En 1953, los jugadores del club fueron sancionados por el interventor, lo que provocó el éxodo de todos sus planteles hacia el Atalaya Polo Club, de La Horqueta
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Este es un cuento poco conocido. Un relato al que se le dedicaron, apenas, unas pocas líneas en viejos archivos. Un recuerdo que corre peligro de extinción, ya que muchos de sus protagonistas han muerto. Pero no todos: afortunadamente, algunos de ellos siguen vivos. La historia remonta a 1953, segunda presidencia de Juan Domingo Perón, cuando algunas instituciones (una larga lista, donde se destacaban muchos clubes sociales) eran vistas como amenazas por el gobierno nacional. Se las acusaba de ser faros del “antiperonismo”. Ese mismo año, desde el programa radial La revista dislocada, se acuñaba el término “gorila” para los enemigos del régimen.
Algunas instituciones sufrieron consecuencias dramáticas. Por mencionar un caso, en abril de 1953, el palacio del Jockey Club de Florida fue incendiado y destruido “en un contexto de irracionales pasiones políticas”, como hoy recuerda su sitio web. Meses después fue disuelto y sus propiedades, por medio de una ley nacional, pasaron a ser del Estado.
Una circunstancia similar, aunque no tan violenta, sufrió el Club Universitario de Buenos Aires. El 15 de mayo de 1953, fue intervenido por el gobierno. “En virtud del decreto 8552 -detalla un libro que repasa la historia del club- se produjo la intervención y el Poder Ejecutivo intervino directamente en la dirección y administración”.
El documento, que fue publicado por el Boletín Oficial y todavía se puede encontrar en su sitio web, reúne 6 artículos. Tras anunciar la intervención, presenta al hombre que llegaría para hacerse cargo del club: el elegido, que arribaría desde la Inspección General de la Justicia, se llamaba René M. Garzón. El artículo 4 describe la excusa para la intervención: “estructurar la asociación de manera que el ingreso a la misma esté abierto a todos los estudiantes y universitarios, sin que sea factor excluyente las posibilidades económicas de los mismos”. Pero Garzón solo duraría once días en el cargo, porque el 26 de mayo, por medio del decreto 9037, se designaría en su reemplazo a otra persona, Bernardo J. Guilhe, que era Director de Gremiales del Ministerio de Educación de la Nación.
En seguida, los representantes de la institución alegaron que no se daban los fundamentos para una intervención; tampoco para que caducaran los mandatos de las autoridades vigentes. “Se trata de un documento escueto que no contiene la menor explicación sobre las razones que tenía el gobierno para tomar una medida tan extrema”, cuenta el libro de la historia de C.U.B.A.
Pero no hubo manera de frenar nada. “El club empezó vivir días de angustia que se prolongaron durante casi tres años”, continúa el texto. Y dice que “primero se registró un desorden interno de carácter administrativo; y después, muchos socios optaron por abandonar el club, y algunos de sus más prestigiosos equipos deportivos, como ocurrió con el team de rugby, resolvieron jugar para otros clubes”.
“Vengo a poner orden”
“En el ‘53, hubo algunos episodios políticos que dieron origen a la intervención”, dice a LA NACION Eugenio Holmberg, de 85 años, que jugaba al rugby en las divisiones inferiores de C.U.B.A. en esa época. Marcelo Elizalde (83), su compañero y amigo, también un juvenil por aquellos tiempos, suscribe. Ambos recuerdan que C.U.B.A. tenía la concesión del predio de Núñez, donde se encuentra hoy el Club Hípico Argentino. Ese terreno era de Obras Sanitarias de la Nación. El club lo ocupaba desde 1934. En el ‘48, cuando se terminó el permiso, el gobierno no la renovó, y C.U.B.A se quedó sin campo de deportes: “Tuvimos que entrenar en canchas prestadas durante muchos años”, comentan los dos.
C.U.B.A. era la gran potencia del rugby argentino: entre 1942 y 1952, ganó ocho títulos de la Unión de Rugby de Buenos Aires. Cuando ocurrió la llegada de Guilhe, comenzó un nuevo torneo, pero el descontento de los socios generaba una sensación similar a la que ocurre en los segundos previos al primer trueno de una tormenta. Elizalde recuerda que “existía un clima enrarecido” y que día tras día “crecía la tensión entre los jugadores y el interventor”. Los jugadores de las distintas divisiones se sentían incómodos ante la presencia de Guilhe. Tanto que un día, tras varias discusiones con él, el equipo de rugby cometió la “desobediencia” que hizo rebalsar el agua del vaso.
El domingo 7 de junio C.U.B.A. debía enfrentar a Curupaytí. Todas sus divisiones viajaron hasta Hurlingham. Sin embargo, apenas llegaron al club, los jugadores del plantel superior le dijeron al referí que le otorgarían los puntos al contrincante. No querían representar “al equipo del interventor”. Acto seguido, se retiraron al vestuario. Sin embargo, volvieron al campo de juego minutos más tarde, pero con una camiseta blanca y bajo el nombre “Águilas Rugby Club”.
Recuerda Holmberg: “Queríamos reeditar el nacimiento del rugby en C.U.B.A. Ese día, el capitán de ‘Águilas’ entró a la cancha, con todo el equipo detrás, y le dijo al referí que C.U.B.A. no se presentaría, pero que le ofrecían al contrario jugar contra los mismos jugadores solo que bajo otro nombre. Curupaytí aceptó”. La iniciativa fue repetida por todas las categorías.
Guilhe reaccionó con una dura sanción: suspendió a dieciséis jugadores del plantel superior y les prohibió a todos los equipo competir “por tiempo indeterminado”. Incluso intentó conformar un equipo titular con sus propios refuerzos. Pero la rebeldía continuó: los “cubanos” continuaron presentándose con pseudónimo. En una fecha, por ejemplo, “Águilas” se enfrentó con Old Georgian, cuyo capitán, esa tarde, expresó: “Nosotros aceptamos jugar con ustedes. Pero nos hubiese gustado enfrentar al equipo ‘del interventor’... A los cinco minutos del primer tiempo los sacábamos de la cancha”. Guilhe, sin embargo, no logró consolidar un equipo propio.
Otros conjuntos dudaban sobre si elegir actuar versus “el falso C.U.B.A.”. Temían represalias; no querían que también les intervinieran el club a ellos. Pucará, por mencionar un caso, lo meditó mucho. Pero, a la hora de la verdad, eligió con firmeza: “Dos miembros emblemáticos dijeron que iban a jugar contra Águilas por más que fuera la última vez que jugaran”, rememora Holmberg.
Pero la intervención profundizó el conflicto: desafilió al club de la Unión Argentina de Rugby (UAR). Además, jugar con un equipo paralelo se tornó en una tarea espinosa que comprometía no solo a los jugadores propios sino también a los rivales. Al mismo tiempo, los rugbiers “cubanos” recibieron una oferta de Atalaya Polo Club, de La Horqueta, para sumarse a sus filas. Aceptaron. Se pasaron, prácticamente, todas sus categorías. “Nos ofrecieron cuanto tenían, a sabiendas de que cuando la intervención llegase a su término, todos los jugadores con los que entonces contaban volverían al C.U.B.A., pues así se había convenido”, dice el libro de C.U.B.A.
Atalaya, repentinamente nutrido con jugadores top, tuvo una de las mejores temporadas de su historia. “En un momento nos enteramos que todas las divisiones del rugby se iban para ahí, y ahí fuimos en dulce montón”, comenta Elizalde. “Atalaya era un club de la B, poco potente. Era un grupo de tipos recontra macanudos, muy solidarios con nosotros. Ellos nos abrieron sus puertas, se llevaban un plantel de primera, entero...”.
“Jugamos ahí durante 1954 y 1955”, continúa. “En el ‘54 prácticamente copamos todas sus divisiones, porque ellos, si bien tenían planteles buenos, no contaban con la calidad deportiva de CUBA, no lo digo por pedantería, era una realidad...”. Ese año, solo permanecieron dos jugadores de la primera de Atalaya: el resto fueron relegados por los ‘cubanos’. Esto se vio reflejado en las tribunas, desde donde los fanáticos alentaban con la antigua sigla de C.U.B.A.
Atalaya ganó ese campeonato. En la final, venció a Los Tilos en La Plata (la ciudad en esa época se llamaba ciudad Eva Perón) y ascendió a primera división. En la temporada ‘55, ya en primera, tuvo una buena actuación y finalizó entre los primeros puestos. Después, en septiembre de ese año, se produjo la Revolución Libertadora. Dos meses más tarde, ya con Pedro Aramburu al mando del país, el interventor renunció y los órganos directivos de C.U.B.A fueron reestablecidos por sus socios.
A fines del ‘55, la UAR habilitó a C.U.B.A. a volver a jugar en primera división luego de una decisión unánime de todos los clubes inscriptos. Atalaya comenzó la nueva temporada “sin los cubanitos” y -como describen Elizalde y Holmberg-“con gran dolor de nuestra alma”, descendió a la segunda división. Sus equipos de rugby nunca volvieron a encontrar el nivel de esas dos temporadas y desaparecieron. Desde ese club aclararon que “Atalaya dejó el rugby en el año ‘69, aproximadamente. Nos habíamos quedado sin divisiones menores y eso fue un gran perjuicio. Además, la división superior no se reponía de una larga racha de malos resultados“, dijeron a LA NACION..
“Nunca me desligué del rugby”, prosigue Elizalde, quien tuvo la idea de conmemorar estos hechos. “Como tenía contacto con la comisión directiva, muchos años después propuse armar una comida con los miembros de ese equipo de Atalaya”. Así fue que en 2014, cuando se cumplieron 60 años, muchos de ellos compartieron un almuerzo. Para recordar cómo se divertían jugando al rugby, para revivir cada try, cada tackle. Para refrescar la memoria y, por encima de todas las cosas, para reconocer a quienes les dieron una mano en un momento difícil. “Sentimos un agradecimiento infinito hacia ellos”, concluyen Holmberg y Elizalde.
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