Vive en Chacras de Coria, Mendoza, a tan solo 20 cuadras de la casa de su ex marido, Alejandro Vandenbroele
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Hace 12 años denunció públicamente a su marido. El padre de su hija menor, Poli. Fue el 6 de febrero de 2012, en el primer programa de Lanata sin filtro, en Radio Mitre. Laura Muñoz contó al aire que Alejandro Vandenbroele le había confesado que trabajaba para el entonces vicepresidente Amado Boudou y que su contacto era José María “Nariga” Núñez Carmona. Dijo que se habían quedado con la imprenta Ciccone Calcográfica, “la máquina de hacer billetes”, y que cobraban dinero del gobierno de la provincia de Formosa por consultorías que jamás se realizaron. Así, con la certeza de que en ese instante su vida se partía en dos, destapó uno de los casos de corrupción más importantes en la historia argentina. Resulta difícil dimensionar la asimetría de fuerzas: un ama de casa, desde Mendoza, ponía contra las cuerdas al vicepresidente del gobierno en ejercicio. Su testimonio, finalmente, lo llevaría a prisión.
Pero el calvario de Laura Muñoz había comenzado mucho antes, en 2009. Cuando obtuvo la confesión de su marido, intentó convencerlo de que se alejara de aquella sociedad mafiosa. Pero Vandenbroele trató de seducirla con dinero, convertirla en cómplice, hasta que finalmente le declaró la guerra. Quiso sacarle la tenencia de su hija. Luego la asfixió económicamente. Y, finalmente, la desalojó. Laura comenzó una vida nómade y precaria. Cuando fundó un nuevo hogar, le entraron a robar. El teléfono sonaba a toda hora, siempre con amenazas. Le golpearon la ventana de su dormitorio por la noche: “Callate, puta”, le gritaron. Hostigaban también a las madres de los compañeros de colegio de sus hijos. Cada vez que salía a la calle la seguían policías y autos desconocidos. En más de una oportunidad le pincharon las cuatro ruedas del auto. Encontró a uno de sus perros envenenados. Intentaron declararla insana. La sometieron a todo tipo de pericias sicológicas y psiquiatras. Su madre y su hermana declararon en su contra. Mientras tanto, trabajó de lo que pudo para mantener a sus tres hijos.
“Hoy triunfan los deshonestos”
Laura Muñoz hoy tiene 49 años y la firme convicción de haber hecho lo correcto. En su nueva vida, se convirtió en entrenadora y trabaja en el gimnasio que montó en la parte de atrás de la casa que alquila en el corazón de Chacras de Coria. Todavía pertenece al Programa de Protección de Testigos del ministerio de Justicia de la Nación.
Curiosamente, a 20 cuadras de su hogar vive su exmarido, Alejandro Vandenbroele, que tras un breve paso por prisión también se acogió al Programa de Protección de Testigos pero en calidad de “arrepentido”, por lo que obtuvo una recompensa económica. Con parte de ese dinero compró La Masía, una posada que obtuvo 9,2 puntos de calificación en el sitio booking, y se convirtió en empresario hotelero.
-Laura, pasaron 12 años de la denuncia pública contra Vandenbroele. ¿Cómo cambió tu vida?
-Hubo un antes y un después en mi vida desde aquella denuncia que hice con una inocencia total, porque jamás imaginé en el infierno que me estaba metiendo. Atravesé un camino de persecución, violencia, injusticia, frustración y desamparo absolutos. Es injusto, porque mi vida quedó detonada: de pronto me encontré sin casa, sin trabajo, sin amigos, sin familia y sin dinero... Quiero cambiar eso. Hoy, 12 años después de aquella etapa tan oscura y de tanta soledad, porque mis únicos aliados eran los periodistas independientes, descubrí mi verdadero potencial, mi fuerza interna. Estuve parada en el ojo del huracán con mis tres hijos y pude resistir. Me dolía haberlos llevado a ese naufragio. Aprendí a usar la inteligencia, a tejer estrategias... Incluso tuve que aprender de los mafiosos para sobrevivir. Yo era una persona que trabajaba con niños y adolescentes, una chica de la casa y de la naturaleza. De repente me vi sosteniendo a mis hijos lo mejor que pude mientras mi propia madre y otros familiares me daban la espalda y me acusaban de violenta y de deficiente mental. Los crié en calma, con amor y unión. Fue un camino de enseñanza donde, pese a todo, reinó el perdón y la comprensión.
-La enseñanza dio sus frutos…
-Absolutamente. Hoy mis hijos son más grandes, Felipe (26) y Luciano (24) son independientes y trabajan. La menor, Poli, (hija de Vandenbroele) tiene 16. Ellos pudieron restituir los vínculos con la familia y eso me enorgullece porque no los hice cargar con los fantasmas con los que yo tuve que lidiar. No arruiné ningún vínculo. Muchos creen que fue un caso de corrupción y mafia política, pero para mí fue más que eso, también fue un caso de familia. Fui la oveja negra que se paró del lado del bien y de la honestidad. En ese camino recuerdo estar apurada para que los chicos crecieran y entendieran. Y, si algo me sucedía, supieran por qué.
-¿Cuál fue la ganancia?
-La libertad y el poder personal. Comprendí la vida de tantos héroes y mártires que, a pesar de persecuciones, no dejaron de sostener la verdad.
-¿Seguís siendo testigo protegido?
-Sí, estamos en una transición, pasando de la nefasta era kirchnerista hacia un momento más libre. Todavía no sabemos bien hacia dónde vamos, pero cuando escucho hablar al presidente Milei me tranquiliza esto del bien común por el bien de todos, la verdad y la libertad.
-¿Por qué mencionás que estás en el principio del fin de la historia?
-Porque, para mí, el caso Ciccone y lo sucedido en mi vida personal tiene dos etapas: la primera cuando hice lo correcto y llegó la pesadilla más inimaginable, episodios que me los voy a guardar de por vida. Y esta segunda parte que tiene como fin dignificar la figura del informante. Creo que eso es una elección, es decir, no estoy entrando a esta etapa con la inocencia de antes, sino sabiendo las reglas de juego.
-¿A qué reglas te referís?
-En este país al arrepentido se lo premia con años de libertad, se le resta la condena y se le brinda dinero y protección. En cambio, al testigo le dicen “gracias por todo” y queda con la vida detonada. Insisto, yo perdí todo al haber ingresado a un programa que tiene muchas restricciones. Tuve que luchar por asistencia psicológica, me volví vulnerable, tuve que pagar abogados, sufrí persecución y violencia en forma permanente. Gané el juicio, me dieron las gracias y me dijeron que volviera a mi vida. Pero... ¿qué vida? Me tuve que bajar de mil escalones, trabajar de empleada doméstica, recibir ayuda, donaciones. No es deshonra, pero sí injusto.
-¿Cuál es tu objetivo hoy?
-Lucho para que la figura del informante sea dignificada. Todas las personas que tengan algo para decir en pos de la verdad tienen que saber que serán cuidadas como corresponde y que todos los planes de su vida estarán contemplados: a nivel laboral, económico, emocional y de vivienda. Además, que sus familiares también serán protegidos. Yo no tuve esas garantías. Es más, muchas veces temí por mi hija: en dos oportunidades Vandenbroele la retiró de la escuela con un patrullero alquilado y yo no sabía dónde estaba... Voy a pelear para que los testigos tengan un lugar de jerarquía y reconocimiento. Y por que ese reconocimiento también sea material: que se cumpla con la ley de recompensa al informante elaborada por Patricia Bullrich y Germán Garavano, ex ministro de Justicia, establece que se le otorgue al testigo el 9 por ciento de lo que el Estado recupere. Es fácil ser corrupto en Argentina, como Insaurralde, que sigue dando vueltas. Es por eso que estoy luchando y fui a la Justicia. Insisto, este es el momento de dignificar al testigo ya que el gobierno está luchando contra la casta. El pueblo debe darse cuenta que tiene el poder ante los gobernantes.
-Su caso es un claro ejemplo: a partir de su denuncia fue preso el vicepresidente de la Nación.
-Es cierto. Además, soy la única mujer testigo de corrupción viva.
-¿Qué querés decir con ello?
-Es así. Todas las otras mujeres que han iniciado causas de corrupción, o las callaron o se suicidaron, o están locas, o están muertas. Hay que decirlo porque es una realidad. No es fácil ir contra el poder. En mi caso, fue todo el poder, fue el gobierno, el vicepresidente. Pero ni siquiera es fácil ir contra un solo poderoso. Hay que aclararlo, para que la gente se dé cuenta de lo grave que es la situación en este país en la Justicia cuando uno quiere hablar sobre corruptos. A mí me llena de orgullo porque logré la verdad. Pero, al mismo tiempo, me da pena porque me hizo otra persona y pagué un precio muy alto. Me duele porque todavía no llegué al final, no le entregué a los argentinos esa herramienta que les va a permitir hacer el bien y tener un lugar de valor en la sociedad.
Laura Muñoz dice que está a un paso de una reunión con los ministros de Seguridad y Justicia, Patricia Bullrich y Mariano Cúneo Libarona, respectivamente, con quienes planteará firmemente la importancia de establecer un sistema de recompensas para los que delaten y ayuden a recuperar el dinero robado.
“Que quien delate y colabore para devolver el dinero se quede con el 20, 30 o 40 por ciento. Lo que sea, pero que los corruptos no lo disfruten. Debería ser automático, así como sucede con la figura del arrepentido. Hay que premiar al testigo y brindarle todas las garantías. Siento que lo mío fue histórico, nadie ha podido antes condenar y llevar preso a un vicepresidente. Pero insisto, la historia terminará cuando logre cambiar el paradigma y la gente de este país decida dejar de ser corrupta. Este es el momento, porque así lo plantea el presidente Milei. Pero hoy triunfan los deshonestos porque salen ganando”, advierte.
“Mi marido me dejó, también mi madre y mi hermana... tengo sobrinos que no conozco”
Laura Muñoz dice que sus entrenamientos exceden lo físico. “Son momentos de superación y autoconocimiento. Va más allá de si la clase es de aerobics o aerobox... Me gusta sostener a una persona en crisis porque sé que saldrán a la luz. Yo creo más en ellas que ellas mismas porque estuve en ese lugar”, precisa.
“Hago y dicto yoga. Además, estoy a full con la astrología, algo que me apasiona”, señala.
También ocupa gran parte de su tiempo en ayudar a animales de la calle que no tienen amor. Según dice, es una forma de sanarse a mí misma.
Orgullosa de sus hijos, cuenta que Felipe es corredor inmobiliario y, aunque es independiente, aún vive con ella. Luciano es un estudiante de arquitectura apasionado y Poli (o Polín) se convirtió en una gran bailarina clásica, creativa y estudiosa que ganó varias becas al exterior.
-¿En quién te transformaste, Laura?
-En una persona a la que le cuesta volver a pararse en aquel lugar y recordar lo vivido. Mi vida emocional se quebró, mi marido me dejó, al igual que mi madre y hermana. Tengo sobrinos que no conozco. Me destruyeron, dijeron cualquier cosa de mí. Quedé alienada y los amigos que supe hacer también fueron perseguidos, por eso decidí volver a quedarme sola. Me cuesta reinsertarme a la sociedad, soy un ser solitario por elección y no encuentro fácilmente personas con las que hablar. Eso sí, tengo una pareja, un compañero, porque creo en el amor.
-¿Creés que sirvió esta lucha?
-Claro. Todavía falta, pero voy a lograrlo y dejaré un legado al pueblo argentino. Que nadie más tenga que transitar por lo mismo. Que el camino esté allanado y que no existan más “Lauras” que sufran sino gente de bien que quiera contribuir a la sociedad.
-¿Cuál es el próximo desafío?
-En este camino fui conociendo a varias personas... y así cómo di con Ana Garrido Ramos (denunciante española y testigo clave de la Fiscalía Anticorrupción en el caso Gürtel) quien recibió el premio Anticorrupción de Transparencia Internacional. Nuestro país, con el caso Ciccone, merece ese reconocimiento. No es por el ego, no es para mí, sino para decirle a los ciudadanos que yo, siendo quien era, una mujer sola, sin conocimiento de leyes ni de política, logré destapar un caso corrupto. Es posible hacer el bien, es posible recuperar los viejos valores que hicieron grande a la Argentina. Sería un broche de oro para empoderarnos como país.
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