Julieta Ascar: “La inmensidad es lo que me conmueve”
Por Constanza Bertolini
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Los días de estreno me agarra una tristeza... Todos están superexcitados y yo, recontratriste. Es una tristeza que tiene que ver con el desprendimiento: estás soltando algo para dejarlo ir”, dice Julieta Ascar con la mirada recostada sobre la mesa y las manos alrededor a una taza humeante. Afuera la tarde está gris. A menos de un metro, Nina ronca en su moisés. Nació sietemesina, mientras las plantas liras que obsesionaban a su mamá cobraban vida textil –más aún, esos tejidos sirvieron de amortiguador para la angustia en los largos días de incubadora: sus formas se plegaban y desplegaban en el patio del hospital–. Sigue: “A mí me pidieron que me ocupara del diseño y la realización del telón que es para la embocadura de la sala del Teatro Colón, no para que yo lo tenga debajo de la cama. Así que empecé un duelo, sí”.
Si no fuera una mujer, sería una multiprocesadora. Esa es una posible conclusión a la que se llega después de seguir durante tantos meses el trabajo de esta artista, de 36, varios años de terapia encima e ideas bastante claras. "El escenario fue históricamente mi lugar en el mundo. Yo soy arriba de un escenario, mucho más que en mi casa o en una reunión de amigos. Esta profesión me permitió escaparme de la realidad. Cuando era chica, mis padres se llevaban bastante mal y cuando llegué a la adolescencia no lo soportaba. Si la infancia eran todos días de sol, en la adolescencia eran todos días como hoy, y de golpe no paraba de llover. A los 19 años me fui a vivir sola, estudiaba, trabajaba como dibujante, y entré en el San Martín, como una cosa desesperada: necesito trabajar acá, dije."
De sus comienzos en ese teatro formador recuerda una pelea de gritos bravos entre una escenógrafa y el jefe del sector por unas piedras que parecían merengues. "No me equivoqué. ¡Mirá por lo que se están haciendo problema, por unos merengues que tienen que ser piedras! Sentí que estaba bien encaminada, que en la escenografía las cosas no tenían que ser, sino que con sólo parecer era suficiente, y que la mentira tenía lugar. Era como un antídoto a mi realidad oscura. Por eso digo que mi ingreso a la escena fue entre patas, fuera de tiempo, sin un pie de texto."
Cuando Julieta empezaba la Facultad su padre quebró económicamente. La carrera de Escenografía se estudiaba en la Universidad de El Salvador o en La Plata, y hasta allá no iba a irse porque había tanta violencia en su casa que le daba miedo que se mataran. Entonces se anotó en Arquitectura en la UBA, y cursó materias cruzadas con Diseño Gráfico. Igual, ella sabía que quería hacer Escenografía, porque una vez en quinto grado la llevaron de excursión al Colón y cuando entró al taller y vio semejantes telas pintadas en el piso se le puso la piel de gallina. Desde ahí, no hubo Navidad ni cumpleaños ni aniversario de sus padres (cuando todavía eran felices) que no tuviera su impronta: en la arcada del living, sobre un riel, colgaba una cortina, disfrazaba a sus hermanos y ella, muy vergonzosa, porque es flaquita, con anteojos y los dientes para afuera, se quedaba detrás de escena. Fisonómicamente hoy no está muy cambiada, pero tiene la autoestima algo más fortalecida. Más allá de la creatividad y una indisimulable sed de innovación, durante el proceso de realización del telón se la vio segura, poderosa, productora, en un modo integral y hasta algo acaparadora de las tareas ajenas. "Cuando en la Escuela Superior de Bellas Artes abrieron Escenografía como carrera de grado dejé Arquitectura y me fui allá. Una vez un docente dijo: un buen escenógrafo es el que hace emerger del papel a la tridimensión del escenario, el que no se desentiende en el croquis. Hay algunos, como yo, que se hubieran ocupado personalmente de dar con los tres botones perfectos para las gotas, pero no sé si los hay tan obsesivos."
Entiende cero de música. De ópera, poco. De ballet: no, nada. Jamás fue con sus padres al Colón, pero los domingos paseaban por San Telmo y, una vez, antes de pegar la vuelta a casa, cuando cruzaban la plaza Lavalle, impresionada por el edificio le dijo a su papá: Cuando sea grande voy a hacer algo importante ahí. "Y él que me decía que estaba loca, que como artista me iba a cagar de hambre, que tenía que ser escribana. Pobre, no llegó a ver el telón."
Pero entre aquella niña que predecía el futuro y la mujer inquieta de hoy, empezó a hacer carrera en el Colón. Como asistente de Tito Egurza, durante un ensayo de La Bohème a telón cerrado, se agachó a buscar algo que se le había caído en el piso y tocó un fleco: "Miré para arriba y ante la inmensidad sentí impresión. Trabajar en el escenario del Colón es como que te digan que en vez de una pileta tenés todo el mar para vos, para hacer lo que quieras. La inmensidad que tiene este teatro es lo que a mí me conmueve".
¿QUIEN ES ESA CHICA?
Se formó en la Fadu y en la escuela De la Cárcova. Inició su carrera en el Teatro San Martín (coordinadora técnica y montajes escénicos) y en el Colón (asistente de escenografía). Entre 2000 y 2006 fue escenógrafa en TV (Televisa, México; Ama de casa desesperadas), cine y publicidad. Entre otras puestas de ópera y obras de teatro y danza, hizo La casa de Bernada Alba y El holandés errante, con Kuitca; Squash, dirigida por Cozarinsky; El día que Nietzche lloró, con dirección de Lía Jelín; Eva y Victoria, con China Zorrilla; y musicales como Cabaret, Sweet Charity y Piaf. Es coautora del diseño y realizadora del nuevo telón del Teatro Colón