La Negra siempre, y despues
El único biógrafo de Mercedes Sosa decide contradecir los epitafios. Aquí nos entrega un "no adiós". Un retrato palpitante, vivo, tejido con momentos entrañables compartidos desde la Mendoza de los alrededores de 1960. La Voz que hizo nido en millones de corazones tiene sus claves, sus hondos secretos. Y aquí están.
Empiezo mal: cometo la impunidad de escribir la palabra "adiós" al lado de "Mercedes Sosa", y me saltan los tapones. No hay caso. El adiós es para los que se van, y La Negra no ha hecho otra cosa que quedarse. Suena a gastadísimo lugar común: pero ella no podrá ser olvidada, aunque nos organizáramos para eso. La famosa muerte no siempre se sale con la suya.
Naturalmente, nació apenas murió Gardel. El azar sabe lo que nos hace.
Por el hecho de haber escrito su única biografía, desde distantes ciudades y pueblos del país, de las tres Américas, de Europa, me llegan preguntas insistentes que pueden resumirse en una: "¿Qué perdemos al perder a La Negra?"
Pienso y siento que no la vamos a poder perder jamás, entre otras cosas porque consiguió, cantando, el imposible milagro de coagular el amor de las cuatro clases sociales que los argentinos sembramos, sin ir más lejos, desde la atroz dictadura cívico-militar del Videla asociado con Martínez de Hoz. Lo vimos en el infinito desfile en el Congreso de la Nación. Por allí pasaron ricos, clase media, pobres recientemente descubiertos y también los que ni a pobres llegan, los desgajados. Un hombre de unos 60 años, zapatillas, voz raspada por la intemperie, se demoró un segundo frente al ataúd y dijo bramante: "Permiso. Negra querida, gracias por todo. ¡Y no, y no me le afloje, eh!"
Una desesperante desesperación lo ahoga a uno cuando escucha a Mercedes: ¿cómo es posible que esta mujer cante así, desde y hacia tan lejos, y tan hondo, y con semejante eco? ¿Cuál es la harina de ese milagroso pan que es La Negra en estado de canción? ¿Qué manos la fueron amasando, con qué levaduras, sufrimientos y goces se fue haciendo esa voz de semblante único que atraviesa los idiomas?
¿Se puede explicar lo inexplicable? Intentaré un retrato, a partir de la materia menuda que quedó, viva, entre los pliegues de mi biografía Mercedes Sosa. La Negra. El libro lo escribí en 2003, pero lo tejí a lo largo de cuatro décadas: porque compartí con Mercedes momentos que sólo posibilita la amistad: celebraciones, muertes, nacimientos, llantos, los terrores de la triple A, desgarramientos del exilio afuera y del exilio adentro, también las comidas hechas en nuestras casas, laaargos vinos. La conocí en la Mendoza de comienzos del año 60, cuando despuntaba el Nuevo Cancionero, semillado por el compadre mayor Tejada Gómez, Oscar Mathus, Tito Francia y otros. Mercedes, entonces cinturita de avispa, pronto se iba a "poner gruesa" de su Fabián. Siempre cantaba en las juntadas con Carlos Alonso, Luis Quesada, Antonio Di Benedetto, Dante Polimeni, Antonio Salonia, Benito Marianetti, Angel Bustelo, compadres del horizonte. Estábamos todos, éramos felices, y no nos dábamos cuenta.
Cierro los ojos para ver más lejos. Voy por momentos de vida de Mercedes. Tal vez, entretejiéndolos, vislumbremos sus secretos evidentes.
Los abuelos. "Una parte de mis raíces viene de Santiago del Estero, tierra de gente nacida para ser buena. Mis abuelos paternos se casaron jovencitos. Ni 15 años tenía mi abuela cuando ya había parido su primer hijo. Los hijos venían uno detrás del otro, sin miramientos, y nacían en las casas. Llegado el momento el hombre le decía a su mujer casi niña: «Deje de jugar y ponga a hervir agua en la olla. Voy a buscar a la comadrona». Así vino mi padre... Se nacía sin tanta historia, con las ventanas abiertas, al sol o con la luna alumbrando."
Amor para siempre. "La de mi papá y mi mamá es una historia de amor para siempre. Ya sé, parezco pavota; todos dicen que eso es imposible. ¿Imposible? Mi papá y mi mamá nunca se aburrieron de quererse, nunca... No sé bien cómo se conocieron... o sí sé; me lo contaron mateando después de la siesta. Ellos estaban en un velorio de angelito; en esos velorios en el Norte se juega el juego del botón y se canta… En el juego están todos con los puños cerrados y alguien tiene un botón en la mano. Hay que adivinar quién. ¿Ingenuo? Hasta cierto punto, porque se trata de semblantear... Mi papá fue mirando las caras y al llegar a mi madre dijo, respetuoso: «La señorita tiene el botón». Mi madre lo tenía. Ahí empezó todo..."
Tres en una pieza. "Me gusta volver a mis padres. Sin ellos, ¿quién sería yo? Menos que nadie sería… Dormíamos tres hermanos en una pieza, y al lado mi mamá y mi papá con otro hermanito. Yo nunca en las noches escuché que mis padres hicieran el amor; jamás. Pero cuidado: ellos se querían mucho, eh."
"Dura la vida de mi padre: fue estibador, hombreó troncos, en el horno del ingenio trabajó en pleno verano, pobrecito… Pero nunca sufrió como en el aserradero. Allí no había vaso de leche, ni máscaras. Hasta que mi madre dijo: «Será lo que Dios quiera, pero ahí no trabajás más». Mi papá era un cadáver que caminaba. Ay, cómo esperábamos los sábados: ese día él traía su sueldito. Para entonces mi madre sólo tenía agua con sal para hervir. Hacía milagros en la cocina ella. De un kilo de harina y un huevo salían tortitas, pan, fideos."
"Hubo un tiempo en que mi padre se quedó sin trabajo... Al final le dieron un lugarcito en el infierno: alimentaba las terribles calderas del ingenio. Quienes más lo ayudaron fueron los santiagueños... traían comida y apartaban un plato para él. Pobres ayudándose entre pobres. Mi papá no se llevaba su ración de comida por... porque en mi casa no alcanzaba. Pobrecito."
(Pausa y pregunta: ¿por estas cosas vividas será que La Negra canta así?)
Comíamos inocencia. "Mi madre lavaba y planchaba para casas de gente con buen pasar. Había que vernos a nosotros, sus hijos, vestidos siempre como los mejores, porque mi mamá aceptaba la ropa vieja y la inventaba de nuevo. No me gusta hacer alarde de pobreza, la cuento en homenaje a mis padres. Hubo noches en que nos acostábamos con ese dolor de estómago que viene del hambre. Mi mamá bromeaba, nos daba un bollito, mate cocido y nos sacaba a jugar al parque 9 de Julio. Mordíamos aire, comíamos inocencia… Mi papá y mi mamá se las arreglaban para alumbrar cada día. Si tuviera que meter toda mi niñez dentro de una palabra, elegiría «felicidad». Fuimos tan pobres pero ¡tan millonarios! Mis padres no sólo eran abnegados; fueron sabios: jamás nos hicieron sufrir su sufrimiento. En la casa había alegría. Y adentro de la alegría estaba la felicidad, como pan de cada día."
(Corazón adentro. Esa voz que canta desde tan lejos y tan hondo, ya vemos, tiene una de sus claves en aquella pobreza que no extravió la primordial alegría. Cuando Mercedes mira al piso en ese salto al vacío que impone a sus canciones, ve cosas. ¿Qué ve? Ve a su madre lavar y planchar infinitas ropas ajenas... Ve cómo con un puñado de harina, mezclado con risas por partes iguales, hace de nuevo la multiplicación de los panes... Ve cómo resucita ropitas viejas de otros para que sus tiernos mendigos sean principitos ya mismo. "Mamita querida del alma", murmura ella.
(Y sin levantar los ojos, sigue buscándose allá, lejos…Y ve a su padre inclinado, alimentando las llamas de un horno del amargo ingenio azucarero... Y ve su nuca, su espalda doblada... "Papá"… Lo ve consumirse y hacerse pronto anciano, y aprende ella que ése es el crucial precio del magro pan de cada día... "Mi papito querido..."
(Todo el tiempo hablamos de la Voz de La Negra Mayor. Pero esa Voz pudo ser tan épica y tierna porque se nutrió de aquellos padres capaces de transitar la pobreza sin renunciar a una fruta única: la fruta de la alegría pese a todo. Cada vez que ella canta la muerde, y vadeando la intemperie de la pobreza le llega hasta el carozo. Ella canta tan hondo y tan lejos porque en su laguito interior guarda la herencia recibida: sabe que no hay quien pueda con la alegría, porque no hay quien pueda con el amor.
(La pregunta reaparece: ¿por estas cosas, tan sentidas, es que La Negra canta así? Mientras la pregunta se cocina con la paciencia del rescoldo, sigamos escuchándola...)
Sola de toda soledad. "Una soledad acompañada por un río de veneradores no deja de ser soledad. Qué paradoja la mía. Como diría el poeta Serafín Andrés: Estoy sola, amada por una multitud hecha a mi imagen y semejanza... Así es la cosa, así es mi cosa. ¿Qué es la felicidad? Para mí es respirar el olor de las comidas mientras se están haciendo. ¿Y la soledad? La soledad es esto que siento desde hace tantos años cuando baja la noche. Es mi cama tan vacía... Puedo acostarme mirando para acá o mirando para allá, lo mismo da, porque estoy sola... No no no, la soledad no les hace descuento ni a los bellos ni a los famosos. Y si no que le pregunten a la Marilyn Monroe... Yo me di realmente cuenta de que estaba sola en el exilio cuando me quedé afuera de mi casa, sin el llavero. Vivía en Madrid, bajé a dejar una bolsa de residuos y la puerta se cerró... y ¡diosmío! las llaves adentro y adentro ¡nadie!... Eso es la soledad: quedarse sin la llave y no tener quién abra la puerta.
"Hay momentos en que uno cambiaría aplausos y fama por la caricia, por el sonido de la respiración del compañero compartiendo los días y las noches... Siento que la soledad es mi enemiga; tal vez tenga que aprender a ser amiga de mi enemiga... Pero no soy una desagradecida: siento también algo muy en el fondo de mi corazón, y no sé si llamarlo alegría... Alegría porque estoy viva, y estando viva he aprendido a oler cuando respiro y a ver cuando miro."
(También de esa clase de soledad se alimentó la Voz que viene haciendo nidos en el corazón de millones. Qué prodigiosa alquimia: La Negra, tan solita de compañero, cantando puede hacer soñar, puede volverse una panadera repartidora de felicidad, sin mirar a quién. Todo lo consiguió siempre con ese sexto sentido, que en ella siempre es el primero.)
Posdata
¿Por qué hablo en presente si todas las noticias insisten en decirnos que Mercedes Sosa ya murió? Por favor, un poco de criterio: las noticias, tantas veces, en lo esencial mienten, faltan a la verdad. Si ella nació no iba a ser para morirse un día. El aire, este aire que ahora respiramos, a ella se la aprendió de memoria. Basta con que apoyemos nuestro oído en el pecho del aire para que la escuchemos.
Damas y caballeros, quién se atreve a negarlo: ella, nuestra Negra Mayor, está cantando. Al sol le consta.
Vamos a suponer que Dios existe. El, ahora, está en una nube (pero no está en las nubes). Se ha enterado Dios de que Mercedes Sosa, ya sanita y sin el agobio de insoportables tristezas, vuelve a cantar. De inmediato reúne a su gabinete de ángeles asesores y les ordena: "Vayan a ver si llueve. ¡Todos, eh!". Por fin solo, el Supremo busca el taladro que heredó de su abuelo, le hace un agujero al piso de la gran nube, se tiende y apoya la oreja. Desde abajo, desde el reino de la Tierra, sube, divina porque humana, la voz de La Negra. Dios saca pecho, y pensando en voz alta se consuela: "Hitler y Bush y Massera y la banda ésa no me salieron bien. Pero esta mujer sí". Y haciendo bocina con las manos, le grita a través del agujero de la nube: "¡No se muera nunca, Negra, por Dios!"
Es autor (Poeta, dramaturgo, ensayista, autor de una veintena de libros, entre ellos, la biografía "Mercedes Sosa/La Negra", "El último padre", "Don Borges, saque su cuchillo", "De fútbol somos" y el reciente "Perfume de gol")
lanacionar