La macabra leyenda de Vera Renczi, la aristócrata que mató a 35 hombres y los sepultó en su sótano
Cuando en 1925 la policía ingresó a la mansión de Vera Renczi en Berkerekul, Yugoslavia, actual Serbia, no esperaba encontrar 35 cadáveres escondidos. Ella era joven, bella, rica y sofisticada, y estaba lejos de ser considerada una posible asesina en serie. Entre las víctimas, que eran todas hombres, estaban sus dos esposos, sus 32 amantes y un hijo.
Si bien hay teorías que aseguran que Vera nunca existió, el 2 de agosto de 1925 el diario estadounidense The Pittsburgh Press le dedicó a la historia de la joven una página entera en su edición. Luego, la historia recorrió varios periódicos de la época, como el Chattanooga Daily Times de Tennessee y The San Francisco Examiner.
En ese momento, Vera fue apodada como "la verdadera Barba Azul", en referencia al cuento sobre el hombre que mantenía los cadáveres de sus esposas en una habitación de su castillo. El principal motivo, aseguraban, eran los "terribles celos" que sentía la joven.
La mansión y los celos
Siempre según la leyenda, Vera nació a principios del siglo XX en Bucarest, Rumania, y a los 10 años su padre se mudó junto a ella a Serbia, porque un hermano de él había fallecido e iba a heredar una château (mansión) en las afueras de la ciudad de Berkerekul, actual Zrenjanin.
Aún siendo una niña, Vera experimentó su primera experiencia con la muerte cuando su perro apareció sin vida en el jardín. Rápidamente su progenitor le preguntó qué había sucedido, a lo que ella simplemente contestó: "Lo envenené". Al consultarle las razones, dijo que había lo había oído decir que iba a regalar al animal, porque ladraba demasiado. "¿Y por qué lo mataste?", insistió su padre. "Porque no quiero que mi perro pertenezca a nadie más", respondió la menor.
Siendo aún muy joven, Vera se casó con un hombre de negocios de la zona y logró convencerlo para ir a vivir a la mansión que había pertenecido a su familia. Al año, nació su primer hijo, Lorenzo. Aunque los tres parecían muy felices y Vera se dedicaba de lleno a la crianza del niño, un día, de forma inesperada, los vecinos se enteraron de que el esposo de Vera se había marchado a un largo viaje y que regresaría en 12 meses. Pasó un año y el hombre continuaba sin aparecer. Ante las persistentes preguntas de su entorno para conocer el trasfondo, ella aseguró que el hombre había muerto en un accidente de tránsito en el extranjero. Al poco tiempo, aprovechó para "deshacerse" de su hijo también.
Ya sin ninguna atadura, Vera conoció un nuevo amor. De acuerdo al libro The World's Worst Women, el joven se llamaba Josef Renczi y contrajo matrimonio con Vera. Sin embargo, al cabo de unos meses, Vera le anunció a la sociedad yugoslava que su nuevo marido la había abandonado.
La atracción de sus víctimas
Tras los episodios, Vera se volvió cada vez más enigmática. Visitaba la ciudad de noche y asistía a cafés y locales nocturnos, donde conocía a hombres que nunca más volvían a ser vistos por la ciudad. Incluso, comenzó a ser conocida por todos como la "Cazadora misteriosa".
En las crónicas de la época, se describe a Vera como una verdadera seductora, que entraba a los salones, observaba a la gente y, cuando posaba sus ojos sobre algún joven, su rostro permanecía impasible hasta que decidía retirarse de la habitación. Atraído por su magnetismo, el "elegido" decidía seguirla. Ella ejercía una fascinación en todo aquel que la conocía.
Lejos de todos, Vera invitaba a su víctima a que la acompañara a su mansión, donde les brindaba un banquete con exquisita comida y vinos insidiosamente envenenados. Aunque los vecinos sabían de su fama de femme fatal, estaban lejos de imaginarse las atrocidades que sucedían en el interior de su casa. Vera era inteligente y elegía a víctimas extranjeras, nunca a un hombre de la zona.
Hasta que un romance con un banquero permitió que todo saliera a la luz. Su última víctima estaba casada y su esposa, ante la ausencia, denunció que el hombre había visitado la casa de Vera y que había desaparecido.
Ante la acusación, las autoridades decidieron tomar cartas en el asunto. Una noche, la policía ingresó a la propiedad. La casa era tan grande, que para ingresar al sótano los uniformados debieron recorrer "largos corredores abovedados de piedra y atravesar tres puertas de hierro", según detallaron los periódicos de principio de siglo XX.
Cuando bajaron al sótano, que en verdad era una cava repleta de selectos vinos, advirtieron una escena de terror. "No había menos de 35 ataúdes de zinc, cada uno de ellos con un nombre y la edad del ocupante", afirmaron.
Inmediatamente Vera fue llevada ante un juez de instrucción acusada de causar la muerte del banquero y de otras personas. La investigación demostró que los ataúdes del sótano llevaban los nombres de dos de sus esposos, de su hijo pequeño y de 32 hombres que habían sido sus amantes.
Enfurecida, Vera negó su culpabilidad y protestó con indignación por su arresto. "Trajeron la desgracia a nuestra ciudad y haré que los castiguen con severidad", exclamó. Cuando le consultaron por qué tenía 35 cuerpos en su sótano, Vera simplemente respondió: "Son amigos y parientes a quienes he cuidado. Algunos de ellos eran habitantes del pueblo que fueron asesinados por los alemanes cuando pasaron por este lugar".
Pronto la policía comenzó a investigar a fondo a la viuda y no tardó en encontrar pruebas abrumadoras de su culpabilidad, rastrearon los últimos años de su vida y a cada hombre cuyo nombre aparecía en los ataúdes. Todo indicaba, que todos ellos habían pasado por la casa de Vera, pero tras la visita, ninguno había sido vuelto a ver con vida.
La prueba más contundente contra Vera fue el hallazgo, escondido en la pared detrás de su tocador, de arsénico suficiente "para matar a 100 hombres". "Un veneno muy común en Yugoslavia", como definieron los periodistas de la época.
Ante la multiplicidad de evidencias, Vera confesó sus crímenes. La lista de delitos sorprendió al magistrado que tomó su caso, quien le preguntó: "¿Por qué mataste a todos estos seres humanos?". "Eran hombres", contestó Vera, y agregó: "No soportaba la idea de que pudieran abrazar a otra mujer luego de abrazarme a mí".
"Pero también asesinó a su propio hijo", le retrucó el juez, y ella contestó: "Había amenazado con traicionarme. Era hombre también, e iba a tener a otra mujer en sus brazos".
Las versiones señalan que Vera fue condenada a prisión perpetua y, según especifica el portal rumano Adevarul, pronto se volvió loca en prisión y murió de una hemorragia cerebral antes de la Segunda Guerra Mundial.
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