- 18 minutos de lectura'
Turismo controlado, revolución energética, micromovilidad, consumo consciente. Expertos afirman que la nueva normalidad será sustentable... o no será.
Así como las guerras mundiales lo fueron para el siglo XX, o la revolución industrial para el anterior, el cambio climático es la gran historia de la era que nos toca vivir.
Aun en tiempos de pandemia, no hay acontecimiento más determinante, más transformador, más total que el hecho de que los seres humanos estemos alterando la naturaleza al punto de poner en riesgo nuestro propio futuro como especie.
Algunos –pocos– todavía lo niegan. La ciencia, en cambio, no tienen dudas: hay consenso absoluto respecto de que la Tierra se está calentando debido a la actividad humana. Durante los últimos años, se hilvanó una serie de catástrofes naturales sin precedentes en todo el mundo, debido al aumento de solo 1 grado de temperatura con respecto a los niveles preindustriales.
Por eso, las proyecciones de los científicos advierten que lo que hagamos –o dejemos de hacer– en la década que comienza será definitoria para el mundo tal como lo conocemos hoy. El informe especial del Panel Intergubernamental sobre el Cambio Climático de las Naciones Unidas (IPCC), conformado por los expertos más prestigiosos, no deja lugar a interpretaciones: 2030 es la fecha límite de la humanidad para evitar un colapso ambiental.
Los argentinos, al parecer, tampoco desconocen lo que está pasando. Una reciente encuesta de Poliarquía refleja que la mayoría es muy consciente del problema que supone el calentamiento del clima terrestre. El 70 por ciento dijo estar "muy preocupado". Incluso, tres de cada cuatro consultados reconocieron que les parece tanto o más grave que la pandemia de Covid-19.
Sin embargo, a pesar de las evidencias, no parecemos reaccionar colectivamente de forma proporcional a la amenaza que nos acecha. Las razones que explican esta paradoja son múltiples: el psicólogo Robert Gifford, experto del floreciente campo de la psicología ambiental, habla de "trampas mentales" que nos hacemos para justificar nuestra inacción frente a la crisis climática. Otros, como el filósofo y ecologista Timothy Morton, se refieren al cambio climático como un "hiperobjeto": un hecho tan inabarcable, tan omnipresente en nuestras vidas que, paradójicamente, se vuelve invisible. Internet, por ejemplo, es un hiperobjeto. Por estos pagos, el peronismo puede que también lo sea.
Pero mientras los indicadores advierten que la ventana de oportunidad para revertir el curso climático se está cerrando, una nueva crisis –esta vez en forma de virus de alcance planetario– surge como una chance impensada para promover un cambio de paradigma hacia un desarrollo más sustentable. ¿Podrá el coronavirus convertirse en un punto de inflexión para repensar nuestra relación con el medio ambiente? LA NACION revista entrevistó a una quincena de referentes de distintos sectores en la Argentina y en el exterior para responder colectivamente un interrogante que aparece en el horizonte pospandemia: ¿saldremos mejores?
"Entre las múltiples tragedias que posiblemente genere esta pandemia hay una que, como sociedad global, podemos y debemos evitar: volver al mismo mundo que teníamos antes del Covid-19 como si nada hubiera pasado y cometer los mismos errores. La normalidad era, en gran parte, el problema", sostiene Manuel Jaramillo, director de Fundación Vida Silvestre.
Para el Ministro de Ambiente y Desarrollo Sostenible, Juan Cabandié, "la crisis sin dudas es una oportunidad para acelerar transformaciones sustentables y la Argentina tiene el desafío de encarar una discusión profunda sobre este tema, como sucede en otros lugares del mundo. El concepto adecuado para caracterizar lo que vendrá es la transmisión ecológica, o transición justa, que nos permite visualizar aquello que necesitamos cambiar".
El economista Eduardo Levy Yeyati es menos optimista sobre la posibilidad de un green recovery, como lo vienen catalogando distintos líderes mundiales, entre ellos el candidato a presidente de EE.UU. Joe Biden, o los europeos Angela Merkel y Emmanuel Macron. "La crisis puede funcionar de borrón y cuenta nueva, es una oportunidad para replantear algunas agendas importantes y postergadas. Pero si la idea es reconstruir mejor, esto no puede hacerse a expensas del nivel de actividad económico y del ingreso. La clave sería encontrar la diagonal que reconcilie actividad y medio ambiente", advierte el decano de la Escuela de Gobierno de la Universidad Di Tella.
Precisamente sobre esa tangente pone el foco Pedro Tarak, fundador de Sistema B, un movimiento global que promueve una nueva genética económica para que los valores y la ética inspiren soluciones colectivas. "La pospandemia es una gran oportunidad para redefinir el sentido del éxito de la economía actual. Yo veo una transición, con el surgimiento de paquetes concretos en todas partes del mundo reorientados hacia aquellas empresas y organizaciones de triple impacto: económico, social y ambiental. También aparecen fondos verdes, bonos sociales e índices de bienestar para manejar presupuestos públicos. Son herramientas concretas para contemplar lo ambiental como parte natural de la economía, no como algo separado", opina uno de los argentinos más escuchados en la conversación global sobre un desarrollo más sustentable.
La revolución energética
El sector energético es un caso testigo para dilucidar si saldremos mejores después de la pandemia. La transición de combustibles fósiles a renovables ya venía con buen ritmo antes de la aparición de coronavirus. La crisis simplemente allanó el terreno para que algunos pisen el acelerador. La respuesta de Elon Musk a un tweet de la automotriz Ford ilustra el momentum de la industria. "Podría ser un poco más rápido", disparó en modo troll el fundador de Tesla cuando el gigante de Detroit anunció con orgullo sus planes de volverse neutros en carbono para... 2050.
Elocuente también es el caso de Tomás Ocampo. Este argentino, radicado en Silicon Valley, dirige YPF Ventures, un fondo de la petrolera argentina que busca captar las ideas más innovadoras del mundo de la energía. Entre sus primeras inversiones, eligieron acelerar una startup de monopatines eléctricos y otra de paneles solares.
Para el joven ejecutivo graduado en Stanford, hay tres factores que pueden favorecer una recuperación verde en el sector: las tasas de interés en un piso histórico, los incentivos de los gobiernos que quedaron expuestos ante las vulnerabilidades del sistema actual y la agresiva baja en las curvas de costo de tecnologías de energía renovable. "En energía solar, por ejemplo, se viene cumpliendo hace más de 15 años que cada vez que la industria duplica la producción, baja 20% el costo. Y ahora la recuperación pospandemia traerá planes agresivos de construcción de infraestructura. Además, hay una cuestión de creación de nuevos empleos: incluso en pleno boom del fracking en EE.UU., la industria solar generó tres puestos de trabajo por cada uno de la industria petrolera", dice Ocampo. Al respecto, un estudio del Foro Económico Mundial acaba de concluir que las soluciones "positivas para la naturaleza" pueden crear 395 millones de empleos para 2030.
La pandemia reavivó la idea de un gran acuerdo mundial para hacer frente a la emergencia ambiental, es decir, un nuevo pacto verde. O, como se lo empieza a llamar en todo el mundo, un Green New Deal. La ambiciosa iniciativa se inspira en el plan que lanzó Franklin D. Roosevelt para sacar a Estados Unidos de la Gran Depresión de 1929 y lo combina con conceptos actuales relacionadas con las energías renovables, la eficiencia de los recursos y la inclusión social. "En esta nueva normalidad pueden brotar oportunidades: el capitalismo empieza a entender que el desarrollo sustentable es un buen negocio y el rol de los países centrales será clave para liderar un Green New Deal", aporta Marcelo Corti, director del Centro de Desarrollo Sustentable de la Facultad de Economía de la UBA. Y agrega: "Muchos países han entendido la necesidad de reconvertir sus fuentes energéticas, originalmente basadas en combustibles fósiles, hacia fuentes renovables. Debe ser un valor irrenunciable para la nueva economía".
Claro que no todas las señales son alentadoras: a pesar de que el sector energético tradicional vive una crisis existencial –Tesla ya pasó a valer más que Exxon Mobil–, o precisamente por eso, un reciente informe reveló que los países del G20, con Donald Trump como abanderado, están comprometiendo más paquetes de estímulos a los combustibles fósiles que a las alternativas de energía limpia.
La hora de la naturaleza
"Viajar, tal como lo conocíamos, se acabó. No significa que los viajes hayan terminado, solo que los viajes como los conocíamos han terminado, y nunca volverán". La frase pertenece al dueño de la empresa que más cuartos de hotel tiene el mundo: Airbnb. O al menos, que tenía. Según el propio Brian Chesky, "pasamos 12 años construyendo el negocio de Airbnb y perdimos casi todo en cuestión de cuatro a seis semanas".
La industria del turismo es una de las más golpeadas por la pandemia y a la vez puede ser una de las que más transformaciones duraderas sufra. De hecho, los especialistas coinciden en que el parate forzado de los viajes internacionales puede ser una oportunidad para un turismo más sustentable. Por ejemplo, las claras señales de una recuperación de la naturaleza en las playas del sudeste asiático –destino que el año pasado recibió 133 millones de visitantes– llevaron a que los gobiernos locales consideren aplicar medidas para encontrar un equilibrio entre turismo y el cuidado del medio ambiente. La más probable: subir los impuestos a los visitantes.
Con los cielos cerrados hasta nuevo aviso, el turismo interno emerge como uno de los grandes ganadores. "La pandemia nos obligó a mirar lo que tenemos más cerca, todo aquello que dábamos por sentado, hoy es anhelado", dice Sofía Heinonen, bióloga, ambientalista y directora de Rewilding Argentina, una inspiradora organización que conserva ecosistemas en distintos puntos del país. "Es una enorme oportunidad para descubrir lo nuestro y aprender que lo mejor estaba cerca de casa".
Así las cosas, podría estar llegando el momento de brillar para el llamado turismo de naturaleza, un mercado que, según cifras de la Organización Mundial del Turismo, mueve 263.000 millones de dólares anuales –casi medio PBI nacional–, pero que la Argentina, el país de los cuatro climas y de inconmensurables maravillas naturales, hoy no aprovecha del todo.
Pensando en más vacaciones en la naturaleza, los Parques Nacionales serán protagonistas. "El nuevo paradigma que enfrentamos hace necesario un replanteo de nuestra relación con la naturaleza, y en ese sentido las áreas protegidas dedicadas a la conservación de la biodiversidad tienen un rol muy preciso", aporta Daniel Somma, actual presidente de Parques Nacionales. Y agrega: "La situación del turismo internacional tardará en normalizarse, por lo que potenciar al turismo interno es una de los primeros desafíos".
Hacia una nueva urbanidad
Como si se tratara del SimCity, aquel entrañable juego de gestión de ciudades que conquistó a muchos geeks en los años 90, por estos días somos forzados protagonistas de un masivo experimento sobre cómo sería una vida urbana más saludable, inclusiva y sustentable.
Por eso, algunos urbanistas se ilusionan con una paradoja: que la aparición del coronavirus pueda acelerar transformaciones radicales que ya se vienen probando en algunas ciudades modelo. "La crisis puso en evidencia los problemas que venían enfrentando las ciudades en los últimos años, en especial los relacionados con la inequidad en el acceso a la vivienda y a los bienes públicos", sostiene el arquitecto Gabriel Lanfranchi, director del Posgrado de Urbanismo Metropolitano de la Universidad de Buenos Aires e investigador de Cippec. Y agrega: "Pero a la vez pudimos ver cómo muchísimos se supieron adaptar rápidamente e implementar el teletrabajo. Esto nos muestra que es factible que no todos se desplacen hacia los centros de negocios de las ciudades. También, en muchas ciudades surgió la necesidad de mejorar el espacio público y dedicarlo más al peatón y al esparcimiento. Y se destacó la importancia de la calidad del aire, ya que esa tiene un impacto importante en nuestra salud. Los ciudadanos toman conciencia del entorno en el cual viven y quieren que mejore".
Por lo pronto, ideas valientes que hace unos meses hubieran sido tildadas de excéntricas, ahora son escuchadas por los gobiernos. Una de ellas es la "ciudad de los 15 minutos", como la denominó el urbanista colombiano y profesor de La Sorbona Carlos Moreno. Se trata de una nueva dinámica que privilegia la proximidad y que apunta a rediseñar las urbes para que los ciudadanos puedan resolver sus necesidades cotidianas sin tener que trasladarse más que 15 minutos a pie o en bicicleta.
Un leading case entre las ciudades que apuestan por el modelo del cuarto de hora es París, con su alcaldesa Anna Hidalgo –la primera mujer en ocupar el cargo en la historia– al frente de la transición sustentable. Su plan incluye una guerra sin cuartel al automóvil particular, la promoción de la bicicleta, la erradicación de las bolsas de plástico, la recuperación del espacio urbano y la implementación de un cinturón de cooperativas agroecológicas en los suburbios para abastecer de alimentos saludables a un área metropolitana de 12 millones de habitantes. ¿Suena demasiado ambicioso para una de las capitales del mundo? A juzgar por las elecciones municipales celebradas semanas atrás en plena crisis sanitaria, no tanto: lo parisinos reeligieron a Hidalgo, dándole luz verde para profundizar la transformación.
El fin del reinado del auto
La forma en que nos movamos en las ciudades será otro indicador para entender si es posible salir mejores después del Covid-19. Según los expertos consultados, a la industria del transporte se le abren dos caminos frente a la crisis. El primero, si bien puede ser un buen negocio para las automotrices, es apocalíptico para las ciudades: un futuro centrado en los automóviles particulares como forma de evitar contagios en el transporte público. Esto haría colapsar aún más el tráfico y dispararía los niveles de emisiones. Un dato en esta dirección: en plena crisis económica las ventas de automóviles en China crecieron 14% en mayo respecto al mismo mes del año pasado.
La alternativa, en cambio, supone el fin del reinado del auto y el inicio de la era de la micromovilidad, como se conoce a esta forma de traslado individual y amigable con el medio ambiente. Así, la pandemia podría revitalizar el mercado de monopatines y scooters eléctricos, que en muchas ciudades ya viven un segundo auge, al igual que las ventas de bicicletas. Algunas cifras en esta línea: en Estados Unidos, un país diseñado para las cuatro ruedas y para el consumo instantáneo, hay largas listas de espera para comprar bicicletas. En cuanto a las versiones eléctricas, la demanda creció un 85% en marzo si se lo compara con mismo período de 2019.
"El contraste de las ciudades sin contaminación vehicular hizo abrir los ojos a muchos sobre el desastre ambiental al que estamos expuestos", señala Ocampo, de YPF Ventures.
Durante la cuarentena, en Buenos Aires la presencia de gases contaminantes se redujo hasta en un 50%, según datos datos de la Agencia de Protección Ambiental porteña. Y la contaminación sonora –otro enemigo invisible, pero no menos nocivo para la salud– también cayó considerablemente debido a la poca circulación de vehículos.
"El uso del automóvil individual no puede ser una opción viable en términos de tránsito. Por eso, en muchas ciudades la respuesta ha sido implementar nuevos tramos de ciclovía y extensiones de veredas para ofrecer más espacio a los peatones y permitir el distanciamiento social", explica Lanfranchi, en referencia a grandes urbes como Bogotá, Milán o Berlín, que apostaron por la bicicleta como respuesta a la crisis sanitaria.
El propio gobierno porteño ya mostró algunas señales al respecto. Una de las primeras flexibilizaciones, allá por los albores de la cuarentena, fue la autorización de usar las ecobicis y los monopatines con la idea de descomprimir el transporte público. ¿Será un cambio duradero? Está claro que Buenos Aires no se convertirá súbitamente en Ámsterdam, pero los urbanistas creen que se pueden aprovechar estos tiempos excepcionales para incorporar el uso de la bici a la idiosincrasia porteña. El clima templado y la llanura, ideales para pedalear, ya los tiene.
Para Corti, una movilidad más sostenible es posible a partir de "la combinación y articulación de bicicletas y monopatines, eficientes sistemas de transportes públicos a gas o eléctricos, reducción del uso de automóviles particulares y predominancia del tren por sobre los camiones en transporte de carga, pero principalmente aplicando inteligencia al momento de pensar su desarrollo".
Las manos en la masa (madre)
Cuando en el futuro los historiadores escriban sobre 2020, el coronavirus ocupará buena parte de las páginas. Pero es posible que también resalten otros rasgos inauditos de nuestra sociedad de consumo que hoy damos por sentado. Por ejemplo, el hecho de que en un mundo donde todavía millones de personas pasan hambre, un tercio de los alimentos que producimos a nivel global termina en la basura. Así es: según datos de la FAO, cada año se pierden o se desperdician 1300 millones de toneladas de comida apta para el consumo humano. O que el equivalente a un camión de productos textiles acaba en la basura o se quema cada segundo, lo que significa que se pierden 500.000 millones de dólares cada año a raíz de la ropa desechada, según el Foro Económico Mundial.
¿Podrá un cisne negro como el coronavirus corregir los serios desequilibrios de nuestra sociedad de consumo? Sin ánimos de romantizar la cuarentena, algunos de los referentes consultados coinciden en que el aislamiento generó un cambio de hábito. "A muchas personas la cuarentena les permitió reconectar con la interioridad. Con la vida doméstica, con las relaciones interpersonales en sus casas, y en todo eso la alimentación siempre es un eje fundamental. Es un fenómeno global: basta con ver el boom de la masa madre. Hay una necesidad de desconectar de las pantallas, de descomprimir, de ser creativos, de hacer un recreo sin moverse de casa, de darse un gusto", opina la periodista Soledad Barruti, autora del best seller Malcomidos. Y si bien está lejos de ser optimista respecto a una industria alimentaria más saludable, sí cree que esta situación extraordinaria abrió los ojos, o los paladares en los hogares. "Mucha gente se dio cuenta de que no era tan difícil preparar sus propios alimentos. Se derribaron muchos mitos sobre la comida rica y saludable. Y creo que una vez que se conquistan ciertos espacios, luego es difícil renunciar a ellos".
Por convicción o por obligación, del otro lado del mostrador algunas grandes empresas comienzan a tomar conciencia de la crisis climática y de la necesidad de ubicar a la naturaleza en el centro de la toma de decisiones. En ese espíritu, Diego Sáez-Gil desarrolló Pachama, una plataforma que usa inteligencia artificial e imágenes satelitales para proteger los bosques y potenciar el mercado de bonos de carbono. "Muchas empresas están pagando para compensar su huella de carbono, financiando la reforestación o conservación de bosques nativos", explica este emprendedor tucumano, radicado en un bosque en California, desde donde lidera esta startup que recibió inversión del fundador de Uber y ya cuenta con clientes como Microsoft y Glovo. "La crisis nos enseña que el sistema actual, globalizado, extractivo y de crecimiento a costa de todo, está condenado al colapso. Los sistemas sostenibles son más resilientes. Creo que la pandemia es un llamado de atención que puede provocar un salto de conciencia respecto de lo que valoramos como sociedad y cómo tratamos el planeta".
Liderazgos verdes
La nueva normalidad será sustentable. O no será. Así lo advierten los científicos al esgrimir los datos de la crisis climática. Y así lo entienden muchos de los referentes consultados por LA NACION revista. Claro que un nuevo paradigma requerirá de nuevos liderazgos. Al respecto, la activista sueca Greta Thunberg, que aprovechó la cuarentena para escribir una suerte de bitácora con sus experiencias tras un frenético 2019, decía con acierto: "El hecho de que la responsabilidad de comunicar la crisis climática y ecológica recaiga en mí y en otros niños, es un fracaso que va más allá de lo imaginable."
Sobre este punto también opina María Eugenia Estenssoro, exsenadora y presidenta de Fundación Equidad: "El cuidado del medio ambiente sigue dependiendo de grupos ambientalistas y personas, especialmente jóvenes, que cambian sus hábitos de consumo, pero las leyes esenciales para una transformación que establezca la economía circular como el paradigma productivo brillan por su ausencia. Lamentablemente, no veo a los líderes políticos ni empresariales con esa cabeza. No hay conciencia de la urgencia".
Desde la cartera de Ambiente, Cabandié confía en que las nuevas generaciones puedan producir más cambios que la suya: "Tenemos que aspirar a formar ciudadanos críticos, que piensen desde lo ambiental, pero también discutan las desigualdades e injusticias económicas. Ellos son la vanguardia". Y concluye: "Hay que lograr que el ambiente no sea visto como un obstáculo, sino como parte de la solución. Como sociedad global, estamos obligados a modificar nuestras prácticas, porque no hay plan B para el planeta".
En plena pandemia, una ventana de oportunidad se abre para evitar la crisis más decisiva de todas: la del cambio climático. ¿Saldremos mejores?
Más notas de Ecología
- 1
¿La gaseosa cero engorda? Conocé los efectos de estas bebidas en el organismo
- 2
Soy cardiólogo y estos pequeños cambios en los platos navideños los hace saludables para el corazón
- 3
Cómo es la mezcla de orégano y vinagre blanco que promete eliminar a las cucarachas
- 4
La hierba que deberías incluir en tu dieta para mejorar tu visión: aporta gran cantidad de vitamina A