La doctora Gwnen Adshead lleva décadas trabajando con personas que cometieron actos aberrantes
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Los pacientes de la doctora Gwnen Adshead son lo que comúnmente la sociedad considera “monstruos”. La doctora Adshead es psiquiatra forense y durante décadas trabajó como terapeuta de personas que se involucraron en atroces formas de violencia.
Gran parte de su experiencia la obtuvo trabajando en el hospital psiquiátrico de alta seguridad Broadmoor, en Inglaterra. Junto a la escritora y dramaturga Eileen Horne, la doctora Adshead es la coautora del libro The Devil You Know: Stories of Human Cruelty and Compassion (El demonio conocido: historias de crueldad y compasión humanas, traducido literalmente al español).
En el libro, Adshead cuenta las historias de once de sus pacientes. Entre ellos está Tony, un asesino en serie que decapitó a su primera víctima; Zahra, quien disfrutaba prenderle fuego a otras personas; y Ian, quien abusó sexualmente de sus dos hijos.
En entrevista con BBC Mundo, Adshead habla acerca de la complejidad de estas personas y de cómo su trabajo se enfoca en entender qué los llevó a cometer tanta crueldad. Su apuesta es que entender mejor el comportamiento de estas personas, más allá de simplemente juzgarlas, puede ayudar a prevenir más actos violentos, al tiempo que desafía muchas de las ideas que tenemos sobre la naturaleza humana.
-¿A qué se refiere el título de su libro?
-Viene de un proverbio que dice que quizás es mejor conocer tus propios demonios que no conocerlos. Tiene que ver con que si no sabes qué demonios tienes, es posible que te sorprendan o te veas superados por ellos. Cuando Elieen Horne, coautora del libro, sugirió ese título, me llamó la atención porque sentí que tiene mucho que ver con el trabajo que hago como terapeuta: de cierta manera, lo que la gente hace es explorar sus demonios internos.
Si asumimos que quizás todos tenemos la capacidad de producir gran maldad, aunque afortunadamente la mayoría de nosotros nunca lo hará, la mayoría de nosotros tenemos demonios que necesitan ser explorados. Mucho del trabajo que hago como terapeuta es abrir un espacio en el que la gente pueda hablar acerca de esos aspectos de sí mismos que son aterradores y capaces que causar gran crueldad.
-Al conocer estas historias creo que es casi inevitable preguntarse si uno mismo sería capaz de cometer semejantes actos…
-Es cierto… y siempre me he preguntado si esa es una de las razones por las que siempre mostramos a estas personas en los medios. De hecho, la palabra monstruo está conectada etimológicamente con la palabra mostrar. Hay algo en la forma en que ponemos a la gente en los medios públicos, las redes sociales, los periódicos, la televisión...
Exponemos a estos “monstruos” y pensamos “¡Oh, que bien que estén ahí”, creo que eso quizás nos ayuda a sentir que no somos como ellos. Pero la verdadera preocupación es: ¿será que bajo ciertas circunstancias cada uno de nosotros tendrá la capacidad de hacer algo monstruoso? Si muchos factores de riesgo se juntan, ¿nos veríamos en capacidad de cometer una crueldad extrema? Esa es una pregunta muy importante.
-¿Y hay respuesta a esa pregunta? ¿Tenemos todos la capacidad de convertirnos en un “monstruo”?
-Sí, creo que todos tenemos ese potencial. Si se alinean los factores de riesgo correctos, sí, somos capaces de una gran crueldad.
-Usted utiliza el concepto de “entender la crueldad”. ¿A qué se refiere?
-Cuando hablamos de la maldad humana a menudo se reduce al hecho de ser cruel con otras personas. Creo que las cosas que tendemos a considerar más malévolas involucran infligir, de manera deliberada, crueldad sobre personas que son extremadamente vulnerables.
Entonces, en mi trabajo, suelo enfocarme particularmente en ayudar a las personas a explorar cómo pudieron llegar a ser tan crueles con otra persona. Lo que intento es que ellos exploren, expliquen y articulen los sentimientos, las emociones que subyacen esos actos de gran crueldad.
-Y también dice que trata de aplicar una “empatía radical” con sus pacientes. ¿Qué significa eso?
-La idea general de empatía tiene que ver con ser capaces de ponerse en los zapatos de otra persona. Cuando vemos a alguien que está angustiado o molesto tratamos de imaginarnos qué se siente ser esa persona, e incluso podemos llegar a sentir alguna respuesta emocional hacia esa persona.
Seguro te habrás dado cuenta de que si estamos sentados junto a alguien que está acongojado, a menudo nos sentimos tristes, eso es parte de la respuesta empática. Pero cuando trabajas con personas que fueron crueles y con estados mentales desorganizados, hay una necesidad de crear una distancia, necesitas mantenerte cercano pero también mantener una distancia si quieres llegar a la raíz de las cosas.
Así me surgió la idea de la “empatía radical”, porque es una empatía que trata de llegar a la raíz de las cosas, pero tiene también cierta distancia que te permita mantener una perspectiva, no solo de esta persona y lo que hizo, sino de las personas a quienes hicieron daño, de manera que no pierdas de vista a las víctimas.
-¿Cree que esa “empatía radical” se podría aplicar más allá de su ámbito profesional, en la vida diaria de las personas?
-La empatía radical se volvió una necesidad en mi trabajo, como una manera de mantener una mente abierta y crear espacios para ayudar a estos hombres y mujeres a reconocer su crueldad, pero creo que si yo puedo hacerlo, cualquier persona puede hacerlo. No creo que sea una habilidad muy especial.
Y creo que es muy importante, especialmente en estos tiempos donde parece que tenemos estados mentales muy polarizados, no encasillar a otras personas que son distintas a mí. Quizás tenemos más cosas en común con esas personas de lo que pensamos, incluso si tienen posiciones políticas distintas, u opiniones sobre las vacunas que uno no comparte.
-¿Cuál sería el límite entre tener empatía radical y justificar la crueldad?
-En el libro me interesó dejar claro que quienes trabajamos como terapeutas de agresores nunca, nunca, ofrecemos una excusa para lo que ocurrió. No se trata de buscar excusas, sino de entender y explicar cómo alguien llegó a cometer estos actos.
La violencia que he visto en el ámbito en el que trabajo es altamente inusual, la mayoría de las personas no expresan sus emociones con crueldad, entonces entra más información podamos recopilar acerca de cómo alguien llegó a ese punto, mejor podremos entenderlos, con el fin de manejar el riesgo en el futuro.
Entonces, a todos nos conviene entender esta violencia, pero nadie está sugiriendo que esta explicación sea una excusa. Por otro lado, las cortes existen para expresar nuestra condena social a personas que son crueles, y eso me parece totalmente razonable, que condenemos esas acciones, ciertamente queremos dejar claro que eso no está bien y que la persona debe responsabilizarse por lo que hizo.
Mi experiencia es mayormente con personas que cometieron asesinatos en momentos en los que no estaban bien mentalmente. Creo que a esas personas les parece útil entender cómo fueron capaces de hacer eso, y, de esa manera, puedan asumir mayor responsabilidad criminal y moral de la manera en que la sociedad queremos que lo haga. Entonces es un gana-gana.
-¿Cuáles son los principales mitos o asunciones que tenemos respecto a las personas que cometen estos actos?
-Primero, hay que tener en cuenta que yo no trato a criminales de guerra. No tengo ninguna autoridad o experticia para hablar de lo que ocurre en la mente de personas que instigaron eventos como el Holocausto, por ejemplo. Aunque me parece interesante que no se haya pensado que esas personas estaban mentalmente enfermas.
Yo solo trato a personas cuya violencia parece estar relacionada con algún tipo de trastorno mental, y en ese grupo particular he notado un par de cosas. La primera es que muchos de ellos vienen de un ambiente muy trastornado, fueron expuestos a varios tipos de traumas durante su niñez.
En particular, fueron expuestos a violencia física y descuido de forma crónica durante su niñez. Son personas que vivieron con padres que eran violentos entre ellos, que abusaban de sustancias. Esos factores aumentan significativamente el riesgo de ser violento en la adultez.
Lo otro que he notado es que son personas que perdieron, o nunca tuvieron, la capacidad de relacionarse con otras personas. Esa capacidad del placer en las relaciones sociales es algo que damos por sentado. Personas como tú o como yo somos capaces de salir y disfrutar un café o dar una caminata con alguien. Esa capacidad es algo que a menudo está ausente en las personas con las que yo trabajo.
-Usted también habla de que si bien las cifras muestran que las mujeres son menos violentas, la realidad es mucho más compleja…
-Sí, a ver… es un hecho innegable que en números absolutos muchas menos mujeres que hombres actúan de manera violenta. Los números son incontrovertibles, pero el porqué es una pregunta digna de Premio Nobel. La respuesta es que hay muchos factores distintos, pero hay dos aspectos que me interesan en particular.
El primero es ¿hay algo en los tipos de masculinidades que se lo ofrecen a los niños y a los hombres jóvenes que hace que aumente el riesgo de violencia? Y, de forma contraria, ¿hay algo en la feminidad que pueda resultar como un protector para las mujeres?
Lo que he notado trabajando con mujeres es que sus estados de crueldad son muy similares a los de los hombres. Entonces, no hay diferencia en los niveles de crueldad, la diferencia está en cifras de quienes finalmente llegan a actuar de esa manera. Entonces, lo interesante es entender cómo pasas de un estado mental a la acción.
-¿Es correcto afirmar que hay personas genéticamente violentas?
-No, no es correcto. Hay una gran cantidad de investigación en esa área y no hay ninguna evidencia de que haya genes para la violencia, en absoluto. Lo que sí hay son genes para neurotransmisores que hasta cierto punto podrían contribuir a que una persona se altere.
Puede haber cierta disposición genética a los trastornos del estado de ánimo que pueden contribuir un poco al riesgo, pero eso representa solo un poco del riesgo de violencia. Otra de la cosas que quedó clara es que nuestros genes son modificados por nuestra experiencia.
Una de las preguntas interesantes es, volviendo un poco a lo que mencionaba sobre los traumas infantiles, ¿hay algo en la exposición crónica al trauma durante la niñez que tenga un impacto en cómo los genes de ciertos neurotransmisores se desarrollan? Eso es una pregunta empírica, pero incluso si pudieras demostrar eso, está tan lejos de cometer un acto violento que no es realmente significativo.
Si queremos reducir la cantidad de violencia en el mundo no lo lograremos mirando los genes de las personas, lo lograremos observando cómo se enfurece la gente, cómo entran en conflictos, cómo las personas comienzan a comprender las mentes de otros.
-¿Cree que su trabajo de alguna manera le sirve de algo a los familiares de las víctimas?
-He trabajado con muchas personas que asesinaron a sus familiares. A menudo ellos tienen familiares que van a visitarlos al hospital y que mantienen una relación. Cuando un familiar mata a otro es una catástrofe para toda la familia. Mi experiencia es que en esas circunstancias muchas víctimas sienten cierta satisfacción de que su familiar esté recibiendo ayuda.
He trabajado en clínicas de trauma y he conocidos víctimas de violencia muy grave que tienen la esperanza de que la persona que lo atacó reciba ayuda. La gente puede llegar a ser increíblemente generosa en ese sentido, pero también he conocido víctimas que estaban comprensiblemente llenas de rabia y con afán de venganza. Y eso lo entiendo, sería una locura de mi parte no entender esa reacción.
-¿Qué siente usted al tratar a sus pacientes?
-Tristeza, tristeza abrumadora. Mi experiencia como terapeuta me dio un nuevo nivel al significado de la palabra tragedia. Una tragedia es algo que data de los antiguos griegos en la que la persona comete una acción con consecuencias irreversibles.
De esa manera, nunca puedes volver al lugar al que estabas antes. En la vida hay muchas cosas que podemos cambiar y avanzar hacia algo mejor, pero cuando matas a alguien es como si destruyeras un mundo. Como dice el Talmud “quien mata a una persona, es como si matara a un mundo entero”.
Creo que es trágico cuando eso ocurre. Lo es para quien muere y para quienes lo rodean, pero para el perpetrador también lo es porque no puede volver a la vida que tenía antes. Entonces, para mí la sensación más abrumadora es siempre la tristeza y un sentido de profunda tragedia.
-¿Qué lecciones destaca de su experiencia trabajando con sus pacientes?
-Hay un buena noticia y es que la violencia muy grave, particularmente por parte de personas con una enfermedad mental, es muy inusual. Pero, el otro lado de eso es que el hecho de que sea inusual hace que debamos tomarla muy en serio. Debemos invertir tiempo, esfuerzos y dinero en acercarnos a los problemas que hace que la gente actúe de manera violenta, porque entre mejor lo entendamos, más probable es que tratemos de organizarnos para prevenir que ocurra en el futuro.
A nivel personal, mis pacientes me enseñaron las inmensas posibilidades que las personas cambien para bien. Que incluso quienes cometieron actos terribles pueden cambiar para bien, no sin pagar un precio, no sin angustia. He aprendido que en realidad hay poca gente que no logra cambiar si se lo proponen.
Me he visto impresionada y conmovida por el coraje que mostraron algunas personas que están dispuestas a mirar a sus estados más oscuros y trastornados, están dispuestas a tomar ese riesgo, y creo que eso nos trae esperanzas a todos.
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