La Ley Volstead, más conocida como Ley Seca, resultó un fracaso: no terminó con el consumo de alcohol y, por el contrario, creó imperios de ilegalidad y fomentó el crimen en los Estados Unidos; para la industria del cine resultó una enorme fuente de inspiración
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Estados Unidos, enero de 1920: terminado el horror de la Primera Guerra Mundial, la sociedad americana se daba un respiro y disfrutaba de la vida y la libertad al ritmo del charleston, el jazz y las burbujas de champagne, cuando una acción de la elite más puritana y conservadora del país decide ir a fondo contra la “degradación” y las “malas costumbres” y consigue su gran sueño: el 16 de ese enero, hace poco más de un siglo, entró en vigor la llamada Ley seca, algo así como un “alcohol cero” general por decreto, que castigaba la fabricación, el transporte, la venta, el intercambio, la importación y la exportación de bebidas alcohólicas, una medida extrema que dio vuelta como una media a la sociedad estadounidense … y que por esas cosas de la vida y la historia ha inspirado infinidad de las mejores películas de Hollywood.
La conclusión: el país entero se pasó a la clandestinidad para seguir produciendo alcohol, para meterlo de contrabando en sótanos y tabernas y para seguir tomando a pleno en las fiestas de los “locos años 20″, ahora camufladas en los fondos de las funerarias y los almacenes. A su vez, la prohibición propició el crecimiento desenfrenado del crimen organizado y la corrupción, el auge de los contrabandistas en las fronteras con México y Canadá y de las bandas del hampa, especialmente en la ciudad de Chicago.
Por supuesto, el cine no se quedó atrás: la Ley seca y sus consecuencias fueron los grandes protagonistas de una saga que alimentó las arcas de Hollywood durante décadas, y que dio a luz películas espectaculares como El padrino, Los intocables, Scarface, el terror del Hampa, etc., etc…
Cine de gangsters
Un personaje emblemático de ese tiempo fue Al Capone, hijo de un humilde inmigrante, que pasó de lustrarles las botas a los mafiosos de Brooklyn a transformarse en el más poderoso y célebre jefe de la mafia de Chicago. La lista infame de los gangsters de esa época incluye nombres que el cine nos ha hecho familiares, como Lucky Luciano, Bugsy Siegel, Legs Diamond, John Dillinger, etcétera. En pocos años, el género negro hizo furor en el cine, llenó kilómetros de celuloide con matones de trajes elegantes y sombrero, y el nombre propio del gangster asumió un protagonismo que perduraría a través del tiempo.
La ley del hampa (1927), de Joseph Von Sternberg, está considerada la película iniciática en el género. George Bancroft es Bull Weed, un delincuente audaz y valiente que una noche conoce, después de un atraco, al abogado fracasado Rolls Royce Wensel (Clive Brook). Se hacen amigos y mientras Weed saca a Rolls Royce del alcohol y la miseria, éste lo ayuda a impulsar su carrera en el mundo del hampa. Todo va perfecto pero hay un problema: los dos se enamoran de la misma mujer.
El enemigo público, de William Wellman, es también un clásico del género de gangsters, estrenada en 1931, con la Ley seca aún vigente. Basada en la historia real de Al Capone, la película cuenta el auge y la caída del mafioso Tom Powers (un fantástico James Cagney, que aquí se transformó en estrella), desde que es un raterito en las calles de Chicago hasta que se convierte en el hombre más poderoso y temido de la ciudad. En el final, un cliché del género: el gangster morirá acribillado en un feroz tiroteo.
En el 32 se estrenó otro hito del cine negro de la mafia: Scarface, el terror del Hampa, de Howard Hawks, basada otra vez en la figura del gangster legendario Al “Caracortada” Capone. Sorprendentemente violenta para su tiempo (la censura llegó a exigir modificaciones por considerar que glorificaba la violencia y el crimen), cuenta la historia de Tony Camonte (interpetado por Paul Muni), un asesino a sueldo italiano al servicio del hampón más poderoso de Chicago, que decide iniciar un espiral de crímenes, arrebatarle el poder a su jefe y quedarse con todo. Un festín de tiros y sangre. Dice la leyenda que la película le gustó mucho hasta al mismísimo Al Capone, tanto como a Brian de Palma, que en los años 80 hizo una remake interpretada por Al Pacino.
Otro de los grandes clásicos es Los violentos años veinte (1939), de Raoul Walsh. Otra vez James Cagney, aquí secundado por Humphrey Bogart, en esta historia sobre un taxista que termina como jefe del hampa aparece una crítica moral a la Ley seca por haber promovido la criminalidad y la corrupción. Con un tono documental (utiliza material de archivo de noticieros y titulares de periódicos), la trama toma nuevamente el ascenso y la caída de un gángster, aunque en este caso el amor de una mujer abre una puerta a la redención. Es un retrato formidable sobre la sociedad norteamericana de la época.
Más acá en el tiempo, el género negro del hampa siguió dando tela para cortar. En 1984 Sergio Leone rodó su Érase una vez en América, un fresco histórico y melancólico sobre aquellos años de los Estados Unidos, a través de la travesía de Noodles y Max (maravillosos Robert De Niro y James Woods), dos chicos judíos de las calles de Nueva York que a los largo de los años terminan construyendo un imperio criminal con otros amigos de la infancia.
Hubo mucho más cine de gangsters, y se sigue haciendo todavía. La saga de El Padrino, claro, con ese retrato formidable que hizo Francis Ford Coppola sobre el hampa y la historia americana, ¿qué más se puede decir sobre Vito Corleone y sus hijos, que conquistaron al mundo?, ¿qué más decir de un seleccionado de actores que incluyó nombres como Robert De Niro, Al Pacino, Marlon Brando, Diane Keaton, James Caan y tantos otros… Y una mención especial para Los intocables (1987), de Brian de Palma, una película impactante, muy entretenida, que dramatiza la Ley seca siguiendo los pasos de la brigada federal del famoso agente del Tesoro Eliot Ness y su batalla contra la mafia de Al Capone, y que contó con la actuación de Kevin Costner, Sean Connery, Robert De Niro y Andy García, entre otros.
Alcohol cero
En ese enero de 1920, como decíamos, los guardianes del “orden” decidieron enfrentar el desenfreno de los locos años 20 con una acción tan simbólica como abarcativa: la guerra contra el alcohol. Era una representación de la América puritana y conservadora, encarnada en el así llamado “Movimiento de la Templanza y la Liga Antibares”, que consiguió que el 16 de enero se votara la enmienda XVIII de la Constitución estadounidense y entrara en vigor la Ley Volstead, que tomó el nombre del congresista luterano que la promocionó en Washington pero pasó a la historia como la famosa Ley seca y estuvo vigente casi 14 años.
No sólo se hicieron infinidad de películas; también se escribieron muchos libros, varios de ellos sobre un personaje inefable de esta historia: Carry A. Nation, una mujer que medía 1.82 metros y pesaba 80 kilos, y que irrumpía con sus seguidoras en los bares de Kansas con una biblia en la mano y un hacha en la otra rompiendo todo. Tenía una cruzada personal contra el alcohol. Carry llevaba un pañuelo blanco al cuello, símbolo de “la Templanza”, y destrozaba botellas, muebles y copas mientras recitaba cánticos religiosos y plegarias. Cayó presa más de 30 veces pero nada la detenía.
Puritana, de gran fuerza física, su nombre original era Carrie Amelia Moore y aparentemente enviudó de su primer marido a causa del alcohol. Su segundo esposo, David Nation, era un sacerdote protestante, que la secundó en su ingreso al Movimiento por la Templanza y en su lucha desmesurada contra el alcohol. Carrie murió en 1911, antes de la promulgación de la ley, pero fue una de sus grandes promotoras.
Hay otros libros muy interesantes sobre la Ley seca. Uno de ellos es El último trago, de Daniel Okrent, primer editor público del periódico The New York Times. Okrent cree que “la prohibición fue una escaramuza en una guerra más amplia librada por los protestantes blancos provincianos, que se sentían asediados por las fuerzas del cambio que por aquel entonces recorrían su país”. Es decir, había al parecer una legítima preocupación por los males del alcohol aunque combinada con el temor a la inmigración y el cambio.
Okrent cuenta que el consumo de alcohol había aumentado dramáticamente en el siglo XIX, sobre todo de cerveza, cuando los nuevos inmigrantes inundaron las ciudades norteamericanas. Dice que, en 1850, “los estadounidenses consumían unos 136 millones de litros y en 1890, el consumo anual se había disparado hasta 3.200 millones de litros”. Describe con precisión las acciones del Movimiento por la Templanza, y habla de una “actitud implacable hacia los funcionarios, quienes o se unían a la causa o eran víctimas de incesantes ataques”. El Movimiento también defendió firmemente el voto femenino, por considerar que era más probable que las mujeres apoyaran la restricción al alcohol.
Lo cierto es que, agrega Okrent, a fines de la década del 20 hasta los partidarios de la Prohibición eran conscientes de que ésta había fracasado. Todo el mundo infringía la ley a diario o se intoxicaba con licor casero, se había disparado la corrupción de los funcionarios y las bandas del hampa, dirigidas por matones como Al Capone y Lucky Luciano, extendían la actividad delictiva por todo el país.
Finalmente, el 6 de diciembre de 1933, el Congreso derogó la Ley seca. La Prohibición no había terminado con el alcohol, es cierto, pero su derogación tampoco terminó –como temían los puritanos más extremistas- con todo el país entrando en una gran borrachera y descalabrando la cordura nacional. Nada de eso pasó. Y tampoco, brindemos por ello, se terminaron las buenas películas.
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