El 19 de marzo de 1964, la norteamericana Jerry Mock se embarcó en una travesía que haría historia
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“Estoy aburrida, Russell, si tengo que lavar un plato más exploto… Necesito hacer algo distinto”, le dijo a su marido un ama de casa de Ohio que se llamaba Geraldine Mock aunque todos la llamaban Jerrie. Acababan de terminar un almuerzo familiar y ella sintió todo el peso del hastío doméstico encima de su cabeza. Él le contestó con una broma: “Y bueno, subite al avión y date la vuelta al mundo, así te entretenés”. “Okey –dijo ella-, lo voy a hacer…”.
Y lo hizo. Ese diciembre de 1963, mientras fregaba los platos, Jerrie tomó una decisión que cambiaría su historia y la de la aviación norteamericana: pocos meses después se transformaría en la primera mujer en dar la vuelta al mundo en un avión, completamente sola. Tenía 37 años, tres hijos y solo 700 horas de vuelo, y se embarcó en un modesto Cessna 180 para concretar una aventura épica que comenzó el 19 de marzo de 1964 y duró 29 días, 11 horas y 59 minutos, en los que recorrió más de 36.000 kilómetros sobre el Atlántico, el Mediterráneo, el Mar Rojo, el Golfo de Omán, el Mar Arábigo y el Pacífico, con escalas en lugares tan exóticos como las Azores, Casablanca, El Cairo, Calcuta, Bangkok y Honolulu, entre muchas otras. Tuvo que luchar contra fuertes vientos en las Bermudas y Argelia; piloteó más de 2000 kilómetros sobre el Pacífico sin señal; sobrevoló Vietnam en plena guerra; aterrizó por error en una base aérea secreta de Egipto; tuvo problemas en los frenos, un incendio en el motor, largas horas de navegación bajo tormentas furiosas… Enfrentó todo eso completamente sola.
A su regreso, en abril de 1964, un periodista le preguntó qué la había llevado a embarcarse sola en esa experiencia tan riesgosa. Jerrie, que odiaba las entrevistas y hablar en público, contestó lacónica: “Yo solo quería divertirme un poco en mi avión”.
Mujeres a bordo
Muchos curiosos se agolparon en la pista del aeropuerto de Port Columbus, Ohio, ese frío día de marzo de 1964. Los medios contaban que Jerrie Mock estaba a punto de partir y la llamaban “el ama de casa voladora”. Vestida con pollera, blusa, tacos altos y collar de perlas, y cargando solo una pequeñísima valija, una máquina de escribir y una caja con barritas para no morirse de hambre en las largas horas de vuelo, Jerrie se trepó a su Cessna de once años de antigüedad para cumplir su plan de dar la vuelta al mundo.
Todo había comenzado mucho tiempo antes.
Geraldine Lois Fredritz nació el 22 de noviembre de 1925 en Newark, Ohio. Su padre, Timothy, era ejecutivo en una planta de energía; su madre, Blanche, tenía un parentesco lejano con los hermanos Wright, pioneros de la aviación. Cuando Jerrie tenía siete años, sus padres la llevaron en un vuelo en la cabina de un avión trimotor, y la pequeña quedó encantada: “Fue tan lindo mirar las casas desde arriba –contó en una entrevista en 1994-, que decidí que esa sería mi manera de ver el mundo. Ahí nomás les anuncié a mis padres que iba a ser piloto”.
Jerrie creció idolatrando a Amelia Earhart, una famosa aviadora, aventurera y glamorosa, que en 1932 fue la primera mujer en cruzar el Océano Atlántico sola. En 1937, Earhart intentó la hazaña de volar alrededor del mundo. Y Jerrie, de 11 años, siguió su vuelo por la radio y se enteró “en vivo” de que su heroína había desaparecido en el Pacífico. Esa meta que Amelia no pudo cumplir se transformó desde entonces en el gran sueño de Jerrie.
Después de graduarse en la Escuela Superior de Newark, en 1943 Jerrie se matriculó en la Universidad Estatal de Ohio para estudiar Ingeniería Aeronáutica. Estaba apasionada por la física, el álgebra y los vuelos, y en la universidad conoció a un joven brillante que compartía sus mismas pasiones: Russell Mock. Se enamoraron y se casaron en 1945.
Tratando de responder a las convenciones de la época, Jerrie se despidió momentáneamente de sus sueños, dejó la universidad y se transformó en la señora Mock, decidida a ser solo una buena esposa y madre. Jerrie y Russell se instalaron en Bexley, Ohio, y tuvieron tres hijos.
Jerrie era ama de casa, esposa y madre a tiempo completo, pero aun así, mientras los chicos estaban en la escuela, hizo un curso de vuelo y obtuvo su licencia de piloto. Entonces compró junto a su marido el avión monomotor Cessna 180 de cuatro plazas, con once años de uso, con la carrocería corroída pero con un motor en buen estado. Lo bautizaron “Spirit of Columbus”, pero lo llamaban “Charlie” y lo usaban para despuntar el vicio de la aviación.
Así iba transcurriendo la vida hasta que esa tarde de 1963, tras 19 años de matrimonio, hijos y quehaceres domésticos, Jerrie terminó de lavar los platos y le dio una vuelta al destino.
La vuelta al mundo
Sentados alrededor de la mesa de la cocina, su marido y sus hijos no podían creer lo que estaban escuchando: Jerrie les comunicaba que de verdad iba a dar la vuelta al mundo sola. No hubo manera de convencerla de lo contrario (Jerrie tenía su carácter y era muy decidida), así que hubo que aceptar que la señora de la casa dejaría su puesto hasta nuevo aviso.
Russell la ayudó con la planificación. Desplegaron un mapa y un globo terráqueo sobre la mesa del comedor y comenzaron a diagramar las posibles rutas de navegación. También viajaron a Washington para tramitar en las distintas embajadas los permisos para el uso de aeropuertos y espacios aéreos. En eso estaban cuando se enteraron de que otra mujer aviadora y más experimentada, Joan Merriam Smith, estaba preparando un vuelo similar. Jerrie, entonces, adelantó dos días su partida para no quedar atrás.
El primer problema apareció cuando Russell hizo el último chequeo del Cessna y descubrió que alguien lo había saboteado, reemplazando el filtro de aceite nuevo por uno defectuoso. Más adelante, ya en vuelo, Jerrie descubrió que también le habían cortado los cables a la radio dejándola sin comunicación en el primer tramo del vuelo. Nunca se encontró al culpable.
La competencia con Smith ocupó gran parte de este primer tramo. El más obsesionado con el tema era Russell, que viendo las posibilidades comerciales que ofrecía el proyecto de su mujer, la volvía loca en cada escala instándola a subir la velocidad para derrotar a Joan. En un momento, Jerrie dio por finalizado el tema con pocas palabras: “Si me volvés a llamar para hablarme de eso, me vuelvo a casa en un vuelo comercial”. Lapidaria. Finalmente Joan tuvo que abandonar el reto por problemas mecánicos (y al año siguiente se estrelló con su pequeño avión en las montañas de California).
Jerrie Mock, en cambio, siguió adelante, pero aunque en cada escala bajaba del avión sonriente, con sus tacos y sus perlas, la realidad es que el vuelo fue una verdadera odisea en la que tuvo que superar sabotajes, vientos, nieve, problemas mecánicos… Ella nunca se daba por vencida pero fue duro.
Hubo etapas del viaje en los que tuvo que estar más de 20 horas a bordo. El motor de la nave estuvo a punto de incendiarse y ella misma tuvo que combatir el fuego. En Egipto, aterrizó por error en una base militar secreta suponiendo que lo hacía en el aeropuerto de El Cairo y se pasó un día entero en una especie de detención, lidiando con el papeleo burocrático y mirando televisión con los soldados hasta que le permitieron partir. Unos días después aterrizó en Dhahran, Arabia Saudita, y se encontró rodeada por soldados armados de las fuerzas militares reales que registraban una y otra vez el avión para encontrar al hombre escondido que lo piloteaba porque no podían creer que una mujer fuera capaz de tanto (al final se convencieron de que la piloto era ella, y hasta la aplaudieron). Jerrie también sobrevoló Vietnam en medio de la guerra, aunque luego declaró que “desde el cielo, todo se veía en paz”.
En la última etapa del viaje, cruzó el Océano Pacífico desde Asia hacia el continente americano, y aterrizó en Columbus, Ohio, el 17 de abril de 1964. La esperaba su marido.
La hazaña del “ama de casa voladora” fue un boom para la prensa y el público norteamericanos. Pero Jerrie aceptó apenas unos cuantos reportajes y apariciones en televisión, porque detestaba la fama, la popularidad y sobre todo hablar en público: “La clase de persona que vuela sola en un aeroplano –dijo una vez- no es el tipo de persona a la que le gusta estar continuamente con otros”.
Volviendo a tierra
Después de dar la vuelta al mundo, Jerrie fue condecorada y escribió un libro contando la experiencia. Entre 1965 y 1969 marcó más de 20 récords en velocidad y distancia con su nuevo Cessna 206. Sus últimas apariciones públicas fueron cuando hizo un vuelo final a Nueva Guinea, donde donó su aeroplano a un grupo humanitario. Después de eso volvió al anonimato: “Preferiría vivir en una isla donde no hubiera teléfonos ni televisores –declaró entonces-, y donde no tuviera que hablar con nadie nunca más”.
Jerrie y Russell Mock se divorciaron en 1979. Después de vivir en varias ciudades de los Estados Unidos, ella se estableció en Florida en 1992. Allí murió el 30 de septiembre de 2014, dejando tres hijos, doce nietos, trece bisnietos y un capítulo apasionante en la historia de la aviación.
A pesar de las medallas, las notas periodísticas y los honores, Jerrie Mock jamás se sintió una heroína: “Docenas de mujeres, tanto de los Estados Unidos como de otros países, lo podrían haber hecho antes que yo –repetía-, solo que ninguna tuvo el impuso, o tal vez debería decir la estupidez, de intentarlo”.
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