La mujer tras el mito
Un libro de reciente aparición indaga en la personalidad y trayectoria de la gran Martha Argerich. Aquí, la reveladora anécdota que se narra en el prólogo
Cuando entra a la ciudad, la noche envuelve ya a Ferrara. Un auto fue a buscarla al aeropuerto de Venecia y, aunque es tarde, ella quiere respirar un poco, tomar un café en el bar desierto, desentumecer las piernas. Esta costumbre volvía loco a su ex marido, el director de orquesta Charles Dutoit. Ella replicaba riendo: "Ustedes, los suizos, tienen los relojes; nosotros, los argentinos, tenemos el tiempo".
La pianista pide que le abran las puertas del teatro para probar el Steinway. Parece complicado: siempre lo fue. Ella sólo trabaja bien cuando todo el mundo duerme, cuando los relojes se detienen y lo invisible se vuelve visible. Como dice uno de sus admiradores: en su reino, nunca sale el sol.
El pequeño teatro a la italiana de Ferrara está vacío. No llegó a tiempo para el ensayo. Seguramente, los jóvenes músicos de la Mahler Chamber Orchestra están cenando en alguno de los restaurantes de la ciudad. Al día siguiente, el 20 de febrero de 2004, interpretarán juntos el Concierto Nº 3 para piano y orquesta de Beethoven, que ella tocó una sola vez en público. De algún modo, Claudio Abbado logró convencerla esta vez. Ella confía en él. Comparten la música desde hace tanto tiempo... Cincuenta años ya: ¡una eternidad! Sin embargo, esa obra la pone nerviosa. Le gusta mucho, pero tiene sus reservas. "No es para mí", dice, hasta que el afán de ponerse en peligro puede más que sus reticencias. Empieza a tocar las primeras notas y hace una mueca de disgusto. Es como si hablara un idioma extraño. El piano se niega a colaborar: de él no puede esperar la menor ayuda. Bebe un sorbo de café hirviendo. La noche será larga. La asaltan ideas funestas.
La historia del castillo medieval de Ferrara es digna de los Atridas en Micenas. Allí decapitaron a una mujer por ser la amante del hijo de su marido, un príncipe mandó sacarle los ojos a su hermano porque su dulcinea elogiaba su belleza, un duque envenenó a su esposa porque sospechó que complotaba, y le cortó la cabeza a un sobrino demasiado ambicioso. Ella siente gusto a sangre en la boca y la invade la angustia.
Al día siguiente, la pianista se retuerce de dolor en su camarín. "No puedo", solloza. El público está en la sala. Espera. Hace semanas que se prepara para ese concierto. La inquietud llega hasta las galerías. ¿Tocará? Sus cancelaciones son famosas. Su carácter inestable forma parte de su arte, dicen los periodistas. Los micrófonos de la Deutsche Grammophon Gesellschaft se alzan sobre todo el escenario, como burlándose de sus temores. La prensa especializada ya ha anunciado la histórica grabación de un disco en vivo. Alrededor del camarín de la solista, los rostros se muestran consternados y transpiran de impotencia. El maestro Abbado llama a su puerta: desde que padece cáncer, su cuerpo es ligero, pero la llama que resplandece en sus ojos le recuerda a la pianista que la música le ha salvado la vida. Con su voz suave y nítida, tranquiliza a su colega. "¿Por qué tienes miedo, Marthita? ¡Sólo haremos buena música juntos!" Al verlo tan frágil y tan entusiasmado, ella olvida su miedo y sus manos dejan de temblar. Lo sigue a ciegas, como los niños del cuento de Grimm caminan tras el flautista de Hamelin rumbo a la gruta.
Al finalizar el concierto, la alegría del público estalla en veinte largos minutos de aplausos. La multitud se agolpa frente a la salida de artistas. "Es la más grande", murmura un joven muy emocionado.
Dos días más tarde, al escuchar la grabación del concierto, la pianista dice, con una expresión de fastidio: "Demasiado sofisticado". Sacude su abundante cabellera con aire fatalista. Es tiempo de pasar a otra cosa.
MARTHA ARGERICH
Editorial El Ateneo
Escrita por el periodista francés Olivier Bellamy, esta exhaustiva biografía da cuenta tanto del surgimiento profesional de la artista como de diversos aspectos de su vida personal