En julio 1892 una improvisada escuadra de tres buques de guerra partieron rumbo a España para celebrar el IV centenario del descubrimiento de América, pero solo dos llegaron a destino
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Guillermo Andrés Oyarzábal (65), capitán de navío de la Armada Argentina, doctor en Historia, todavía recuerda el pedido que le hizo la bibliotecaria de la Escuela de Guerra: “Me dijo: ‘Algún día, usted tiene que escribir del tema contando la verdad’. Claro, como soy historiador se supone que voy a encontrar la verdad y no la versión que a mí me guste más. Existen muchas versiones encontradas sobre el naufragio de la Rosales y su tripulación: para algunos ‘eran todos unos monstruos’, mientras que para otros, la gran mayoría, ‘eran todos unos héroes’. Quizá por eso fue tan difícil llegar a un equilibrio en la investigación”, dice el autor de La Tempestad, el libro que narra la breve historia y trágica de la cazatorpedera Rosales y el proceso al que fueron sometidos los sobrevivientes.
La historia de “la Rosales” comienza dos siglos atrás. El buque llegó al país en 1891 junto con la cazatorpedera Espora. “Eran dos barcos exactamente iguales que llegaron al país para integrarse a la cuadrilla de torpederas. Como la mayoría de los buques de esa época fue comprado a Inglaterra”, dice Oyarzábal .
A fines del siglo XIX, comienzos del siglo XX, la flota de mar argentina era una de las más importantes de América. “Llegó a ser la séptima flota en el mundo. Aunque hay que aclarar que en los primeros lugares estaban Inglaterra, Rusia, Estados Unidos, Francia y alguna otra más. Después, dejando un espacio muy grande, venía la nuestra. Es decir que, de las flotas chicas que había en el mundo, la nuestra era la más importante. Llegamos a tener más de 60 torpederas”, agrega el historiador.
La cazatorpedera Rosales fue construida en los astilleros Laird Bros & Co de Inglaterra. Era un buque de 615 toneladas y 69 metros de eslora. Poseía propulsión mixta: a sus máquinas de vapor sumaba la posibilidad de navegar a vela. Su asiento estaba en el Apostadero Naval del Río de la Plata. “Aunque era un buque relativamente pequeño tenía una dotación cercana a los 75 hombres y una plana mayor que superaba largamente la decena de oficiales”, describe.
La invitación
En 1892, la corona de España, con motivo IV centenario del descubrimiento de América, decidió realizar una gran fiesta e invitó a todas las armadas del mundo con sus buques para participar de la gran ceremonia. “Para responder a la invitación del gobierno español, el presidente Carlos Pellegrini decidió que tres unidades argentinas participarían del festejo: el acorazado Almirante Brown, comprado en 1881, el crucero liviano 25 de Mayo, que se había adquirido en 1891, y la cazatorpedera Rosales que aún no tenía completa su tripulación″, explica.
-¿Cómo completaron la tripulación?
-Las otras embarcaciones cedieron parte de su gente. La tripulación de la Rosales quedó integrada por marinos muy jóvenes, todos tenían alrededor de 20 años. El comandante Leopoldo Funes, uno de los oficiales más experimentados, tenía 33. Era el sobrino del general Julio Argentino Roca y conocía bien al buque, ya que él había sido quien lo trajo desde Inglaterra. El segundo comandante era el teniente de navío Jorge Victorica, que tenía 26 años, era el hijo del ex ministro Benjamín Victorica. Además del grupo de oficiales, estaban los maquinistas y el resto de la tripulación, que en su gran mayoría eran inmigrantes italianos y españoles.
“En ese tiempo, nosotros aún éramos una armada incipiente y el mayor problemas que teníamos era la contratación de tripulaciones, es decir, no había gente suficiente, con conocimientos, para tripular la cantidad de buques que se compraban”, agrega Oyarzábal.
-¿Por qué se bautizó a la embarcación con el nombre de “Rosales”?
-Fue en honor a Leonardo Rosales, uno de los héroes en la guerra contra el Brasil. Guillermo Brown, quien lideraba la guerra contra Brasil, tuvo dos oficiales preferidos: Tomás Espora y Rosales. Hay una frase de Brown famosa: ”Conozco solo dos valientes, Espora y Rosales”.
El temporal
-¿Qué pasó luego de zarpar desde el puerto de Buenos Aires?
-Las tres embarcaciones zarparon el 7 de julio desde el puerto de Buenos Aires rumbo a Cádiz, lugar donde se realizaría la celebración. Pero enseguida, en las proximidades del Rio de la Plata, se produjo un temporal. Sopló un viento pampero con fuerza de huracán. Pasaban las horas y las condiciones solo empeoraban. En esa época las comunicaciones eran limitadas: se hacían por señales de luces o de banderas, que con el temporal no podía verse. Aunque había órdenes muy precisas acerca de la distancia que debían mantener los buques entre ellos durante la navegación, no pudieron cumplirlas: cada uno se largó a enfrentar el temporal de manera independiente. Cada barco terminó librado a su suerte, navegando por su cuenta.
Una semana después, las embarcaciones el “Almirante Brown” y “25 de Mayo” llegaron a Bahía, Brasil, el primer destino marcado en la ruta de navegación. Aunque esperaron durante horas a la cazatorpedera Rosales, el buque jamás apareció. En ese momento, no sospecharon cuál había sido su destino.
Lo explica Oyarzábal: “Los vientos huracanados y olas de 7 metros de altura sacudieron a la Rosales. El agua empezó a entrar en el buque, aunque no se sabe bien por dónde. Algunos de los testigos dijeron que entró por las carboneras, que son los lugares donde guardan el carbón. También se le llama así a ciertas aberturas que hay en cubierta y que deben permanecer cerradas, pero aparentemente el temporal fue tan grande que soliviantaba las tapas de las carboneras... Otras versiones dicen que el agua entraba por debajo de la línea de flotación, directamente a las máquinas. Y algunos afirmaron que por el temporal, el buque sufrió un golpe tan fuerte que una de las planchas del casco se levantó y por ahí entró el agua. Independientemente de las causas de la inundación, lo importante fue que el buque empezó a hacer agua. Se trató de achicar, sacando el agua con bombas y baldes, hasta que el comandante, Leopoldo Funes, se dio cuenta de que tenía que tomar una decisión.
-¿Cuál fue su decisión?
-Primero llamó al Consejo de Oficiales porque cuando hay que tomar una decisión trascendente, por reglamentación, es obligatorio para convocar al Consejo. La decisión que había que tomar era básicamente si continuaban luchando para sostener el buque o si abandonaban el barco. Finalmente se decidió dejar la nave y allí comienzan las acciones para abandonarla. Enseguida descubrieron que no había botes suficientes para toda la tripulación. En ese tiempo, los buques solo llevaban los botes necesarios para hacer maniobras. No había botes para abandonar el buque frente a un naufragio... No había consciencia de eso.
-En el caso de la Rosales, ¿cuántos botes tenía?
-Dos lanchas de almirantazgo, con una capacidad para 18 personas aproximadamente, un chinchorro, que es una embarcación muy pequeña que los marineros utilizan para hacer las tareas de mantenimiento o pintura del barco, y una ballenera para 12 personas. Eso era todo lo que había. En el barco iban cerca de 80 personas, no se sabe con precisión, pero enseguida se dieron cuenta de que al menos 20 personas quedarían sin bote.
-¿Cómo lo resolvieron?
-El comandante Funes pidió al contramaestre, que es el que dirige la marinería, que construyera una balsa. Con los botalones, las vergas, los palos y la cabuyería el contramaestre armó una balsa para contener a los que no entraban en los botes.
-¿Cómo se decidió quién embarcaría en cada bote?
-Hoy todo está reglamentado pero en esa época no había disposiciones de cómo debía abandonarse el buque. Funes decidió, y quizás éste fue uno de sus primeros errores, organizar los buques por sus roles naturales. Es decir, siguiendo la organización original del buque. Una lancha de oficiales, otra de suboficiales, los que trabajan en mantenimiento y pintura los mandó al chinchorro y los que trabajaban en las otras tareas al ballenero. El resto a la balsa. Distribuyó a la gente por los roles y los que no tenían ninguno en especial, eran los que terminaban en la balsa.
-¿Qué pasó luego?
-El 9 de julio, alrededor de las 19, llegó el momento de abandonar el buque. Era una noche fría y oscura. Se distribuyó ron, agua y galletas marineras. También armas para los oficiales o encargados de los botes. Cuando comenzaron a bajar los botes, uno de ellos, donde iban los suboficiales, chocó contra el costado del barco y se destrozó. Ahí se decidió que esa gente, se sumara a los botes restantes. Todos aumentaron su capacidad. En la lancha de oficiales, que tenía lugar para 18, iban 26 personas. Al grito de “¡Viva la patria!” las embarcaciones se lanzaron mar y abandonaron la Rosales. Después de ese momento, todo lo que sucedió es confuso.
Náufragos en Punta del Diablo
Pese a que bajaron unidas por un cabo, fue imposible mantener a las embarcaciones juntas en el agua. “Cada bote se las tuvo que arreglar como pudo. Los testigos dicen que uno de los botes, minutos después de alcanzar el agua, lanzó una bengala al aire... Pero no se supo más: todos los botes se hundieron... menos la lancha de almirantazgo, la que iba con 26 hombres de los cuales 13 eran oficiales”, cuenta Oyarzábal.
-¿Cómo lograron salvarse?
-La lancha encalló en la playa, en Punta del Diablo, Uruguay, y se rompió contra las piedras. Solo 21, de los 26 hombres embarcados, sobrevivieron. Un marino murió porque golpeó su cabeza contra el borde de la lancha, lo que le destrozó la frente. Otros dos desaparecieron en el agua. Uno fue hallado al día siguiente con la rostro comido por los animales y finalmente el quinto apareció muerto en los médanos. Los sobrevivientes fueron rescatados por el farero de Cabo Polonio.
-¿Se encontraron los restos de las demás embarcaciones? ¿Qué sucedió con la Rosales?
-No, nada. No se encontró nada. Y la historia que se conoce fue reconstruida a través de las declaraciones de los sobrevivientes.
Una vez en tierra, lo primero que hizo el comandante Funes fue informar a las autoridades uruguayas sobre el fatal destino de la Rosales, 200 millas al este de Polonio, y solicitó ayuda para intentar salvar al resto de los tripulantes. Mientras tanto, en Buenos Aires, el presidente Carlos Pellegrini se preparaba para salir al teatro cuando se enteró de la noticia y suspendió todas sus actividades.
La investigación y el juicio
Durante los días siguientes, el naufragio de la Rosales fue noticia en todos los diarios. Los sobrevivientes de la tragedia fueron considerados héroes nacionales. Cuando llegaron la ciudad de Buenos Aires, el 15 de julio, fueron recibidos por parientes y personalidades ilustres de la época como Quirno Costa, Roque Sáenz Peña, Miguel Cané, Dardo Rocha, Manuel Láinez y Marcelino Ugarte. Sin embargo, los aplausos fueron efímeros porque las dudas no tardaron en aparecer.
“Cuando los oficiales sobrevivientes llegaron al país, les recordaron que estaban bajo secreto de sumario y les ordenaron no hablar más. También dispusieron que todos fueran prisioneros hasta esclarecer la responsabilidad que les cabía ante el naufragio del buque”, dice Oyarzábal.
-¿Cómo se explica eso?
-Siempre que hay un naufragio ocurren dos cosas: los sobrevivientes son recibidos como si fueran héroes, pero dos días después se empiezan a echar las culpas y se abre un sumario.
-¿Qué pasó en el juicio militar?
-El primer fiscal que intervino decidió absolver a toda la tripulación, menos al comandante Funes porque entendió que podía tener alguna responsabilidad. Le llamó la atención que todos los oficiales se hubieran salvaron y que todos embarcaron en el mismo bote. Es decir, por qué el comandante no distribuyó de otra forma. Eso no cerraba. Pero la respuesta es simple: no había ninguna directiva oficial, ni reglamentación, la distribución quedaba al criterio del comandante. Funes explicó esto en el juicio y además puntualizó que en ese momento tan difícil, en el que pensó que se iba a morir, quería estar con la gente que conocía.
La carta: “encerraron a la tripulación en las bodegas”
Mientras transcurría el juicio militar, el 13 de septiembre, dos meses después del naufragio salió publicada una carta en el diario LA NACION. Allí se contaba, en primera persona, la historia brutal de un náufrago de la Rosales llamado Antonio Batalla. “Básicamente decía que él había querido embarcar en el bote del comandante pero el contramaestre se opuso y le clavó un hacha en la pierna. Y, a fuerza de pistola, controlaron a la tripulación y dejaron que todos murieran”, dice Oyarzábal.
Transcripción de un párrafo de la carta: “Antes de abandonar el buque, el contramaestre que se decía había sido encargado de dirigir la balsa, fue designado para encerrar el resto de la tripulación en las bodegas, que desesperada sobre cubierta clamaba porque no se les dejara abandonados, en tanto que la oficialidad, revólver en mano, los rechazaba”.
-¿Qué pasó con la investigación?
-Con esa nueva versión la investigación se profundizó. Fueron a buscar a Batalla, pero había desaparecido. Existía un Batalla pero era imposible que se hubiese salvado solo, sin que nadie lo supiese. Yo me inclino a pensar que se trató de un falsario. De hecho, hasta se lo confundió con Pascual Battaglia, él sí había estado en la Rosales y había sobrevivido porque subió a la lancha de los oficiales. Pero Battaglia negó ser el autor de la carta. Tuve la oportunidad de hablar con el nieto de Battaglia, quien me pidió que reivindicara a su abuelo y contara la verdad, que quedara claro que él no había sido el autor de la carta porque muchos creyeron él podría haber sido el “Antonio Batalla” de La Plata.
-¿Qué sucedió tras la publicación de la carta?
-El segundo comandante, Victorica, hijo del entonces ministro de Guerra y Marina, se enojó mucho y retó a duelo a Emilio Mitre, hijo de Bartolomé Mitre y director del diario. Lo cierto es que Emilio estaba de viaje cuando se publicó la carta, quien lo había hecho fue José Ceppi. Ceppi reconoció que la misiva le había llegado desde La Plata minutos antes del cierre del diario y no había tenido el tiempo suficiente de verificar la fuente.
-¿Qué pasó luego?
-La carta despertó el interés del público en el caso. El fiscal original fue reemplazado y se nombró a Jorge Hobson Lowry, un marino de origen norteamericano que tenía fama de ser muy severo. De hecho, fue por esa razón que el Jefe del Estado Mayor decidió ponerlo, para que nadie creyera que la marina quería proteger a los oficiales.
-¿Y cómo resultó el juicio?
-Lowry confundió su rol. Se encarnizó con los sobrevivientes porque él quería encontrar culpables más allá de la verdad. Fue un juicio muy interesante donde pasó de todo: los acusados intentaron recusar a Lowry, por otra parte Victorica quería nombrar como defensor al diputado Osvaldo Magnasco pero la ley militar no lo permite: el defensor tiene que ser un militar. El gobierno uruguayo se enojó con Lowry porque éste les pidió que busquen a los marinos muertos, porque entiende que ellos fueron asesinados en la costa de ese país por la tripulación porque iban a decir la verdad. Llega un momento en que Funes, ya cansado, se niega a declarar y dice que está enfermo. El juicio duro hasta marzo de 1894. Fue muy interesante todo lo que sucedió en él.
-¿Cuál fue el veredicto final?
-Finalmente se resolvió absolver a los marineros y oficiales, menos al comandante que se lo castiga con una suspensión de empleo. Funes no ascendió nunca más y estuvo en prisión en un tiempo, pero el castigo fue negligencia porque podría haber actuado de otra manera, por ejemplo, frente al temporal podría haberse recostado sobre la costa.... Creo que Funes fue un buen hombre, pero le faltó capacidad de decisión.
-El naufragio de la Rosales fue llevado a la pantalla grande en 1984. ¿Lo que sucedió coincide con lo que se ve en la película?
-La película no tiene nada que ver. Muestran toda la gente pobre soliviantada tratando de seguir el juicio cuando, de hecho, en ese tiempo la mayoría no sabían leer. Se apoyó en una denuncia anónima y en los aspectos más grises del proceso.
Según los especialistas el naufragio de la cazatorpedera Rosales, en 1892, junto con la desaparición del avión TC-48, en 1965, y el hundimiento del submarino ARA San Juan, en 2017, son las tragedias (en tiempos de paz, claro) más grandes de las Fuerzas Armadas de la Argentina.
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