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Una cualidad determinada puede expresarse desde temprana edad y hasta la más extravagante o rara de ellas, como sucede con un talento específico, cuando es explotado desde joven no solo puede pulirse, puede llegar a transformar a la persona en un especialista en la materia.
Lyudmila Pavlichenko es uno de esos casos. Desde muy chica demostró y pulió su destreza deportiva y con apenas 14 años se destacó en el club de tiro.
Ya siendo una adolescente, con 16 años y cursando su último tramo de la escuela secundaria, conoció y contrajo matrimonio con Alexei Pavlichenko, un estudiante de medicina con quien ese mismo año tuvo su primer hijo, pero la relación no funcionó y al poco tiempo se divorció.
Corría 1941 y Lyudmila -que se encontraba cursando historia en la Kiev State University- ante las noticias sobre el lanzamiento de la llamada “Operación Barbarroja” creada por Hitler para invadir los territorios soviéticos, sintió la llamada del deber y se presentó como voluntaria para ser parte del Ejército Rojo.
Por entonces, la joven contaba con 25 años y, ante la negativa de las autoridades de ser parte del ejército por ser mujer, les demostró que no solo había recibido entrenamiento militar básico en una escuela de Kiev sino que también era una excelente tiradora, había ganado la Insignia de Tiradora de Voroshilov en torneos regionales. Pero no resultó: los reclutadores firmes en su posición quisieron convencerla de que se convirtiera en enfermera, pero ella no dejó de insistir. Y tanta perseverancia dio sus frutos, le entregaron un rifle y le asignaron una misión: eliminar a dos soldados rumanos.
La joven que quería luchar contra los nazis
El resultado fue: dos balas, dos muertos y sin que nunca supieran de dónde habían venido los proyectiles. Esas fueron sus dos primeras víctimas y el pasaporte para que Lyudmila Pavlichenko fuera aceptada - por fin-como francotiradora del ejército. Con ese nuevo rol fue trasladada fuera del país, algo que la entusiasmó y marcó su nuevo rumbo: embarcase con destino a las líneas de batalla de Grecia y Moldavia.
Durante sus primeros dos meses en la guerra estuvo en el frente de batalla de la ciudad de Odesa, con un desenvolvimiento memorable: se le registraron 187 bajas enemigas, lo que le valió un ascenso a teniente.
Obligados a retirarse, su unidad fue trasladada a Sebastopol, en la península de Crimea, donde la cifra de alemanes muertos por su Tokarev SVT-40 semi automático ascendió a 257. No había dudas ya de su destreza. Y como ella recordó en su autobiografía titulada " Lady Muerte”: “No podía salir de mi asombro, los soldados alemanes parecían borrachos. Por entonces había desarrollado mi método favorito de disparo: dar al enemigo entre los ojos y la sien”.
Para mayo de 1942 Lyudmila ya era una estrella en las filas soviéticas, y también fuera de su país, tanto que en la ciudad de Sebastopol, mantuvo decenas de duelos con francotiradores nazis enviados específicamente a matarla. Pero en junio de 1942 un mortero nazi la alcanzó y el fuego le originó graves heridas por las que debió abandonar el campo de batalla.
Quizás para preservarla o quizá por su condición de mujer, una vez sana le prohibieron regresar. Pero el reconocimiento llegó igual y le otorgaron la estrella dorada de Heroína de la Unión Soviética, la mayor condecoración.
Para conseguir apoyo y para el envío de más tropas a Europa -y también como propaganda- Stalin la envió a EE.UU. y Gran Bretaña. La nombró comisaria diplomática de los soviéticos y emprendió una serie de viajes publicitarios entre los aliados que combatían la Alemania nazi.
Franklin Delano Roosevelt la invitó a su despacho y la transformó en la primera persona soviética en ser recibida por un presidente estadounidense. En esta visita, también entabló una relación diplomática con la primera dama, Eleanor, realizando una gira por el país norteamericano donde se dedicó a contar sus hazañas y también militar en contra del machismo.
“... me propuse demostrar que una niña también podía hacerlo”, contó durante la gira por EE.UU. Para la prensa de la época, una mujer comunista y francotiradora era lo más parecido a un demonio, razón por la que la prensa estadounidense la maltrató usando todo tipo de agravios.
La leyenda indomable
Una vez le preguntaron si usaba maquillaje para ir al frente en la guerra. Ella respondió: “No había ninguna regla que lo prohibiera. ¿Pero quién tiene tiempo de pensar en cuánto brilla su nariz en medio de una batalla?”.
Convertida en leyenda sus anécdotas se multiplicaron. Quizás la más grande de ellas es sobre su encuentro con Charles Chaplin: “Es increíble que estas manitas hayan matado nazis, hayan segado sus vidas por centenas sin fallar”, se cuenta que dijo el actor.
Cuando la guerra terminó, finalizó la carrera de historiadora en la Universidad de Kiev. Entre 1945 y 1953 fue ayudante del Cuartel General Principal de la Armada Soviética y después fue miembro activo del Comité Soviético de Veteranos de Guerra.
“Hombres no sé, fascistas 309″
Lyudmila Pavlichenko trabajó hasta el final de sus días en el estado Mayor de la Armada Soviética y aunque no fue la única mujer en servir como francotiradora soviética en la Segunda Guerra, fue la más efectiva y temible de la historia con 309 bajas confirmadas.
Falleció un 10 de octubre de 1974, a los 58 años, con una carrera famosa. Una de sus frases más memorables fue la que dio cuando le preguntaron cuántos hombres había matado. Ella dijo: “Hombres no sé, fascistas 309″.
Madeleine (Die Toten Hosen)
Oh Madelaine, no soy de esos,
qué tan fácil pierden su corazón.
Pero creo, que ambos encajamos bien,
eso lo sentí justo mientras bailábamos.
Y tampoco tengo ningún prejuicio,
fue fenomenal que nos encontráramos.
Es mi primera vez en Lüdenscheid.
y yo quiero dormir contigo.
Te quiero, yo te quiero,
pero no antes de saber:
¿Hay algún nazi
entre tus amistades?
Tú ya sabes que hay hombres,
que por ello reaccionan susceptiblemente
No tengo muchos amigos
y no los quiero perder.
De esto hay ligeros y tontos rumores
y algo así no debe ser necesario.
Y es sólo una pregunta
tú simplemente dices, “si” o “no”.
Perdóname, estas palabrerías
casi arruinan el ambiente.
¿Dónde están los condones?
Tú tienes una piel súper suave.
Y ahora puedes decirmelo,
sólo para que yo lo sepa:
¿Hay algún nazi
entre tus amistades?
Te quiero, yo te quiero,
pero no antes de saber:
¿Hay algún nazi
entre tus amistades?