Hace apenas dos años, Gilberto Gil no tenía tiempo para pensar en un disco. Después de que le diagnosticaran un síndrome cardiorrenal (una fatídica combinación de insuficiencias renal y cardíaca), llegó a estar hospitalizado en cuatro oportunidades y su carrera musical empezaba a parecer solo un mero recuerdo del pasado. Pero acá estamos, en esta segunda mitad de 2018 en la que Brasil ha capturado la atención del mundo por la aparición explosiva de un personaje tan espantoso como Jair Bolsonaro, comentando un nuevo disco de Gil que se llama OK OK OK y que también captura la atención –exclusivamente de los amantes de la buena música, en su caso– con su espíritu dulcemente nostálgico.
A los 76 años (los cumplió en junio pasado), el venerable artista bahiano, pieza clave del Tropicalismo, compañero de exilio de Caetano a fines de los 60, cuando la dictadura militar brasileña, que había nacido con el golpe del 64, perseguía y encarcelaba a mansalva, decidió esta vez dejar de lado las observaciones políticas de alcance universal para replegarse en su intimidad: cálidos homenajes a familiares –incluyendo a su primera bisnieta–, a los dos médicos que le salvaron la vida, a sus nuevas amistades –la periodista Andrea Sadí, la actriz Maria Ribeiro– y a un amigo muy especial, Sereno, al que no pudo acompañar cuando cumplió 100 años por aquel problema de salud que lo obligó a internarse tantas veces seguidas.
La única excepción es justamente "OK OK OK", la canción que le da nombre al nuevo álbum, lanzada como primer single en las plataformas de streaming y destinada a responderles a los que, dice Gil, le exigen que se expida categóricamente sobre cada suceso de la coyuntura de su país. Luego de trabajar como ministro de Cultura, secretario de Medio Ambiente, de ser candidato a alcalde y de posicionarse como referente del ecologismo, Gilberto es, lógicamente, un actor político reconocido en Brasil. Pero la demanda permanente de opinión, sintió él, tiene el objetivo de etiquetarlo. "Y yo odio las etiquetas", asegura el experimentado músico. "Esta canción es una reivindicación de la autonomía del poeta. Uno puede ser solidario con el sufrimiento de los más necesitados, pero también quiere conservar su libertad. Esa libertad empieza a correr peligro cuando te quieren encasillar".
Producido por su hijo Bem, el disco tiene un precioso abanico de invitados, empezando por el veterano João Donato –figura importante del jazz y la bossa nova brasileños–, con el que Gil ya había grabado en los 70 y que aporta en dos temas. También aparecen Yamandú Costa, guitarrista exquisito y supersingular que brilla en la canción "Yamandú", y Roberta Sá, cantante nordestina que se complementa a la perfección con su célebre anfitrión en "Afogamento", otro de los singles que circularon antes del lanzamiento definitivo del disco.
Sin llegar a la osadía de Bob Dylan, un alquimista que logró transformar una evidente limitación en el trampolín para un nuevo estilo, Gil no oculta el desgaste de su voz. Por el contrario, la expone para que informe sobre el paso de los años sin añadirle casi ningún efecto que la "mejore". Esa determinación vuelve verdadero al repertorio.
Con siete premios Grammy y Polar Music Prize –conocido como el Nobel de la Música– en sus vitrinas, Gilberto Gil es un músico consagrado que perfectamente podría elegir refugiarse en las especulaciones y en la protección que puede ofrecer alguna argucia tecnológica. Pero la única precaución que toma, por fortuna, es la de escribir buenas canciones y defenderlas con lo que tiene, que es talento, convicción y una sinceridad a prueba de balas.
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