La rebelión de las musas: de Leonora Carrington al #MeToo
"¿Quién es Leonora Carrington? Quizá alguien que ha sobrevivido hasta ahora con mucho cabrón trabajo, como se dice en México. Por eso tampoco me gusta que me llamen musa.” Eso sostenía al referirse a sí misma, mientras pitaba un cigarrillo tras otro a los 75 años, la artista y escritora inglesa que impactó al mundo con sus misteriosas imágenes surrealistas.
La misma actitud indómita se percibe en las mujeres pintadas por Carrington (1917-2011) que pueden verse hasta el 19 de este mes en el Malba, como parte de la muestra México moderno.Vanguardia y revolución. Hay fuerza, astucia y rebeldía en la mirada de esas criaturas bosquianas, nacidas décadas antes de la ola feminista de los años setenta y de la viralización global del #MeToo.
Criada en una familia aristocrática que le agendaba clases de equitación y esgrima, Carrington comenzó a cuestionar desde muy chica el rol que se esperaba de ella. Creía en que la igualdad para las mujeres “solo se concretaría después de que ellas aprendieran a decir ‘no’, lo hicieran en serio y se mantuvieran firmes hasta que consiguieran lo que les pertenecía por derecho”, según escribe Salomon Grimberg en el catálogo publicado por el Malba.
Ella dijo “no” por primera vez a los veinte años, cuando rechazó su vida acomodada para encontrarse en París con el artista alemán Max Ernst, casado y 26 años mayor. Con él frecuentó a André Breton, Joan Miró, Pablo Picasso y Salvador Dalí. “Era un grupo compuesto por hombres que trataban a las mujeres como musas. Eso era bastante humillante”, reconoció en una entrevista publicada en 1993 por el diario español El País.
Volvió a decir “no” cuando fue internada en un hospital psiquiátrico en España, después de que el artista alemán fuera enviado por los nazis a un campo de concentración. Atada de pies y manos, desnuda sobre sus propios excrementos, le dijo “no” a la locura. Y eligió, una vez más, el arte como salvación.
En Memorias de abajo (1943) registró aquel descenso al infierno, ya radicada en México después de una corta estadía en Nueva York. Se divorció de Renato Leduc, el escritor que la ayudó a emigrar de Europa, y formó una familia con el fotógrafo húngaro Emerico Chiqui Weisz, compañero inseparable de Robert Capa. Allí se reencontró también con muchos de los surrealistas que había conocido en París, entre los cuales se encontraba la española Remedios Varo, y sorprendió con sus pinturas al exhibirlas en una mueblería.
Conoció a Frida Kahlo en 1944, mientras la artista mexicana pintaba postrada La columna rota. Los autorretratos de ambas habían coincidido dos años antes en una muestra en el Museo de Arte Moderno de Nueva York: Kahlo se representó con una larga trenza recogida sobre su cabeza, que formaba la figura del infinito; Carrington, con una voluminosa melena despeinada y las piernas abiertas.
Ahora, sus obras vuelven a compartir sala en el Malba. Mientras La madre de la invención, de Carrington, representa un inquietante aquelarre, Fulang-Chang y yo, de Kahlo, incluye un espejo que refleja la imagen de quien la contempla. Tal vez las dos inviten a preguntarse sobre el verdadero rostro de las musas.
“El surrealismo es un arte creado a partir de la instrospección –observa Grimberg–, un arte que nos lleva a mirar hacia adentro, y a cuestionar qué y quiénes somos. Existía antes de tener un nombre, y mantiene su fuerza, porque los seres humanos siempre han querido comprenderse a sí mismos, y la instrospección ha sido el único instrumento disponible para ello.”