LA PASION a través de los siglos
Dos escritoras -Ana María Shua y Alicia Steimberg- se dieron permiso para armar, más que una antología sobre el amor, un paseo literario a través de los siglos y los géneros. Recogieron tesoros diversos: desde cartas de amor de Mozart hasta coplas populares y graffiti contemporáneo
Odio y amo. Te preguntarás, tal vez: ¿cómo es posible? No lo sé. Pero eso es lo que me sucede.
Y es mi tortura.
Dos escritoras -Ana María Shua y Alicia Steimberg- se dieron permiso para armar, más que una antología sobre el amor, un paseo literario a través de los siglos y los géneros. Recogieron tesoros diversos: desde cartas de amor de Mozart hasta coplas populares y graffiti contemporáneos Este poema de Catulo a su amada Lesbia, casada y con otros amantes, figura en la Antología del amor apasionado (Alfaguara), compilada con absoluto respeto por las escritoras Alicia Steimberg y Ana María Shua. En este libro, los textos se van encadenando por arte de magia -o por obra del azar, como sus autoras sostienen-, permitiéndole al lector un viaje apasionante por la literatura universal.
En sus páginas alternan cuentos, diarios, fragmentos de novelas, poemas, cartas, graffiti, guiones (de las películas Casablanca y Gilda), la obra teatral Recordando con ira, un diálogo de Platón, un artículo de Freud y la ópera Orfeo y Eurídice.
Sentadas en la casa de Steimberg, Shua comenta que la idea de esta antología le bajó un día como una revelación, una especie de rayo y, atropellada como suele ser -al menos así la definía su padre de chica-, la llamó a Steimberg.
"Lo que pasa -afirma Alicia- es que además de compartir la pasión por la literatura y un gran sentido del humor, tenemos un estilo similar de lecturas." Estilo que se percibe en el prólogo, en las introducciones de los textos y en las traducciones de cuentos y de algunos poemas que ellas mismas hicieron.
Hilando un poco más fino sobre el origen de este trabajo, Shua desmenuza: "Siento que el lector argentino se resiste a leer ficción y yo trato de transmitirles el placer de leer. En una antología anterior -Cabras, mujeres y mulas-, con la excusa de la misoginia hice leer a un montón de gente bellos cuentos populares de distintas culturas. Se me ocurrió entonces hacer lo mismo con el amor apasionado, un sentimiento que todo el mundo ha vivido, al menos, una vez en su vida." -Ustedes cuentan en la antología que se reunían en el bar de Santa Fe y Anchorena.
-Sí, yo paro en el Anchorena -responde Alicia, tentándose-. Nosotras atendemos allí. Entre lo que tenemos en común figura también el barrio. Cada tanto nos reuníamos en ese bar, aunque el trabajo lo hicimos por e-mail. Yo lo abría seis veces por día y sabía que ahí estaba Any (Shua).
-Aunque no todas fueron rosas -comenta Shua-. Tuvimos diálogos, acuerdos, intercambios, bromas y también arduas discusiones.
-¿Por ejemplo?
-Con el cuento de Oscar Wilde -afirma Steimberg-. Any vio que era interminable y consideró que no pasaba nada si se acortaba el texto. Yo estaba en contra de esa idea. Después me di cuenta de que ella tenía razón.
-En la introducción -concluye Shua-, explicamos que el cuento no va completo. El alma hace un montón de paseos que después le relata al pescador y, si bien son fascinantes, prolongan demasiado el texto. En realidad no es un cuento, sino una nouvelle. Por eso nos atrevimos a hacerle un editing a Wilde.
-En el prólogo dicen que eligieron como método de selección de textos la arbitrariedad total.
-Es que nosotras -cuenta Steimberg- no hicimos una investigación. Pensamos en los textos que nos gustaban.
-Hay dos textos -comenta Shua- de los que tenía un recuerdo fuerte y no me daba cuenta de que estaban asociados. El amor en los tiempos del cólera, de García Márquez, y La educación sentimental, de Flaubert. Dos historias que no tienen nada que ver una con otra, dos posiciones frente al mundo y a la literatura radicalmente distintas. Sin embargo, un mismo tema: un hombre enamorado de una mujer casada a lo largo de toda su vida, con un final feliz que le da García Márquez y el final trágico de Flaubert.
En la casa de Alicia Steimberg, el café con olor a recién molido perfuma el living. Como buenas alumnas, las voces de las escritoras tropiezan y se ensamblan al definir la forma de armar una antología: "Una antología es como un rompecabezas. Aparecen azarosamente algunas piezas que van encajando una con otra. Quedan espacios vacíos y eso permite buscar la pieza necesaria. En nuestro e-mail figuran estos espacios con frases del tipo: faltan mujeres enamoradas de mujeres, faltan letras de tango".
Profundizando en temas personales, Shua comenta una anécdota de algunas décadas atrás en la que figura como actor principal su abuelo a quien decían Mauricio, pero que en realidad se llamaba Moisés: "Con este libro le estoy dando una respuesta a mi abuelito. Cuando yo era jovencita siempre me miraba con desazón, como a alguien que ha desperdiciado las enseñanzas que la vida le dio, y me decía: Pero Any, para qué compras todos esos libros. Los libros ¿qué valor de reventa tienen? Y ahora le contesto: Tomá, éste es el valor de reventa de los libros".
-También tengo ganas -retruca Steimberg- de contestarle a mi mamá. Ella nunca quiso que yo fuera escritora. Soy egresada del profesorado y fui profesora de la escuela secundaria durante once años. Un día me eligieron para que dijese unas palabras fúnebres por la muerte de una profesora. Fue demasiado, renuncié. Cuando mi mamá se enteró de que ya no tenía más cátedras, casi se muere. Con los años, comencé a publicar libros, pero ella siguió insistiendo hasta el final de sus días que mi gran valor eran las cátedras. Para ella era una especie de chiflada.
-¡Vaga y malentretenida!
-Alicia el otro día me dijo una frase que me pareció fantástica -cuenta Any-. Dijo que para poder escribir hay que tener mucho tiempo de no escribir, que es el tiempo que tardan los proyectos en gestarse.
-Y, sí -profundiza Alicia-. No podés agarrar dos horitas que te sobran por ahí. Necesitás un tiempo para angustiarte, para pensar. Luego te volcás a la escritura. Y así se van alternando estos dos tempos. Estados que al abuelo de Any le parecerían particularmente ociosos.
-Yo tengo la alegría -responde Shua- de que mi abuelo murió sabiendo que yo había ganado la beca Guggenheim. Una de las últimas palabras que me dijo fueron: "¿De verdad te van a pagar los 25.000 dólares?" Estaba orgulloso, veía que no todas sus enseñanzas habían caído en un saco roto.
-Cuando yo tenía once años, mi mamá no me dejaba leer textos de amor -recuerda Alicia-. En La Prensa salía el folletín Mirad los lirios del campo. Era de un amor apasionado impresionante. Me encerraba en el baño para leer las entregas y las recortaba, apilándolas, para clavarlas en un alfiler de gancho enorme. ¡Era tan fuerte la prohibición del amor en esa época! Cuando regalábamos algún libro para un cumpleaños, las madres lo hojeaban y comentaban: "Tiene algo de amor, pero muy poquito".
-¿Para incluir graffiti se inspiraron en el baño del bar de Santa Fe y Anchorena?
-En parte -responde Shua-. Queríamos incluirlos porque los graffiti son una expresión de amor apasionado muy particular. Alguien tiene que estar bastante enajenado para escribir en un baño o en la calle. Esa necesidad que tienen los enamorados de que todo el mundo se entere de su amor.
-Y tallarlo en una piedra, si es posible, remata Steimberg.
-Estuve en el hospital Vélez Sarsfield -continúa Shua- y fui al baño de la sección obstetricia. Encontré una enorme cantidad de graffiti de embarazadas, muy apasionados y muy esperanzados, donde el amor por la pareja se confundía con el bebe que llevaban en la panza.
-En la antología se codea un poema de Shakespeare con un cuento de Borges, otro de Poe, una novela de Goethe -por sólo nombrar algunos- con un texto de la que hizo padecer de amor a varias generaciones de mujeres en su adolescencia: Corín Tellado.
-Estos libritos -se entusiasma Shua- venían con un consejo en una banda. Decía: prohibido para niños, prohibido para mujeres o sólo para personas formadas. Eran muy eróticos. Corín Tellado se fue adaptando a los tiempos y tiene novelitas nuevas que leen mis hijas.
-¿Y cómo es? Porque en nuestra generación se llegaba sólo hasta el beso.
-Yo también me preguntaba -continúa Shua- cómo podía ser una descripción erótica de Corín tellado. Leí una y es algo así: "Ella tomó entre sus manos su tensa masculinidad". (Carcajadas.) Yo siempre fantaseaba con que Corín Tellado no existía y era como un taller de costureritas que escribían las novelitas. En un reportaje que le hicieron, le preguntan si es verdad que ella escribe una novela cada dos días. Ella, muy seria, responde que no, que una novela nunca le llevó menos de una semana.
-Se juega, realmente -redondea Alicia-. A mí me maravillan las cartas de amor de Marcelo Peyret. La mujer no había querido ser suya a pesar de que él le había pedido muchas veces la prueba de amor. Un día, él se bate a duelo por ella, le dan un puntazo fiero y está a punto de morir. Ella decide entonces que va a ser suya. El tipo responde: "Yo ya no soy un hombre". Me apasiona, es el reino del eufemismo, de la metáfora y de la imbecilidad.
Se les pregunta qué se aportaron la una a la otra en este trabajo. Shua, menos tímida que Steimberg y más exuberante verbalmente, responde: "Me encantó trabajar con Alicia, porque ella tiene un pensamiento lateral. Yo soy más racional y pienso en las cosas más lógicas, como la estructura del libro, por ejemplo. Alicia aparece siempre con esas perlas raras, como la ópera Orfeo y Eurídice o esa poeta norteamericana.
-¿Quién es esa poeta norteamericana?
-Encontré una poeta del siglo XVII, Anne Bradstreet -cuenta Alicia con una pronunciación very british-, nacida en Inglaterra que se casa a los 16 años y emigra con su marido a Estados Unidos. En una época en que ninguna mujer escribía, ella comienza a hacerlo, pero sin ninguna pretensión de publicar. Sus textos son originales y curiosos. Reprodujimos un poema apasionado y maravilloso que ella escribe después de la muerte de su marido.
Las escritoras comentan que apuntan a un lector medio que disfrute de ese paseo literario a lo largo de todas las culturas que ellas se propusieron con esta antología. "El amor apasionado es mucho más misterioso que el sexo -opina Shua-. Es una experiencia que aparece en todas las épocas y en todas las culturas."
-Aunque se exprese de diferentes maneras -concluye Steimberg-, el sentimiento es el mismo. La madre de una amiga mía que tiene 87 años y está en un geriátrico protesta constantemente: "Y... aquí son todos viejos. Yo lo que necesito es un hombre".
Entre fotos y agujas
Las escritoras, vestidas elegantemente de negro, se apoyan contra una pared blanca para que el fotógrafo les haga algunas tomas. Este comienza su trabajo y las mujeres giran lentamente sus caras y sus cuerpos, en silencio. Pasan varios minutos, y de pronto, Any Shua rompe ese silencio. Cuenta: "Cuando me sacan una foto, tengo la misma sensación de cuando, de chicas, nos llevaban de la escuela a Sanidad para ponernos esa vacuna que odiábamos. La de la difteria, la que iba en la espalda. Me acuerdo que cuando estaban a punto de clavarte la aguja, te decían: Nena, no te muevas, porque si lo hacés se rompe y la aguja te queda incrustada adentro". El fotógrafo, que si-gue minuciosamente con su tarea, trata de tranquilizarla: "Aunque te quede incrustada la aguja, la diferencia es que mañana no te va a doler", le dice.
Carta de Mozart a su mujer
Viena, 11 de junio de 1791
...Tengo que apurarme, ya son las siete menos cuarto, y el carruaje sale a las siete. Cuando te bañes, cuida de no resbalarte y nunca lo hagas sola. Creo que te conviene interrumpir un día la cura para no hacerla demasiado violenta. Espero que alguien haya dormido contigo anoche. Qué no daría por estar contigo en Baden en vez de estar clavado aquí. Hoy, de puro aburrimiento, compuse un aria para mi ópera. A las cuatro y media de la mañana ya estaba levantado. Qué maravilloso, he recuperado mi reloj, pero como no tengo llave lamentablemente no pude darle cuerda. ¡Qué fastidio! ¡Shlumbla! He aquí una palabra como para pensarla. Bien, le di cuerda a nuestro reloj grande. ¡Adieu... mi amor! Hoy almuerzo con Puchberg. Te beso mil veces y en mis pensamientos digo contigo: "Sólo recibió muerte y desesperación".
Por siempre tu amante esposo W. A. Mozart
Soneto XVIII
William Shakespeare
¿Puedo compararte con un día de verano?
Tú eres más suave y más adorable.
Los vientos recios castigan los capullos de mayo
Y el plazo del verano es más que breve:
El ojo del cielo quema dos veces con su brillo,
Y otras su tez de oro se oscurece;
Y toda belleza de la belleza alguna vez declina,
Deshecha por azar o cambios naturales;
Pero tu eterno verano no se ajará
Ni perderá la belleza que tú posees
Ni alardeará la Muerte de que vagues en sus sombras,
Cuando en trazos eternos florezcas en el tiempo;
En tanto puedan los hombres respirar, los ojos ver,
Esto está vivo y te dará la vida.
Antonio Muñoz Molina
De la novela El jinete polaco
Soy yo quien te habla, quien se acuerda de ti, yo el que despierta con el sol en los ojos y piensa que hoy mismo habrás venido, que ya aguardas, aturdida de sueño en una sórdida estación de autobuses, vestida de viaje, con una cazadora negra, un pantalón ajustado y unas cortas botas puntiagudas, quien una hora antes de que llegues ya ha subido a esperarte, para evitar toda incertidumbre, comprueba el panel de horarios, interroga angustiosamente a un empleado, te ve buscarlo tras la ventanilla del autobús que acaba de irrumpir en la estación con diez minutos imperdonables de retraso, tira el cigarrillo, le parece que el corazón se le ha alojado en el estómago, se adelanta hacia ti entre borrosos viajeros y al ver tu melena despeinada y la tranquila felicidad con que ya le sonríes al reconocerlo piensa, dice en voz baja, un segundo antes de que te abraces golosa y desesperadamente a él, como si rezara una letanía, Dog, Siod, Brausem, Elohim, quienquiera que no seas y dondequiera que no estés, señor de las bestias y de los gusanos, legislador de océanos y muchedumbres aniquiladas de hombres, dueño insensato de la ironía y de la destrucción y del azar, tú que la hiciste a la medida exacta de todos mis deseos, que modelaste su cara y su cintura y sus manos y tobillos y la forma de sus pies, que me engendraste a mí y me fuiste salvando día a día para que me hiciera hombre y la necesitara y la encontrara, que la llevasta una mañana a la hora precisa a un lugar de Madrid y luego me concediste el privilegio de que apareciera en la cafetería de un hotel de Nueva York, no permitas que ahora la pierda, que me envenene el miedo o la costumbre de la decepción, guárdala para mí igual que guardaste a sus mayores para que la trajeran al mundo y sembraste el coraje una noche de julio en el corazón atribulado de su padre y lo enviaste al destierro con el único propósito de que ella naciera para mí veinte años después, y si a pesar de todo me la vas a quitar, no permitas la lenta degradación ni la mentira, fulmíname en el primer segundo del primer minuto de rencor o de tedio, que me quede sin ella y sufra como un perro pero que no me degrade confortablemente a su lado, que no haya tregua ni consuelo ni vida futura para ninguno de los dos, que las manos se nos vuelvan ortigas y tengamos que mirarnos el uno al otro como dos figuras de cera con ojos de cristal, pero si es posible, concédenos el privilegio de no saciarnos jamás, alúmbranos y ciéganos, dicta para nosotros un porvenir del que por primera vez en nuestras vidas ya no queramos desertar. Recuerdo lo que aún no he vivido, tengo miedo de ser plenamente quien soy, en el vestíbulo de la estación de Mágina un altavoz anuncia la llegada del autobús procedente de Madrid, abrevio el tiempo para estrechar ahora mismo tu cuerpo ávido y delgado, vienes hacia mí con una bolsa al hombro y una maleta en la mano, apareces delante de la cama en la habitación del hotel con el pelo suelto sobre los hombros desnudos, no me acuerdo de nada, no me he dado cuenta de que empezaba a anochecer, no si estoy contigo en Mágina, en Nueva York o en Madrid, dice Nadia, pero me da lo mismo, no siento más que gratitud y deseo.