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Maggie pinta flores románticas, perturbadoras y oníricas; Duilio, en cambio, dibuja criaturas mitológicas, bosques y mosquitos psicodélicos. Este matrimonio de artistas trabaja desde hace 30 años en un taller montado en la quinta que comparten en Don Torcuato.
Al contrario de algunas parejas de pintores, donde ellos son famosos, y ellas no tanto, la unión de Koeningsberg y Pierri potenció la creatividad de cada uno: dos historias de vida intensas, iluminadas con la paleta de colores, furiosos, vibrantes y provocativos.
Un pintor y una paisajista entre Europa y Estados unidos
“En Buenos Aires se usa mucho el gris pero a mí me gustan los colores. La gente más burguesa es menos jugada, no le gustan las cosas fuertes, los colores fuertes... ¡no le gustan las sensaciones fuertes!”, explica Pierri, formado entre Buenos Aires, París y Nueva York. Y lo mismo opina ella, Maggie, una paisajista rebelde formada entre Europa y Estados Unidos, para quien los tonos subidos fluyen descontrolados, se contaminan uno con otros, estallan en ríos, flores y cielos estrambóticos.
Él es hijo de un matrimonio de reconocidos artistas argentinos y ella tuvo un padre prusiano que fue contra espía durante la Segunda Guerra Mundial. Ambos conviven entre pinceles, caballetes, y pomos de acrílicos, pero su historia nace mucho tiempo atrás, cuando eran muy jóvenes y se habían cruzado un par de veces sin imaginar que estarían destinados a un futuro en común. El galpón atiborrado de obras, de un lado las de ella, del otro las de él, es el corazón de la casa que se compraron en el norte de la Ciudad de Buenos Aires cuando decidieron compartir su vida.
El matrimonio recibe en forma exclusiva a LA NACIÓN para contar cuales son los secretos que los llevaron a plasmar una gran producción artística manteniendo un vínculo inseparable. La conversación transcurre en la galería frente a la pileta, entre refrescos de limones y mentas de su propia huerta, mientras los dos pequeños perros se recuestan en las faldas de Maggie a pesar del calor. Pierri revela que él es el cocinero de la casa, les prepara la comida, pero en realidad los animales la prefieren a ella, los consiente en todo.
- ¿Maggie, es cierto que su padre fue un espía?
Sí, mi papá quiso luchar contra el nazismo, fue espía contra los nazis. Mis abuelos se escapan de Rusia con el estanlinismo y fueron a Alemania. Pero como él era judío y al poco tiempo empezaron las agresiones nazis, enviaron a sus hijos, es decir a mi padre, Víctor de Koeningsberg, y a mi tío, Nicolás, a Estados Unidos. Estalla la guerra y papá se enrola para luchar contra Hitler, pero como hablaba alemán, lo mandan a Maryland donde entrenaban a judíos que conocían bien el territorio para realizar contra espionaje. Incluso después de la guerra consiguió pruebas contra los nazis. Nicolas se quedó en Estados Unidos y mi papá se vino a Argentina con su mujer norteamericana.
Maggie sonríe mientras cuenta la anécdota, su pasado con historias de espías le divierte. Su apellido es impronunciable y no se cansa de corregir su escritura. Se llama Margarita, pero pronto empezaron a llamarla Maggie, seguramente por su madre norteamericana. El último seudónimo, a veces usado en redes sociales, es Maga, es decir una bruja, una bruja que alucina cuadros con ríos fucsias, flores carnívoras y pastos anaranjados.
- ¿Cómo se conocieron?
Pierri: - Nos casamos en 1992, pero nuestra historia tenía que ver con coincidencias ocurridas tiempo antes: estuvimos veraneando en casas vecinas sin darnos ni bolilla; visitamos Londres en una misma época y yo incluso iba a fiestas en su casa. Después, un escritor polaco en Nueva York, donde yo vivía a fines de los 70 en el barrio de Tribeca, me dijo “vos tenés que conocer a Maggie”. En 1989 fue nuestro primer encuentro en Ruth Benzacar Galería de Arte, nos empezamos a ver más seguido y le pedí el número de teléfono para salir.
Al año siguiente decidieron vivir juntos. “Estábamos separados con dos hijos cada uno que insistían para que nos casáramos así que fuimos al Registro Civil. A nuestros ex les dejamos una casa y se calmaron las aguas”, cuenta Duilio, y de inmediato Maggie agrega: “nosotros no consideramos al casamiento como tal”. La aclaración no parecería no ser necesaria, nada dentro de esta pareja es convencional.
“Me gustó de esta quinta que tenía una gran arboleda que llegaba hasta el río”, dice ella quien por ese entonces vivía en las Lomas de San Isidro. Además, era un lugar amplio donde instalarse con cuatro hijos. A él lo sedujo el hecho de instalar ahí un taller donde dan clases y reciben a compradores, aunque muchas veces también venden por whatsupp o Instagram. En el galpón se preparan para la exposición que harán juntos en la galería Natural Bio Art Gallery, de Maipó 981, CABA, a inaugurarse el próximo 12 de abril a las 18 hs. Realizaron varias muestras colectivas donde participaron ambos, pero exposiciones donde estuvieron los dos solos fueron siete en total. La octava será la de Bio Art Gallery.
-¿Cómo es hoy la convivencia entre ustedes después de tanto tiempo juntos?
Pierri: -Se llevan mejor las parejas que hacen lo mismo. Imagináte un banquero y una pintora, nada que ver, que unión tan aburrida !. Nosotros en cambio somos dos obsesivos, hablamos de arte todo el día, nos complementamos. Ella es autocritica y productiva, gran lectora, estudia filosofía. Yo tengo educación formal, pero soy explosivo y vago. Pinto cuando tengo ganas. Siempre busco una magia, es una sensación indescriptible, es la mejor del mundo. Cuesta empezar, es la inercia, pero una vez que estás en el baile es maravilloso.
El secreto mejor guardado de la quinta
EL galpón industrial no es el único lugar de la casa donde trabajan. “Tenemos otro taller en el garaje, pero es secreto. Ahí hacemos desastres”, confiesan riéndose al unísono con complicidad. Usan uno u otro espacio dependiendo de la temperatura ambiente y de las ganas de “hacer desastres” que tengan ese día.
Si bien los temas son totalmente distintos, ahora él está pintando al prócer Facundo Quiroga y al dios Apolo (Duilio es amante de la historia y de la mitología), y ella continúa con sus paisajes de ensueño, ambos desarrollan la misma técnica: usan acrílicos y realizan cuadros muy grandes, con medidas de hasta 2 metros por 1,80 metros.
¿Qué concepto tienen de la naturaleza y de la belleza?
Pierri: -Pintar y estar en el medio de la naturaleza es muy importante. Mi abuelo viajó por toda la Argentina en tren y me llevaba a escuchar el río. Pinto bosques porque de chico viví en una casa en medio del bosque. Hoy camino por el microcentro y siento que tiene algo perturbador para mí.
-Maggie, tus paisajes parecen ser turbulentos. ¿Cómo lográs ese efecto?
Siempre hay algo inquietante en mis pinturas, es por la luz que les doy, la paleta, la pincelada rabiosa, el movimiento. Busco lo onírico y en dos o tres días puedo terminar una obra si me entusiasmo. Hay un cuadro mío colgado en el Museo Nacional de Bellas Artes donde se ve esta fuerza. Ahora prefiero inspirarme en mi entorno, este jardín que fuimos haciendo de a poco con pequeñas plantas que reprodujimos.
A lo largo del mundo
La pareja por lo general pasa los tres meses del verano en Punta del Este donde no dejan de trabajar un sólo día. Son muy viajeros, recorren el mundo y el país inspirándose. “Fuimos a Talampaya, de tonos anaranjados. Cuando llegamos lo pintamos, nos miramos y nos dimos cuenta de que los dos habíamos elegido el mismo color. No era el típico de Talampaya”, cuenta ella.
-¿Durante la década de los 90 Buenos Aires tuvo una movida artística muy importante, cómo se insertaron en esos espacios?
Maggie: -En esa época no existían ni siquiera los celulares y nos arrepentimos de no haber registrado todo. Sí expusimos en el centro cultural de la comunidad catalana en Buenos Aires, el Casal de Catalunya, invitados por los artistas Diego Fontanet y Joan Prim. Ese era un espacio de experimentación artística muy importante. Sin embargo, no formamos parte de esa movida del Centro Cultural Ricardo Rojas, donde las artes plásticas quedan un poco relegadas. En el 2003 vuelve a aparecer la pintura y fue ahí donde hicimos una megamuestra juntos en la sala Cronopios del Centro Cultural Recoleta.
Estirpe de pintores
Los dos mamaron el arte desde chicos. Por el lado de Koenigsberg, con una abuela, Paula, dueña de galerías en París, New York y Buenos Aires. Maggie gozó de una educación norteamericana y europea con un padre que la llevaba al Aconcagua, a lugares solitarios, paisajes que la marcaron.
Por su parte Duilio es único hijo de Orlando Pierri, un reconocido pintor, y nieto del escritor, artista plástico y astrólogo, Juan José Daltoé. Su madre fue Minerva Daltoe, quien pintó activamente y con talento entre 1938 y 1980. Pero además Duilio se codeó con importantes pintores y escritores del momento, estudió piano y oboe y hasta realizó la tapa de algunos discos nacionales. Obtuvo una beca para ir a estudiar a París. Desde los 6 años se dedica a la pintura y piensa seguir haciéndolo, de la mano de su maga, por cierto.
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