Fue, durante años, “el número uno” entre los Santa Claus argentinos. Actuó en televisión, llevó regalos a Casa Rosada y se codeó con celebridades. Pero la pandemia adelantó su retiro. En una entrevista íntima con La Nación, Roberto Behrends se pone su mejor traje y repasa su sorprendente historia
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Podría decirse que Roberto Behrends nació para ser Papá Noel. Encontró su vocación un diciembre de 1978, mientras acompañaba a su mujer, maestra de una escuela alemana de Villa Ballester, al trabajo. “¡Vos!”, exclamó el director al verlo llegar. Él todavía no lo sabía, pero el colegio estaba buscando a un hombre para que se vistiera de Santa Claus en un acto de fin de año.
Behrends, argentino de padres alemanes, medía 1,93, tenía ojos celestes, la voz grave y una barba algo canosa que le llegaba hasta el primer botón de la camisa. Quedaba perfecto dentro del traje de Papá Noel, pero, hasta ese momento, nunca se le había ocurrido la idea. “Me dejaba la barba porque me gustaba. Mi mamá y algunos conocidos me habían dicho alguna vez que tenía que hacer de Papá Noel, pero nunca les hice caso, no me interesaba”, recuerda hoy, a sus 82 años. Sin embargo, esa tarde, cuando el director le propuso la idea, él aceptó. Pensó que sería divertido probar. Y ese simple “sí” cambió su vida para siempre.
El día del evento, llegó a la sala de la escuela vestido con la ropa correspondiente y se encontró con una multitud de alumnos, profesores y padres, todos esperándolo a él. “No sabía qué hacer, no hay ningún manual que diga como actuar de Papá Noel”, recuerda. En seguida, improvisó un “ho ho ho”, y , de a poco, empezó a desenvolverse con naturalidad dentro del personaje. Los niños lo miraban con los ojos iluminados y él lo empezó a disfrutar.
Al primer año le siguió el segundo, el tercero, el cuarto. Cada diciembre, hacía ingresos diferentes, originales. En una ocasión, aterrizó en el patio del colegio en un helicóptero que había prestado la empresa donde trabajaba uno de los padres de los alumnos. El trabajo de Behrends, en el área de Sistemas de una empresa, no siempre le permitía asistir, pero lo hacía cada vez que podía.
Tanto le gustó hacer ese papel que cuando se jubiló decidió dedicarse a ello. “No sabía bien qué hacer con mi tiempo libre. Tenía varias opciones. Hasta que un día de diciembre, en 2003, fui a Unicenter y vi al Papá Noel en el hall central”, cuenta. Le tentó el trabajo, así que se contactó con la productora C.G Producciones, que representa a unos 50 Santa Claus. Con ellos, a lo largo de los últimos 20 años, trabajó en todo tipo de eventos, desde navidades en Casa Rosada hasta en jardines de infantes, desde eventos en hoteles cinco estrellas, hasta en villas del conurbano.
“Trabajé en más de 120 lugares diferentes”, cuenta desde su departamento, en Núñez. De fondo, suenan villancicos europeos. Este año, él y su esposa no armaron el árbol, pero si decoraron las paredes y estanterías con guirnaldas, muñecos de Papá Noel y pesebres.
La Navidad es muy importante para él desde que es chico. Las costumbres navideñas germanas de sus padres marcaron su infancia y la de sus tres hermanos, todos nacidos en la Argentina. “Eran noches buenas mucho más solemnes. Recién el 24 se decoraba la casa, con todo. Todos los años, cada hermano debía aprenderse un verso navideño de memoria y el 24 a la noche los recitábamos frente al árbol”, cuenta. La Nochebuena siempre fue preponderante en su vida, pero en las últimas dos décadas, se volvió, quizás, lo más importante.
Behrends se transformó a lo largo de los últimos años en un Papá Noel insignia. Además de participar en eventos, también fue contratado para actuar en publicidades, entre las que destaca la de Garbarino. “Actué junto a Doc, el de Volver al Futuro”, dice con orgullo. Christopher Alan Lloyd, el actor que interpreta a Doc Emmett Brown en la trilogía, viajó a la Argentina contratado por esta empresa para grabar una serie de publicidades, y actuó junto a Behrends en la edición navideña.
Parte de su éxito tiene que ver con su aspecto. No solo parece Papá Noel cuando tiene el traje puesto, también lo parece cuando viste de civil, tal como recibe hoy a LA NACION. Con el pasar de los años, a medida que el pelo de su cabeza y de su barba se fueron blanqueando, la semejanza se hizo cada vez mayor, a tal punto que hoy sale a la calle y los niños del barrio frenan a mirarlo y a comentar.
“La otra vez caminábamos por Cabildo y un chico, desde la ventana de atrás del auto, le grita ‘¡Papá Noel, la bicicleta!’ -cuenta su esposa, entre risas- Es natural, los chicos lo saludan todo el tiempo. Los camioneros y recolectores de basura también le gritan, y él les responde: ho, ho, ho”.
“Quise renunciar en mi primera semana como Papá Noel”
Behrends no se arrepiente de todos los diciembre de trabajo intenso. En cambio, agradece no haber renunciado después de la primera semana, cuando realmente tuvo ganas de hacerlo. “Apenas entré a la agencia, me enviaron a Unicenter. Trabajaba de 10 a 22, era muy intenso. Eran dos horas de trabajo y media de descanso. A veces, había tanta gente que no llegaba a ver el final de la fila. A la semana ya no quería saber más nada”, cuenta.
Su cansancio no solo se debía a la exigencia horaria, sino también a la carga emocional. “Al segundo día, una chica de 10 años me dice: ‘Papá Noel, este año me porté muy bien. Pero no le voy a pedir regalos, sino que me ayude. Mi mamá está muy enferma, ¿me ayuda?’ No me acuerdo qué le respondí, pero algo dije. Al otro día, vino un chico cuadripléjico que no podía hablar. Yo no sabía cómo comunicarme con él, hasta que lo agarré de la mano y lo miré a los ojos, y ahí nos entendimos. Ya al final de la semana dije: ‘basta, esto es mucho. ¿Qué hago acá?”, cuenta.
Pero, con el tiempo, las cosas cambiaron. Dejó de trabajar en shoppings, donde el tipo de charla y de contacto con los niños es casi mínimo, y empezó a ser contratado para todo tipo de eventos de fin de año. “Lo más lindo del trabajo es el contacto con los chicos. A veces te matan a preguntas y tengo que ir inventando las respuestas”, cuenta. El año pasado, decidió finalmente retirarse de este trabajo, más que nada por el temor a contagiarse de coronavirus.
“Papá Noel, lo quiero un montonazo, como a mi propia vida”
En los más de 40 años de trabajo, Behrends miles de cartas. Cada año, después de la Navidad, seleccionaba, con la ayuda de su esposa y de sus nietas, las que más les gustaban y las guardaba. “No se puede guardar todas, no hay lugar. Eran bolsas y bolsas de consorcio” aclara, y apoya sobre la mesa del comedor las carpetas donde guarda las predilectas.
“Papá Noel, lo quiero un montonazo, como a mi propia vida”, se lee, escrito en una caligrafía infantil, en el primer mensaje, firmado por Florcita. “Esta es una carta de los primeros años -dice, señalándola-. Últimamente, las cartas son distintas, son ‘quiero, quiero, quiero quiero’. Las de antes tenían un objetivo totalmente diferente”, dice, mientras despliega algunas de sus fotos preferidas y los recortes de los diarios y las revistas en las que aparece.
Más allá de la época, los pedidos de los niños dependen de su situación socioeconómica. Behrends recuerda la vez que fue a Brasil, contratado por una empresa, para participar del evento de fin de año de un hogar de niños judicializados, en una Favela. “¿Sabés qué pedían en las cartas? Jabón, shampoo, pilas. Ese tipo de cosas, porque las necesitaban. No era la tablet que pedían acá, no”, cuenta.
-Más allá de lo que escriben en las cartas, ¿qué tipo de preguntas suelen hacerte los chicos?
-Siempre preguntan por los renos. Me dicen: ‘¿Y los renos? ¿Dónde están?’. Yo les digo que no pueden estar afuera porque hace mucho calor, que están en un cuarto acondicionado, con baja temperatura. También hacen muchas otras preguntas, y voy respondiendo lo que se me ocurre. No se porqué, pero cuando tengo el traje puesto, me surgen respuestas que no se me ocurrirían acá en casa.
-¿Volverías a elegir este trabajo?
-Sí. Pero no volvería a hacer shoppings, porque ahí casi no hay contacto con los chicos, que es lo más lindo. Esta es una profesión que uno hace porque le gusta, no por una razón económica. Obviamente, te deja algo, pero es un trabajo más solidario que otra cosa. Muchas veces, los chicos, y también algunos adultos con una discapacidad intelectual, quieren hablarte, te toman como un confidente. El trabajo es básicamente escuchar.
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