día, se hacía difícil mantenerla. Mi caso es distinto del de un juez que se muda con su familia." Al levantar la casa, Weinberg armó cajas con cosas para su empleada y la llevó en auto a su hogar. "Tenía tres cuartos, pero vivían todos en uno, porque los alquilaban para pagar la educación de sus hijos, que allá no es gratuita. Ella tenía clara conciencia de que para superarse debían ir a la escuela. En la casa no había agua, porque en otra época no la había podido pagar y se la habían cortado. Cocinaba a diario con leña, que llevaba de mi casa. Esta mujer es una trabajadora típica, y da cuenta de lo desesperante del día a día. Las mujeres en Africa son las que trabajan."
-¿Hay algo que la sorprende cuando regresa a nuestro país de visita?
-Me impresiona un poco que en general a nadie le importa el bien común. Es un estilo muy argentino. Cada uno está bien en tanto no le toquen su quinta.
-¿No pasa en Africa?
-No. Mis colegas africanos ganan el dinero y lo mandan a su familia, a su tribu, a su comunidad. Responden colectivamente. El "yo voy a estar bien, me voy y me salvé" lo veo, tristemente, como algo argentino. Va con nuestro individualismo, con esto de que somos brillantes individualmente, pero no sabemos trabajar en equipo, salvo en el fútbol.
-¿Cómo se ve Argentina desde allá?
-Nadie tiene mucha idea. De la Argentina sólo se conoce a Maradona. Están perfectamente al tanto de su nuevo cargo al frente de la selección. Otra cosa que los dejó perplejos es que tengamos como presidenta a una mujer; no pueden salir del asombro.
-¿La ha transformado vivir en Africa?
-Cambian los valores. Ahora hay muy pocas cosas que me parecen importantes. Es Africa, y también son los años. Envejecer no son sólo arrugas. Se ven distintas las cosas. Voy a tener que trabajar para volver a ser porteña.
Para saber más : www.un.org/ictr
Los 100 dias
El documental dura 56 minutos y acompaña a la jueza argentina Inés Weinberg de Roca en sus casos más importantes al frente del Tribunal Penal Internacional para Ruanda.
Los 100 días que no conmovieron al mundo surgió de una idea de la periodista Susana Reinoso, quien se ocupó de la investigación y de las entrevistas en Kenia, Tanzania y Ruanda, donde tuvo lugar el genocidio. El equipo documentalista viajó durante 20 días, en noviembre de 2007. Reporteó a jueces, abogados, intelectuales, víctimas y acusados, y se adentró con el convoy de Naciones Unidas para buscar las pistas de la matanza de 1994. La dirección general y producción ejecutiva estuvo en manos de Vanessa Ragone. El documental contó con el apoyo del Incaa y fue declarado de interés por la Cámara de Diputados de la Nación.
El holocausto africano
El genocidio ruandés se desató el 6 de abril de 1994, cuando el presidente de Ruanda, Juvenal Habyarimana -en el poder desde 1973- fue asesinado al derribarse su avión. Venía de discutir un acuerdo de paz. Desde ese día los medios de comunicación, especialmente la radio, alentaron una masacre popular de la que no se salvaron ni los niños. Se estima que casi un millón de personas murieron -el 10% de la población ruandesa- y otras tantas se vieron forzadas a huir para escapar de la muerte. Miles de mujeres sobrevivientes fueron violadas, muchas de ellas viven con el virus del sida y crían a los hijos de quienes las violaron. El eco de la guerra persiste en el Congo y en la zona los Grandes Lagos, donde miles de africanos siguen huyendo de la violencia.
El tribunal de la ONU para Ruanda
El Tribunal Penal Internacional para Ruanda fue creado por el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. Tiene por objetivo juzgar los crímenes de guerra y violaciones de los derechos humanos que tuvieron lugar en esa nación africana en 1994 por parte de facciones de hutus contra la etnia tutsi y los hutus moderados u opositores al régimen. La sede del tribunal se encuentra en Arusha, Tanzania. Su funcionamiento estaba previsto hasta fines de 2008, pero seguirá abierto por lo menos hasta diciembre de 2009.