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Tenía el trabajo de sus sueños. Y no solo estaba completamente enfocada en su crecimiento profesional, sino que además, quería disfrutar de la posibilidad de seguir viajando con sus amigas. También entrenaba a diario. Lo hacía siempre que estaba en Buenos Aires y no tenía que ausentarse de la ciudad por trabajo. “En ese momento, con un poco de timidez, me animaba a pensar que, con mis 24 años recién cumplidos, la vida estaba siendo extremadamente generosa conmigo ya que me permitía vivir según mis expectativas y reglas”, recuerda Agustina García.
A Nicolás Schirmer lo había cruzado esporádicamente en los recreos de la facultad cuando todavía él seguía siendo estudiante y ella ayudante de cátedra. “Supongo que esto dejaba en claro quién de los dos era el más aplicado. Sin embargo, nunca habíamos intercambiado una palabra”. El primer contacto se dio recién a través de Facebook cuando acordaron salir a tomar algo.
“Tuve que llamar al dueño para que nos hiciera pasar”
La pasó a buscar y le pidió que fuera paciente: irían a un lugar sorpresa. “Cuando dobló en Juramento, me di cuenta de que estábamos llegando a uno de los bares de moda del momento, Puerta Uno. Le pregunté si tenía reserva y me dijo que no. No lo podía creer. Siempre resolutiva, tuve que llamar al dueño para que nos hicieran pasar. Nos sentaron en la barra”.
Nicolás se sintió por un momento un verdadero rockstar. No solo no había pensado en hacer una reserva, sino que había tenido la fortuna de lograr entrar al lugar y ser ubicado nada más y nada menos que en la barra del lugar. “Arrancamos la charla. Él, muy intrigado, me preguntó en qué trabajaba. Entiendo que para cualquier hombre sonaba intrigante conocer a una mujer que trabajara en el área marketing de bebidas alcohólicas y, sobre todo, en el mundo del whisky”.
“Él logró lo que nunca nadie había podido”
Él estaba fascinado con lo que escuchaba. Y aunque esa noche Agustina se comportó según palabras de sus amigas más íntimas como una verdadera dictadora gastronómica, Nicolás siguió al pie de la letra todas sus recomendaciones de la carta. “Sin embargo debo admitir que, pasadas las primeras horas de charla sobre bebidas, el intercambio giró en torno al hecho de que él estaba armando un plan de negocios para lanzar su propia marca de lentes. Esa pasión y visión por emprender me impresionaron. Me mostraron a un hombre con grandes aspiraciones y determinación. Tenía un no sé qué, entre alguien improvisado y creador de realidad”.
Es forma de ser sacó a Agustina de su área de confort. “¿Lo mejor? Terminamos en un boliche los dos solos y fue de lo más divertido. Se ganó la envidia de mis amigas porque logró lo que nunca nadie pudo: que yo me quedé hasta tarde bailando. Cuando me estaba llevando a casa, frenó en una estación de servicio y se bajó todo misterioso. Volvió con una bolsa gigante con todas mis golosinas preferidas. Me encantó ese detalle. Pero más me gustó que no se enojó cuando volaron todos los M&M dentro de su auto. Me dejó en mi casa y creo que le di el beso más lindo que había dado en mi vida”.
Al día siguiente, el domingo, hablaron sin parar. El lunes -él cursaba y ella tenía clases- Nicolás la esperó en la puerta de la facultad y la invitó a cenar. “Charlamos un montón. Es una radio prendida. ¡Después descubrí que habla hasta dormido!”.
“Me gustó que era un cara rota”
Agustina sentía que Nicolás era de lo más auténtico que había conocido. A él no le importaba decir lo que pensaba, sin filtro, no se hacía “el interesante” y le demostraba a ella en todo momento que le gustaba. “Tengo muchas anécdotas, pero todavía no entiendo como no salí espantada cuando deslizó el comentario que quería ser padre a los 30 años en nuestra segunda cita. También me gustó que era muy cara rota. Y que se sumó, mejor dicho auto invitó, a un viaje a Nueva York que originalmente era con una amiga. Pasamos unos días increíbles y fue de los más atento y muy gracioso. Él se volvió a Argentina y yo seguí viaje a San Francisco. Cuando nos reencontramos en Ezeiza me preguntó si quería ser su novia. Lo demás es historia. A los tres meses estábamos viviendo juntos”.
Nicolás se sintió cautivado por la honestidad y la claridad -a veces un poco cruda- con la que ella expresaba sus ideas. “Creo que quedó evidenciado cuando en nuestra primera cita le dije que el nombre que le quería poner a su marca de lentes era muy poco aspiracional. De todos modos, fue un excelente argumento para tener otra cita de brainstorming. De allí surgió Hardem”.
“Leé la taza, por Dios”
Le propuso casamiento en Dinamarca, en un café divino, mientras disfrutaban de un brunch. Nicolás había planeado cada detalle para que el momento fuera mágico y especial. “Mi taza de café había sido confeccionada a mano en cerámica por mi hermana Paula y había viajado miles de kilómetros para estar ahí ese día y decía: ¿te querés casar conmigo? La de Nico decía: me caso con vos. En el café estaban, además, como cómplices una pareja de amigos muy especiales para nosotros y mi amiga con la que ocho años atrás había viajado junto a Nico por primera vez a Nueva York. Sus tazas decían: save the date, Agus y Nico”.
La fecha fue especial porque era el aniversario de la pareja. Cumplían siete años de novios. “Por eso a mí no me pareció raro que Nico estuviera medio romántico. En ese momento no llegó a decir nada. Automáticamente empezó a llorar y me gritó: leé la taza por Dios, ¿por qué tomás tan lento?”. Y ahí estallé de emoción, menos mal que estaba sentada porque casi me desmayaba. Nos abrazamos y fue el momento más feliz que vivimos como pareja. Llamamos a nuestros más allegados, despertamos a todos porque en Argentina era muy temprano. ¡Todo era pura felicidad!”.
Con el background que Agustina contaba por su trabajo en materia de eventos, el proceso de organización del casamiento le resultó placentero. Cada detalle o momento tenía un sentido y los representaba. Ocho años después, esperan a su primer hijo, Bastian.
“Me cambió la vida”
Sin dudas, viajar es la pasión que comparten, es el momento en el que más se conectan, Les gustan las mismas actividades. Cocinar juntos es un hobby y en la cocina se complementan muy bien. El tenis es el deporte que más los une. “Nico me enseñó a jugar. Él fue a una escuela de tenis cuando era chico. Y si bien yo pasé por varios profes siempre vuelvo toda caprichosa a jugar con el. ¡Es el mejor sin dudas! Además somos muy competitivos”.
Agustina confiesa que disfruta de las pequeñas cosas que hacen juntos. Los sábados y domingos a la mañana desayunan y salen a hacer deporte. “A veces lo encuentro solo bailando o cantando en la cocina de casa, es un personaje. Disfrutamos de nuestros perros, de nuestra vida en general. Tenemos muchos amigos y siempre hay mil planes, juntos o separados. Somos muy compañeros. Nos encanta recibir gente en casa y agasajar a los amigos”.
Hoy asumen también el desafío de trabajar juntos. Ella estuvo involucrada en el proyecto desde el primer momento. “No buscábamos ser simplemente una marca de lentes, sino ver más allá, de ahí nació el seebeyond como slogan de la marca. Hasta hace dos años me mantenía como consultora externa de Hardem. Pero tomé la decisión de dejar mi carrera corporativa y lanzarme al mundo emprendedor”. Asegura que no se arrepiente en absoluto.
“Trabajar codo a codo con Nico me hizo admirarlo y respetarlo desde otro lado. Fortaleció mucho nuestro vínculo, Realmente es una máquina, hay que tener nervios de acero para ser emprendedor en este país. Y él me enseña todos los días que el equilibro de trabajo y vida personal es posible. Y eso vale oro, porque me cambió la vida”.
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