Su imagen forma parte de la memoria colectiva, detrás de su historia un oficio heredado transmitido de generación en generación
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Se dice que son tan clásicas como la Rambla y el Monumento al Lobo Marino, la “Silla Mar del Plata” o también llamada “Playera de la Bristol” ya es considerada un verdadero ícono de La Feliz. Fabricadas artesanalmente en mimbre y con su particular diseño: asiento redondo y tejido y respaldo curvo, han acompañado los veraneantes a lo largo de las generaciones. En sus épocas de esplendor eran moneda corriente en los tradicionales balnearios de la Costa Bonaerense. En ellas, se sentaban cómodamente tanto locales como turistas a leer el diario o las revistas; tomar sol, descansar a la sombra y hasta para contemplar atardeceres mientras mojaban sus pies con las olas del mar. Su imagen forma parte de la memoria colectiva: de solo recordarla a los nostálgicos se les pinta un lagrimón. Otros sueñan con que vuelvan a formar parte de la postal cotidiana de los veranos.
A Eduardo Cano, de 59 años, le trae gratos recuerdos en su canastería familiar “La Obrera”, todo un emblema de la ciudad, que durante más de 70 años confeccionó, a mano, este tradicional mueble. Fue su abuelo, Don Reynaldo, un inmigrante español, quien aprendió el oficio de mimbrero y les transmitió el legado a sus hijos y nietos. “Toda mi infancia transcurrió en el taller, de pequeño jugaba con los canastos y con los años, mi padre, Miguel, me enseñó las técnicas artesanales para el moldeado y tejido. Adoro el aroma al mimbre mojado”, confiesa. Hoy, está orgulloso de poder mantener intacto el diseño de la auténtica silla marplatense. “Actualmente la solicitan bastante para uso doméstico y también en bares y restaurantes”, dice.
Al día de hoy, el origen del diseño es bastante incierto. Algunos afirman que la idea del modelo está inspirada en Francia, mientras que otros de Austria o Alemania. En Europa existía una similar con curvas, pero más amplia y hecha en caña Malaca. “Antiguamente la silla tenía un tamaño de sillón más grande. Luego se modernizó y se hicieron más pequeñas para que fuera más fácil de transportar y apilar”, asegura Cano.
Una aparición estelar en La Feliz
Lo cierto, es que en Argentina comenzó a fabricarse con otra fibra vegetal: el mimbre. Así fue como a principios del siglo XX hicieron su aparición estelar en la pujante Mar del Plata. Antiguas fotografías de la época, son un fiel testigo de su uso cada vez más frecuente en la rambla y playas: hombres de punta en blanco, con traje y sombrero, y coquetas señoras con vestidos disfrutaban de su comodidad. Mientras tanto, en la ciudad surgían los artesanos del mimbre, que trabajaban sigilosamente en sus talleres para satisfacer la alta demanda del verano.
Entre ellos se encontraba Don Reynaldo Cano, quien fue autodidacta y aprendió con paciencia el oficio. “En Tigre compró su primera canasta y atado de mimbre. La desarmó con sumo cuidado, memorizó cada uno de los pasos y luego comenzó a tejerla para volverla a armar”, detalle Eduardo. En 1920 ya instalado en Mar del Plata abrió su primer taller. Tiempo después comenzó a confeccionar las sillas de playa. Todos sus hijos continuaron con el oficio y lo acompañaban en la producción diaria.
Más de 4 mil unidades para toda la costa argentina
Años más tarde, en 1938 la familia Cano inauguró, en un antiguo edificio de 1880, la canastería “La Obrera”, en la esquina de Rivadavia y España. “Allí toda la vida se dedicaron a la creación y fabricación de artículos de mimbre de todo tipo: paneras, canastos, sillas, sillones, lámparas, entre otros”, rememora. En sus años dorados, empleaban a más de 18 artesanos y hasta tuvieron que montar un taller extra (en la calle Moreno y San Juan) para cumplir con la entrega de pedidos. Asimismo, disponían de un enorme galpón para el acopio de la materia prima y centenares de artículos. “En aquella época las sillas eran un éxito: las solicitaban en todos los balnearios. Abastecíamos a toda Costa desde San Clemente, Pinamar, Villa Gesell, Santa Teresita, Bahía Blanca, entre muchos más. Se empezaron a incorporar, a medida que ponían más toldos y sombras con las carpas”, asegura. Hubo momentos en los que anualmente realizaban más de 4 mil unidades.
Son artesanales y se confeccionan en diferentes fases. Previo a la elaboración, el vegetal se humedece en enormes piletas de agua para su “correcto moldeado”. “El palo del mimbre, que se utiliza para la parte gruesa de las patas, por ejemplo, precisa 24 horas de remojo. Mientras que la esterilla, que es la corteza del mimbre, en una hora está lista para trabajarla”. Primero se arma el “esqueleto” con el aro para el asiento y sus cuatro patas, y luego las tres “varandas” para su característico respaldo. Por último llega la parte del tejido (con la esterilla) del asiento y las ataduras de la silla. “Cada paso se moldea a mano. Las ataduras tienen una parte fundamental en la estructura y fortaleza del mueble”, afirma. Durante años, en el taller hubo cuatro personas que se dedicaban exclusivamente al esterillado.
Un color para cada balneario
Cuentan que las sillas se entregaban con el color original de su materia prima, luego cada cliente elegía cuál era su preferido para pintarlas. Las más clásicas eran blancas, pero había desde amarillas, azules, rojas, verdes hasta combinadas. “Cada balneario identificaba las suyas con un color determinado para que no se mezclan. Así se evitaban confusiones con el vecino. Se pintaban con una mezcla de esmalte sintético con aceite de lino. El aceite le daba una densidad que no permitía la absorción del agua y evitaba que se descascaran. Además, era súper resistente al sol, arena, sal del agua de mar y el viento”, dice. Durante décadas, para agilizar el proceso, esta etapa se realizaba por inmersión en enormes bateas.”Las sumergían en las pinturas, las escurrían y colgaban para que se secaran. Pero se gastaba el doble de pintura y muchas veces en el asiento quedaban globos (que en el medio estaban húmedos y luego el que se sentaba se ensuciaba la prenda)”, recuerda. Con el tiempo, se empezó a pintar a mano con pincel.
Cuando finalizaba la temporada, se les quitaba el salitre y la arena: se cepillaban y guardaban prolijamente apiladas hasta el año siguiente. Para Cano, la comodidad de la silla está dada por dos factores. Por un lado, la inclinación del respaldo, que está “arqueado” o “curvado” hacía atrás, lo que permite que los brazos calcen de una forma muy anatómica”. Y por el otro, sus patas abiertas, “que le permiten ser apilables”.
Durante más de siete décadas, en invierno y primavera las tradicionales camionetas con las cuadrillas de “La Obrera”, visitaban a sus clientes de los balnearios para encargarse del mantenimiento y compostura de los muebles. “Cuando se rompían no se tiraban, las reparábamos. Tres meses antes de la temporada, con mi viejo y mis tíos viajábamos a cada balneario para arreglarlas: repasábamos las ataduras, chequeábamos la estabilidad de las patas, tejíamos las esterillas que se habían dañado. Luego, se volvían a pintar. Si el cliente lo solicitaba también se le entregaban nuevas.”, cuenta quien de joven se encargaba de la “limpieza” y de “quitar todas las partes rotas de los aros”.
Patrimonio histórico a la orilla del mar
A partir de los 90´s, con las importaciones y la llegada de las económicas sillas plásticas, cayó drásticamente la producción artesanal. Es que según cuentan, era más costoso reparar las de mimbre. “En 1994 decayó casi por completo. Pasamos a producir solamente 400 sillas anuales. Algunos balnearios las mantuvieron”, cuenta. Sin embargo, asegura que muchos se arrepienten del cambio. “Las de plástico se vuelan cuando hay viento, se les abren las patas, se percuden, rompen y muchas veces hay que reponerlas al año siguiente. La cantidad de años de funcionalidad que tienen las de mimbre es impresionante y esto a la larga se valora”, opina. De hecho, en el 2009, el Concejo Deliberante, la declaró patrimonio histórico, simbólico, social, artístico y cultural de la Municipalidad de General Pueyrredón con el nombre “Silla Playera de la Bristol”.
Eduardo, se crió en la mimbreria. Desde que era niño, su padre Miguel Bernabé y su madre Irma Novo, estuvieron al frente de “La Obrera”. “Ahí aprendí a dibujar, a jugar con mi arco y flecha hechos de mimbre y hasta armarme mi propia casita en el altillo en el medio de todos los canastos. Atendía desde chiquitito, a la gente le parecía muy gracioso y no podían creer que supiese reconocer y nombrar toda la materia prima del local: ratán, palma, junco, etc. Al terminar el secundario estudié diseño gráfico y cuando mis padres ya estaban mayores me dediqué de lleno al negocio familiar hasta su cierre en el 2014. Me gustaba mucho la parte de atención al cliente.”, rememora.
Don Miguel, falleció a sus 90 años, pero continúo armando canastos hasta su último día. “Mi viejo dedicó toda su vida a trabajar y ese es el ejemplo que tengo. Mientras tuvo salud, se levantaba a las cinco de la mañana. En el crudo invierno, el taller estaba helado y él iba antes a prender la salamandra para que el ambiente, a las siete, cuando llegaba el resto de los empleados, estuviera calentito, con mate y facturas”, resume.
Hoy, Cano en su pequeño taller hogareño realiza diseños en mimbre. Su fuerte son los canastos, uno de ellos es el grande “matero” y,por supuesto, la silla que lleva el nombre de su ciudad. Este verano lucen junto a las mesas de varios bares y confiterías. Como en el clásico Tiki Bar. Al ser cómodas y decorativas también se encuentran en jardines e interiores de los hogares. Y en algunos balnearios del Sur de Mar del Plata. Este año, el emprendedor está encaminado con un innovador proyecto y la venta online de sus artículos. “Estoy pensando en un nuevo diseño de la silla marplatense con asiento bien cómodo, con goma espuma y cuerina de distintos colores (del estilo que se utilizan en las motos)”, anticipa.
Él está orgulloso de que su familia las haya fabricado durante tantos años a mano. “Son representativas a nivel nacional. Todo el que vino a Mar del Plata alguna vez se sentó en ellas”, concluye y, por un instante, recuerda la imagen de los tradicionales balnearios repletos de sillas de mimbre esperando la llegada de los veraneantes.
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