El 20 de agosto de 1992, el Daily Mirror publicó en tapa fotos robadas a Sarah Ferguson, mujer del príncipe Andrés y duquesa de York, con su amante, un magnate texano llamado John Bryan, y desató un escándalo de proporciones
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A principios de la década del 90, los tabloides corrieron definitivamente el manto sagrado que protegía a la Corona británica. Rompieron el pacto tácito de “no agresión” que definía la relación entre la Casa Real y la prensa. Durante décadas los miembros de la Familia Real se movieron libremente, casi con impunidad, frente a los reporteros gráficos. ¿Quién se atrevería a meterse en su vida privada? Podían salir de noche, emborracharse hasta perder la vertical y enredarse en aventuras “de una noche” sin temor a ser sorprendidos por un flash indiscreto.
Recién en agosto de 1992, hace treinta años, los Windsor sintieron en carne propia, por primera vez, el poder demoledor de los paparazzi. Aquello de “una imagen vale más que mil palabras”.
“LA PELIRROJA ESTÁ EN PROBLEMAS”
Richard Kay, el periodista que mejor conoce la intimidad de Buckingham, contó cómo fueron las horas previas a la publicación de las fotografías que dispararon aquel escándalo inolvidable. Estaba en su casa, ajeno a la bomba que se estaba cocinando en los medios, cuando recibió un mensaje encriptado de su amiga más famosa, la princesa Diana. “LA PELIRROJA ESTÁ EN PROBLEMAS”, leyó en su beeper. De inmediato, concluyó que “la pelirroja” sólo podía ser Sarah Ferguson, la mujer del príncipe Andrés.
Todos sabían que Sarah Ferguson mantenía una relación sentimental con el magnate texano John Bryan, a quien presentaba como su “asesor financiero”. Seguramente, el príncipe Andrés también lo sabía. Fergie y su amante habían comenzado a viajar juntos tras el anuncio de la separación de los duques de York, que se hizo oficial el 19 de marzo. Este romance, que se mantuvo en secreto durante meses, finalmente iba a ser expuesto en los tabloides. Un paparazzo fotografió a la pareja en una villa en Saint Tropez, en el sur de Francia, y las imágenes habían sido ofrecidas en distintas redacciones.
Richard Kay no llegó a contestar el mensaje de la princesa de Gales cuando recibió un llamado telefónico de John Bryan. “Me preguntó si podía obtener una primera copia del diario que publicaría las imágenes. Lo conseguí y salí corriendo hacia su mansión en Chelsea con el ejemplar en la mano. El teléfono no paraba de sonar cuando llegué. Bryan, que estaba comiendo, corrió el plato y comenzó a hojear el periódico del día siguiente. ‘Oh, Dios mío’, murmuró. ‘El tipo debe haber estado allí mismo, en el maldito jardín’, concluyó luego. Era la medianoche cuando se decidió a atender el teléfono. Sí, era Fergie”, escribió Kay.
TOPLESS, “TOE JOB” Y ESCÁNDALO
La edición del Daily Mirror del jueves 20 de agosto de 1992 fue hipnótica. El título, todo en mayúscula, anunciaba: “LOS BESOS ROBADOS DE FERGIE”. Y la bajada ampliaba: “La verdad sobre la duquesa y el millonario tejano”. Junto al logo de tapa, el editor reforzó la venta con una chapa que rezaba: “Exclusivo: Las fotos que ellos no quieren que veas”.
La imagen principal, que cubría el ancho de la página, mostraba a Sarah Ferguson recostada en una reposera con John Bryan sobre ella. Una segunda foto, de tamaño menor, exponía a los amantes de espaldas y pretendía hacer foco en un detalle: la duquesa de York estaba con el torso descubierto, haciendo topless.
A pie de tapa, para los indecisos que frente al kiosco dudasen en comprar la edición, el editor colocó una última promoción: “Más fotos sensacionales * Páginas 2, 3, 4, 5, 6, 12, 13, 20, 21″.
Las fotografías del interior del periódico mostraban más besos, todo tipo de muestras de cariño (algunas de lo más curiosas) y también el topless. Una de las más comentadas reflejaba un momento en que Bryan se sienta al pie de la reposera de Fergie, toma su pie derecho y se lo lleva a la boca. Esta imagen finalmente daría nombre al caso, que aún hoy se recuerda como el “toe job scandal” (que se traduce como “el escándalo de la chupada del dedo del pie”).
Richard Kay, que tuvo el extraño privilegio de estar junto a John Bryan mientras descubría las imágenes, recuerda: “Una cosa en particular lo perturbaba mientras miraba las pruebas del affaire: ‘Maldita sea’, me dijo, de nuevo usando una de sus maldiciones favoritas, ‘¡No le estaba chupando los dedos de los pies, los estaba besando!’”.
AMANECER EN BALMORAL
Es tradición, entre los Windsor, compartir una semana en familia cada verano, en Escocia, durante la temporada de caza de “grouse” (un ave de la familia de los faisanes que por estas latitudes se conoce como “urogallo”). Pese a estar oficialmente separada, la duquesa de York fue invitada a pasar aquellos días junto a la Familia Real. Su relación con el príncipe Andrés era excelente.
En la medianoche del miércoles 19, luego de compartir una comida con Queen Elizabeth, Fergie se enteró de la existencia de las imágenes. Desesperada, llamó por teléfono a su amante. Nadie contestó. Habló brevemente con su amiga, la princesa Diana, quien había concertado su primera cita con el príncipe Andrés. Le dijo que estaba en problemas, dedujo que ella sabría cómo ayudarla. Finalmente, a medianoche, en los primeros minutos del jueves 20, Sarah Ferguson logró comunicarse con John Bryan. Richard Kay, que estaba en la casa del texano, escuchó la conversación: “Bryan le dijo que todo iba a estar bien, pero en su rostro noté que no creía en lo que estaba diciendo”.
La duquesa de York escapó de Balmoral a la madrugada, antes de que llegasen los periódicos al castillo. Seguramente, advirtió a su familia política de lo que estaba por suceder. Pero no estaba dispuesta a permanecer junto a la reina Isabel mientras descubriese las fotos de sus románticas vacaciones en la Costa Azul. Había una imagen en particular que podía despertar la ira de su ex marido, donde se la veía besando a John Bryan frente a la princesa Eugenia.
Fergie manejó 50 millas hasta el aeropuerto de Aberdeen, con sus dos hijas, las princesas Eugenia y Beatriz, y una niñera. Cuando llegó a su hogar, en Surrey, fue recibida por un ejército de periodistas y fotógrafos que montaban guardia en la puerta. Las fotos ya habían despertado la atención de todo el mundo. Entonces sufrió una nueva humillación: nadie salió a abrirle el portón. La dejaron por largos minutos bajo una lluvia de flashes, frente a cronistas que, sin vueltas, la trataron de adúltera.
Para desgracia de la Familia Real, el Daily Mirror pagó solo por la exclusividad en Gran Bretaña. Y se guardó una sorpresa para el día siguiente: una nueva serie de fotografías de la princesa y su amante, también en Saint Tropez, en la misma pileta, pero donde se ve a Sarah Ferguson montada sobre los hombros de John Bryan.
A partir del viernes 21 de agosto de 1992, las imágenes se replicaron por todo el mundo. Inundaron los kioscos desde las portadas de revistas como Paris Match en Francia, ¡HOLA! en España y OGGI en Italia.
Al mismo tiempo, comenzaron a trascender los nombres de otros amantes de Fergie. Se supo, poco después, que John Bryan fue su segundo amor texano: unos años antes, en 1989, había comenzado un intenso romance con Steve Wyatt, heredero de un emporio petrolero. Curiosamente, siempre se protegió al príncipe Andrés.
“Nunca tuve al hombre, solo el palacio vacío”
El 23 de julio de 1986, el mundo asistió, a través de la televisión, en vivo y en directo, a la boda del príncipe Andrés y Sarah Ferguson en la Abadía de Westminster. Aunque cueste creerlo desde la perspectiva actual, Andrew era “la joya” de la Familia Real: volvió de de la Guerra Malvinas, donde prestó servicio como piloto de helicópteros, vestido de héroe. Pero, formalmente, el matrimonio duró una década. Cuatro años después del “toe job scandal”, en mayo de 1996, tras una larga negociación con The Firm (como llaman a la Casa Real), Fergie y Andrés anunciaron su divorcio. Ella retuvo su título como Duquesa de York, pero perdió el tratamiento de Su Alteza Real. Y acordó que, en caso de volver a casarse, perdería también su título de Duquesa.
Años más tarde, contó que su matrimonio colapsó por los prolongados momentos que pasaba su marido lejos de casa. “Nunca tuve al hombre, solo un palacio vacío”.
A partir de aquel verano de 1992, la tensión entre la Corona y los tabloides solo empeoró. Los miembros de la Familia Real comenzaron a recibir el mismo tratamiento que las celebridades de la televisión. O peor. El Daily Mirror, The Sun y News of the World desnudaron la intimidad de Palacio. Periódicamente, en capítulos, como una soap opera, fueron destapando nuevos escándalos.
Para la reina Isabel II, el impacto fue devastador. El “toe job scandal” profundizó un 1992 lleno de desgracias, que ella mismo definió como su “annus horribilis”. A los golpes institucionales (como la independencia de la isla Mauricio y el incendio del castillo Windsor) se sumaron las desventuras familiares, que se sucedieron ese año y llegaron siempre con escándalo. En el mes de abril se concretó el divorcio de su única hija mujer, la princesa Ana, del capitán Mark Phillips. En junio la “guerra fría” entre el príncipe Carlos y Diana de Gales tomó temperatura con la publicación del libro Diana: her true story, “dictado” por la princesa, donde dio detalles de su matrimonio “de a tres”, en el que incluyó definitivamente a Camilla Parker Bowles. Y ahora, en agosto, la mujer del príncipe Andrés -su mimado- la sumergía en el bochorno.
Queen Elizabeth, que había logrado sostener su matrimonio contra viento y marea, muchas veces haciéndose la distraída ante los poco discretos “affaires” de su marido, el príncipe de Edimburgo, ahora observaba con asombro cómo iba partiéndose su familia.
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