John Dickie, autor de ‘La Orden. Una historia global del poder de los masones’, analiza y desmitifica la importancia del movimiento a lo largo de los siglos y repasa la lista de notables que han militado en sus filas
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Que en 1969 el astronauta Buzz Aldrin fundase una logia en la Luna no le parece nada extraño a John Dickie (58 años, Dundee, Reino Unido), autor de La Orden, Una historia global del poder de los masones (Debate, 2022). Al contrario, sostiene que su creación prueba “la confianza y el orgullo” que mostraban hacia Estados Unidos y que muchos cosmonautas pertenecían a esta sociedad secreta creada en Escocia en el siglo XVIII. “Tiene un sentido irónico, pero es un hecho que los astronautas llevaban banderas de seda [del mismo material que los mantones masónicos] en sus misiones espaciales y que ahora se muestran en los museos masónicos”, asevera.
Al autor, entre otros libros, de best seller Cosa Nostra (2006), tampoco le resulta chocante escribir casi 500 páginas muy documentadas de unas logias cuya clave fundacional reside precisamente en el secretismo. “Es una paradoja generada por ellos mismos y por gente externa. Sus secretos no han sido realmente secretos. La gente les tenía miedo, sobre todo la Iglesia católica, porque pensaban que querían engañar a los demás y que guardaban siniestros arcanos. Cuando John Coustos, un joyero londinense de 40 años, fue torturado por la Inquisición portuguesa en 1743, lo reveló todo, pero sus captores no creyeron que les estaba diciendo la verdad, porque los supuestos terribles secretos guardados resultaban muy banales”.
Dickie afirma que el gran secreto oculto de los masones es que “todos vamos a morir”. Los tres grandes grados o niveles masónicos se resumen, continúa, en “ser una buena persona, intentar un mundo mejor y que la muerte es algo muy serio sobre lo que hay que reflexionar. Solo eso”. El escritor e historiador escocés sostiene que el elemento que cohesiona a la hermandad no es tanto el conjunto de secretos como el oscuro ceremonial que la rodea y “la sensación de unión”. Cree, no obstante, que los ritos, que incluyen el rasgado de vestiduras, entrega de símbolos, arrodillamientos o juramentos, “no hay que tomarlos de manera literal. Si así lo hiciésemos, tendríamos que entender que la comunión de los católicos sería canibalismo propiamente dicho. Y a nadie se le ocurre tal cosa”.
El escritor, que es profesor de Estudios Italianos en el University College de Londres, sostiene que el enfrentamiento entre la Iglesia y los masones hunde sus raíces el siglo XVIII, un momento de importantes luchas religiosas. “Para entender la masonería hay que considerarla una religión de segundo orden, porque sus miembros pueden pertenecer a cualquiera de ellas. No se puede ser ateo. La muerte es un elemento fundamental de las religiones y los rituales masónicos incluyen sus símbolos, así como los de la resurrección. Como dijo el filósofo Bertrand Russell: ‘La religión gira sobre el miedo a la muerte’. Lo masónico también”.
El historiador cree que el gran error del papa Pío IX fue dar a los jesuitas “un papel crucial” en su lucha contra los masones al ponerlos al mando en 1850 de la revista Cività Cattolica, una publicación concebida para difundir el mensaje de la Santa Sede entre el mayor número posible de lectores. “Porque los jesuitas se convirtieron así en el enemigo número uno de los masones. Eso les dio mucha visibilidad a estos últimos y les confirió importancia mayor de la que tenían como sociedad secreta. La Iglesia católica estaba, en aquellos momentos, traumatizada por las revoluciones en Europa que ponían en duda los valores seculares. La respuesta de los jesuitas fue culpar a los masones de todos los males del mundo e inventar una conspiración. La masonería estaba encantada con la relevancia que se le daba”.
El libro de Dickie pone sobre la mesa las contradicciones de los valores universales de la masonería con las acciones, a veces brutales, de sus integrantes. Por ejemplo, el presidente norteamericano Harry S. Truman, masón, ordenó el lanzamiento de la primera bomba atómica y provocó cientos de miles de muertes de civiles. “Los masones fueron cruciales para el Imperio británico y en todos los crímenes que se cometieron. Apoyaron también un programa antisemita mucho antes de que Hitler llegara al poder. Hay muchísimos más ejemplos, como la división por niveles sociales, su tradición antiafricana en Estados Unidos o la exclusión de las mujeres. No obstante, la masonería toma muchos principios de la Ilustración: la sociedad moderna, la transparencia, la igualdad entre personas, los derechos humanos. Es una enorme paradoja”.
Dickie -”lo he contrastado en los archivos”- ofrece multitud de nombres de personajes históricos que han pertenecido a las logias de medio mundo. Menciona a Garibali, Bolívar, Washington, Conan-Doyle, Gothe, Oscar Wilde, Sibelius, Peter Sellers, Newton, Oliver Hardy, Walt Disney, Buffalo Bill, Nat King Cole, Mozart, Haydn... “Su pertenencia está más que comprobada. El problema es si eran masones porque eran importantes o eran importantes porque eran masones. A los masones les encanta alardear de ellos, pero está claro que Winston Churchill, por ejemplo, no tenía tiempo para asistir a las obligadas reuniones. Pero era una excepción, por eso él dejaba que se utilizase su nombre como uno de sus integrantes. Los casos de Mozart o Hayden resultaban distintos, la francmasonería formaba parte de su cultura ilustrada. Su misión en la vida era seguir los objetivos de la masonería”.
La masonería, según el británico, ha influido en movimientos y grupos tan dispares como el Ku Klux Klan o la mafia. “La masonería es todo en la historia del mundo occidental. La mayoría de la gente piensa que estaba en todas partes conspirando, pero es solo un modelo organizativo, una hermandad que está formadas por células locales, las logias, que forman una red más amplia. Esa idea de interconexión es muy contagiosa y por eso fue adoptada por grupos criminales como la Mafia siciliana, el Ku Klux Klan y, por qué no, por la Iglesia mormona o los Rotarios, que han imitado muchos de sus rituales. Todos tienen un ADN masónico”.
Dickie no puede asegurar que Francisco Franco -”no lo he encontrado, aunque haya gente que lo sostenga”- fuese masón, aunque sí que su hermano Ramón lo intentó y no fue admitido. El escritor piensa que el dictador creía firmemente en la conspiración judeomasónica. “Era un conspiranóico”, pronuncia trabajosamente esta última palabra en español porque recuerda que en inglés no existe, pero resume muy bien una actitud vital. “Franco representaba la culminación de una larga tradición de enfrentamiento entre los valores seculares y los religiosos, muy importantes en España, Italia y Francia a finales del XIX y principios del XX”.
El historiador recuerda que, tras la Revolución Francesa, los valores se habían invertido, lo que dio pie a las modernas teorías conspirativas para explicar el cambio. “La idea de que había una élite culta que manejaba los hilos de la sociedad tradicional, eso era la francmasonería, se vuelve muy contagiosa en Europa y se fusiona con el antisemitismo católico. Así se origina la falsa imagen de una plutocracia judía que maneja el capital y que quiere socavar la sociedad junto a los francmasones. Es una idea que adopta la extrema derecha, como Hitler, y la extrema izquierda, como los bolcheviques. Franco asumió esa tradición, porque era el más católico de los dictadores europeos. Se consideró heredero de esas guerras culturales y se convirtió en el mayor defensor de la teoría de la conspiración”.
Dickie, que deja claro que no es masón, da una razón de peso para no haber entrado en una logia. “No podría serlo porque soy ateo y para ser masón tienes que creer en Dios, en un ser supremo. Mi abuelo, en cambio, sí lo era porque era una persona para el que la ética era muy importante. Una cosa que choca cuando se le pregunta a uno de sus integrantes qué significa para ellos la francmasonería es que sus ojos se empiezan a humedecer y te das cuenta de la importancia del sentimiento de pertenencia a una logia, de que están intentando alcanzar algo en la vida y la metáfora de pertenecer a un grupo con valores parecidos a los antiguos albañiles que levantaron iglesias y catedrales en el Medioevo. Han cometido muchas hipocresías, pero tengo respeto hacia ellos”.
Dickie se muestra seguro en sus respuestas en el Ateneo Madrid, donde se realizó esta entrevista, un edificio lleno de símbolos masónicos. Para todas las preguntas tiene una respuesta exacta, excepto cuando se le inquiere sobre cómo es posible que, si para los masones la simbología es fundamental, el pub inglés donde se creó la Gran Logia en 1717 -Goose and Gridiron- fuese derribado y no lo impidieran. “Imagino que será por una razón tan ridícula para los masones como su valor inmobiliario”, ríe el hombre que señala a Henry Ford, William Lever, el pionero de los detergentes industriales, o Cecil Rhodes, el magnate de la minería mundial, como masones ejemplares.
por Vicente G. Olaya
©El País, SL
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