La pasarela en el mundo del turf
Las chaquetillas o camisetas coloridas ricas en geometrías, que en la pasarela del turf protegen los torsos de sus usuarios e indican la pertenencia a determinadas caballerizas, irrumpieron en la antesala del espacio de arte de la Tribuna Haddock del Hipódromo de Palermo. Y lo hicieron junto a etiquetas que indicaban Potri flash, Lingote de oro, El Zonda y Eye of the Tiger –los fabulosos nombres de los caballos– en el contexto del Gran Premio República Argentina.
La sala Arty destinó sus paredes a exhibir fotografías de Gustavo di Mario referidas a estilos espontáneos entre los jockeys para la cotidianeidad y las galas de los premios componiendo un ensayo sobre la vida hípica matizado con cruces de moda y turf.
Alentado por las geometrías y los colores (de las estampas que reproducen tréboles y círculos a los rombos rosados sobre superficies azul cielo), junto con la estilista Simona Martínez, Di Mario decidió convocar a un grupo de diseñadores para interpelar los artificios de la moda turf y trasladarlos a un prenda nueva o bien rescatar las que ya tenían en sus acervos aptas para el guiño cómplice con el estilo de los burros.
De ahí que el ensayo de moda hípica admitió un catsuit con geometrías en negro sobre y blanco del diseñador Juan Hernández Daels, matizado además con un sombrero realizado por Sol Pardo, cuya copa recreó los ojos de un caballo trazados con cuentas multicolores.
También se pudo ver una polera con policromías tejida por el diseñador Matías Hidalgo junto a un pantalón níveo creado por Laura Layana, y a las devotas de los jockeys vestidas con austeras faldas plato ceñidas mediante rastras, conjuntos que surgieron de la fusión de prendas de la diseñadora Vicki Otero y a las que se sumaron las joyas de Marcelo Toledo y una falda evasée con estampas del mundo hípico y reminiscencias de Hermès realizado por Dam.
Las fotografías hicieron primeros planos en los decorados hípicos y continuaron con el traje más pop y también más fiel a la premisa: fue el de la diseñadora Sofía Speranza. Compuesto de una falda con parches de colores, una chaqueta matelaseada, mitad blanco y mitad gris, que homenajeó a uno de los hitos de la historia de la moda: el matelassé que vestían los trabajadores de un club hípico del sur de Francia y que Chanel decidió replicar en cuero en su cartera 2.55, pero en versión criolla llevó una cartera provista de una herradura trazada por la etiqueta de marroquinería Copetonas.
Desde la pantalla gigante asomaron además diseños de Emilse Benítez; el jockey con pantalón de cuero, chaleco largo de denim matizado con guardas de puntillas y engalanado con cadenas de metal derivó de un vestuario de Benítez para Babasónicos.
Asomó además un caftán colorido de Manuela Rasjido y un vestido de soirée para ir a las carreras, de Catalina Rautemberg.
“Existe un cuarto del hipódromo en el que se guardan las infinitas chaquetillas, hay más de diez mil piezas de diversas épocas y hay un proveedor que las realiza para cada stud”, señaló el fotógrafo, cuyo nuevo ensayo continúa con la mirada antropológica asignada al fútbol desde el libro Potrero, y continuada desde Interior, un fotolibro que indagó sobre las pilchas y los modismos de los gauchos.
Mientras que las modelos de Visage, que portaban las prendas fotografiadas a modo de performance de moda, se dispersaron por el palco y los sillones del salón con vista panorámica de las carreras, algunas asistentes se paseaban con pequeños sombreros o fascinators –cual si estuvieran en Ascot–, los verdaderos habitúes del hipódromo afilaban sus apuestan y vaticinaban el triunfo de El Margot.