La lujuria de Versace en Miami: escenas de una serie con Ricky Martin
Cómo es la emblemática Casa Casuarina que abrió sus puertas para el rodaje de una nueva temporada de American Crime Story, dedicada al asesinato del diseñador. En el elenco estará el cantante portorriqueño, como la pareja del italiano
A lo largo del tiempo ha habido varias propiedades cuya historia es ineludible a la vida de sus dueños. Tal fue el caso de Shangri La, la fastuosa mansión estilo morisco que la reina del tabaco Doris Duke construyó en Hawái, o Sumiya, el extraordinario palacio estilo japonés que la heredera de Woolworth, Barbara Hutton, mandó a edificar, enteramente con materiales traídos especialmente desde Japón, en Cuernavaca (México) para emular un estilo de vida idéntico al que llevaba la nobleza del país del Sol Naciente durante el siglo XIX. Excentricidades de millonarios que perduran y han inspirado miles de historias, libros y películas.
Aunque en el pasado este ritmo de vida sólo podía ser sostenido por la aristocracia o la pujante burguesía que nació con la Revolución Industrial, durante la segunda mitad del siglo XX algunos modistos se unieron a este selecto y extravagante grupo de propietarios. Los fashionistas no podrán olvidar la villa Les Rhumbs, pintoresca casona rosa pálido que Christian Dior tenía en Normandía y en donde se refugiaba en busca de inspiración, como tampoco pasarán de alto Casa Casuarina, la suntuosa mansión estilo renacentista que Gianni Versace compró en 1992 y convirtió en un templo de su estilo estrambótico, caracterizado por sus medusas, grecas y filetes dorados a la hoja.
Pero no sólo el glamour las volvió famosas: estas construcciones también han sido escenario de intrigas, pasiones y muerte. El caso más sonado fue precisamente el de Versace, asesinado en la puerta de su casa el 15 de julio de 1997 por Andrew Cunanan, un homicida serial que tenía fama de insinuársele a homosexuales ricos y poderosos. Esa historia que estremeció a la opinión pública, veinte años después volverá a captar la atención del mundo entero con el lanzamiento de la segunda temporada de American Crime Story, la serie de televisión estadounidense basada en crímenes verdaderos, creada por Scott Alexander y Larry Karaszewski.
Con un guión basado en el atrapante libro Favores vulgares (1999) de Maureen Orth, la nueva entrega de esta exitosa saga fue rodada en la emblemática mansión de Ocean Drive y tuvo un meticuloso casting que derivó en un elenco único y que detonó como una bomba cuando la prensa del espectáculo lo dio a conocer. Por primera vez veremos a una Penélope Cruz transformada en una rubia platinada interpretando a la multifacética Donatella. El resto del reparto está conformado por el actor venezolano Edgar Ramírez –novio de la actriz cubana Ana de Armas–, quien personifica a Gianni Versace, Darren Criss, que da vida al asesino Andrew Cunanan, y el cantante Ricky Martin, en el papel de la pareja del modisto, Antonio D’Amico, con quien mantuvo una relación durante quince años. Un verdadero golpe comercial por donde se lo mire.
La historia de una de las casas más famosas de Miami comenzó a escribirse a finales de la década de los 20, cuando Charles Boulton, un reputado paisajista originario de Santa Bárbara, y su pareja, Alden Freeman, nieto del tesorero de la todopoderosa petrolera Standard Oil, se mudaron a la zona más austral de Miami Beach, donde edificaron una lujosa residencia de veinticuatro habitaciones y por la que desembolsaron un millón de dólares de aquel entonces (alrededor de 15 millones de hoy). Excéntricos y dispuestos a vivir como les daba la gana, Charles y Alden convirtieron esta mansión en su refugio y la bautizaron Casa Casuarina, en honor a La Casuarina, una colección de cuentos escrita por W. Somerset Maugham en 1926 que detallan las aventuras de un grupo de expatriados británicos que viven en el esplendor ecuatorial primitivo de Borneo.
Al igual que Vizcaya –otro de los emblemáticos castillos de principios de siglo construido en Miami por el magnate James Deering–, Casa Casuarina es una emulación de las construcciones neorrenacentistas italianas del siglo XVI tan en boga entre los nouveaux riches que el capitalismo estadounidense creó de la noche a la mañana. Casi todos ellos padecían de un arribismo exhibicionista que los llevó a construir réplicas de las grandes mansiones de los aristócratas europeos y así poder vivir con ciertas ilusiones de grandeza. Pero a diferencia de Deering, que gastó 20 millones de dólares en 1916 tratando de recrear la gloria de la Roma renacentista, del otro lado de Biscayne Bay, en Coconut Grove, Boulton y Freeman contrataron al arquitecto Arthur Laidler Jones para edificar una copia del Alcázar de Colón en Santo Domingo, un palacio estilo renacentista con detalles góticos que data de 1510 diseñado por Diego Colón, hijo de Cristóbal.
AMOR EN OCEAN DRIVE
Boulton y Freeman no se conformaron con la obra del descendiente del conquistador y quisieron a toda costa dejar en evidencia que eran hombres de mundo. Es la única manera de explicar su decisión de instalar un observatorio con cúpula de cobre sobre el techo de la casa o por qué mandaron a colocar en el patio central un cuarteto de columnas con bustos simbólicos que representan cuatro de los cinco continentes. Sin embargo, fueron pocos los años que la pareja pudo disfrutar de su obra maestra, ya que en 1935 le vendieron la propiedad a Jac Amsterdam, quien la rebautizó como Amsterdam Palace. Pero la historia del inmueble dio nuevamente un giro cuando, a principios de la década de 1990, un desarrollador de bienes raíces pagó 2,2 millones de dólares por la propiedad con la idea de transformar la casa de ensueño de Boulton y Freeman en un pequeño centro comercial con un prestigioso restaurante español como principal atractivo.
Poco tiempo después, el capítulo Versace se inició cuando el diseñador, quien se encontraba camino a Cuba para pasar unas vacaciones de dos semanas con Antonio D’Amico –su novio hacía dos años y al que había conocido doce atrás en La Scala–, había parado unos días en Miami para visitar a su hermana. Como vicepresidenta de la firma familiar, Donatella estaba en la Ciudad del Sol trabajando en una campaña publicitaria con el fotógrafo Bruce Weber, propietario de una casa en Golden Beach. Después de registrarse en el Fontainebleau, Gianni contrató un auto con chofer para dar un paseo por South Beach. El conductor, que resultó ser un inteligente cubano, llevó al diseñador al News Cafe, lo más parecido a lo que en su momento fue Schwab’s Pharmacy, la famosísima farmacia que también era una cafetería ubicada en Sunset Boulevard y en donde se congregaban todas las estrellas de Hollywood en la época dorada del cine estadounidense. De un momento a otro, Versace se enamoró perdidamente de Miami, pero sobre todo de una propiedad que vio durante el recorrido: la desmoronada e histórica Casa Casuarina.
En cuanto la vio, Gianni comenzó a imaginar cómo le imprimiría su distintiva estética. Pensar en un proyecto así hizo que le corriera adrenalina por el cuerpo. Sería un hogar completamente distinto a su lujoso departamento de Milán, ubicado en el Palazzo Rizzoli y diseñado por el incomparable interiorista Renzo Mongiardino. Y ni hablar de la diferencia con el retiro palaciego de Versace en el lago de Como: una villa neoclásica a la que él siempre refirió como su “monasterio”. Finalmente, en abril de 1992, Gianni cerró la operación y compró Casa Casuarina en 2,95 millones de dólares. Según confesó el diseñador en una entrevista: “La suma no fue nada elevada, pues costó lo mismo que cuesta un buen departamento en Milán”.
A las pocas semanas, Versace pidió que el estudio Mongiardino enviara un interiorista a Miami para asegurarse de que todo estuviera en condiciones de ser restaurado y palpar la opinión de los lugareños sobre el futuro vecino. El proyecto, sin embargo, fue encomendado a Terry Scott, un joven arquitecto de Palm Beach. Gianni estaba al tanto de la fantástica labor que Scott había hecho a mediados de los 80 en el proyecto de restauración (por 55 millones de dólares) del Hotel Biltmore de Palm Beach. Según sus averiguaciones, era un eximio entendido de lo que significaba una renovación histórica. El interiorismo fue encargado a la artista y anticuaria princesa Sybil de Borbón-Parma, descendiente de una de las familias reales más emblemáticas de la historia de Europa y quien llevó a Scott a Francia para visitar Versalles y entender lo importante que es cuando cada habitación de una casa está decorada con un patrón de parquet distinto. Desafortunadamente, Scott murió de sida al poco tiempo de haber comenzado la obra y lo relevó Wallace Tutt, un conocido constructor cuyo pasatiempo era comprar, renovar y vender grandes mansiones en los Estados Unidos.
De hecho, fue el olfato inmobiliario de Tutt lo que convenció a Versace de comprar The Revere, un hotel de 61 habitaciones construido en 1950 que colindaba al sur con Casa Casuarina. “Me di cuenta de que estaba atrapado en este patio”, contó el modisto, quien pagó 3,7 millones de dólares por el hotel. Así, Casa Casuarina tuvo una nueva terraza, un gran jardín, una fabulosa pileta, una casa de huéspedes de dos pisos, un garaje, una biblioteca de doble altura y un gimnasio. Diseñada por el arquitecto Peter Hawrylewicz, la adición de la casa fue concebida con los mismos detalles de la arquitectura mediterránea de la vivienda preexistente. Para resguardar la pileta de las miradas curiosas de la bulliciosa Ocean Drive, el diseñador de paisajes Gary Wells amuralló el área con una pared de flores de Jamaica, santa ritas, mañíos y varias palmeras datileras de treinta pies que fueron transportadas en camiones de plataforma desde los mejores viveros de la Florida.
Los hercúleos esfuerzos de Versace por devolverle a Casa Casuarina su gloria de 1930 no conoció límites: el techo, por ejemplo, fue restaurado de manera minuciosa y poco usual. Cuando Gianni se dio cuenta de que era necesario reemplazar varias de las tejas se rehusó categóricamente a cambiarlas todas por unas nuevas y recién horneadas. Una de las cosas que más le gustaban de su nueva casa era el romanticismo que provocaba el color patinado y decolorado que las tejas rojo arcilla le aportaban al edificio. Así, le encomendó a Tutt que buscara en toda la Florida un edificio de la época en que se construyó Casa Casuarina y que tuviera tejas del mismo tono. Tras varios meses de una incansable búsqueda, encontraron una iglesia en la ciudad de Vero Beach que tenía lo que estaban buscando. Por supuesto, Gianni ofreció al párroco pagar por un techo nuevo a cambio de las tejas viejas. Y así fue como se logró que la propiedad no perdiera su aura.
Han pasado dos décadas desde que Versace perdió la vida a los 50 años, pero entre las muchas cosas que dejó, ninguna plasma mejor su estética y su visión del mundo que Casa Casuarina, hoy convertida en un lujoso y exclusivo hotel de diez habitaciones que recrea eximiamente el estilo de vida de una de las leyendas de la moda. Porque en ella Gianni no sólo desplegó su creatividad y su excentricismo, sino que con el menor de los esfuerzos unió con maestría y delicadeza a la Inglaterra gótica con Pompeya y con Egipto: combinó con un gusto exquisito vitrales armados con cientos de piezas, techos decorados con frescos renacentistas, boiseries talladas a mano e intrincados pisos de mosaico. Al igual que un artesano construye una obra maestra, este modisto, hijo de una humilde costurera calabresa, demostró que su marca también representaba un estilo de vida.
Se espera que la serie que estrenará en 2018 atrape como una medusa y no sólo eche luz sobre uno de los grandes magnicidios en la historia de la moda, sino que sirva como un homenaje a un hombre que convirtió su vida en un emblema del lujo y la opulencia. No será fácil retratar con sutileza una leyenda que institucionalizó la refinada vulgaridad en una generación en la que terminaron de disolverse los límites entre el poder del dinero y la autoridad de la estirpe.
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