La increíble historia del estudiante que demandó a una reconocida marca de gaseosa para ganar un jet
El reto era imposible, ya que toda la familia de John Leonard tenía que tomarse 190 gaseosas diarias durante un siglo; sin embargo, él hizo todo lo posible para reclamar el premio; Netflix retrata todo el suceso en un documental de 4 capítulos
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Una ráfaga de viento puso a temblar un salón de clases. Las hojas de los cuadernos volaron de un lado a otro mientas un grupo de adolescentes miraban con la boca abierta el aterrizaje en vertical de un avión de combate, un flamante Harrier jump, en el jardín de su escuela. Las llantas aparecieron de la nada del cielo y tocaron tierra, mientras emulaba de alguna manera uno de los aterrizajes de la película Mentiras verdaderas de Arnold Schwarzenegger. ¿Llegaron los rusos?, podrían haber pensado los paranoicos del grupo. Pero no era una película, ni el ataque de un viejo enemigo del sueño americano, se trataba de un comercial de Pepsi, que en 1996 encaraba su propio conflicto de grandes proporciones: la guerra de las gaseosas con su eterno rival: Coca Cola.
La imagen de un chico que bajaba de la nave de combate y se jactaba de que era mejor llegar en jet a la clase que en el colectivo escolar causó un impacto inmediato cuando se vio en millones de televisores en Estados Unidos. Era parte de una campaña publicitaria de Pepsi en la que sus consumidores, luego de acumular puntos (en las tapas y en las etiquetas de la bebida), podían canjearlos por camisetas, chaquetas y otros objetos.
El protagonista de la publicidad lanzaba una sonrisa de satisfacción y pisó tierra ante la mirada atónita de sus compañeros. Unos segundos después del aterrizaje apareció un anuncio increíble: Harrier Fighter (el modelo del avión) ‘costaba’ 7.000.000 millones de puntos. Una cifra demencial. Solo un loco podría pensar en…
John Leonard pensó en grande. “Voy por el avión de combate del comercial”, recordó en una entrevista. Pero él -que en ese tiempo tenía 20 años- subió la vara de su ambición; se vio a sí mismo con el casco de los pilotos de Top Gun; creyó en la palabra del comercial y en la veracidad de la oferta. Salió en TV, ¡qué otra prueba necesitaba! 1996 era una época en que la pequeña pantalla era un objeto de adoración y credibilidad. Y él, seguramente, estaba cansado de andar en una vieja bicicleta BMX y de saltar de trabajo en trabajo: desde repartidor de diarios hasta guía para montañistas, un oficio que terminó siendo fundamental para él. Sin embargo, soñar con ser el dueño de un avión (alquilarlo o usarlo) podría dar paso a un mejor episodio en su vida, un giro tan intenso como el de un avión de combate cuando esquiva un misil.
Paro lograr su objetivo tenía que lograr lo imposible: llenar su estómago y el de su familia de litros y litros de agua azucarada y colorante oscuro. Comenzó a recortar cupones de descuento e hizo comprar a su familia cajas llenas de pacas de la bebida en lata. Pero era imposible hacer realidad la peor pesadilla para un diabético. En los años 90 un jet Harrier tenía un costo de unos 32 millones de dólares y llegar a la meta de los puntos le implicaría a la familia consumir 190 Pepsis al día durante un siglo. Cifras delirantes, pero que eran el cálculo real de una batalla entre David (Leonard) y Goliat (Pepsi), que revivió el documental Pepsi, ¿dónde está mi avión? (disponible en Netflix), que describe la pelea de un rebelde que le creyó a un comercial de TV y de uno de los más grandes errores de una campaña de publicidad.
Ante esa descomunal realidad de azúcar y sueños imposibles, John Leonard no se dejó aplastar y comenzó a urdir un nuevo plan para llegar al avión. En su trabajo como guía de escaladores, conoció a un empresario llamado Todd Hoffman que vivía obsesionado con asumir retos y que nunca escapaba una aventura por peligrosa que fuera. Leonard acompañó muchas veces a este hombre de cabello alborotado y una sonrisa contagiosa. Con el tiempo se hicieron amigos. Todd apreciaba la simpatía y tranquilidad de su acompañante y pronto descubrió que era un soñador. A su vez, el chico veía en este cuarentón divertido, exitoso negociante de bienes raíces, restaurantes y con alma de hippie, a un ejemplo de lo que él posiblemente quería ser en el futuro.
Por eso, entre escalada y escalada, decidió contarle su objetivo. Le llevó un casete de VHS y le mostró el comercial. “Espera, retrocede la cinta”, dijo Hoffman asombrado. La imagen de los 7 millones nunca dice (ni en letra pequeña) que era algo ficticio, una broma o una exageración. Y menos que la aeronave no era parte del concurso. El avión tenía que entregarse si alguien llevaba esa cifra a Pepsi. ”Dame un plan de negocios para obtener el avión”, le pidió el inversor al chico. Era una locura, pero Todd Hoffman había forjado su vida a partir de riesgos, fracasos y éxitos, así que se unió a la quijotesca aventura de arrancarle a Pepsi el impresionante premio.
¿Por qué un fanático de las escaladas con éxito en los negocios, que vivía solo en una zona montañosa, se metió de cabeza en la campaña de ese soñador? Todd es de esos tipos que viven la vida al máximo, que adoran salirse de los esquemas y que adoran exudar cada gota de adrenalina en una moto a alta velocidad, en viajes exóticos y peligrosos, escalando el Everest o disfrutando ver temblar a una gran corporación que parecía antes invencible.
Conseguir las tapas y las etiquetas para completar los puntos costaría más de cuatro millones de dólares. Leonard tenía pensado crear una compañía y que un equipo que consiguiera las botellas; incluso pensó en una gigantesca bodega para albergar millones de litros de la gaseosa. Pero esa estrategia era muy engorrosa y podía demorar mucho tiempo: tanto como tomarse todas las gaseosas.
El documental de Netflix revela el primer gran tropezón y la manera en la que el excéntrico Leonard encontró la salida. Se topó con un stand publicitario de la bebida con una imagen de la supermodelo Cindy Crawford, tomó un catálogo de los productos que promovía Pepsi en su campaña y descubrió, en letras muy pequeñas, que los puntos se podían canjear por diez centavos cada uno, ¡eureka! No dudó en salir corriendo a donde su socio. “Lo tenemos”, le dijo a Hoffman. Tomaron un cheque de 700 mil dólares, compraron los puntos, fueron a las oficinas de Pepsi y le pidieron a la compañía que les entregara el jet. “Pensábamos que era una broma”, admitieron algunos de los ejecutivos frente a las cámaras del documental de Netflix.
La petición causó revuelo, pero la respuesta fue contundente: Era un comercial y no podían hacer efectivo el premio porque no era algo real. Les enviaron una carta en la que incluían unos cupones para reclamar dos cajas de latas de gaseosa por las molestias. Leonard, por supuesto, no se contentó con eso. La pelea apenas comenzaba.
La pareja contrató a Larry Schrantz, un abogado sin miedo que trató de presionar a la compañía por no cumplir con una oferta que lanzó en su concurso. Pepsi contraatacó y demandaron a Leonard, pero ‘los tres mosqueteros’ consiguieron una cita en las oficinas de Pepsi en Nueva York. Una tropa de abogados esperaba escuchar el monto de dinero que querían para finiquitar un caso que, poco a poco, ganó cada vez más notoriedad mediática. El protagonista de la historia tuvo espacio en los noticieros y en las cadenas de noticias de su época donde recalcó su derecho a tener lo que se había ganado.
Les ofrecieron 750 mil dólares (eso sí: sin las cajas de gaseosa adicional), pero a pesar de que por un momento la cifra era tentadora, John se mantuvo en su posición y no aceptó. Mientras tanto en las pantallas de televisión seguía apareciendo el comercial con una alteración: ya no eran 7 millones de puntos, sino 700 millones y añadió la frase “Just Kidding” ( “Es una broma”).
Sin acuerdo y con una batalla legal que podría durar años, la dupla sumó un nuevo personaje a la historia: Michael Avenatti. En ese tiempo ayudó a reactivar el caso en los medios y le puso un poco de mala leche a la contienda legal.
Investigó otros casos y se encontró con una historia en la que cientos de personas en Filipinas ganaron un millón de pesos (en moneda local) con las tapas de las botellas de la gaseosa. Un error informático, dijo la empresa, hizo que se incrementara hasta el cielo el número de ganadores y no se pudo pagar el premio. Hubo desmanes en el país, muertos y un estallido social de quienes pensaron que su vida podía cambiar tomaba seis, siete o más gaseosas al día.
Vale destacar, eso sí sin los detalles escabrosos o el escándalo, que el riesgo que encara una compañía que lanza un concurso de estas características es alto. En Colombia, por ejemplo, en el 2006 Bavaria fue blanco de críticas de consumidores -y hasta se abrió una investigación de la Superintendencia de Industria y Comercio- que se quejaron por lo que consideraban irregularidades en el sorteo del cuadro del maestro Fernando Botero: Hombres fumando; esas críticas surgieron luego de que en Andrés Carne de Res se promoviera el consumo de la cerveza porque esa noche aparecería la tapa ganadora, lo que para algunos puso en duda la transparencia y la información acerca de la rifa de la obra, valorada en ese tiempo en unos 700 mil dólares. Finalmente, en marzo de 2007, Luis Alfredo Rodríguez, un mensajero de Buenaventura, se ganó el premio con la tapa premiada y se acabaron las especulaciones.
Tras tres años en la batalla legal por el jet, llegó al caso un nuevo abogado, David Rachman. Todd Hoffman, por su lado, dio un paso al costado. “Pepsi desperdició una gran oportunidad para tener a este chico y decir: ‘Mira, te llevaremos por todo el país en el jet Harrier durante el próximo año, te pagaremos un millón de dólares’. En lugar de contratar abogados y demandarnos, podrían haber hecho lo correcto y decir: ‘Este chico cumplió el trato. Tocó a nuestra puerta y se llevó el premio’”, dijo recientemente en una entrevista con el diario The Guardian.
Hoffman estaba cansado y quería otro tipo de aventuras, y Rachman tuvo que lidiar con un duro golpe bajo en la querella legal: el juicio no tendría un jurado con personas del común que oirían a las partes y la jueza sería Kimba Wood, quien antes había trabajado en el área corporativa. Una mala señal para Jhon Leonard.
“Fue decepcionante (hablando del juicio) porque incluir a varias personas en la decisión habría sido algo justo”, reconoció en una escena del documental de Netflix que, por momentos, lo muestra en lo que parece un hangar y al fondo se nota, casi desenfocado, un avión, una extraña metáfora del final de un vuelo alucinante.
En su veredicto, la jueza Wood dijo que en el comercial de la bebida gaseosa ninguna escuela tendría un lugar para que aterrizara un jet; que el adolescente que lo piloteaba no tenía casco y que la oferta de Pepsi no podía ser tomada en serio por una persona razonable.
“Les puedo decir que millones de personas como yo pensaron que la oferta del avión era real”, recalcó el protagonista de esa historia, que al final no pudo surcar los cielos en la aeronave, pero hizo que su alegato se convirtiera en caso de estudio en las carreras de derecho en Estados Unidos. Hoy es guardabosques en Talkeetna, Alaska, tiene 48 años y no perdió su sonrisa y esa mirada de ‘chico bueno’. Está casado, tiene dos hijos y hace un tiempo logró tocar las nubes tras escalar el Monte Vinson, el pico más alto de la Antártida, con su gran amigo Todd Hoffman.
Por Andrés Hoyos Vargas