La mujer que Sarmiento siempre recordaría
- -Murió la Toribia.
El anuncio detuvo en seco al joven que recién llegaba, paralizándolo en el quicio de la puerta.
- -¿Dónde está mi madre? –preguntó, imperioso.
La hermana le indicó los fondos de la casa familiar.
- -En su cuarto, velándola.
Hacia allí dirigió sus pasos Faustino, dejando que el poncho resbalara de sus hombros, agobiados por la mala nueva.
¡La Toribia! La mujer que formaba parte de sus vidas, amasadas en el mismo pan de la necesidad. ¿Qué harían sin ella? ¿Y qué sería de sus muchos hijos?
Encontró a su madre inclinada sobre el camastro donde yacía serena, bañada la oscura tez por una luz celestial, la que había sido su criada, comadre y amiga; la mujer con la que doña Paula había reñido, conspirado para aumentar las escaseces de la despensa, hilado sayos para ganar monedas, y reído a veces, muy pocas, de cuestiones domésticas sin importancia.
- -Madre.
Paula Albarracín volvió hacia el hijo un rostro curtido de penas pero iluminado por una mansedumbre que no era sino empecinada resistencia. Las desventuras que enviase Dios vendrían con la fortaleza suficiente para encararlas.
- -La Toribia… –murmuró doña Paula, conteniendo en la mención de su nombre el cariño que prodigaba a esa mestiza que había sido su mano derecha y desempeñado todos los oficios posibles en el hogar de los Sarmiento.
- -Lo sé, madre –y Faustino posó su mano callosa sobre el hombro delgado de aquella mujer que los sostenía a todos, como la cumbrera sustentaba la techumbre del rancho puntano de su tío.
- -Recemos, hijo.
Él era poco dado a los efluvios religiosos, con el pesar de su piadosa madre, pero jamás le hubiese negado una oración póstuma a la Toribia. Ella los había criado, zurrado, embromado y entretenido con sus cuentos de correveidile de casa en casa. Los había consentido, cocinado sus dulces, cantado las nanas que sabía y lavado sus ropas.
El joven inclinó la cabeza repleta de pensamientos junto a la madre y oró en silencio.
Al salir del pequeño cuarto, notó que los pájaros habían cesado sus trinos en la enramada, y que un aire frío bajaba de los cerros, envolviendo a la higuera del patio en una niebla espesa como sudario.
- -Adiós, Toribia.
(Nota de la autora: en su libro "Recuerdos de provincia", Sarmiento, que en la partida de bautismo figura como Faustino Valentín, menciona con gran cariño a esta criada zamba cuya muerte prematura dejó "un vacío que nadie ha llenado después", y no sólo por la ayuda valiosa que les brindaba, sino por la amistad que su madre le profesaba)
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