Peter Lanzani está sentado en un bar cuando el ventanal que da a la calle se tiñe de rojo; la escena de Argentina 1985 se hace famosa y la mesa del bar El Balón también.
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En una de las escenas de “Argentina, 1985″, la película sobre el Juicio a las Juntas, el fiscal Luis Moreno Ocampo (protagonizado por Peter Lanzani) está ubicado en una mesa de un bar cerca de un gran ventanal. Mientras conversa con una joven y toma nota de diferentes testimonios de los casos, desde la calle, le arrojan a la ventana una bomba de pintura roja a modo de amenaza.
Todos los comensales se sorprendieron tras el impacto y, rápidos de reflejos, saltaron de sus asientos. De fondo se oyen murmullos y la radio. Como la secuencia es breve prácticamente la locación no se logra distinguir, pero los habitués reconocen enseguida que se filmó en un clásico porteño: “El Balón”, situado en la esquina de Av. Gaona 3199 y Bolivia, en Villa General Mitre. Desde la década del 50 es un ícono del barrio y ahora su fama traspasa fronteras con la nominación en los premios Oscar a “Mejor Película Extranjera”.
“Para nosotros es un orgullo que hayan elegido el bar para grabar el film y hoy representar a Argentina a nivel internacional. Con la nominación en los Oscar es una locura la cantidad de gente que se acercó a preguntar si era acá la escena. Los que recién nos descubren entran sorprendidos y le sacan fotos al letrero de neón de la barra. La mayoría quiere sentarse en esa mesa, se transformó en la más codiciada”, afirma Diego, hijo del español Don Lino Rosales, quien estuvo al frente de “El Balón” hasta sus longevos 91 años. “Papá era un crack y el alma mater de este local. Él aseguraba que el bar era su vida. Siempre lo ibas a encontrar detrás de la barra con una sonrisa o charlando con los clientes”, reconoce, emocionado y comienza a relatar su historia.
Desde las afueras de Asturias a Argentina
Don Lino Rosales era oriundo de Vallina, un pequeño pueblo ubicado al norte de la península, a las afueras de la provincia de Asturias, España. De pequeño se crió en el seno de una familia humilde y numerosa: eran diez hermanos. Para subsistir cosechaban la tierra y criaban animales. “La posguerra fue muy difícil. Escaseaban los alimentos y ellos hacían malabares para que no les faltara el pan. Mi padre me contaba que el azúcar era un lujo. Como él era uno de los mayores siempre estaba pendiente de que sus hermanitos no pasaran hambre”, rememora. A los diecisiete años iba a comenzar a trabajar como minero, para ayudar económicamente a la familia, pero su madre le dijo: “¡Antes de irte a la mina, prefiero verte partir con el mundo por delante. Vete a hacer la América”.
Lino escuchó el consejo y lo repitió “como un mantra”. A fines de 1952 preparó su liviano equipaje, repleto de recuerdos y sueños, y abandonó su querida tierra. Se despidió de su familia con un nudo en la garganta, no sabía si los volvería a ver. “Había sucedido algo con el barco y tuvo que viajar en avión. Tardó más de 36 horas e hizo varias escalas”, detalla su hijo. En Buenos Aires lo recibió un tío y enseguida consiguió empleo en una lechería y luego en un almacén en Barrio Parque. Al principio le costó adaptarse: extrañaba mucho a los suyos. Por las noches se cobijaba con las sábanas de su cama y se largaba a llorar. Tiempo después comenzó a trabajar de mozo en un bar por la Avenida Callao en la zona de Congreso, que estaba ubicado enfrente a una conocida peluquería. Lino solía servirle cafés a las esposas de políticos y personalidades de la farándula. La chispa de la gastronomía se encendió y no se apagó jamás.
La medida de la cerveza
Tiempo después, le surgió una desafiante oportunidad: asociarse en la concesión de un bar en el barrio de Villa General Mitre. Él ya se sentía capacitado y con la experiencia necesaria. No dudó. Se embarcó en el proyecto junto a otros colegas españoles: Ángel, Nieto, Julio y Fernández. Dicen que antiguamente en la década del 40 allí había un almacén de barrio y una casona antigua. Luego, arrancó su etapa de restaurante y cantina. Desde aquella época ya lo llamaban “El Balón”. “Cuando papá arranca la nueva sociedad en septiembre de 1955 le mantienen el nombre. Muchos nos preguntan si tiene algo que ver con el fútbol, pero en realidad es por la medida de la cerveza tirada que se sirve en una copa con forma ovalada”, señala. Por su carisma y conversación, Lino arrancó a “comerse la cancha” como camarero. “Andaba de acá para allá con la bandeja repleta de cafés, medialunas, cervezas y minutas. Se acordaba de todos los pedidos de memoria. Le encantaba charlar con todos los clientes. Con la mayoría cosechaba relaciones de amistad”, cuenta Diego y se enorgullece cada vez que menciona a su padre.
Con el boca a boca, el bar comenzó a crecer y a posicionarse en el barrio. Estaba prácticamente abierto las 24hs: desde las 6 de la mañana hasta pasadas las 4.30 de la madrugada. Como todo iba viento en popa, en la década del 60 realizaron su primera remodelación: se amplió el salón, anexó un local de al lado (que se transformó en “reservado”) y agrandó la cocina. Las paredes se vistieron con mosaicos de colores (marrón, amarillo y celeste) y en la barra apareció en icónico cartel de madera y neón verde, que con los años se transformó en su marca insignia. También llegaron los toldos de la vereda.
“No hay como la cerveza de El Balón”, se escuchaba recomendar a los habitués. La bebida tirada (fresca y con la espuma justa) se transformó en un éxito sin precedentes. “Se formaban colas en la puerta del negocio para esperar a que se libere una mesa. Era impresionante la cantidad de gente que venía. Antes a la vuelta estaba el cine “El Grand Prix” y después de ver una película el bar era el lugar elegido. Un caluroso verano batieron récord de ventas de cerveza en toda la ciudad: más de mil litros en un fin de semana”, asegura. En sus “épocas de oro”, en promedio por semana, vendían entre 7 a 8 barriles de 50 litros. Por la tarde, la barra estaba repleta de parroquianos bebiendo vermut, moscato o grappa. La cerveza tirada salía sin parar: tanto el balón de 330cc como el “Super Balón” de 450cc. El piso de granito gastado es un fiel testigo de las pisadas y corridas de los mozos, apresurados por entregar en tiempo y forma cada pedido.
Abundantes picadas y salchichas ahumadas
Las abundantes picadas se transformaron en la vedette de la casa y las papas fritas (caseras) “con papa de verdad” conquistaron corazones. La lista de las “porciones en platitos” comienza con jamón crudo, queso gruyere y azul; berenjenas al escabeche; salchichas, leberwurst, maní, pasando por las milanesitas cortadas en cubos; entre otros. A Don Lino le gustaba ofrecer variedad, cantidad y la mejor calidad. Hoy, continúa la segunda generación con su legado.
Otro de los clásicos de todos los tiempos son las salchichas de viena semi ahumada acompañadas con sus icónicas “papas mayonesa” (se sirven frías con mayonesa, mostaza y algún “secretito”). Los clientes se desviven por este manjar. Su bife de chorizo es muy codiciado, así como la tortilla de papas. Está la versión clásica o “a la española” con chorizo colorado. La carne al horno, la milanesa napolitana y las rabas, también están en el podio. De los sándwiches, el preferido es el de jamón crudo y queso en pan francés. Además, tienen variedad de pizzas caseras y empanadas (fritas o al horno). Desde las clásicas como la napolitana y fugazzeta hasta la inigualable “Gran Balón” con mozzarella, jamón, tomate, huevo, longaniza, cebolla, morrón y aceituna. Como buen bodegón también pican en punta las pastas (ravioles, canelones y ñoquis); las supremas de pollo y la merluza napolitana. Para el momento dulce, el budín de pan es el rey. Lo preparan con la receta de Josefina, la mujer de Lino. Otros predilectos son el clásico flan o los panqueques con dulce de leche.
“Yo siempre digo que el bar para mí es un hermano más”, afirma Diego, quien junto a sus tres hermanos Liliana, Daniela y Maximiliano, vivieron toda su infancia en el barrio: su hogar estaba a 50 metros de la cervecería. Los fines de semana pasaban a saludar a su padre y durante las vacaciones de verano colaboraban con algunas tareas detrás de la barra. “Tuvimos una infancia muy linda. El bar para nosotros era la extensión del patio de casa. Veníamos a ayudar y cargar las heladeras con los cajones de bebidas. Pero la parte más divertida del programa era ir al sótano y jugar a los “sifonazos”. Corríamos de un lado para el otro”, relata, entre risas. Aunque todos estudiaron y se dedicaron profesionalmente a otros rubros, siempre estuvieron ligados a la gran pasión de su padre. “Es un emprendimiento familiar y todos desde nuestro lugar aportamos algo”, agrega.
Andrés Perrotta, quien está casado con Liliana una de las hijas de Don Lino, considera que “El Balón” es “como un club social”. “Pasaba todo el mundo por acá. La mayoría le tiene un cariño muy especial a esta esquina. Es que Lino tenía una energía muy linda. Te lo digo de corazón, él fue un padre para mí. Siempre estaba sonriendo, nunca lo vi enojado. Aunque pasó varias situaciones complicadas en su vida, siempre le buscaba la vuelta a todo para seguir adelante. Tenía una sabiduría. La gente se acercaba a charlar de problemas cotidianos, hacer catarsis, era como un psicólogo. Ha reconciliado mucha gente con sus consejos”, confiesa, quien desde hace varios años colabora en el día a día del bar.
Por “El Balón” han pasado más de cuatro generaciones
Hay muchos abuelos que rememoran las épocas en las que traían a sus hijos o nietos. “Nos cuentan anécdotas. Como por ejemplo, que sentaban a los niños pequeños en la barra y Don Lino les daba un chocolatín. Otros tenían el ritual de pasar todos los días a desayunar o tomarse un vermut después de la salida del trabajo. El ambiente es muy familiar y tenemos habitués de todas las edades. Hoy en el salón se junta la gente mayor y también los jóvenes que revalorizan los bares históricos”, expresa Perotta.
Los camareros son “como los de antes” con mucho oficio
Algunos están hace más de cuatro décadas trabajando en el bar. No escriben las comandas: retienen en su memoria cada uno de los pedidos de los clientes. Luego los cantan a la perfección en la cocina y la barra. “Dos balones”, expresa Carlos
David Arias, de 59 años, quien arrancó a los 16 como bachero y luego pasó al salón en el turno de la mañana. “Carlitos”, como le dicen cariñosamente, es famoso en el barrio por sus frases célebres. Cuando baja algunos suculentos platos a las mesas suele decir: “Maaaaass o menos”, “Esto no va a quedar así” o “Lo más frío que tengo es el helado”. “Son frases muy viejas. Los clientes se divierten un montón. Me encanta interactuar con la gente. El bar para mí es todo, prácticamente me crié acá. Es mi vida”, confiesa emocionado. A su lado, se encuentra el santiagueño Ariel Bulacio, mejor conocido como “El pulpo”, un apodo que se ganó por su rapidez en lavar copas. “Cuando entré a laburar acá era impresionante la cantidad de balones de cerveza que se despachaban. Uno tras otro. No me daban las manos. Traían las bandejas enormes repletas y en las mesas se apilaban los vasos vacíos. Incluso los clientes “competían” a ver quién había tomado más”, cuenta, quien con los años pasó a ser mozo del turno noche. “El bar es muy tradicional, un bar de familias. Tenemos clientelas desde hace muchos años”, agrega, mientras atiende a Felipe, un parroquiano.
En su alargada barra y mesas (de madera y fórmica) se han acodado cientos de personalidades de la política, deportistas, músicos, escritores y periodistas. Cuentan que de jovencito Diego Armando Maradona, cuando entrenaba en Argentino Juniors, era un habitué. También Carlos Bilardo. “Con el doctor del fútbol papá tenía una linda amistad. Lo atendía siempre”, confiesa. El compositor Ernesto Baffa, el futbolista Néstor Ortigoza, Ari Paluch, Ricky Maravilla, Moria Casán, Raúl Zaffaroni, también han pasado a disfrutar de sus clásicos. También es protagonista de temas musicales. La cantante Julieta Laso, le dedicó una frase en “Buenos Aires, ¿vos quién sos?”. En una estrofa asegura que la cerveza en El Balón es un ícono porteño. Además, la han mencionado en poemas y libros.
Por su encanto y estética tradicional es elegido para producciones audiovisuales de cortos publicitarios, videoclips y películas. “Es muy buscado por las productoras ya cada vez van quedando menos bares así. Muchos se han ido modernizando. Cuando les decimos a los clientes que queremos cambiar algo de la decoración o la barra nos dicen: “Ni se te ocurra tocar eso” (risas). Al entrar muchos sienten que viajan en el túnel del tiempo”, dice Andrés.
Hace algunos años filmaron una propaganda de Coca Cola para una Eurocopa. “Uno de los protagonistas era el actor Gonzalo Suárez. En esa oportunidad le cambiaron todo el ambiente al local. Estaba irreconocible”, cuenta. También fue escenario de diferentes películas y series nacionales. Como “Muerte en Buenos Aires” con Chino Darín, Mónica Antonópulos y Hugo Arana y “Papeles en el viento”. “En esta última hay una escena en el bar con Diego Peretti y Cecilia Dopazo”, señala y recuerda que también aquí filmaron “Jardines de Bronce” con Joaquín Furriel y el comercial homenaje de YPF por los 60 años de Diego Maradona.
En el 2022 hubo gran movimiento de cámaras entre las mesas antiguas y sillas de madera con asientos de cuerina verde inglés. Filmaron parte del comercial de la cerveza Quilmes del Mundial de Qatar: “Coincidencias”. “La escena de los amigos comiendo picada y tomando cerveza es acá. Nosotros decimos que trajimos suerte (risas), por eso, ganamos la copa”, afirma Diego.
Pero con la que se generó revuelo y despertó gran curiosidad en el barrio fue con las grabaciones de la película “Argentina, 1985″. Dicen que lo eligieron por “su estética tradicional”. “Arrancaron a preparar todo el escenario muy temprano por la mañana. Poco a poco el bar se llenó de luces interiores y exteriores. También estacionaron varios vehículos antiguos en la calle para generar la ambientación de la época. Los clientes y vecinos del barrio estaban como locos. Querían saber qué se estaba filmando. Algunos querían pasar a tomar café o se asomaban por la media sombra”, relata Andrés. Con la nominación en los Oscar aún le dio más empuje: muchos clientes quieren ubicarse donde se sentó Peter Lanzani. “Sí, estás en la mesa de la película”, le dice el mozo Ariel, a una jovencita que bebe café con leche y medialunas. Ella la mira sorprendida y sonríe. Andrés agrega: “La gente pasa y empieza a observar la barra. Enseguida le saca fotos al cartel de neón. Sería increíble que la peli gane el Oscar. Estamos todos expectantes y con mucha ilusión”.
“Lo que le daba sentido a la vida de mi viejo era este negocio. Es una satisfacción muy linda ver el legado que dejó en el barrio y en tanta gente”, confiesa Diego, emocionado. Hace un año Don Lino, con sus 91 años muy bien llevados, nos dejó físicamente, pero su espíritu e impronta está más firme que nunca en su esquina. “Laburo acá hasta la pandemia. Con su edad bajaba y subía al sótano con el cajón de bebidas. No paraba, tenía un ritmo. Siempre decía que si no se movía envejecía. También era un clásico encontrarlo en la vereda barriendo. Los vecinos lo saludaban con mucho cariño”. Al día de hoy, todos lo recuerdan sonriente detrás de la barra cortando quesito y salame, preparando el vermú o sirviendo sus afamados “balones” de cerveza.
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