La naturaleza o el placer de la desconexión
A los 27 años, Henry David Thoreau se retiró de la sociedad. Construyó con sus propias manos una cabaña de 13 metros cuadrados a orillas del lago Walden, al noroeste de Estados Unidos, donde se refugió por dos años en la naturaleza con la idea fija de "vivir deliberadamente solo, para hacer frente a los hechos esenciales de la vida".
De esa experiencia primaria surge Walden; o la vida en los bosques, un texto indispensable para los amantes de la naturaleza, que ya cumplió 200 años pero que vuelve a cobrar actualidad frente a un mal de esta época: la hiperconectividad.
En pleno siglo XXI, suena algo utópico recluirse a pensar en un bosque como el escritor, naturalista, filósofo y activista norteamericano. Pero sí es posible –y cada vez más necesario– encontrar espacios de desconexión tecnológica para volver a vincularnos con la naturaleza. Ya sea en el mar o en la montaña, con amigos o en familia, con o sin el 30% de recargo, las vacaciones deberían ser el momento ideal para intentarlo. Sin embargo, la tecnología cada vez ocupa más lugar en la valija.
"Hay una compulsión por estar conectados. Hoy son cada vez más las consultas por no poder desconectarse durante las vacaciones. Son personas que traen una inercia de las responsabilidades del año y que, por el uso del celular, su ansiedad se extiende durante el descanso", señala Gabriela Martínez Castro, psicóloga y directora del Centro de Estudios Especializados en Trastornos de Ansiedad.
¿Cuáles son los síntomas de que la tecnología podría estar interfiriendo con las vacaciones? La necesidad urgente por tener que chequear el celular en cortos períodos de tiempo, una irritabilidad repentina si la señal de Internet es defectuosa o la sensación de no tener tiempo para hacer lo que uno había planeado hacer durante el descanso.
"Si bien no hay un componente químico que intervenga, claramente existe una adicción a la tecnología. De hecho, la Organización Mundial de la Salud (OMS) señala que una de cada cuatro personas sufre trastornos de conducta vinculados con las nuevas tecnologías", agrega la especialista.
Irónicamente, está comprobado que la naturaleza es terapéutica, pero no acudimos a ella. Científicos sociales de la London School of Economics llevaron adelante lo que quizás sea el estudio sobre la felicidad más grande hasta el momento. El proyecto Mappiness, una aplicación que midió la ubicación y el estado emocional de más de 20.000 participantes durante años, concluyó que nos sentimos significativamente más felices al aire libre. Sin embargo, en promedio pasamos menos del 5% de nuestro tiempo despiertos en contacto con la naturaleza.
Algo sospechaba hace ya más de una década el escritor estadounidense Richard Louv, cuando en su libro El último niño de los bosques acuñó el término "trastorno por déficit de naturaleza". El trabajo recopila investigaciones pioneras sobre por qué la exposición al aire libre es esencial para el desarrollo humano. Y enumera las consecuencias negativas de no tener este contacto vital: dificultad de atención, obesidad, enfermedades cardiovasculares y depresión.
El placer de la desconexión
Los más optimistas creen que la naturaleza es sabia y prevalecerá. Aunque sutiles, existen algunos indicios al respecto: frente al ya epidémico acrónimo FOMO –Fear of Missing Out, o esa ansiosa sensación de que están pasando demasiadas cosas y que no podemos prestarle atención a todas– está emergiendo el JOMO –Joy of Missing Out–, es decir, la felicidad de perderse cosas, el placer de la desconexión.
Otros pronostican que, más pronto que tarde, nuestra adicción a las pantallas será vista con espanto, tal como hoy vemos esas fotos de nuestras abuelas fumando embarazadas. Y que ponerse a usar el celular durante una cena entre amigos será tan extraño y hasta políticamente incorrecto como hoy lo es prender un cigarrillo.
Mientra tanto, cada vez son más los destinos que promueven el turismo de naturaleza y la desintoxicación digital entre sus atractivos. Poner en modo avión el teléfono durante las vacaciones no es fácil pero tiene su recompensa: durante el último verano boreal, investigadores de la Universidad de Greenwich (EE.UU.) analizaron cómo impacta la falta de conectividad en la experiencia de los viajeros. Los resultados del estudio revelaron que tras algunos síntomas de abstinencia como ansiedad y frustración, luego crecieron los niveles de bienestar, disfrute y consciencia del entorno.
Ya sea en una cabaña como la de Thoreau o en cualquier playa o montaña, este verano la naturaleza es el refugio perfecto para escapar de la hiperconectividad.
El autor es periodista especializado en sustentabilidad y fundador de www.Aconcagua.lat
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