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Es viernes por la tarde, justo en pleno horario de la salida de la escuela, y en la puerta de “Rodados Busato”, la bicicletería más antigua de Chacarita, ya se formó una pequeña fila. Una niña de cuatro años fue a buscar su primera bici, un nene eligió una nueva bocina (que hizo sonar al instante); un joven fue a inflar las ruedas y otro habitúe solicitó un cambio para su asiento. Gabriel, Claudia y Dante, conocidos en el barrio como “los hermanos Busato”, corren de una punta a la otra para entregar los pedidos del día. “Papá tenía un amor incondicional por las bicicletas. Nosotros continuamos con su legado y valores”, afirma Dante, de 66 años, mientras le muestra un modelo de color naranja a un jovencito “¿Me puedo subir?”, le consulta, entusiasmado. Minutos más tarde, el muchacho está pedaleando por la calle Giribone. De la emoción toca una y otra vez la bocina.
A principios de la década del 40
La historia de Rodados Busato comenzó a escribirse con Don José Luis Busato, al que le decían “El Tano”. Con tan solo 20 años, dio sus primeros pasos en Buenos Aires trabajando como obrero en la industria metalúrgica. Tiempo después en una herrería y como limador de manubrios. En su tiempo libre, se entrenaba para su gran pasión: el ciclismo. Durante aquellos años cosechó varios trofeos en competencias nacionales. En 1943 abrió las puertas de su propio negocio: una bicicletería de barrio. “El primer local, ubicado en la calle Jorge Newbery y Fraga, era diminuto. Lo alquilaba con un amigo que era dibujante y letrista. Allí pudo combinar sus dos aficiones: el deporte y el oficio. Papá era un gran trabajador, nos enseñó todo”, rememora Gabriel, de 64 años, el hijo menor, desde su amplio taller repleto de herramientas. Él, heredó de su padre la mano y el meticuloso arte: es todo un artesano.
El niño Carlitos Balá y la vecinita de enfrente
Con el boca a boca, el emprendimiento comenzó a crecer al ritmo del barrio. Dentro de sus clientes predilectos tenían a un niño que con el paso de los años se convertiría en humorista: Carlitos Balá. “Papá siempre me contaba que iba a la bicicletería a jugar y a hacer chistes, ya tenía en la sangre lo de ser cómico. Una temporada se encontraron en Mar del Plata y el actor recordaba el antiguo local de su barrio”, cuenta y señala la foto de dicho encuentro colgada en una de las paredes. Años más tarde, ampliaron el comercio y se mudaron en la esquina de su ubicación actual. Allí, estuvieron durante más de 25 años. En esa época, Vicenta, “Beba” Cassino, vivía justo enfrente del negocio. “Mamá venía a inflar la bici día por medio, le había echado el ojo a José. Lo venía a ver a él”, admite, entre risas, Gabriel. “Empezaron a mandarse cartitas, se enamoraron y al tiempo formaron la familia. Después llegamos nosotros, los hijos”, agrega. Desde entonces, Doña “Beba”, que actualmente tiene 89 años, comenzó a acompañarlo en el día a día del comercio. Él se encargaba del taller y ella de la atención de los clientes. Años más tarde, con la ayuda de un préstamo, lograron comprar el local con vivienda de la calle Giribone 990.
Ernesto, un vecino del barrio, pasó a retirar una bicicleta de color blanca que dejó reparando. Hubo que alinearle las ruedas y ajustarle los frenos. En un sector al fondo del local, al lado del taller, están estacionados y colgados los pedidos que están listos para retirar. Antes de entregarla, Gaby le da un último retoque a los neumáticos con el inflador. Quedó impecable, prácticamente parece nueva. “No todas las bicicletas son iguales. Algunas demorás en arreglarla una hora, otras un par de días. Cada una es especial. Del oficio disfruto mucho la parte de hacerla andar. Si está rota parece que está muerta. Uno es como el doctor, la revive. Al arreglarla uno le da vida”, confiesa, quien de pequeño aprendió jugando con las herramientas. Desde los 6 años ayudó a su padre con los parches y cuando terminó la escuela incursionó en el taller. Sus manos, son testigo de una pasión que lleva en la sangre.
“Cada vez que agarro una bicicleta, tengo la responsabilidad de hacerlo bien como lo hacía mi papá. Si lo hago mal siento que lo defraudo a él”, afirma. Norma, su mujer desde hace más de 40 años, lo acompaña. “Aprendí el oficio acá. Mi suegro era un fenómeno”, rememora, mientras acomoda los frenos de una bicicleta de color rosa con dibujos infantiles. A su lado tiene todo tipo de herramientas: destornillador, pinzas, tuercas, martillos, entre otros. También repuestos de pedales, cadenas, manubrios, cuadros y cientos de fotografías de recuerdos familiares.
El local de la familia Busato parece un museo
Todas las paredes son testigo de su historia: desde premios y trofeos de distintas competiciones de ciclismo hasta una placa en la que José fue nombrado personalidad destacada del deporte por la Legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en el 2007. “Aquella negra que está colgada es una reliquia, tiene más de 70 años, es de estilo italiano, de aluminio y con canasto. Se la diseñó papá a mamá cuando estaban de novios”, señala Dante. Hay filas de bicicletas nuevas de distintos modelos para la venta: urbanas, de montaña, híbridas, de ruta, plegables, entre muchas más. También de rodados pequeños desde el 14 al 24 para los chiquitos.
Uno de los momentos más emocionantes es cuando los niños van a elegir su primera bicicleta. “Llegan súper contentos y les encanta elegir el color. Se van felices. Muchos hasta aprenden a andar acá en la puerta y hasta los incentivamos para que poco a poco le saquen las rueditas. Siempre me acuerdo de un nene de seis años que me vino a mostrar cómo andaba solo”, dice. Claudia, su hermana, coincide. “Atender a los más chiquititos e incentivarlos a aprender me apasiona. También me gusta explicarle a la gente grande. Darles tips y consejos en la vereda para que luego se animen y entrenen solos. Mi récord fue enseñarle a una señora de 62 años”, recuerda.
Tienen habitués de toda la vida y otros que los siguen eligiendo a pesar de las distancias. “Un cliente vino desde Zona Norte, nos contó que pasó su infancia en Chacarita y que su abuelo le compró acá su primer modelo. Quiso mantener la tradición y se llevó la primera bici para su nieta. Hace poco un señor, que iba rumbo al aeropuerto, pasó a saludar y nos comentó que se emocionó al ver que la bicicletería seguía igual a cuando él era pequeño. Hay muchas anécdotas que te hacen poner la piel de gallina. Somos un local de barrio que traspasa las generaciones”, expresa Dante. Nancy Dupláa, Pablo Echarri, Mario Pergolini, Laura Novoa y Sergio Berni (quien iba de pequeño), entre muchos más, han pasado por el emprendimiento familiar.
“Tras la pandemia mucha gente se inclinó a usar la bicicleta. A diario llegan cada vez más consultas”, admite Dante. Han reparado muchísimas y también vendido nuevas. “Siempre que llega un cliente le consulto qué uso le va a dar y en base a eso le recomiendo lo que más se adapte a cada uno. Es como el zapato”, afirma. Y recuerda una frase sobre las bicicletas, que se lee en una de los rincones de la tienda: “educa en la paciencia, el esfuerzo y el placer del descanso. Mueve el organismo, recrea la vista y deleita los sentidos”.
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