El 17 de noviembre se cumplió un nuevo aniversario del nacimiento de Azucena Maizani, una revolucionaria del tango
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Cuentan que una noche en un teatro de Madrid, mientras estaba haciendo una gira por Europa y el mundo caía rendido a sus pies, alguien desde la platea gritó desaforado “¡Macanudo, Ñata!” y casi lo linchan un par de españoles que creyeron que la estaba insultando. La Ñata en cuestión no era otra que la gran Azucena Maizani, la chica rea y guapa que revolucionó el tango en los años 20, la que abrió el camino de entrada de las mujeres en el mundo del dos por cuatro, la gran amiga de Carlos Gardel que junto a él cambió la historia de la música de Buenos Aires. Desde el escenario, vestida como siempre con traje de hombre, “La Ñata gaucha” (que así la llamaban por estos lares) sonrió por el equívoco, apaciguó los ánimos, sacudió su cabello más negro que la noche y continuó hechizando al público con esa manera tan suya y tan nueva de decir el tango canción. Era muy personal la Maizani y así también era su forma de cantar: romántica, temperamental, bien criolla y arrabalera, osada.
Nacida un 17 de noviembre en los comienzos del siglo pasado, la Ñata tuvo una vida tumultuosa y un final trágico. De origen muy humilde, comenzó a cantar tangos como aficionada muy jovencita mientras se ganaba la vida como modista. Y una noche, de la nada y a pura desfachatez, se acercó a Francisco Canaro en una boite y le dijo que quería cantar con él. Así se convirtió en una de las primeras mujeres en conquistar un lugar en el mundo del tango y arrancó su exitosísima carrera en la radio, el teatro, el cine…
En el amor fueron casi todo desdichas: un par de matrimonios frustrados, un hijo muerto casi al nacer, un romance con su representante que la estafó y terminó pegándose un tiro. Muchos pesares que la fueron condenando a una penosa decadencia. Finalmente Azucena murió casi olvidada, triste y sola, como la queja de un bandoneón.
Abriendo caminos
Apareció en escena en la década del 20, cuando el tango se terminaba de consolidar en las carteleras teatrales. Hasta entonces, la única participación de las mujeres en ese mundo era la interpretación de algunos tangos por actrices en la revista porteña. Con ella se inauguraba una nueva era por la calidad de su voz y su fuerza expresiva: la de las cancionistas del género.
Azucena Josefina Maizani había nacido el 17 de noviembre de 1902 en el Hospital Rivadavia de Buenos Aires. Vivió hasta los 5 años en Palermo, en la calle Guatemala, y entonces se mudó a la isla Martín García (no está claro si fue por problemas en su salud, tal vez relacionados con la tuberculosis, o por el trabajo de su padre ebanista). Lo cierto es que vivió en la isla hasta los 15 años y recién en 1917 la familia regresó a Buenos Aires y se instaló en una humilde casita en la zona del Abasto. Las cosas no iban bien y Azucena consiguió empleo como modista en una fábrica de camisas para ayudar con los gastos del hogar. Mientras cosía, escuchaba en un gramófono a Gardel y Razzano y se aprendía las canciones. Después las cantaba con sus amigas en los patios del barrio y ya sobresalía entre todas.
Hasta que una noche, cuando tenía 18 años, todo comenzó… En la boite Pigalle tocaba la orquesta del maestro Francisco Canaro y de pronto se le acercó una jovencita muy osada y decidida que le pidió cantar con él. De algún modo lo convenció de escucharla y él quedó fascinado. Tras un brevísimo ensayo, la presentó al público con el nombre de “Azabache” por lo oscuro de sus cabellos. Azucena cantó un par de tangos que había aprendido de oírselos a Carlos Gardel y tuvo un éxito colosal.
En 1923 fue su consagración. Primero consiguió un bolo musical en la obra El bailarín del cabaret, con Ignacio Corsini, y en esos mismos días una amiga la invitó a una fiesta donde conoció al pianista Enrique Delfino. Azucena se las ingenió para cantar La tranquera, acompañada en el piano por Delfino, y éste quedó deslumbrado. Le propuso entonces conectarla con Alberto Vacarezza, que estaba por estrenar el sainete A mí no me hablen de penas, para que interpretara allí su tango Padre nuestro. A Vacarezza también lo cautivaron la voz y la personalidad de Azucena y sin más vueltas la contrataron.
Debutó el 23 de julio de 1923 y cuentan que la ovación del público fue tan grande que tuvo que hacer cinco bises. A partir de ahí todo fue en ascenso y se le abrieron las puertas como la gran cancionista del tango, sumando éxito tras éxito. Con su estilo personalísimo y siempre vestida con trajes masculinos o ropa de gaucho, trabajó con las compañías de Tomás Simari, Florencio Parravicini, José González Castillo, formó su propia compañía con el actor Enrique Rando y grabó los tangos más populares con grandes orquestas, como la de Francisco Canaro. Por esta época Libertad Lamarque la bautizó con el apodo de “La Ñata gaucha”, hizo sus primeras giras, conquistó las audiciones de radio y se presentó en casi todas las salas porteñas. También se destacó como autora.
El 11 de septiembre de 1931 debutó en el teatro Alcázar de Madrid e inició su primera y gloriosa gira europea. Pasó por varias ciudades españolas (Barcelona, Santiago de Compostela, Gijón y Valencia, entre otras) y luego actuó en Portugal, Italia y Francia. Como a su gran amigo Carlos Gardel, la fama y la popularidad le abrieron también las puertas del cine.
Las reinas
El gran poeta Celedonio Flores, autor del clásico Mano a mano y que algo sabía de tango, escribió unos versos para Azucena que pintan su arte de cuerpo entero: “Cachá cuatro compases de un tango rante…/y el verso más lunfardo y asonante/de un poeta reo…/Metele unos pedazos de barrio bajo…/La bronca de un compadre que quedó en banda…/la curda de un porteño que de parranda/sale a tirar, alegre, manteca al techo;/mezclá todo con gloria, pasión y pena/¡y tendrás el retrato de la Azucena/la tanguera más grande que Dios ha hecho!”
Cuando la Ñata volvió de su gira de dos años por Europa se encontró con un panorama distinto. Ya no era la única mujer del mundo del tango sino que habían aparecido otras intérpretes que transitarían junto a ella esos años de oro de la música de Buenos Aires: Rosita Quiroga (pionera como ella), Libertad Lamarque, Ada Falcón, Tita Merello, Mercedes Simone y tantas otras.
En 1933 se estrenó la primera película totalmente sonora del cine argentino: Tango. En la presentación del reparto se ve de costado a Azucena cantando su célebre tango La canción de Buenos Aires y allí también hizo una extraordinaria interpretación de Botines viejos acompañada por la orquesta de Juan de Dios Filiberto.
Dirigida por Luis Moglia Bart, Tango fue también la primera película de Argentina Sono Film y permitió que el público conociera las caras de sus figuras favoritas del tango y el radioteatro. Los diarios de la época escribían que “más que una película, es una especie de jaulita dentro de la cual cantan las calandrias y los zorzales más mentados de la canción autóctona”, y hablaban de “las cuatro reinas” que participaban del film: Azucena Maizani, Libertad Lamarque, Tita Merello y Mercedes Simone. A ellas las acompañaban otras celebridades del momento como Pepe Arias, Alberto Gómez y Luis Sandrini. Fue un exitazo.
La Maizani luego haría una breve aparición en la película Monte criollo (1935), en su gira por Estados Unidos también protagonizó Di que me quieres (1939) y de regreso a la Argentina sería también la protagonista de Nativa (1940), entre otras participaciones, incluidos varios cortometrajes en los que cantaba tangos. Fue además una de las figuras más solicitadas de la radio: trabajó en Nacional, Belgrano, El Mundo… Una carrera prolífica. También firmó más de quince obras como compositora, entre ellos los famosísimos La canción de Buenos Aires y Pero yo sé, y registró aproximadamente 220 grabaciones de tangos de 1925 a 1959.
Amores y fracasos
Azucena cantaba con el alma canciones que hablaban de amores y fracasos de muchachas humildes de barrio, como ella. Porque aun envuelta en ese aire de mujer fatal, nunca abandonó el espíritu orillero y melancólico de sus orígenes. Su vida amorosa, además, estuvo siempre rodeada de dolor y oscuridad.
En 1928 se había casado con el músico Juan Scarpino pero el matrimonio duró apenas un año: tuvieron un hijo que murió a poco de nacer y no pudieron superar ese dolor. Al poco tiempo se enamoró del violinista y compositor uruguayo Roberto Zerrillo, quien la acompañaría en varios viajes por el interior del país y en su primera gira por Europa. Este amor tampoco prosperó y se separaron al regreso, en 1932.
Su tercer gran amor fue el compositor Rodolfo José María Caffaro, conocido con el seudónimo de Ricardo Colombres, quien oficiaba también como su representante. Esta relación tuvo un final trágico y escandaloso: él terminó pegándose un tiro después de que lo acusaran públicamente de haber estafado a Azucena, una historia que nunca se terminó de esclarecer. Hubo otros asuntos de la vida de la Ñata que quedaron envueltos en el misterio, como su supuesto romance secreto con Carlos Gardel y el padre desconocido de su hija.
En los años 40 y 50, Azucena trabajó en radio Argentina y viajó por varios países de América, entre ellos Chile, Uruguay, Brasil, Perú y Colombia. Comenzados los 60 su luz ya no era la misma pero mientras pudo siguió cantando en clubes de barrio y a veces en su propia cantina, El Olmo, en el barrio de Once.
En 1966 sufrió una hemiplejia, su salud se deterioró rápidamente y se retiró del mundo. Murió el 15 de enero de 1970, muy sola, casi en el olvido. Un final triste como sus letras.
“Yo soy el tango, señores”, dice la canción. Si hablamos de Azucena Maizani, es totalmente cierto.
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