La mujer que fue Robert Capa
Míralos, por último, en la terraza del Café du Dôme, con esas sonrisas que se hablan, la alegría que se desprende de un gesto amable o de una estupidez cualquiera, a esos dos solo les falta una nimiedad. Se ve a simple vista mirando esta fotografía, la luz uniforme en el perfil de André, el sol que le permite tener la cazadora abierta, un día de primavera tan hermoso que Gerda se ha quitado la chaqueta, o tal vez haya salido en manga corta, dado que la rue Vavin está a poca distancia, describe Helena Janeczek la imagen en blanco y negro que acompaña estás páginas y que es parte de La chica de la Leica (TusQuets), la novela que presentó en la última edición de Filba y en la que recrea la figura de Gerda Taro, la fotógrafa nacida como Gerta Pohorylle que junto con su colega y pareja, André Friedmann, creó la figura del mítico fotorreportero Robert Capa.
"Conocí a La chica de la Leica gracias a una exposición en Milán–reconoce la autora, que desde hace 30 años reside en esa ciudad italiana–. La historia que acompañaba cada una de las fotos tuvieron un fuerte impacto en mí. Compré la biografía de Irme Schaber, uno de los trabajos más profundos y completos que se han hecho de Taro. Todo lo que leía y veía sobre ella me parecía fascinante. La exposición que llegó a Milán exhibía más de ochenta fotografías de Gerda, la mitad de ellas eran inéditas, otras habían sido adjudicadas al Capa que correspondía a Friedmann en lugar de Taro".
Entonces, Janeczek estaba abocada a Las golondrinas de Monteccasino, la novela en la que narra una de las batallas más cruentas de la Segunda Guerra Mundial. No imaginaba siquiera que Taro se transformaría en el personaje de su otra historia, pero la insistencia en aquellos que preguntaban cómo iba a escribir sobre la guerra siendo mujer la llevó a tomar una decisión. "Mi primera intención fue la de escribir sobre una mujer que tuvo una experiencia directa con la guerra –reconoce–. Me interesaba meterme, indagar en lo que ocurre con aquellas que tienen contacto directo con la guerra y que buscan ir más allá. Gerda, además, creció en un ambiente familiar similar al mío. Sus padres también eran de ascendencia judeo-polaca, fumaba y se le daban muy bien los idiomas –aclara Janeczek, que habla alemán, italiano, francés, inglés, castellano y un poco de polaco–. Al descubrirla me di cuenta de que estaba ante una mujer que no respondía a ningún estereotipo, y eso me resultó totalmente fascinante".
Al indagar en los datos biográficos uno puede leer que Gerta Pohorylle nació en Stuttgart, Alemania, el 1° de agosto de 1910 y se crio en Leipzig, una ciudad moderna y burguesa. Tenía 23 años cuando Adolf Hitler ganó las elecciones en 1933, lo que generó un fuerte impacto en su vida. Al mes y medio de que Hitler llegara al poder, Gerda fue detenida y encarcelada por repartir panfletos antifascistas. Al recuperar la libertad, huyó a París junto con su amiga Ruth Cerf, unos de los personajes a los que Janeczek da voz para construir y también deconstruir al mítico personaje protagónico de La chica de la Leica. Ya en las tierras francesas, Gerda integra los círculos de refugiados y sobrevive haciendo diversos trabajos, como niñera, camarera, mecanógrafa y más tarde como secretaria en la agencia Alliance Photo.
Estaba satisfecha de poder ir tirando con su trabajo de mecanógrafa, pero se sentía alienada, se aburría. Y, sobre todo, no podía soportar tener que trabajar en negro, a merced de cualquiera que pudiera presentar la explotación como un favor y quitarle su trabajo en cualquier momento, destaca Janeczek en la novela en la que reconstruye la vida de Gerda a través de la mirada de Willy Chardack y Georg Kuritzkes, dos médicos que combatieron en las Brigadas Internacionales y en la voz de Ruth, su mejor amiga. Desde el relato, Helena Janeczek quiso romper y apartar la mirada del título con el que cargó Gerda durante mucho tiempo: "la novia de Robert Capa"; tampoco se interesó en colocarla como un símbolo feminista. "De hecho, no creo que ella se viera de esa manera –reconoce–. Era una mujer libre, y si hay una búsqueda feminista en mi libro, fue la de liberarla de los estereotipos".
Conocer al emigrante húngaro André Friedman, en septiembre de 1934, fue un cambio radical en su vida. Quería saberlo todo acerca del mundo de la fotografía. Uno de los mayores aciertos de la novela de Janeczek es la recreación del contexto en el que se mueve Gerda, un período de entreguerras donde los jóvenes vivían con intensidad su compromiso social y político, donde el universo visual tenía gran protagonismo. "La fotografía era algo que los jóvenes habían naturalizado, el precio de las cámaras ya no era inalcanzable –apunta la escritora en un generoso castellano–. La fotografía se convirtió en una forma de ganarse la vida con cierta independencia, y eso era lo que buscaba Gerda".
No basta con ser puntual y todo eso. Hay que contar con los nombres adecuados, y si no, hay que crearlos. ¿O acaso te crees que un jefe de redacción sabe distinguir la simple bondad de una imagen? En raras ocasiones. La fotografía está hecha de nada, es pura inflación, mercancía que expira en un día. Es cuestión de saber cómo venderla, pone en la voz de Gerda la creación de Robert Capa, el nombre que haría historia en el mundo de la fotografía. Es tan estadounidense como Frank Capra –aclara Gerda–, compatible con esa cara (se refiere a André). Basta con que piquen los franceses. Janeczek recrea el momento e imagina el bautismo que propone el húngaro a Gerda: "Pohorylle, voilá, desde hoy será Gerda Taro (juego de palabras que recuerdan a Greta Garbo)".
Los diálogos ficticios que se cuelan en La chica de la Leica son para Janeczek ciertamente un atrevimiento. "Todos están armados a partir de datos históricos, comprobados luego de hacer un intenso trabajo de investigación. Todas las situaciones recreadas parten de bases reales, verosímiles", asegura la autora, en una maniobra por colocar un nuevo cigarrillo en su vaporizador.
Coincidiendo con el estallido de la Guerra Civil Española, Taro deja su puesto en Alliance Photo para empezar a trabajar como fotógrafa profesional. Es ella la que le propone a André hacer el viaje a España e internarse en el conflicto. A diferencia de otras parejas, como Man Ray y Lee Miller, la de Robert Capa no forjó la clásica relación de artista/musa; al contrario, Gerda Taro cobró vuelo como la partenaire ideológica de Capa. Ella, como bien se destaca en diferentes biografías, comenzó fotografiando la revolución y acabó registrando la guerra; pasó de mostrar la realidad a testimoniar el acontecimiento, simbolizando y vehiculando con sus imágenes las necesidades de la República. En este punto también hace hincapié el análisis de la International Centre of Photography (ICP), de Nueva York, donde se conserva el archivo de la pareja, al señalar que Taro desarrolló su propio estilo en imágenes y en detalles que dejan entrever el ambiente de un pueblo entregado a la causa antifascista. François Maspero, en su libro titulado La sombra de una fotógrafa, señala: "Todo en ella es política. Su vida, su comportamiento, sus fotos".
Eran años convulsionados, de jóvenes politizados que abrazaban sus causas, de un lado y de otro. "Había un fuerte compromiso –reflexiona la autora–. Fueron muchos los que de otras partes del mundo se sumaron como brigadistas internacionales por la causa en la Guerra Civil Española. Sin embargo, no busqué quedarme en el registro de un tono épico e idealista, tampoco quise mostrarlos como héroes. Me detuve en las relaciones más humanas, en sus grises".
A comienzos de 1937 y luego de rechazar la propuesta de matrimonio de André, Taro consiguió su propio contrato con Ce Soir. Pronto, su trabajo en solitario pudo verse publicado en Regards, Life, Illustrated London News y Volks-Illustrierte, la edición en exilio del famoso AIZ (Arbeiter-Illustrierte Zeitung). A pesar de la distancia amorosa, Capa (André se quedó con el nombre) y La Pequeña Rubia, como la apodaban, siguieron trabajando juntos. Uno de los últimos encuentros fue el de fotografiar la fallida ofensiva leal del Paso Navacerrada, que Ernest Hemingway, amigo de ambos y brigadista internacional, inmortalizó en Por quién doblan las campanas. El 6 de julio de ese mismo año, Taro continuó sola hasta Brunete, al oeste de Madrid. La propaganda fascista dio a conocer que la aldea estaba bajo el control nacionalista, pero las imágenes de Taro demostraron que los republicanos los habían obligado a retirarse. Sus imágenes fueron celebradas en el mundo. Las imágenes de Taro cobraban protagonismo. Días después, la muerte la sorprendería cerca de esa comunidad. El 25 de julio, un tanque la arrolló mientras huía del avance de los franquistas. Faltaban cuatro días para que cumpliera 27 años.
Su cuerpo fue trasladado a París, donde los movimientos de izquierda la recibieron con honores. Un histórico cortejo fúnebre recorrió las calles francesas hasta el Cementerio del Pére-Lachaise. "El funeral fue una manifestación espectacular de solidaridad internacional con la España republicana", destaca Irme Schaber en la biografía.
La Guerra Civil Española mata a su primera fotógrafa, tituló la revista Life. A pesar del impacto de la noticia, su nombre pasaría a un segundo plano y pronto sería "la novia del más importante fotógrafo de guerra" y muchas de sus fotos pasarían a ser de Capa, como la conocida Muerte de un miliciano, de la que aún hoy se debate su autoría. A Taro, como bien señala François Maspero, le correspondió "el peor de los destinos que puedan correr las sombras: el de no ser, siquiera, su propia sombra sino la de otros". El mundo se olvidó muy pronto de Gerda Taro, y para la escritora nacida en Alemania, una de las razones de esta omisión es claramente política. "Era la comunista de la dupla Capa".
El hallazgo en 1995 de lo que se dio a conocer como la Maleta Mexicana fue clave para la recuperación y revalorización del trabajo de Taro. La historia dice que Robert Capa abandonó París en 1939, antes de que los alemanes ocuparan la ciudad. En su estudio dejó tres cajas que contenían 4500 instantáneas tomadas durante la Guerra Civil Española por él mismo, Gerda y David Seymour Chim. Desde allí emprendieron viaje a México, navegando en la maleta del general Aguilar rumbo a permanecer ocultos durante más de 70 años. Este material se dio por perdido hasta que reapareció en ese país y da cuenta de imágenes que permitieron seguir los pasos de los tres fotógrafos por la España en guerra.
"Veo en sus ojos el alborozo del peligro, la sonrisa de la juventud inmortal, dinámica, valiente, tal vez inconsciente, pero en cualquier caso decidida e irresistible", escribió el poeta Rafael Alberti, amigo de esta mujer libre y comprometida, la misma que le enseñó a usar la cámara y apasionarse por la fotografía.
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