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Lo que leyó esa tarde de julio en un posteo en redes sociales le heló la sangre. En un barrio humilde de la provincia de Buenos Aires, dos perras habían sido abusadas por su tutor. “La persona que uno supone las tenía que cuidar, respetar y amar, las había sometido al peor de los horrores. Pero, con el apoyo de un grupo de Whatsapp que se armó de un momento a otro, logramos esa noche helada de julio que un remisero con un corazón enorme se animara a entrar al barrio donde habían quedado las perras y las rescatara. Cuando llegó, allí estaban: tiradas en la vereda sufriendo por el dolor y ante la indiferencia de quienes normalizan el maltrato”, recuerda con dolor Azul Moreno.
Las llamaron Luz y Love, con el deseo de que esos nombres marcaran el comienzo de una nueva vida. Luz estaba a punto de parir y se decidió en la consulta veterinaria que se le haría una cesárea de urgencia. Por su parte, Love se fue a una casa de tránsito para poder recuperarse de lo que había vivido. Sin embargo, a los diez días fue necesario encontrarle un nuevo lugar. “No pude ser una espectadora más y me ofrecí a transitar a Love por un tiempo hasta que se recuperara al 100% y pudiera encontrar una familia que la amara para siempre”.
“Se me vino el mundo abajo”
Cuando Love llegó a la casa de Azul, se subió directo a la cama y pidió mimos. Al otro día se acostó en la cucha de Beto -el otro perro rescatado que convive con Azul- y durmieron juntos la siesta. Al tercer día ya saludaba al portero, a los vecinos, a todo aquel que la miraba, ella le movía la cola contenta. Se adaptó sin problema a su nuevo espacio al minuto de pasar por la puerta.
Pasaban los días, su mejoría era notoria y la perrita cada vez comía con más entusiasmo. Aumentaba de peso y recuperaba una composición saludable. “Hacia fines de agosto, me empezó a llamar la atención su crecimiento. Una mañana la llevé a la veterinaria para consultar si era correcta la manera en que la estaba alimentando. El veterinario la vio y enseguida me dijo que era necesario hacer una ecografía. Jamás olvidaré cuando al comenzar a revisarla, me dijo: felicitaciones vas a ser abuela. Se me vino el mundo abajo, realmente no sabía qué hacer”.
Desde la profunda ignorancia, Azul le preguntó al médico cuántos meses de embarazo le quedaban por delante a la perra. Asumió que tenía unos dos o tres meses para prepararse y ayudar al animal cuando llegara el día del nacimiento de los cachorros ya que la adopción de Love estaba encaminada. Pero quedó boquiabierta cuando el veterinario le aseguró: “en siete u ocho días, a más tardar, van a nacer los perritos”.
Azul volvió a su casa llorando y afirmando que no iba a poder hacerse cargo de la situación. Para ese entonces, había empezado a llamar a la perra con el nombre de Martha. Dio la noticia en el grupo de madrinas y padrinos y adjuntó una imagen de la ecografía. “Nadie me creía, no se entendía cómo en la primera revisión luego del rescate no se había registrado el embarazo. Me enojé, lloré y hasta llegué a pensar por qué me había metido en ese lío. Pero no estaba dispuesta a que me ganara el pesimismo y esa noche me convencí de que iba a poder, que Martha y yo lo íbamos a lograr, juntas”.
“Cuando la vi con sus cachorros, supe que no se iría más de mi vida”
Azul decidió tomarse unos días de licencia en su trabajo para poder dedicarse por completo a la perra en los días previos al parto. La noche del jueves 8 de septiembre Martha estaba muy inquieta, caminaba por todo el departamento. Al alba empezó a parir, de fondo sonaba una música tranquila y los lamidos de Martha a sus bebés que iban saliendo de a poco. Fueron cinco: Primo, Gunda, Viernes, Pichy y Tota. “Cuando vi a Martha ya relajada abrazando a sus 5 cachorros, supe que ella no se iría más de mi vida. Ya éramos familia”.
Durante los siguientes 45 días, Azul y Martha durmieron muy poco. Los bebés demandaban mucha atención y dedicación. Los días que trabajaba en casa, lo hacia con algún cachorro a upa, incluso más de uno, cuando lloraban o estaban inquietos. Además, cambiaba zaleas dentro del corralito todo el tiempo. Luego empezó el destete, y les preparaba un paté especial para que crecieran sanos y fuertes. Tiempo después, todos fueron adoptados y Azul lloró cada vez que despidió a cada uno de ellos cuando sus familias fueron a buscarlos.
“Fue una experiencia hermosa, de muchísima dedicación y cansancio pero valió la pena. Jamás olvidaré la noche del parto. Tampoco la mirada de Martha cuando al terminar de parir a su último cachorro me miró y yo supe que juntas lo habíamos logrado”.
Hoy Martha es una perrita feliz. Todos los días entre las 19 y las 20 h. “se vuelve loquita. Empieza a saltar de sillón en sillón y a correr por toda la casa. Martha no te recibe al llegar, se queda acostada en el sillón moviendo la cola esperando a que uno vaya y la salude. Todas las mañanas cuando se despierta y viene a nuestro cuarto, se sube a la cama, se sienta entre mi novio y yo y nos mira como si opinara de lo que estamos charlando. Pide mimos todo el tiempo con su patita. Le decimos pochoclito, porque tiene un olor especial como a pochoclo dulce”.
Martha duerme toda la noche, hay que insistirle para que se levante para salir a pasear, olfatea todo cual investigadora, saluda a todo aquel que la mira, corre como loquita en el canil, y le roba las pelotas y juguetes a los perros. Odia bañarse, se esconde al costado de la cama cuando percibe que llegó el momento de su baño. Si llueve, no hay manera de que salga a la calle. “Martha es especial, sus cejitas la hacen para mi la perrita más linda del mundo, somos cómplices y compañeras”.
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