La risa es salud
Genera empatía, activa diversas zonas del cerebro, ayuda a que las personas se sientan mejor consigo mismas y con los demás: a reírse, entonces, que parte de la evolución también se juega en eso
Y usted, ¿de qué se ríe? Nada más alejado de la ciencia que una buena carcajada, ¿verdad? No: basta con entrar a un laboratorio, o pasearse por los pasillos de un congreso para comprobar que la risa es, también, una parte cotidiana de la vida de los investigadores. A veces es mucho más: es nada menos que su objeto de estudio.
Veamos por ejemplo una muy reciente publicación de nuestro compatriota Tristán Bekinschtein titulada en forma misteriosa ¿Qué gusto tienen los payasos? (sí, ya se imaginan cuál era el programa que veía Tris en su infancia, y contestaba a viva voz salaaaado, aunque justamente el título en inglés, Clowns taste funny, es un ejemplo de frase chistosa con significado ambiguo). La hipótesis del estudio es que la efectividad de un chiste es comprender el sentido que se le quiere dar a una palabra o frase con múltiples significados posibles, la llamada desambiguación. Lo nuevo de todo esto es poder analizar el cerebro que se ríe, o que de pronto cae en un chiste. Así se descubrió que hay áreas cerebrales específicas que se activan en situaciones graciosas, y que reciben los nombres nada divertidos de giro inferior frontal izquierdo o lóbulo temporal posterior. El asunto es hay chistes que no se basan en la ambigüedad de las palabras, y así Bekinschtein y sus cómplices descubrieron una red de zonas del cerebro que se activan cuando se decodifica si algo es o no gracioso y si esa gracia depende de los diversos significados que se puedan dar a las palabras.
Suponemos, además, que tanto voluntarios como investigadores rieron de lo lindo, y entonces vale la pena preguntar qué es eso de la risa. Pues bien: hay estudios de muchos años que investigan la aparición de risas espontáneas o en respuesta a estímulos (chistes, cosquillas). Los monos son cosquillosos y emiten algo parecido a la risa. Seguramente nosotros también lo heredamos, aunque luego le dimos a ese fenómeno tan extraño un significado más social que ayuda a que nos unamos a otros individuos. Un experto en el tema es Robert Provine, que discrimina entre risitas nerviosas, divertidas o incluso sin motivo aparentemente –y estas últimas son, extrañamente, de las más reídas. Nos reímos ya a los pocos meses de vida, en general frente a situaciones de sorpresa ("¿Dónde etá el bebé? ¡Acá táaaaa!") y esta respuesta nos hace sentir bien –de hecho se relaciona con el sistema de recompensa en el cerebro–. Y luego seguimos haciéndolo toda la vida, a veces con otros, a veces de otros, a veces sin darnos cuenta, como una especie de muletilla inconsciente mientras hablamos.
Escuchen a Led Zeppelin: y los bosques se harán eco de la risa... como si el ja, ja, ja fuera algo que se repite sin parar. Efectivamente, la risa es contagiosa: algo pasa en nuestro cerebro al ver a alguien reír, que activa el área motora que controla los músculos de la cara que causan sonrisas y carcajadas. Se cree que las famosas neuronas espejo –esas que nos permiten empatía con el otro– tienen mucho que ver en esta infección jocosa. Tal vez este contagio tenga algún significado evolutivo: estoy contigo, me río contigo, no hay nada por qué pelear y podemos andar juntos de parranda. Claro que a veces la risa puede ser una epidemia, como la que ocurrió en Tanzania en la década de 1960, cuando las carcajadas nacieron en una escuela y se expandieron irrefrenablemente por el país durante meses. Y no fue nada divertido.
Finalmente, queda por comprobar el viejo lema de que la risa es salud. Ya lo decía sabiamente Pablo Neruda: Quítame el pan, si quieres, quítame el
aire, pero no me quites tu risa. Manos a los chistes: en un experimento de hace unos años, se descubrió que el mirar programas cómicos (como Saturday Night Live) puede bajar la presión arterial y –aunque muy poquito– los niveles de colesterol. Y el buen reidor hasta podría enfermarse menos. A reír, que se acaba el mundo. Jo, jo jo.