"La política no se merece que uno pierda un amigo"
Cuestiona que hoy haya un "plantel oficial de artistas", y dice que él no es un cantante del Estado. A los 64 años, Jairo privilegia a la familia y la amistad, más allá de las diferencias de pensamiento
Se lo ve instalado en una vida austera, sin grandes gestos ni estridencias. Nacido hace 64 años en la cordobesa Cruz del Eje, Mario Rubén Marito González, alias Jairo, ha conquistado los principales escenarios del mundo, ha trabajado junto a Atahualpa Yupanqui, Astor Piazzolla, María Elena Walsh, Jorge Luis Borges. Está casado hace cuarenta y dos años con Teresa Sainz de los Terreros y viven en Vicente López, en una casa de estilo clásico, confortable, pero sin lujos. Hay miles de recuerdos en cada rincón: una colección infinita de elefantes y elefantitos, un ejemplar de Rayuela dedicado por Julio Cortázar, cuadros de Quinquela Martín y Carlos Alonso, una serigrafía de Miró, retratos y portarretratos de hijos y nietos. Jairo se prepara para un concierto el 9 de agosto en el teatro Coliseo mientras arma su programa de Radio Nacional Folklórica. No usa celular. Es creyente no practicante y admirador de Arturo Illia y Raúl Alfonsín. Luce tranquilo y un poquito vulnerable.
Hay un debate que está en juego a partir de las contrataciones a Fito Páez para actos oficiales. ¿Usted qué opina?
La cuestión es si los artistas deben trabajar para el Estado, se trate o no de Fito Páez. A mí me contratan a veces de algún pueblo y no sé de dónde sacan el dinero, supongo que lo recibirán o tendrán un dinero destinado a ese tipo de cosas. Pero yo no soy un cantante del Estado; nunca lo he sido y espero no serlo, porque los compromisos con la política me los creo yo mismo, no quiero que me los impongan. Si para trabajar tuviera que alistarme en un pensamiento o un movimiento político, sería deshonesto conmigo mismo, como artista. El Estado algunas veces me ha contratado para algunas actuaciones muy puntuales. Pero yo debo ser el único tipo que trabaja a un cierto nivel que no cantó ni una nota en el Bicentenario.
¿Porque no quiso o porque no lo llamaron?
Porque no me llamaron. El director del espectáculo habrá considerado que yo no convenía [se ríe].
¿Le molestó?
Y sí, era una fiesta linda. Es el Bicentenario, uno quiere participar. Además, yo canto lindo ese tipo de cosas [se ríe], en las escuelas pasan el Himno cantado por mí. Si me hubieran llamado, habría ido corriendo.
¿Gratis?
¡Sí! Gratis, me da igual. Bueno, ahí está el debate sobre cantar gratuitamente… En ese sentido tengo una postura absolutamente profesional. Yo hago una prestación profesional, sea quien sea el que me tiene que pagar. Voy y cumplo. Ahora, si me llaman de la Asociación de Niños, o algo por el estilo, voy y canto gratis. Es lógico, normal. Es una lógica humanista.
Usted estuvo muy cerca de Raúl Alfonsín.
Sí, mucho. Soy radical, de esencia. Me hice radical el día en que eligieron a Arturo Illia como presidente. Yo tenía 14 años y vivía en Cruz del Eje. No podía creer que el futuro presidente estuviera a dos cuadras de mi casa. De repente empezó a llegar gente de todos lados y yo pensé... ¡este tipo es maravilloso! Y luego conocí a Alfonsín, que también era un personaje extraordinario. Lo conocí en el 83, en el programa de televisión de Juan Carlos Mareco. Yo había venido desde Francia para vivir las elecciones en la Argentina. Mi mujer no me aguantaba más, yo estaba insoportable, me dijo sacate el pasaje, no te soporto más [risas]. Y resulta que en ese programa estaba Alfonsín y Mareco me hizo cantar una canción, y después otra y otra más. Años después me enteré de que Alfonsín estaba disfónico y yo lo cubrí…
¿Qué cantó?
No me acuerdo, Milonga del trovador, las canciones que cantaba en ese momento. Al final Alfonsín hizo un esfuerzo extraordinario y se largó un speech maravilloso. Ese día aprendí a admirarlo mucho. Me preguntaron si quería cantar en el cierre de campaña en la Avenida 9 de Julio y acepté. Un par de días antes estaba comiendo con Leonardo Favio, que había venido de Colombia, y le conté que me había comprometido a cantar y no tenía ni guitarra, que no sabía qué hacer. Terminamos de comer, me acompañó al hotel y se fue. A la media hora me avisaron de la recepción que había algo para mí. Favio, peronista, me había mandado una guitarra para cantar en el acto radical. ¡Favio! Y me escribió con marcador en el estuche (lo tengo todavía, era un estuche azul): "Quedátela, es tuya. Sos un traidor, pero te quiero mucho".
¡Qué linda historia!
Sí. Mi relación con Alfonsín, en ese momento, podría haber sido otra. Lo digo viendo lo que pasa ahora, que hay como una especie de plantel oficial de artistas. Que siempre están, que actúan mucho, que viajan.
Y defienden el discurso.
Bueno, una cosa está relacionada con la otra; si no defendieran el discurso supongo que no estarían. Yo defendía el discurso de Alfonsín, pero durante su mandato nunca actué en ATC, por ejemplo.
¿Se siente reconocido en el país? Usted ha hecho una hermosa carrera afuera.
Sí, en París he cantado en todos los teatros musicales. Lo que pasa es que no me gusta hablar mucho del asunto porque van a decir ay, este tipo…, qué sé yo. Pero sí, actuaba 21 días seguidos en el Olympia, un mes y medio en el Bobino, dos meses en el Bataclan… Yo era un cantante francés para ellos, fue un impacto muy fuerte. Hemos vendido millones de discos allá.
¿Podría marcar distintos momentos, felices y no tanto, de su carrera y de su vida? ¿Van en paralelo o no?
[Piensa] Creo que se cruzan mucho, no se puede disociar una cosa de la otra. He pasado momentos muy buenos de mi vida y han coincidido con buenos momentos, también, en mi vida profesional. Creo que el peor momento fue justo antes de irme a España. Y eso que yo tengo un ángel de la guarda..
¿Por qué fue el peor momento?
Porque no pasaba nada. Directamente me dediqué a otra cosa. Yo soy dibujante, soy pintor, y trabajaba como ilustrador.
¿Ahí fue cuando lo llamó Luis Aguilé?
Sí, por eso digo que tengo un ángel de la guarda. ¿Cómo de repente va a llamar Luis Aguilé? Le canto unas canciones y el tipo me dice me interesa mucho, me manda un pasaje y me voy a España. ¿Qué es eso? O lo que pasó en Francia, que estaban organizando un espectáculo argentino, tenían a Susana Rinaldi y necesitaban un tipo, empezaron a mirar y me llamaron a mí. No me conocían, no sabían quién era yo. Y fui, canté y a la gente le gustó, ¡es extrañísimo todo!
¿Lo marcó que Astor Piazzolla lo eligiera?
Sí, mucho, y además Astor se portó muy bien conmigo. Las comunicaciones no eran como ahora, yo tenía un éxito tremendo en Francia y acá lo sabían veinte personas. Entonces, un día Astor habló muy bien de mí en la televisión. Ese aval, digamos, fue inesperado, pero además muy fuerte, porque él tenía un público muy grande y lo que decía era palabra sagrada. Él y Yupanqui fueron extraordinarios para mí. Yo tuve la suerte de trabajar con gente que en la cultura argentina tiene mucho peso, ellos dos, María Elena Walsh, Borges.
¿Cómo fue trabajar con textos de Borges? No es fácil.
No, para nada. Salvo las milongas, que son más fáciles en cuanto a los textos. Él una vez me dijo que el poema 1964 no le gustaba mucho porque lo dejaba muy en evidencia, decía que era muy sentimental y no quería dar esa imagen. "Ya no seré feliz. Tal vez no importa. Hay tantas otras cosas en el mundo…"
Lo dejaba vulnerable.
Exactamente. Yo escucho muy seguido las entrevistas de Borges, me encanta escucharlo. Tengo una obsesión tremenda con Borges. Y él fue fantástico conmigo. Incluso, cuando surgió el proyecto de hacer un disco con sus poemas, me acompañó a muchos lugares para hablar del proyecto.
La salud le ha dado varios sustos.
Sí. En realidad, he tenido un solo problema serio, una pancreatitis aguda. Es una enfermedad grave, tenés más posibilidades de irte al otro lado que de salvarte. Pero bueno, me la agarraron a tiempo, me trataron muy bien. Y ahí me di cuenta de muchas cosas, sobre todo que en la Argentina había mucha más gente que me quería de lo que yo pensaba. Gente que pasaba, que me dejaba mensajes, no sólo público, músicos, actores… Estar en terapia intensiva y que el primero que te venga a ver sea Raúl Alfonsín o Mercedes Sosa…
Con esas visitas lo curaban o lo mataban de emoción.
Y claro. Hay una anécdota graciosa. Un día mi suegra, que es española y estaba acá, me preguntó quién era Sandro. Yo le conté que era un cantante impresionante, uno de los más grandes que tenía la Argentina. Y me dijo: "Ah, bueno, porque aquí llama un muchacho Sandro todos los días, a las 6 de la tarde, y yo veo que a las 6 menos diez, ¡las enfermeras se pelean por estar al lado del teléfono!" ¿No es muy gracioso? Se lo conté a él y no lo podía creer: él llamaba para recibir un parte médico.
¿En qué cosas le gusta invertir dinero?
No me ocupo mucho de eso. La que se ocupa es mi mujer.
¿Es una pareja que todavía ríe y se divierte?
Sí, nos morimos de risa. Charlamos mucho, hablamos de todo, nos divertimos, leemos. Y tenemos una cosa insólita: a ella le gusta poco la música [se ríe].
¿No lo va a ver a los conciertos?
En general, no. Por ahí iba a algún estreno en el Olympia.
¿Es celosa?
Creo que en el fondo, sí, pero no lo demuestra.
Usted ha sido un hombre requerido por las mujeres...
Sí, sobre todo cuando era joven. Pero yo soy un tipo muy fiel, de fierro. No hemos tenido nunca ningún conflicto, nada. Hemos tenido conflictos por otras cosas, por el color de las verduras [risas]. Una vez en un programa de televisión le preguntaron a mi hijo Iván cuál había sido la mejor noche de su vida y él contestó: "La noche en la que mis padres cumplieron 25 años de casados". Se ve que él idealizó mucho el mundo donde ha crecido. Mi mujer y yo tenemos una relación tremenda, hemos crecido juntos. Nos conocimos a los 20 y llevamos 42 juntos. Una salvajada [se ríe]. Cuando digo que tengo cuatro hijos, lo primero que me preguntan es: ¿De la misma mujer?
¿Ha perdido amigos por la política en los últimos años?
No. Me parece que la política no se merece que uno pierda un amigo. He tenido discusiones y muchas veces soy bastante duro y me lo han reprochado. Pero no, no me ha pasado. Si veo que la cosa se pone pesada, cambio de tema.
Un abuelazo
Jairo nació en Cruz del Eje, Córdoba, el 16 de junio de 1949. Casado desde hace 42 años con Teresa Sainz, tiene cuatro hijos repartidos por el mundo. El mayor, Iván, vive en París y es actor, trabajó en televisión y teatro ("y cocina maravillosamente bien, es muy culto, podés hablar con él de lo que quieras", agrega Jairo). El segundo, Yaco, vive en la Argentina y es quien se ocupa de la carrera de su padre, las actuaciones, las contrataciones, todo. Mario también vive en París, es licenciado en Ciencias Políticas y pertenece al Partido Socialista francés. La más chica es Lucía, historiadora del arte; vive en Bremen, Alemania ("en el frío, llama todos los días, pobrecita", dice el padre). Jairo, que se autodefine como "un abuelazo", tiene tres nietos, dos de Yaco (Juana, de 12, y Francisco, de 8) y uno de Iván (Lorenzo, que va a cumplir 2 años).