Muriel Gardiner viajó a Viena en los años 20 y se unió a la resistencia clandestina; escondía a miembros del grupo y les conseguía pasaportes para escapar del país
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La adinerada estadounidense Muriel Gardiner viajó a Viena en los años 20 para estudiar medicina motivada por la obra de Sigmund Freud. Estando allí, hizo parte de la resistencia clandestina en la lucha contra el fascismo y ayudó a salvar incontables vidas.
Tales fueron las valientes acciones de Gardiner, que sirvieron de inspiración para una película que le concedió un Oscar a la actriz británica Vanessa Redgrave. Pero, ¿cuáles fueron los acontecimientos que dieron forma a esta extraordinaria vida?
Una madrugada de noviembre, unos golpes fuertes en la puerta de su habitación en un hotel de Austria dejaron perpleja a Muriel Gardiner.
Cuando abrió, se encontró con un oficial de la Gestapo que exigía saber qué estaba haciendo en el país. Con el corazón palpitante, la graduada en medicina le dijo amablemente que estaba de visita en la ciudad de Linz como turista. Las preguntas continuaron, pero finalmente el oficial se marchó.
Si hubiera investigado más a fondo, podría haber averiguado que Gardiner no era quien decía ser.
¿Quién era la misteriosa mujer?
Gardiner nació en Chicago en 1901 en el seno de la familia Morris, que se había enriquecido enormemente gracias a la industria cárnica.
“Desde muy joven sintió que era muy injusto que ella tuviera tanta riqueza y reconocía que otras personas no la tenían”, explica Carol Seigel, directora del Museo Freud de Londres que celebra una exposición sobre su “madre fundadora”: Muriel Gardiner.
“Se interesó bastante por la política. Incluso cuando era muy joven organizó una especie de marcha por el sufragio femenino”, agrega.
Las opiniones de Gardiner se forjaron en parte por uno de los acontecimientos más famosos del siglo XX: el hundimiento del Titanic en 1912. Así se lo confirmó mucho después a su nieto Hal Harvey, a quien le contó en tono de reclamo que los informes de los periódicos de la época enumeraban las figuras notables que habían muerto, pero se limitaban a describir al resto de los que perecieron como “gente de a bordo”.
Seigel relata que tras lo sucedido con el barco, Gardiner, siendo niña todavía, “se dirigió a su madre y le preguntó qué significaba ‘gente de a bordo’ y ella se limitó a responder ‘gente normal’. En ese momento le explotó el cerebro. De repente se convirtió en la liberal de la familia a los 11 años”.
Tras asistir al prestigioso Wellesley College de Massachusetts, la joven estudió en la Universidad de Oxford antes de trasladarse a Viena en 1926, donde tuvo a su hija Connie tras un matrimonio efímero.
Su traslado a Austria fue motivado por la esperanza que guardaba de ser examinada por el venerado psicoanalista Sigmund Freud.
Pero, debido al número de pacientes que este tenía en su agenda, Gardiner fue remitida a un colega. Ese hecho no la hizo perder interés en el psicoanálisis y tampoco su amor por una ciudad en la que mandaban los socialdemócratas.
En ese momento la “Viena roja” y las reformas sociales que se estaban llevando a cabo eran lo que más atraía a Gardiner. “A ella le gustó vivir la ciudad. Le fue bien y decidió que quería ser psicoanalista”, afirma Seigel.
Se matriculó en la Universidad de Viena para estudiar medicina pero, al poco tiempo, los socialistas fueron barridos por un régimen fascista que los persiguió.
En lugar de abandonar el inestable país, Gardiner combinó sus estudios con una nueva causa: ayudar a la resistencia clandestina. “Nunca le costó tomar la decisión de quedarse”, explica su nieto Harvey. “Para ella era obvio hacer lo correcto”.
De Muriel a “Mary”
Conocida por el movimiento de resistencia como “Mary”, Gardiner poseía tres residencias, incluida una pequeña casa de campo en los bosques de Viena. En ella celebraba reuniones y escondía a los miembros de la resistencia, incluido el líder de los Socialistas Revolucionarios, Joseph Buttinger, que a finales de la década de 1930 se convirtió en su marido.
“Llevaba una doble vida, la de una madre abnegada, la de una estudiante activa que también era muy sociable y tenía muchos amigos en Viena, pero al mismo tiempo realizaba su trabajo de resistencia”, reconoce Seigel.
Su trabajo consistía en introducir pasaportes falsos en Austria para que los combatientes de la resistencia pudieran huir del país.
Además, utilizaba su riqueza, su influencia y sus contactos para sacar a la gente por métodos legales, como encontrarles trabajo con familias en Gran Bretaña.
En una ocasión, Gardiner viajó en tren y luego escaló una montaña durante tres horas en medio de una noche de invierno para entregar los pasaportes que les permitiría escapar a dos compañeros que se escondían en una posada remota.
“Estaba realmente en peligro; es decir, hacía constantemente cosas que de haber sido detectadas, en el mejor de los casos, la habrían echado del país, pero más probablemente la habrían metido en la cárcel”, considera Seigel.
Su vida social vienesa la puso en contacto con todo tipo de personas.
En 1934 Gardiner tuvo un romance con el poeta inglés Stephen Spender. Según Seigel, también conoció al futuro canciller laborista Hugh Gaitskell, quien vivió en la ciudad durante un tiempo, y luego conoció a uno de los traidores más populares de Gran Bretaña: Kim Philby.
“Un joven vino a verla y ella sospechó un poco de él y de lo que le pedía que hiciera. De hecho, descubrió que le había dado un montón de literatura comunista para distribuir, algo inesperado para ella”, cuenta Seigel.
“Solo después de la guerra, cuando vio una foto y leyó sobre él, descubrió que era Kim Philby, el agente doble británico”, indica.
La ayuda desde Estados Unidos
En 1938, Austria había sido anexionada por la Alemania nazi y la hija de Gardiner y su marido, Buttinger, abandonaron el país, aunque ella se quedó para completar sus estudios de medicina y continuar su labor de resistencia.
Sin embargo, al poco tiempo los tres partieron de Europa hacia Estados Unidos.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Gardiner y su marido hicieron campaña en favor de los visados para los judíos y ayudaron a dar trabajo y alojamiento a los refugiados que llegaban al país norteamericano.
Es imposible saber a cuántas personas les salvó la vida. Harvey dice que escuchó que fueron cientos. “Pero no creo que ella supiera el número”, precisa.
Varias personas contaron en un documental publicado en 1987, dos años después de su muerte, que si no hubiera sido por los esfuerzos de Gardiner “probablemente no estarían vivos hoy”.
En las décadas posteriores a la guerra, la doctora tuvo una agenda copada como psicoanalista, impartió clases en universidades y publicó varios libros. Sus esfuerzos de resistencia solo los conocían las personas a las que había ayudado o que estaban cerca de ella.
Su nieto la recuerda como “una persona muy modesta, genuinamente modesta”. “Nunca hablaba de lo que había pasado a menos que la presionaras de verdad”.
Pero en 1973 se publicó un libro llamado Pentimento, obra de la escritora estadounidense Lillian Hellman, que incluía un capítulo sobre su aparente amistad con una mujer llamada Julia que había vivido en la Austria prenazi y había trabajado con la resistencia.
A finales de esa misma década se rodó la película Julia, protagonizada por Vanessa Redgrave y Jane Fonda, que le valió a Redgrave el Oscar a la mejor actriz de reparto.
Seigel explica: “Cuando salió (el libro)... mucha gente empezó a llamar a Muriel para decirle: ‘¿has leído la historia de Lillian Hellman? Seguramente vos debés ser Julia. La historia que ella describe es tu historia’”.
“Y Muriel Gardiner no era alguien que quisiera buscar peleas, pero inmediatamente le escribió a Lillian Hellman y le dijo: ‘Oh, es un poco extraño, ya sabés, ¿has conseguido esto de mí?’, a lo que la escritora nunca respondió”, añade Seigel.
Había una conexión entre las dos, el abogado Wolf Schwabacher, quien había muerto cuando se publicó el libro y no pudo revelar si alguna vez le contó a Hellman la historia de Gardiner.
Sin embargo, antiguos miembros de la resistencia socialista austriaca insistieron en que solo una mujer estadounidense trabajó con ellos en la década de 1930, y que era la persona que conocían como “Mary”.
Uno de los resultados de la controversia fue que Gardiner finalmente hizo pública su historia escribiendo sus memorias, Code Name Mary (Nombre en clave María), que han estado agotadas durante mucho tiempo pero que se reeditan con motivo de la exposición del Museo Freud, titulada Nombre en clave María.
La institución con sede en Hampstead, el último hogar de Freud tras su salida de Viena, fue comprada por Gardiner para la familia del psicoanalista y posteriormente se convirtió en un museo con la ayuda de su fundación benéfica.
De acuerdo con Seigel, esta era una razón fundamental para celebrar la exposición.
“Nos sentimos muy identificados con Muriel Gardiner porque, en cierto modo, ella y Anna Freud fueron las madres precursoras del museo. Su fundación (la de Gardiner) nos ha apoyado increíblemente durante mucho tiempo, así que en parte también la exposición es para darles las gracias”, señala la directora.
En la muestra también estará involucrada la actriz Redgrave, quien después del Oscar volvió a entrelazar su vida con la de Gardiner cuando escribió una obra de teatro en la que aparecía la psicoanalista estadounidense.
La artista organizará un acto en el museo sobre la heroína de la resistencia, junto con el activista de los refugiados Lord Dubs, que a su vez fue salvado de los nazis por otro héroe, el cerebro del Kindertransport Nicholas Winton.
Después de tanto tiempo en la sombra, Harvey dice que es “gratificante” escuchar el renovado interés por su abuela.
“Se las ingenió para regalar el 99% de su riqueza y lo hizo. No era la Madre Teresa: le gustaba una buena comida, le encantaba un vodka con tónica al final del día”, cuenta.
“Pero si combinás el dinero que tuvo la suerte de conseguir, con su sentido de la ética y su capacidad para vencer el miedo, se tiene una mujer que la sociedad necesita”, reconoce.
Por Tim Stokes
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