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Ser pionero es ser el primero, pese a que suene redundante, pero para Carolina (también llamada Carola) Elena Lorenzini ser la primera, más de una vez, no fue suficiente para ocupar su merecido lugar en la historia. Séptima hija de 8 hermanos y sin miedo a nada se apasionó por distintos deportes: equitación, remo, salto, jabalina, hockey y atletismo, disciplina en la que en 1925 se consagró como campeona. Una mujer inquieta por su ADN y audaz por naturaleza, su primer récord lo logró en un espacio cotidiano que no estaba en apariencia destinado al sexo femenino: fue la primera mujer en manejar un auto por las calles de Alejandro Korn. Pero ella anhelaba más.
Con una idea en mente, no solo trabajó como dactilógrafa en la Compañía Unión Telefónica, sino que también vendió varias de sus pertenencias –entre ellas un diccionario y su bicicleta- para poder pagar e ingresar en el Aero Club de Morón y que la admitieran en el curso de instrucción, lo que logró luego de varios intentos y recién en 1931. Dos años más tarde, logró obtener el carnet (en realidad un brevet) de aviadora civil.
Su esfuerzo dio frutos, su tenacidad la llevó a convertirse en la primera mujer en obtener el título de instructora de vuelo en América del Sur. Y no solo fue un gran logro todo aquello que vivenció, sino que aquel nombramiento le iba a permitir prescindir de su trabajo como empleada administrativa en la Unión Telefónica local: Carolina había logrado unir su pasión y su trabajo esquivando cualquier conflicto de horario o superposición. Ahora iría por más…
La chica de tapa de la revista deportiva
El 31 de marzo de 1935 batió el récord sudamericano femenino de altura, llegando a 5381 metros, en un avión Ae C-3 de cabina cerrada. No solo le valió innumerables reconocimientos y la entrega por parte de la Aviación Militar Argentina de una medalla de oro, sino que llegó incluso a ser tapa de El Gráfico, el reconocido periódico deportivo.
Entre sus hazañas más destacadas esta la que realizó el 13 de noviembre de 1936 cruzando el Río de la Plata en un solitario vuelo, partiendo desde el aeródromo Rivadavia, de Morón, donde competía con otra aviadora: Isabel Gladisz. Ambas lograron terminar la travesía de llegar a Montevideo.
Y así fue sumando logros y notoriedad. Buscando superarse cada vez más, y más, cruzó el cielo en un viaje que unió 14 provincias argentinas y realizó exhibiciones de acrobacias aéreas en cada una de las provincias donde tenía previsto hacer un alto. Aquella popular iniciativa contó con el apoyo de las autoridades militares, el fin principal de estas era la de demostrar que el avión argentino construido en la fábrica nacional de Córdoba era bueno, seguro y contaba con todas las condiciones básicas para los vuelos.
Carola, la “Paloma Gaucha”
Su apodo se lo ganó al vestir frecuentemente con botas y bombacha de gaucho y así el “Paloma Gaucha” llegó en uno de esos trayectos que realizó entre marzo y abril de 1940 a bordo de un Focke-Wulf Fw44, cuando se disponía a ir a uno de los destinos … la ciudad de Santa Fe.
Lorenzini arribó a la capital de la provincia al mediodía del 25 de marzo. Pese a que su llegada estaba anunciada para las 11, se concretó una hora después en el Hipódromo de Las Flores, donde fue recibida por miembros del Aeroclub Santa Fe y un grupo de aficionados.
Lorenzini tenía previsto realizar pruebas de acrobacia ese mismo 25 de marzo por la tarde, pero tuvieron que suspenderlas por causa del mal clima. Las tribunas estaban llenas de público, pero no había opción: aquellas pruebas se pasaron para el día siguiente. El recorrido se completaría con los arribos, en los subsiguientes días, a Paraná, Entre Ríos y Corrientes.
El fin de los vuelos, el comienzo de la leyenda
Habían pasado ya dos años de su larga travesía por el país, aquella tarde del 23 de noviembre de 1941 “La Paloma Gaucha” había sido solicitada con insistencia por un grupo de aviadoras oriundas del Uruguay que estaban de visita en Argentina, le solicitaron que realizara una exhibición de acrobacia aérea, aquella solicitud llena de halagos fue correspondida por Carola quien no dudó en satisfacer el pedido, eligió el Focke Wulf FW 44 de la aviación militar, la aeronave que utilizaba habitualmente y que dominaba.
El mito cuenta que al solicitar aquel avión se encontró con la resistencia de un instructor del Aero Club Argentino que, al parecer por celos, negó ceder el aparato.
Finalmente, presionado por las autoridades superiores y tras una fuerte discusión con la aviadora, el resignado instructor se vio obligado a ceder, pero por desgracia en lugar de entregar el avión que pedía Carola, le entregó un Focke Wulf FW 44 que pertenecía al Aero Club Argentino y que estaba hacia bastante tiempo en reparaciones.
Carolina realizaba la acrobacia aérea conocida como looping, que implica quedar con los pies hacia arriba y su cabeza debajo, volando muy cerca de la pista. Durante la maniobra, hubo problemas en la fase descendente y el avión se estrelló en tierra, perdiendo a los 42 años su vida.
Su historia, y detalles, están expuestas en el Museo Nacional de Aeronáutica, junto a algunas de sus pertenencias, en la sala dedicada a las Mujeres Pioneras de la Aviación Argentina. Hoy en día es recordada como la primera aviadora acrobática de Latinoamérica en recibir su certificado oficial por la Asociación Civil de Aviación de la República Argentina y también por ser la primera en imponer varios récords categóricos.
El 24 de noviembre de 2001 el Correo Argentino emitió un sello postal conmemorativo en homenaje a la “Paloma Gaucha” Carola Lorenzini que lleva su imagen.
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