No son pocos los autores en el cine argentino. En realidad, existe la misma proporción de artistas que utilizan las películas como un medio de expresión personal e individual que en el resto del mundo, aunque quizás, inmersos como estamos en el contexto, no lo veamos tan claramente. En algunos casos es de una evidencia meridiana: Lucrecia Martel, por ejemplo. En otros, la autoría es más sutil (Juan Villegas), pero está. No es casual que la mayoría de estos autores sean cineastas que comenzaron con la renovación que estalló desde finales de los 90, eso que llamamos Nuevo Cine Argentino y al que ya le queda anacrónico el adjetivo "Nuevo". Porque para que aparezca un autor, es necesaria una obra; y la obra, la obra real, aparece con el tiempo. Cuando se estrenó Mundo grúa en 1999, en aquel primer Bafici que acaba de cumplir 20 ediciones, quedamos asombrados: esa película era –es– una obra maestra narrada con enorme imaginación. Su director, Pablo Trapero, no haría más que confirmar sus temas y perfeccionar sus formas, de aplicar la narración de una misma y única historia a muchos contextos diferentes para pintar un paisaje infernal del que, a pesar de todo, suele haber una salida. Sus personajes son personas que cometen un error, o un pecado –a veces ese error o pecado está disfrazado de delito, como sucede en Leonera o, de manera mucho más literal y feroz, en El clan–, y tienen que pasar una temporada en el infierno para, quizá, redimirse. No pasa siempre: en Carancho y en El clan, por ejemplo, no hay redención posible. En otras películas, se llega al sacrificio (Elefante blanco). En otras, se regresa convertido en otra cosa, con marcas que no se borran nunca (El bonaerense, Leonera, Mundo grúa, Nacido y criado y, de manera más luminosa, enFamilia rodante, película que es casi un manual de temas). Por otro lado, Trapero incluye siempre en el plano un elemento de tensión que suele provenir de la mejor tradición de los géneros clásicos, especialmente el cine negro o policial. Y suele resolver escenas con virtuosos planos secuencia que no son puro alarde técnico, sino una manera de establecer la continuidad imprevisible de lo real. En cierto sentido, Trapero es el gran director del realismo fantástico (porque siempre hay algo enrarecido y extraño) de nuestro cine contemporáneo.
Su próxima película, que cuando salga este texto quizá sea parte del Festival de Cannes, se llama La quietud y parece una historia intimista: dos hermanas, separadas por distancia y por otras cuestiones durante años, deben encontrarse en una estancia familiar bajo la mirada implacable de una madre terrible. Todo parece contagiarse del clima del melodrama tradicional más los secretos del cine de suspenso –el elemento policial y criminal es necesario en el mundo Trapero– y un viaje al pasado doloroso. No puede decirse mucho más, por ahora. Las dos hermanas son interpretadas por Martina Gusmán –esposa de Trapero y actriz de muchas de sus películas, una sociedad que da excelentes frutos siempre– y Bérénice Bejo, la actriz francesa nacida en Argentina a quien descubrimos en El artista, pero que tiene una extraordinaria trayectoria europea. Se suman Joaquín Furriel y Edgar Ramírez, el Versace de la reciente temporada de American Crime Story. El ambiente en apariencia bucólico contrasta con la densidad creciente, casi de cine de terror, de esta historia.
La madre, esa Esmeralda con aristas terribles, es interpretada por la mujer que redefinió la manera de actuar en el cine para la modernidad argentina: Graciela Borges. De una seriedad y una densidad abrumadoras, el personaje no carece de aristas sutiles, de miradas precisas. La Borges sabe algo que muchos actores no: dónde está la cámara y cómo mira al personaje. Porque para actuar en el cine, el actor debe encontrar no solo a su criatura, sino también al ojo que la observa, único y múltiple. Esmeralda es, además, ese mismo ojo (el ojo del cine, claro, aquí totalizador y tiránico). Es el punto de vista que controla a esas dos hermanas que tienen que atravesar, también, el infierno familiar, deseos imposibles y la propia relación entre ellas.
Es probable que debamos ver La quietud en continuidad con El clan, donde también la familia enrarecida por lo que no debe decirse y por el crimen altera toda posibilidad de normalidad. En el universo de Trapero, la realidad, eso que está en la superficie, es una máscara que encubre un misterio que solo puede revelar la cámara, y que es el verdadero conocimiento que nos puede transformar en seres humanos y no en títeres de un poder que, aunque a veces se disfrace de político o económico, es de otra naturaleza. El título puede parecer irónico, pero esta es, en realidad, una película sobre la quietud, sobre cómo debe sostenerse con cualquier sacrificio un estado inalterable contra las fuerzas de la verdad y de la humanidad. Un Trapero en estado puro, ni más ni menos.
Cómo viene la mano
La quietud tendrá estreno en Argentina el próximo 10 de mayo, poco antes del Festival de Cannes, donde probablemente tenga un lugar en la Oficial (Trapero ya ha competido en Un Certain Regard en varias oportunidades). Tiene como antecedente el mejor resultado del director en taquilla, dado que El clan superó los dos millones de entradas vendidas. La conjunción de actores, tema y prestigio podría continuar la racha. Como fuere, es una de las películas más importantes del año nacional.
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