Hace 68 años en una esquina tradicional de Zona Norte funciona Víctor, la pizzería con una rica historia que entró en suspenso, por dos años, luego de un terrible accidente, pero que los vecinos nunca olvidaron
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En la esquina de Maipú e Hipólito Yrigoyen, en Vicente López, se encuentra una de las pizzerías más tradicionales de Zona Norte. Este rinconcito tiene una particularidad: es afamado por su fugazzeta rellena. Se trata de Víctor, un ícono fundado en 1956, que a diario recibe peregrinos de todas partes de la ciudad y alrededores en busca de su gran especialidad con una base de masa, mozzarella, queso fresco, jamón, otra capa más finita de masa y coronada con una lluvia de cebollas bien finitas. “Es la estrella de la casa. La grande lleva dos kilos de mozzarella. Acá no escatimamos con la materia prima. Tiene fanáticos por todos lados. Muchos afirman que compite en el podio con las clásicas del Microcentro”, asegura, orgulloso Pablo Núñez, quien junto a Ricardo, su padre de 78 años, están al frente de este ya considerado clásico del barrio. Mientras, acondiciona el local para recibir a los comensales del mediodía.
“La Víctor” para los vecinos: de fábrica de cuchillos a pizza
Afuera, está fresco, bajó la temperatura, pero en “La Víctor”, como la llaman los vecinos, al lado del horno pizzero, está calentito. En minutos, cuando el reloj marque las doce (en punto) comenzarán a desfilar por las mesas las pizzas (al molde): muzzarella, napolitana, con morrón y jamón, “La Súper Víctor” (con jamón, morrón, huevo y palmitos), con anchoas y la afamada de fugazzeta rellena, que causa sensación. También tienen protagonismo la fainá y las empanadas caseras. En la vereda, algunos parroquianos ya esperan con ansias que abran la puerta para ubicarse en una de las mesitas frente a la ventana con el cálido reflejo del sol otoñal. Tras acomodar una pila de cajas de pizza, que acaba de traer el repartidor, Pablo comienza a contar algunas anécdotas y recuerdos del tradicional negocio.
Antiguamente aquel local funcionaba como bar y recién para el año 1956 se transformó en pizzería. En los inicios la abrió un vecino del barrio, Domingo Manzzuetto, quien tenía una fábrica de cuchillos de acero inoxidable y quiso probar suerte en un nuevo rubro. Don Domingo se asoció con un primo, Víctor Armellini, alias “El Tano”, quien era maestro pizzero. De allí viene el nombre. Para la época los primos ofrecieron una propuesta novedosa: vendían gran variedad de pizzas “al corte”. Siempre fueron “al molde” y no escatimaban con la materia prima. Con el boca a boca, aquel pequeño rincón pizzero se volvió famoso, en especial por la fugazzeta rellena, repleta de queso y jamón. A toda hora, también salían copas de vino, vermú, moscato y cerveza. Estaba abierto las 24 horas del día. No cerraba nunca. “En ese entonces los habitués le decían “El baño”, porque la pizzería estaba llena de azulejos blancos en todas las paredes”, admite, entre risas, Pablo y continúa con el relato.
Años más tarde, el negocio pasó a manos de Don Ricardo, quien estuvo al frente por casi una década hasta el 2001. Luego, puso a la venta el fondo de comercio. “En ese momento, justo yo acababa de regresar de México donde había vivido por tres años y quería ponerme una parrilla. Un conocido de mi padre le comenta que había visto una pizzería a la venta con una ubicación estratégica y que además ya tenía un nombre súper conocido en la zona. La vinimos a ver. Yo no quería saber nada con el tema de las pizzas, estaba entusiasmado con la idea del restaurante de carnes. Mi viejo, cabeza dura (risas), se enganchó enseguida con la historia del lugar. Nos hicimos cargo en el 2002″, cuenta Núñez.
Para asegurarse la calidad y la fiel clientela, continuaron trabajando con los mismos proveedores y empleados de toda la vida. Entre ellos, el maestro pizzero Carlos Barrera y el mozo Juan Carlos Santillán. “Juancito” arrancó a trabajar a los 14 años. Su padre, Eustaquio, era camarero de la pizzería desde 1959. Un día se enfermó y le pidió a su hijo que lo reemplazara por unos días. Como era súper atento y capaz, el dueño le ofreció quedarse. Pasó toda su vida acá y hace unos años se jubiló. Es un personaje muy querido”, cuenta.
“Las pizzas que se amasan hoy se comen mañana”
Al ser la cocina del negocio pequeña, la familia optó por mudar el sector de producción a otro local que está ubicado a pocos metros de la pizzería. Allí, a partir de las 5.30 de la mañana los maestros pizzeros comienzan con la elaboración de las masa. Desde el amasado, leudado y primera horneada. “Las pizzas que se amasan hoy recién están para comerse mañana. Nos anticipamos y calculamos las cantidades”, detalla. En cifras: un sábado elaboran más de 300 unidades y por semana consumen aproximadamente 400 kilos de mozzarella. Para Pablo es fundamental trabajar con buena materia prima. “La harina, el tomate y la mozzarella de calidad son claves. También está la mano del pizzero”, reconoce. Luego, en el momento que el cliente la solicita, se le agrega la mozzarella y los diferentes condimentos a elección. Cuando salen del horno, se le da el último toque secreto con el llamado “chimichurri pizzero”. “Le aporta un sabor espectacular. Lleva orégano, pimentón, ají molido, ajo y aceite de oliva. Va a lo último, cuando la muzza esté bien caliente”, anticipa, uno de los maestros y recomienda probar la vedette de la casa: la fugazzeta rellena.
Esta especialidad tiene fanáticos de todas las edades e incluso la vienen a buscar desde barrios lejanos. “Es increíble, pero hay clientes que no la cambian por nada. Tenemos cientos de anécdotas. Desde familias que se llevan varias para el frezzer, choferes de larga distancia que la encargan antes de sus viajes a la Costa y vecinos que se mudaron de la zona, pero que siempre que pasan por la puerta se comen una o dos porciones. También abuelos que traen a sus nietos a probar por primera vez este manjar. Es un pedacito de la historia de Vicente López”, reconoce, orgulloso.
Spinetta, Perfumo y Porcel, entre tantos otros famosos
Por Víctor han pasado cientos de personalidades de todos los tiempos. Desde Luis Alberto Spinetta, Horacio Guarany, Jorge Porcel, José Luis Clerc, pasando por los cantores de tango Roberto Rufino y Argentino Ledesma. También algunos jugadores de fútbol como Norberto Alonso y Roberto Perfumo y boxeadores, entre ellos Víctor Palma y Víctor Ahumada.
En las paredes hay varios cuadros con fotografías de otras épocas de en blanco y negro. Una del puerto de Olivos con su famosa rambla, otra de cuando pasaban los carros a caballo y una reliquia: un plano con las barrancas de Vicente López de 1910. También hay una con la antigua marquesina roja de la pizzería y el cartel con fileteado porteño y un menú del año 2005 cuando la porción de mozzarella salía $1.50 y la de fugazzeta $2.50.
“Tratamos de mantener la estética siempre igual. La última reforma fue en el 2021 cuando tras un accidente automovilístico un colectivo de la línea 161 se incrustó en el local”, cuenta Pablo sobre el fatídico acontecimiento del 3 de abril del 2021, en plena Semana Santa. Era casi la madrugada y la pizzería estaba próxima a cerrar sus puertas. En eso, un auto, que venía circulando desde provincia hacia capital, pasó el semáforo en rojo y embistió contra un colectivo de la línea 161 que terminó dentro del local. “Se destruyó todo el frente y el interior de la pizzería. Mi madre justo estaba sentada en una de las mesas de espalda y quedó bajo los escombros. Gracias a Dios tuvo heridas leves. Fue un milagro, si pasaba antes el salón estaba repleto”, rememora. El negocio estuvo cerrado por varios meses. Los vecinos estaban en vilo, habían perdido su refugio. Los alentaban con cariñosos carteles a no bajar los brazos. “Nos sentimos muy apoyados. Es increíble cómo nos quieren. Muchos nos dieron una mano y cuando abrimos nos abrazaban emocionados. Nos extrañaban”, agrega. Tras la obra se renovó la fachada, pisos y la icónica cartelería, pero sin perder su esencia: la magia de su pizza seguía intacta.
Poco a poco el salón está repleto. En una mesa un vecino, de casi 80 años, pidió dos porciones de muzzarella con fainá. En la otra punta tres señoras disfrutan de una grande de fugazzeta rellena, la más afamada de Zona Norte. “Probala y después me contás”, concluye Pablo, sonriente y se acerca a saludar a un habitué. En Víctor el horno está encendido como hace 68 años.
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