Laura Trevelyan, cuyos antepasados eran dueños de un millar de esclavos, viajó a Granada para descubrir cómo el sombrío legado de la esclavitud continúa repercutiendo en la actualidad
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Casi 200 años después de que sus antepasados recibieran un gran pago del gobierno británico cuando se abolió la esclavitud, la corresponsal de la BBC Laura Trevelyan viajó a Granada para descubrir cómo este sombrío legado continúa repercutiendo en la actualidad.
En lo alto de las colinas de la isla caribeña de Granada, en los terrenos de una antigua plantación de esclavos, una campana de hierro fundido cuelga de un árbol. El sonido de la campana significaba el comienzo de otro día de trabajo para los esclavos de África Occidental, que cosechaban caña de azúcar.
Hoy, la finca Belmont es un destino popular para los turistas. Es un lugar para disfrutar de la gastronomía local y visitar la tienda de regalos, donde se pueden comprar barras de chocolate artesanales grabadas con la imagen de la campana de los esclavos. Fue aquí donde me encontré cara a cara con la brutalidad del pasado y el papel que desempeñaron familias como la mía.
“Este es el sonido de la esclavitud”, me dice DC Campbell, novelista granadino y descendiente de esclavos, tomando un par de grilletes hechos para un niño en sus manos. El artefacto, que generalmente se encuentra en el museo nacional de la isla, se habría utilizado en un barco de esclavos en el infame viaje de África Occidental al Caribe. Miramos en silencio los grilletes para adultos y niños, el collarín que podía apretarse hasta que un esclavo ya no podía respirar y el látigo de cuero que incluso se usaba con mujeres embarazadas. Tan siniestro a plena luz del sol.
“Estos eran instrumentos de control y tortura”, explica con naturalidad Nicole Phillip-Dowe, de la Universidad de las Indias Occidentales. “Había todo un sistema de control para garantizar que obtuvieras la mano de obra que deseabas, para obtener las ganancias que desearas”. A la productora de la BBC Koralie Barrau, una estadounidense descendiente de esclavos en Haití, mirar estos artefactos le produjo una respuesta visceral.
“Es repugnante. Miro estos collares, estas esposas para niños, estos látigos. Y podría haber sido yo. Hace cinco o seis generaciones. Esto es lo que mis antepasados tuvieron que soportar y es muy escalofriante”. Phillip-Dowe explica que los esclavos “desobedientes” eran castigados en público para aterrorizar a los demás esclavos y someterlos.
Conexión personal
Estamos en Granada porque, hace varios años, me enteré de mi conexión con esta isla. Cuando mi cinco veces bisabuela Louisa Simon se casó con Sir John Trevelyan en 1757, aportó al matrimonio la sociedad de su padre, comerciante en las plantaciones de caña de azúcar en Granada, que incluía la propiedad de unos 1.000 esclavos.
Descubrí todo esto en algún momento después de 2013, cuando los registros de la Comisión de Compensación de Esclavos de Reino Unido se subieron a internet y los familiares buscaron en la base de datos. Los registros revelaron los nombres de los 46.000 propietarios de esclavos que recibieron compensación cuando Reino Unido abolió la esclavitud africana en 1833.
Pagar a los dueños de esclavos no salió barato: le costó al gobierno británico cerca de US$27 millones, una cantidad asombrosa que representó el 40% del gasto público en 1834. Por una cadena de emails de mi familia, me enteré de que los Trevelyan recibieron alrededor de US$42.000 por la pérdida de su “propiedad” en Granada, el equivalente a alrededor de US$3,7 millones en dinero de hoy.
Al leer las diversas reacciones de los miembros de mi familia en Reino Unido, desde mi casa en Nueva York, me sentí alejada del debate y lo guardé en la categoría mental de cosas que eran demasiado difíciles de contemplar. Hasta que no pude ignorarlo más.
La nueva discusión sobre el problema racial en EE.UU. tras la muerte de George Floyd me obligó a preguntarme qué significaba realmente que mis antepasados estuvieran sentados tomando el té en Inglaterra, mientras se beneficiaban de un sistema inhumano de esclavitud a más de 6.400 km de distancia.
En el verano de 2020, mientras las protestas de Black Lives Matter dominaban las calles de mi ciudad natal, Nueva York, me di cuenta de que el pasado estaba informando al presente de formas que debían ser confrontadas. Si alguien gozaba de “privilegio blanco”, esa era claramente yo, descendiente de esclavistas caribeños.
Mi propia posición social y profesional casi 200 años después de la abolición de la esclavitud tenía que estar relacionada con mis antepasados propietarios de esclavos, quienes usaban las ganancias de las ventas de azúcar para acumular riqueza y ascender en la escala social. El padre del primer ministro británico de la era victoriana William Gladstone era propietario de esclavos, al igual que un pariente lejano del ex primer ministro británico David Cameron. No es coincidencia que familias británicas prominentes fueran propietarias de esclavos.
Si uno de los legados de la esclavitud en Estados Unidos fue la brutalidad policial hacia los hombres negros, ¿cuál fue el legado de la esclavitud en Granada? Tenía que averiguarlo. Incluso si me iba a exponer a acusaciones de ser una salvadora blanca tratando de limpiar su conciencia. Y quería intentar encontrar un descendiente de esclavos propiedad de mi familia, para ver si el pasado se podía vincular con el presente.
Disculpas
En 2021, tras las protestas de BLM por el asesinato de George Floyd, el gobierno de Granada se convirtió en el último del Caribe en establecer una Comisión Nacional de Reparación por Esclavitud. Esa comisión está presidida por Arley Gill, Embajador de Granada ante Caricom, la comunidad caribeña de 20 países.
Nos reunimos en el histórico Fuerte Frederick, construido por esclavos para defender las lucrativas rutas comerciales de las potencias coloniales de Reino Unido y Francia. Mientras hablábamos con vistas al resplandeciente mar Caribe, el embajador Gill me dijo que el asesinato de George Floyd fue “un profundo estímulo, no solo para Granada, sino también para el Caribe. La gente vio estas imágenes de un oficial de policía blanco arrodillado sobre el cuello de un hombre negro, que grita que no puede respirar. Y eso en sí mismo realmente nos hizo volver a pensar en las injusticias del racismo”.
Además de una disculpa formal por la esclavitud del gobierno británico, a Gill le gustaría ver una disculpa de la reina. Cuando el príncipe William y su esposa Kate llegaron a Jamaica en marzo, se encontraron con manifestantes que exigían que Reino Unido se disculpe por el comercio de esclavos y pague reparaciones a su antigua colonia por la esclavitud.
El príncipe Eduardo y su esposa Sofía cancelaron una visita planeada para abril a Granada a último minuto, aparentemente por temor a que ellos también pudieran ser recibidos por manifestaciones contra la esclavitud. Sin embargo, no se puede evitar la evidencia del papel de Reino Unido en el sufrimiento que la esclavitud trajo a Granada. La isla tiene algunos de los registros de esclavos mejor conservados del Caribe.
En la oficina de Nicole Phillip-Dowe en la Universidad de las Indias Occidentales, en St George’s, la capital de Granada, examinamos libros de registro, donde funcionarios registraban los nacimientos y muertes anuales de los esclavos. Los registros de la finca Beausejour, donde los Trevelyan poseían esclavos, eran inquietantes. Alexander tiene solo un año cuando muere de una obstrucción intestinal. Harry muere de sarampión a los 11 años. La lepra y la disentería son causas comunes de muerte.
Phillip-Dowe me explica cómo la disentería y el sarampión se propagan rápidamente debido a los espacios reducidos en los barcos de esclavos. “A menudo, se escribe que la causa de muerte es picazón. Creo que probablemente fue sarampión y que el niño se habría estado rascando sin control”, dice.
Visita a la plantación de Beausejour
El horror de la vida y la muerte en la plantación de Beausejour parecía estar reñido con nuestra espectacular ubicación. La capital de Granada, St George’s, es conocida como una de las más bellas del Caribe. La ciudad se asienta sobre un puerto en forma de herradura, debajo de la ladera de un antiguo cráter volcánico. Carenage es el corazón de St George’s, el bullicioso paseo marítimo que serpentea alrededor del puerto.
Aquí es donde atracaban los barcos de África Occidental, y los esclavos emergían de su arduo viaje para ser vendidos y comenzar la vida en las plantaciones. Tenía que ir a ver la plantación de Beausejour con mis propios ojos. El lugar donde estos niños, Harry y Alexander, propiedad de mis antepasados, habían muerto.
Mientras conducíamos por la empinada ladera por encima de Carenage, noté cómo el horizonte de St George’s esaba salpicado por las agujas de las iglesias anglicana y católica. Es otro legado de un pasado en el que Reino Unido y Francia lucharon por el control de una isla tan valiosa para ambas naciones.
Al norte de St. George, en lo alto de la exuberante ladera, se encuentra la finca Beausejour, donde conocí a Campbell. Su novela “Winds of Fedon” describe las horribles condiciones en las que se mantenía a los esclavos en Granada y el opresivo sistema de vida de las plantaciones. Nos paramos en la terraza de la casa de la plantación, con vista a las laderas donde una vez creció la caña de azúcar, y donde los esclavos propiedad de mi familia trabajaban duro, recogiendo la cosecha y convirtiéndola en azúcar para la exportación.
Hay algunas edificaciones en ruinas en la propiedad, pero eso y la grandeza descolorida de la casa principal son las únicas pistas del pasado. Campbell señaló un lugar donde habrían estado los rodillos de metal, en los que los esclavos colocaban la caña de azúcar para poder triturarla.
Si el dedo de un esclavo queda atrapado en el rodillo, explicó, un funcionario de la plantación con un machete cortaría la mano del esclavo, en lugar de arriesgarse a que el cuerpo del esclavo fuera arrastrado por el rodillo, interrumpiendo la producción de azúcar.
“Preferían que el esclavo perdiera un brazo, que la vida. Porque ese ser humano con un brazo todavía podía volver a trabajar”, dice Campbell, explicando la falta de moralidad de esta economía. Escuchar esta desgarradora descripción de la vida en la plantación de Beausejour fue impactante para mí. ¿Tenía la familia Trevelyan en Inglaterra alguna idea de lo que soportaban sus esclavos? Y si lo sabían, ¿les importaba?
Mala salud como legado
Lo que los granadinos llaman el paisaje monumental de su isla está salpicado de referencias al pasado colonial. Las calles llevan el nombre de los funcionarios ingleses propietarios de esclavos. La Comisión Nacional de Reparaciones de Granada recomendó que para el 50 aniversario de la independencia de Granada de Reino Unido en 2024, las calles sean renombradas por granadinos prominentes.
Educar a los jóvenes de la isla sobre la historia de la esclavitud es otro objetivo de la Comisión de Reparaciones, por lo que la vicepresidenta de la Comisión, Nicole Phillip-Dowe, me llevó a conocer a los estudiantes de la escuela St Joseph’s Convent en St George’s. Cuando Phillip-Dowe me presentó ante un salón de clases repleto como descendiente de dueños de esclavos en Granada, las niñas me miraban con gran interés.
Pregunté quién en la habitación era descendiente de esclavos. Todos levantaron la mano. ¿Debería mi familia pagar reparaciones al pueblo de Granada porque teníamos esclavos aquí? La respuesta fue un rotundo sí. La cuestión de cómo deberían ser las reparaciones por la esclavitud es algo que en lo que Gill está trabajando. Está convencido de que las antiguas potencias coloniales deberían invertir en la infraestructura de Granada, lo que, según él, es justo dada la contribución de la esclavitud a las economías de Reino Unido y Francia.
“Los esclavos fueron secuestrados. Fueron mantenidos en condiciones horribles. Y todo eso, en muchos aspectos, estableció la Revolución Industrial y desencadenó el desarrollo de las sociedades de Europa occidental”, dice. Gill señala la prevalencia de la hipertensión y la diabetes en Granada y en todo el Caribe como otro legado de la esclavitud.
Probé el delicioso plato nacional de Granada llamado Oildown. Es un guiso, que todos los esclavos podían cocinar, hecho de colas de cerdo y pescado salado y el fruto de pan (también llamado frutipán) con alto contenido de carbohidratos. Siglos de mala alimentación llevaron a altas tasas de enfermedades crónicas, argumenta Arley Gill, y las inversiones en educación y salud por parte de las antiguas potencias coloniales contribuirían en gran medida a deshacer parte de este daño.
Buscando sobrevivientes
Tras encontrar estos rastros del legado de mi familia como dueños de esclavos en esta isla, ¿sería posible que pudiera encontrar a alguien que descendiera de los esclavos propiedad de los Trevelyan? Dado que los esclavos liberados a menudo recibían el nombre de sus antiguos amos, al principio, nuestro equipo de la BBC se puso a buscar cualquier persona con el apellido Trevelyan. No tuvieron suerte.
Mis antepasados nunca pisaron la isla de Granada: optaron por dejar las operaciones del día a día de las plantaciones a nuestro pariente por matrimonio de nombre Hankey, con quien éramos copropietarios. Así que es posible que las personas llamadas Hankey desciendan de los esclavos de mi familia. Tal vez si pudiera encontrar a un miembro de la familia Hankey, ¿podríamos explorar nuestro pasado compartido?
La tienda de computadoras en la capital de Granada, St George’s, se llama Hankey’s. Está a solo unos pasos del mercado donde antes se vendían esclavos. Reunirme con el dueño de la tienda, Garfield Hankey, no fue fácil. No estaba segura de si quería hablar conmigo. Nuestro conductor, Edwin Frank, un estudioso entusiasta de la historia de Granada, convenció a Hankey de que era importante que nos encontráramos cara a cara.
Bastante nerviosa, le expliqué a Hankey que mis antepasados podrían haber sido dueños del suyo. “Eso es profundo”, respondió. Expliqué que estaba lidiando con el hecho de que mi familia había sido compensada en 1834 por la pérdida de su propiedad, mientras que los esclavos no obtuvieron nada.
Le pregunté a Hankey si eso era justo. “En absoluto”, respondió Hankey, animadamente. “No fue justo. Creo que los esclavos eran los trabajadores tenaces, ellos son los que realmente deberían recibir algún tipo de compensación”. Es una pregunta que se me volvió problemática durante mi visita a Granada. El gobierno británico nunca se disculpó formalmente por la esclavitud ni se ofreció a pagar reparaciones.
En un comunicado enviado a la BBC, el Ministerio de Relaciones Exteriores dijo: “La esclavitud era y sigue siendo abominable. El gobierno de Reino Unido expresó su profundo pesar de que la trata transatlántica de esclavos pudiera haber ocurrido alguna vez, y reconocemos la fuerte sensación de injusticia que se tiene en los países afectados por ella en todo el mundo”.
“La esclavitud no pertenece al pasado”
Los argumentos a favor y en contra de las reparaciones son controvertidos y complejos: el imperativo moral de hacer las paces frente a las preguntas sobre si esta es la forma más eficaz de abordar la desigualdad racial. ¿Y es correcto esperar que aquellos que no fueron responsables paguen el precio de las decisiones tomadas hace cientos de años?
Una cosa que estoy explorando personalmente es cómo puedo contribuir a un fondo educativo del que podrían beneficiarse los estudiantes en Granada. Las chicas del convento de San José me dijeron que esto demostraría que me importaba su futuro y que quería enmendar el pasado. Mientras lidiaba con la cuestión filosófica de si personalmente yo debía algo, busqué el consejo de Sir Hilary Beckles, historiador y vicecanciller de la Universidad de las Indias Occidentales, quien preside la Comisión de Reparaciones de Caricom.
“La esclavitud no pertenece al pasado”, me dijo Sir Hilary. “Nuestros abuelos recuerdan a sus bisabuelos que fueron esclavos. La esclavitud es parte de nuestro presente. La esclavitud te niega el acceso a tu ascendencia. Te deja en este vacío”. Sobre la controvertida pregunta de si hay algo que las familias como la mía deberían hacer, Sir Hilary dice: “Lo que estás tratando de conciliar es el privilegio de un lado y la pobreza del otro. Heredamos la pobreza, el analfabetismo, la hipertensión, la diabetes, degradación racial, todas las dimensiones negativas. Heredaste riquezas, propiedades y prestigio”.
Si doy dinero para ayudar a los estudiantes granadinos con la educación superior, ¿no podría descartarse como un gesto vacío?, pregunté. “Hay un gran significado simbólico”, dice Sir Hilary. “Piensa en el impacto si cada una de las familias propietarias de esclavos hiciera lo mismo”.
“Sanar y seguir adelante”
En nuestro último día en Granada, la productora Barrau y yo nos sentamos en la playa de Grand Anse con nuestros anfitriones, Phillip-Dowe y Campbell. Grand Anse es donde todo comenzó después de todo, me recordó Campbell: es donde los británicos intentaron desembarcar y tomar posesión de Granada por primera vez en 1609. Barrau me dijo que ahora tiene una idea concreta de lo que significa el concepto de reparación.
“Como estadounidense de origen haitiano que vive en EE.UU., escuchas mucho sobre las reparaciones dentro de la comunidad negra. Y para mí, se sentía realmente intangible. ¿Todos vamos a recibir dinero? ¿Cómo se desarrolla eso? Pero en una isla como Granada, con 110.000 personas, parece un poco más tangible, un poco más real”.
“Es importante reconocer que se cometió un delito”, dice Phillip-Dowe. “Y después de la disculpa, es justo que las potencias coloniales que construyeron sus revoluciones industriales a partir de la esclavitud deban retribuir al Caribe”. Pero eso no borra el pasado, le dije.
“No, no lo hace”, respondió ella. “Y entendemos que no se puede regresar y decir que eso nunca sucedió. No podemos hacer eso. Pero podemos reconocer que sucedió. Y podemos encontrar formas de repararlo tanto como sea posible”. Entonces, cuando piensas en la esclavitud y lo que significa para el futuro de Granada, ¿cuál es tu conclusión? Le pregunté a Campbell.
“Este es un esfuerzo continuo para lograr un cierre”, respondió. “Pensando en el futuro, la historia debe mantenerse viva, para que podamos aprender de ella. Y hay una lección importante que podemos aprender de lo que soportaron los esclavos, en términos de su fuerza, su fe, su resistencia”. Cuando Barrau y yo nos despedimos, me sentí abrumada por lo que habíamos visto y aprendido en Granada.
Las palabras de Phillip-Dowe después de tomar en sus manos los grilletes y el collarín en la plantación resonaban en mis oídos. “El contacto y el sentimiento trae extrañamente una sensación de reconocimiento”, dijo.
“Esto es lo que fue, y ahora estamos tratando de aprender de eso, sanar y seguir adelante”.
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