La moda también es entretenimiento
Hace algunos años presencié una charla, en los Estados Unidos, acerca de lo que allá se conoce como fast fashion (un término que refiere a la estrategia empresarial de introducir colecciones enteras que siguen la tendencia mundial, pero fabricadas de una forma rápida y barata). Recuerdo que el orador sentenció que el problema de muchas marcas, hoy, es que no tienen, básicamente, ni la menor idea de cuál es su verdadero negocio. Entonces, nos preguntó cuál pensábamos que era el negocio de Zara, el gigante español que aún cosecha suspiros. Algunos lanzaron la respuesta más obvia: prêt-á-porter. Otros optaron por cierto grado de refinamiento: "Tendencia accesible". Pero la respuesta correcta no fue otra que "logística". Ante un auditorio sorprendido, el orador trajo a la mesa un segundo caso: el de Selfridges, la tienda departamental más épica de Inglaterra (o del mundo). ¿Quién hubiera imaginado que su verdadero negocio sería el entretenimiento? Y explicó: "Si Selfridges quiere captar gente y retenerla en su local, tiene que entretenerla. Y de paso, venderles algo".
Esta suerte de abordaje lateral al problema de definirnos como personas o marcas siempre me quedó resonando. Y el último jueves cobró sentido local cuando Naima y Alcorta Shopping desandaron años enteros de rutinas. Por segunda vez consecutiva (la primera fue en agosto de 2013, con Jazmín Chebar), el shopping de Salguero recibió no sólo la apertura de BAFWeek o un desfile corriente, sino un verdadero espectáculo de dimensiones colosales, en el pasillo central del primer piso.
Diez de la noche. Una multitud se concentraba en las escaleras mecánicas de la planta baja. De fondo se podía ver y escuchar gente trabajando. Mucha gente. Claro, si tenían que transformar una locación en destino en menos de una hora (el shopping había cerrado, como de costumbre, a las nueve).
Al entrar, lo más impresionante era el decorado: todos los locales, menos el de Naima, estaban forrados por un telón verde hasta el piso, obligándolo a uno a concentrarse sólo en la auténtica selva amazónica que la ambientadora Gloria César había dispuesto en las paredes y techos del shopping.
Las dos primeras filas de sillas doradas se ocuparon rápidamente por celebridades y referentes del mundo de la moda. En el segundo piso, balconeando, se ubicaron diversas clientas y amigos de la marca.
En silencio, inauguraron la pasarela un grupo de bailarinas del Teatro Colón, con danzas bastante sensuales. Luego, unos percusionistas se sumaron con tambores étnicos. Las 30 modelos, a su turno, irrumpieron con vestidos de seda, monoprendas y trajes de baño de colores estridentes. El cierre estuvo a cargo de la supermodelo brasileña Kamila Hansen, que inmortalizó el momento con una túnica coral.
Pero eso no era todo. A las doce de la noche, los invitados se trasladaron al círculo central del shopping -donde normalmente hay un restaurante- para festejar el cumpleaños de la mismísima Naima con un banquete a cargo de Jean Paul Bondoux y su estimado catering Cuisine du sud. La bartender Inés de los Santos, mientras tanto, repartía tragos tropicales y el DJ Richie Menendez dejaba su característica huella musical.
Cuando me fui, la fiesta recién estaba asomando, en lo que se reconoce como una noche atípica para la industria de la moda. ¿O del entretenimiento?