La pasión caníbal de Tarsila do Amaral
Tenía dieciocho años cuando realizó el único viaje que no registró con dibujos en sus pequeñas libretas: la luna de miel con su flamante marido, André Teixeira Pinto, con quien cruzó la Cordillera de los Andes a lomo de mula. Apenas comenzaban el siglo XX y las aventuras de Tarsila do Amaral, la mujer que marcaría un hito en la historia del arte moderno de Brasil.
Dos décadas más tarde, ya separada del padre de su hija y en pareja con el poeta y dramaturgo Oswald de Andrade, se formaría con pintores cubistas y frecuentaría a muchos de los intelectuales concentrados en París, ciudad que funcionaba como la capital mundial del arte.
Desde allí viajó a muchos países de Asia y Europa, donde no se sentía extranjera. Heredera de una familia de ricos hacendados, se había criado entre cascos de estancias y la casa de su abuelo, conocido como "el millonario", en San Pablo.
"En los ratos libres, escuchaba historias de espantos que narraban los ex esclavos y sus descendientes; en las horas de estudio, se concentraba en las clases de francés que le impartía mademoiselle Marie. Y así fue la infancia de Tarsila: dentro de casa, tenía clases de piano, vestidos confecccionados con tejidos franceses, aprendizaje de salón; afuera, andaba con los pies en la tierra roja", señala la curadora Regina Teixeira de Barros en el catálogo de Tarsila Viajera, muestra exhibida en 2008 en la Pinacoteca de San Pablo y en el Malba.
Este último museo aloja una de las obras fundamentales de la artista, fallecida en 1973. Abaporu –"hombre que come al hombre", en lengua tupí-guaraní– es una de esas piezas que ya no se consiguen en el mercado. Pintada en 1928, esta composición que incluye una figura humana, un sol y un cactus fue un regalo de Tarsila a De Andrade; ilustró el "Manifiesto antropofágico" firmado por él, según el cual la principal fuerza de la historia de Brasil es la forma en que "canibalizó" la cultura europea.
Eduardo Costantini pagó $1,5 millones de dólares en una subasta, en 1995, por esa pintura que se volvería casi tan viajera como su creadora. Codiciada por Brasil y por los principales museos del mundo, hoy su valor parece inestimable.
"Desde que te conocí, hemos intentado copiarte. Pasaron veinte años hasta que finalmente encontramos un Tarsila que es casi tan bueno como el tuyo", dijo en su reciente visita a Buenos Aires Glenn Lowry, director del Museo de Arte Moderno de Nueva York (MoMA). Se refería a La Luna (1928), otro cuadro de Tarsila que se ganó hace unos meses un lugar en el corazón de Manhattan, otra de las grandes capitales del arte.
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